Y mientras ella y algunos vecinos papás de los asistentes, controlaban a los muchachos dentro de la mansión Román con ayuda de don Hermelindo, que ahora la hacía de mayordomo, mesero y guardia de seguridad, junto con las sirvientas, afuera ambas corporaciones policiacas controlaban a la gente que tenía su propia fiesta en el malecón, hileras dobles y hasta triples de autos estacionados en ambos lados del bowlevard de 2 vías, y cada una de 3 carriles, donde ya se contaban por cientos los muchachos y muchachas, que se divertían con la música de aquel disc jockey que junto con las 3 mosquetebrias, le habían sabido dar el toque especial a aquella fiesta disco que a partir de esa noche seria conocida como la tocada de la condesