La oscuridad se escurría y se extendía por todos lados.
Una figura estaba sentada tranquilamente sobre una roca que sobresalía entre las paredes de la cueva. Su túnica de color oscuro se mezclaba perfectamente, haciéndolo prácticamente invisible. Más que eso, su presencia era casi imposible de percibir. No sería una exageración decir que incluso un aventurero de primera clase tendría problemas para detectar su existencia.
Permanecía inmóvil, con la vista enfocada en lo que ocurría debajo de él.
La cueva resonaba con los gritos desgarradores de los aventureros y los gruñidos guturales de los monstruos. La tierra estaba empapada de sangre y el aire olía a muerte. Las espadas chocaban contra las garras de las bestias, pero cada golpe parecía inútil. Los monstruos eran demasiados y los aventureros estaban al límite.
Un guerrero usaba su espada para bloquear y atacar, las chispas del metal chocando con las duras garras afiladas como cuchillos de los monstruos iluminaban brevemente la oscuridad, pero las sombras siempre volvían. El guerrero, con su armadura hecha jirones, apenas podía sostener su espada. Sus brazos pesaban como plomo y cada respiro le quemaba los pulmones. El arquero, con los dedos ensangrentados, disparaba flechas sin cesar, pero sus fuerzas se agotaban rápidamente.
Uno de los aventureros, un joven de cabello oscuro y ojos llenos de miedo, cayó al suelo con un grito ahogado. Una bestia enorme lo había atacado por detrás, clavándole sus garras en la espalda.
Fue casi inmediato: su cuerpo convulsionó en el suelo antes de detenerse, su sangre mezclándose con el barro.
—¡¿Por qué hiciste esto?! —gritó el guerrero, intentando mantener a raya a las criaturas que los rodeaban.
Era un hombre de mediana edad, un poco regordete y pequeño, con cabello castaño rojizo y ojos amarillos. Sus orejas y cola de mapache lo hacían destacar. Llevaba una camisa azul claro, un chaleco sin mangas marrón claro y un paño morado oscuro alrededor del cuello que cubría la mitad del área de su hombro derecho, mientras que una hombrera plateada descansaba en el área de su hombro izquierdo. Sus pantalones cargo azules estaban sujetos por un cinturón marrón, y sus botas marrones estaban cubiertas de barro.
—¿Por qué nos trajiste a este lugar?
Sus gritos intentaron sonar amenazantes, pero el miedo y el pánico eran evidentes en sus ojos mientras trataba desesperadamente de sobrevivir.
—Tengo dinero —gritó, desesperado.
La figura que estaba en las sombras no se movió ni un centímetro mientras observaba cómo los aventureros eran lentamente superados por los monstruos. Un destello parpadeó y una daga, con un diseño que se podía contar por montones, se estrelló contra la garra del monstruo que estaba a punto de golpear a uno de los aventureros. No evitó el golpe, solo hizo que no fuera mortal, pero la carne del aventurero fue desgarrada. Este gruñó de dolor e intentó seguir defendiéndose.
No había escapatoria. Los monstruos los acorralaban, sus ojos brillando con hambre y malicia. Los aventureros estaban atrapados, y la muerte parecía inevitable.
Y ahí, en medio de todo ese caos, estaba él. Un destello rojo brillaba debajo de la capucha que cubría su cabeza. Su máscara, con ese diseño en espiral que parecía girar sin fin, ocultaba cualquier rastro de emoción. Sus ojos rojos resplandecían en la oscuridad, pero no mostraban ni preocupación ni interés.
Solo indiferencia.
Miraba a los aventureros luchar, caer y sufrir, como si todo fuera un simple juego. No se movió cuando el joven murió.
No hizo nada. Solo observó.
—¡Ayuda! —gritó el arquero, viendo al enmascarado desde la distancia—. ¡Por favor, ayúdanos!
Pero el enmascarado no respondió. Ni siquiera parpadeó. Solo se quedó ahí, inmóvil, como una estatua de piedra.
Los aventureros siguieron luchando, pero era inútil. Las bestias eran demasiado fuertes, demasiado numerosas. Finalmente, la figura se movió. Su velocidad hizo parecer que desapareció de su lugar. Solo un ligero crujido de la roca agrietándose se escuchó, y un momento después, uno de los monstruos fue golpeado por una daga. La sangre brotó y, un instante después, una serie de explosiones resonaron en el área, alejando a los monstruos ligeramente.
La cueva se llenó de un silencio tenso después de las explosiones. Los monstruos, sorprendidos por el ataque repentino, retrocedieron unos pasos, gruñendo con cautela. Sus ojos brillaban con furia, pero también con un destello de incertidumbre.
Dentro de su propia irracionalidad, tenían instintos lo suficientemente fuertes como para saber que la figura encapuchada no era alguien a quien pudieran vencer. Pero eso nunca los había detenido antes. De hecho, era lo mismo de siempre: peleando desesperadamente contra seres más fuertes que ellos, muriendo y reviviendo, un ciclo que podría describirse como el propio infierno. Solo dejaron pasar el tiempo para que más monstruos se acumularan.
Los aventureros, jadeantes y cubiertos de sangre, aprovecharon el respiro momentáneo para reagruparse. El guerrero de rasgos de mapache, con el rostro sudoroso y los ojos llenos de desesperación, miró hacia donde había caído la daga. Su mirada se encontró con la del enmascarado, quien ahora estaba de pie en medio de la cueva, como si hubiera aparecido de la nada.
—¿Quién... quién eres? —preguntó el guerrero, con la voz temblorosa pero llena de esperanza—. ¿Por qué nos trajiste a este lugar?
Su voz estaba marcada por la ira. Un momento estaban buscando a esa inútil hobbit y, al siguiente, estaban dentro del laberinto. No fueron capaces de procesar lo que estaba pasando cuando la persona frente a ellos apareció y dijo con un tono sin emociones:
Sobrevive si puedes.
Luego de esas palabras, dos explosiones surgieron de la nada y los monstruos comenzaron a acercarse, atraídos por el ruido, y por los gritos de un monstruo que fue herido pero no vencido que estaba cerca, así que fue obvio que todo esto fue planeado.
A juzgar por los monstruos que los habían estado atacando, debían estar por encima del piso 10.
Definitivamente debieron haber muerto hace mucho tiempo, pero siempre que eso pasaba, el enmascarado intervenía y los ayudaba.
—¿Cuál es tu jodido problema? —gritó el mapache.
—Dime cuánto dinero le robaste a Liliruca Arde —fue la segunda vez que el hombre habló.
Su capa oscura ondeaba levemente, como si estuviera viva, y su máscara en espiral reflejaba la tenue luz de la cueva, creando un efecto hipnótico. Sus ojos rojos brillaban con una intensidad inquietante, pero no mostraban ninguna emoción. Ni compasión, ni ira, ni interés. Solo una frialdad absoluta.
—... —El hombre se quedó en silencio cuando escuchó el nombre. Una sonrisa retorcida se extendió por su cara—. Ya veo... así que ella te contrató para hacer esto...
El enmascarado no dijo nada.
—Yo puedo pagarte más de lo que ell—
Un corte se produjo en su mejilla y la sangre cayó al suelo.
—Responde —dijo el enmascarado, sin interés en escuchar nada de lo que el hombre mapache tuviera para decir.
—Yo... yo no lo sé —balbuceó el hombre.
—Entonces... ¿Cuánto dinero es necesario para pagarle por todo el dolor que le has hecho pasar? —preguntó el enmascarado.
En ese momento, el mapache se dio cuenta de que este tipo no lo dejaría en paz, así que tuvo que ceder.
—Tengo un escondite de dinero... Está guardado dentro de la casa de mi familia. Si me sacas de este lugar... ¡Agh!
Un momento después, otro corte se produjo, esta vez en uno de los tendones de sus piernas.
—Por favor... —susurró, con la voz quebrada—. Yo me disculpare . . . pagare por todo . .
le hombre grito desesperado.
El enmascarado giró lentamente la cabeza hacia él, como si lo estuviera evaluando. Por un momento, pareció que iba a hacer algo. Pero entonces, simplemente se encogió de hombros y dio un paso atrás, alejándose de los aventureros.
—¿Qué... qué estás haciendo? —gritó el guerrero, con una mezcla de rabia y desesperación—. ¡No puedes dejarnos aquí! ¡Ellos nos matarán!
El enmascarado se detuvo por un momento, como si estuviera considerando sus palabras. Luego. se fue.
No atacó a los demás, no intervino en la batalla. Solo se fue, como si no hubiera nada que valiera la pena observar.
Los monstruos, rugieron con furia y se lanzaron hacia los aventureros con renovada ferocidad. El guerrero levantó su espada, pero sabía que no podría resistir mucho más.
—¡No! —gritó el otro aventurero, viendo cómo las bestias se acercaban—. ¡No podemos morir aquí!
Finalmente, los monstruos alcanzaron a los aventureros. El guerrero luchó con todas sus fuerzas, pero fue derribado rápidamente. otro aventurero grito mientras su cuerpo estaba siendo arrastrado por las sombras. el último en pie, intentó huir, pero una de las bestias lo alcanzó y lo derribó con un golpe brutal.
La cueva se llenó de silencio una vez más, solo interrumpido por los gruñidos de satisfacción de los monstruos. El enmascarado, sin mover un músculo, observó cómo las criaturas comenzaban a devorar a los aventureros. No mostró ninguna reacción. Ni siquiera parpadeó.
Después de un momento, dio media vuelta y comenzó a caminar hacia algún lado en la oscuridad. Sus pasos eran silenciosos, casi imperceptibles. No miró atrás, no mostró ningún remordimiento. Simplemente se fue, dejando atrás la escena de muerte. con un movimiento rápido, desapareció en la oscuridad, como si nunca hubiera estado allí.
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Obito aterrizó en un callejón desierto, sus pies tocando el suelo con suavidad. El cielo nocturno se extendía sobre él, salpicado de estrellas que brillaban con una luz distante.
Su rostro, oculto tras la máscara en espiral, reflejaban ese mismo vacío. No había ira, ni tristeza, ni siquiera aburrimiento real. Solo una profunda indiferencia, como si el mundo entero fuera un escenario en el que él era un mero espectador, sin interés en intervenir.
El viento frío de la noche agitaba su capa, y el silencio del callejón era casi absoluto, roto solo por el leve crujir de sus pasos sobre el pavimento. Obito no tenía prisa. No había ningún lugar al que quisiera ir, no quería ir con los niños en el orfanato, no con el olor de la sangre aun presente en su ropa.
¿Por qué?
La familia Soma, esos aventureros molestos, no habían podido dejar a Lili sola.
Habían estado buscándola, y era lógico que, tarde o temprano, la encontrarían. Obito podría haberla ayudado a ocultarse, a desaparecer por completo. Podría haberla llevado a un lugar donde nadie pudieran encontrarla.
Pero ¿por qué debería hacerlo? ¿Por qué Lili debía vivir escondiéndose, temiendo ser encontrada?
¿Por qué ella, que no había hecho nada malo, tenía que pagar el precio de la crueldad de los demás?
Obito se detuvo en medio del callejón, levantando la mirada hacia las estrellas. Su respiración era tranquila, casi imperceptible, pero dentro de él, algo se agitaba. No era empatía, no exactamente.
Era más bien una especie de desprecio hacia un mundo que obligaba a los débiles a vivir con miedo, mientras los fuertes hacían lo que querían sin consecuencias.
El mundo que tanto odiaba, incluso en este nuevo mundo, donde su kaimui la había lanzado, lo había escupido, respondiendo a su deseo desesperado de escapar de la realidad.
Seguía siendo igual.
Lo había visto.
Primero Anna, luego Lili, luego la familia Soma.
Incluso esos dioses que había vivido tanto tiempo, eran indiferentes a lo que pasaba dentro de su familia. Soma, el dios de la familia de Lili, no hacía nada, se quedaba sentado en su trono, bebiendo su vino, y dejando que sus "hijos" hicieran lo que quisieran.
Lili no había elegido nacer en el lugar equivocado. No había elegido ser débil. Y de hecho había buscado su propia manera de sobrevivir, había encontrado su fuerza no en su velocidad, o en un arma, no había decidido vivir como siempre le habían dicho, se había arrastrado, había bajado la cabeza sumisamente cuando era tratada como basura, pero seguía buscando desesperadamente una forma de ser Lili, de salir adelante, de conseguir una vida digna de vivir.
Y sin embargo, el mundo la había condenado por ello, le había robado todo, y la habían golpeado.
¿Qué clase de justicia era esa? ¿Qué clase de mundo permitía que los inocentes sufrieran mientras los culpables prosperaban?
¿Qué clase de dios de mierda deja que sus hijos sufran de esa manera?
Obito levantó sus manos y las miró, había decidido que ninguno de ellos valía la pena ser asesinado directamente por él, así que los había llevado dentro del laberinto.
Los había lanzado a una situación desesperada, lucharon, se arrastraron, e intentaron sobrevivir, pero él intervenía siempre para cortar sus esperanzas, quería una retribución para Lili, Aunque ella nunca debería de saber lo que había hecho, matarlos no parecía suficiente.
Quería que experimentaran en su propia carne todo el dolor de Lili, toda la desesperación que ella tuvo que sentir cuando ellos tomaban el fruto de sus esfuerzos.
Obito bajó la mirada, su ojo rojo brillando con una luz tenue en la oscuridad. No era su responsabilidad salvar a Lili. No era su responsabilidad arreglar un mundo roto. Él no era un héroe, ni un salvador.
Era solo Obito Uchiha, un bastardo que fue salvado por la amabilidad de las personas.
Pero... incluso con todo el dolor... aún hay cosas por las cuales vivir.
Obito pensó en las palabras de Kushina, quería creer en ellas, quería creer que había personas como Ryuu, dispuestas a ayudar a alguien como él, o como Anna.
Quería creer en la gente amable y desinteresada como María, quería negar las palabras de Madara.
Pero se dio cuenta de que eso era imposible.
Se había dejado llevar, se había confiado, descuidado en un mundo nuevo, porque pensó que podría volver a comenzar.
Dejó que la familia Freya tuviera demasiado poder sobre él.
Se dio cuenta de que había estado jugando a la familia feliz con todos, pero una parte de él no podía dejar ir esa oscuridad.
No había matado a Ted. No lo había hecho porque confió en la justicia del gremio de aventureros, porque pensó que, esta vez, las cosas serían diferentes. Pero el gremio no había hecho nada hasta que todo estuvo al descubierto, hasta que ya no había vuelta atrás. Eran buenos para actuar cuando todo estaba dicho y hecho, pero incapaces de prevenir el desastre antes de que ocurriera.
Débiles.
Volubles.
Todos ellos, marionetas en las manos de dioses como Freya, fácilmente manipulables, fácilmente corrompidos.
Obito no podía confiar en nadie más para proteger lo que apreciaba. No podía permitirse ese lujo.
La oscuridad en su mirada se profundizó, como un abismo que se abría paso en su alma. Respiró hondo.
Sus pasos eran firmes, decididos, cada uno marcado por un nuevo propósito. Había intentado rechazar la oscuridad que Madara le había mostrado, había luchado contra ella con todas sus fuerzas. Pero ahora entendía que, para proteger lo que amaba, tendría que abrazarla. No había otra opción.
¿Por qué?
¿Por qué no podía ser simplemente Obito Uchiha y dejar atrás todo el dolor y el odio?
porque este nuevo mundo, tenia que ser igual al anterior.
Porque el mundo era así. Y no había nada que él, o nadie, pudiera hacer para cambiarlo.
El único que había soñado con eso fue Madara, y ahora el era un cadáver pudriéndose.
— Obito, que vamos a hacer ahora. — Guruguru pregunto sobresaliendo desde una pared cercana, Obito lo miro un momento.
— tenemos que encargarnos por completo de la familia Soma.
— eh, pero dijiste que no podíamos masacrarlos. — Guruguru dijo mientras inclinaba la cabeza.
— no tenemos que eliminarlos . . . — Obito dijo y luego de un momento añadió— .no a todos al menos, solo tenemos que poner al frente a alguien que haga las cosas bien, y . . . cortar las malas hiervas, para evitar que se sigan creciendo.
Obito comenzó a caminar.
No importaba cuánto le pesara, no importaba cuánto tuviera que sacrificar. .
Esta vez, no iba a cometer el mismo error dos veces.
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— Obito ha estado actuando extraño estos días, nya — comentó la chica gato de cabello negro, ajustándose el delantal del uniforme de la Anfitriona de la Tranquilidad mientras recogía un par de platos sucios de una mesa. Sus orejas felinas se movieron ligeramente, como si estuvieran captando algo que los demás no podían escuchar. Con un movimiento ágil, se dirigió hacia el área de lavado, sus pasos silenciosos y precisos.
Anya, que estaba barriendo en otro rincón de la cocina, levantó la cabeza al escuchar el comentario. Con un gesto pensativo, llevó un dedo a sus labios y finalmente respondió:
— Cierto, nya... — murmuró, apoyándose en la escoba por un momento. Ella también lo había notado. Obito no había aparecido mucho por la Anfitriona últimamente, y la última vez que lo vio, algo en su mirada parecía... fuera de lugar. Pero Ryuu, quien seguía entrenando con él, había mencionado que Obito estaba muy ocupado con el trabajo. Eso había sido suficiente para calmar las preocupaciones de los demás, al menos por un tiempo.
Sin embargo, Anya no podía sacarse la sensación de que algo no encajaba. Obito no parecía el tipo de persona que simplemente desaparecía sin más. Siempre había sido reservado, sí, pero últimamente parecía distante, como si estuviera lidiando con algo que no quería compartir.
En este momento, Ryuu y Obito estaban entrenando en algún lugar lejos del edificio. Mia les había advertido claramente que, si rompían otra pared, no solo tendrían que repararla, sino que la deuda de Ryuu aumentaría y Obito tendría que pasar una semana lavando platos. La amenaza había sido suficiente para mantenerlos alejados del edificio principal, pero eso no significaba que los problemas se hubieran acabado.
— ¿Crees que deberíamos decirle algo a syr? — preguntó la chica gato, colocando los platos en el fregadero con cuidado. Sus ojos brillaban con preocupación, y su cola se movía inquieta detrás de ella.
Anya suspiró, apoyando la escoba contra la pared.
— Decirme que... — Syr, que había salido a tirar la basura, preguntó mientras entraba en el lugar.
— Ah, nada, nya. — Anya y Chloe dijeron al mismo tiempo.
Syr la miró un momento.
— Si se refieren a Obito, él simplemente está ocupado con su trabajo. — La chica de pelo plateado dijo con una ligera sonrisa.
La chica gato asintió lentamente, aunque no parecía del todo convencida.
— Pero... ¿y si hay algo más? Algo que no estamos viendo, nya...
Syr miró hacia la ventana, donde el sol comenzaba a descender en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rojizos.
— No se preocupen... Obito-kun es un buen chico. — Syr dijo eso mientras sonreía.
Aunque sus palabras sonaban tranquilas, Anya no podía evitar sentir un nudo en el estómago. Algo en el aire parecía diferente.
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Mientras tanto, en un claro alejado del edificio, Obito y Ryuu estaban inmersos en un entrenamiento. El aire vibraba con cada impacto, y el sonido de sus puños y patadas chocando resonaba como truenos.
Ryuu, con su habitual expresión tranquila, lanzó un ataque rápido y certero. Su puño se movió como un relámpago, tan veloz que apenas se podía ver. Obito logró esquivarlo por poco, pero el viento generado por el golpe le azotó el rostro, recordándole lo cerca que había estado de ser impactado.
Ryuu no se detuvo con eso; su estilo de pelea era ágil y certero, cada movimiento fluido y letal, como si estuviera bailando. Se preparó para otro ataque, y esta vez su patada giratoria fue tan rápida que Obito apenas tuvo tiempo de bloquearla. El impacto lo hizo retroceder varios pasos.
En cuanto a Obito. Sus movimientos eran bruscos, en el mejor de los casos, pero definitivamente eran diferentes a cuando pelearon por primera vez. Ryuu podía verlo: Obito lentamente estaba dejando de contenerse, mostrando una mejoría constante.
Ella se lanzó hacia adelante e intentó conectar un puñetazo. Obito lo detuvo, y esta vez no lo bloqueó simplemente, sino que aprovechó el impulso de Ryuu para hacerla perder el equilibrio e intentar conectar un golpe en su mentón. Ryuu vio a través de esto y dio un giro rápido, golpeando el estómago de Obito y enviándolo al suelo.
— ¿Estás bien? — preguntó Ryuu, bajando los brazos y acercándose al Uchiha. Su tono era un poco indiferente, pero había una preocupación genuina en sus ojos.
Obito la miró, y por un instante, Ryuu vio algo en sus ojos que la hizo detenerse. Era una oscuridad que no había visto antes, una determinación fría y despiadada que no encajaba con el Obito que conocía.
Eran parecidos a los ojos de Chloe o Lunoire cuando se conocieron por primera vez.
La oscuridad parpadeó por un momento antes de desaparecer. En ese momento, Obito se cruzó de piernas y soltó un suspiro.
— Estoy bien, es solo que pensé que esta vez acertaría. — Dijo con un tono quejumbroso, ni una pizca de oscuridad en su mirada.
Ryuu se enderezó. Su postura era relajada, pero sus ojos, siempre alerta, no dejaban de estudiar a Obito.
— Ya veo, en realidad has mejorado bastante... — Ryuu admitió. Obito la miró sorprendido y luego se rascó la cabeza tímidamente.
— ¿En serio? — Preguntó para confirmar, y cuando Ryuu asintió, Obito apretó su puño y lo apuntó al aire. — ¡Sí! Pronto tú serás la que esté en el suelo.
Obito dijo con una sonrisa confiada.
Ryuu lo miró un momento, y luego las comisuras de sus labios casi se curvaron hacia arriba.
— Tal vez. Pero ahora necesito volver al trabajo. — La elfa dijo. Obito frunció el ceño por un momento y luego volvió a sonreír.
— Cierto, yo también tengo que trabajar.
Ryuu asintió y se dio la vuelta para irse. Le tomó un par de segundos quedar fuera de la visión del Uchiha.
Obito miró hacia el horizonte, donde el sol comenzaba a salir.
Había tenido una noche muy ocupada lidiando con la familia Soma, así que ahora necesitaba disipar el clon que había enviado con el viejo para encargarse de los envíos hacia el piso 18. Además, tenía que encontrar una manera de hacerle saber a Lili que ahora podía vivir en paz.
Pensó en llevarla casualmente a comprar y usar a unos aventureros de bajo nivel para que hablaran en voz alta sobre la muerte de los miembros de la familia Soma. Otra opción era decirle al nuevo capitán de la familia (cuando encontrara al candidato adecuado) que fuera personalmente a disculparse con Lili. Aún no se decidía por cuál método tomar, pero por ahora las cosas estaban bajo control.
Aunque recientemente escuchó que la familia Loki volvería de su expedición, probablemente en unos días. Sin embargo, como cualquier cosa podía pasar en el laberinto, podría ser más tiempo al final.
Obito suspiró y se frotó la frente. Sabía que no podía descuidarse. La familia Soma no era el único problema en Orario. Aunque había logrado neutralizar a los miembros más problemáticos de la familia, todavía quedaban cabos sueltos.
Necesitaba encargarse del actual capitán de esa familia. Podría matarlo, pero eso provocaría sospechas de alguna otra familia. Los dioses eran impredecibles, y no quería que alguno de ellos tuviera un destello de curiosidad y metiera sus narices en sus asuntos.
Entonces, había reunido información para encontrar al reemplazo del capitán actual.
Por eso, había decidido mantener un ojo en la familia Soma. Había infiltrado a uno de sus clones en la familia, disfrazado como un simple miembro de nivel 1. El clon había estado reuniendo información sobre la estructura interna, y aunque decidió encargarse de los aventureros que atormentaron a Lili, con el capitán tenía otros planes, al menos en cuanto a su forma de desaparecer de orario.
Muchos caminos terminan en el mismo destino.
Podría haberlo metido en un genjutsu, o podría haberlo matado y usar un clon de sombras para encargarse de la familia, destruyéndola por dentro.
Pero eso parecía un desperdicio. Necesitaba a alguien dentro de la familia para controlarla adecuadamente. Tal vez le resultarían útiles en un futuro.
Así que simplemente buscó al miembro más decente entre todos ellos.
El mejor candidato que pudo encontrar fue un enano llamado Chandra Ihit. Parecía más razonable que el actual, y según lo que había descubierto, siempre había mantenido una actitud en contra de Zanis Lustra, el actual líder. Además, su posición en la jerarquía como un nivel 2, era bastante buena, así que no habría nada de raro en que él tomara el control.
Claro que aún tenía que hablar con él, pero confiaba en sus habilidades de persuasión.
Además, Obito tenía otros planes en mente. Sabía que la familia Soma no era la única de la que tenia que encargarse. Había otras familias que potencialmente podrían ser peligrosas. De ahí el hecho de que la familia Loki regresara de su expedición fuera algo que él estaba tomando en cuenta. Tal vez debería contactar con ellos antes de que pasara al revés.
Mientras el sol continuaba ascendiendo, Obito se puso de pie y estiró los brazos. Sabía que tenía mucho trabajo por delante.
Con un paso, su figura parpadeó y saltó encima de los techos, avanzando con agilidad hasta un punto ciego de la ciudad. Allí, su cuerpo fue absorbido por un remolino, desapareciendo sin dejar rastro.
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Otro más.
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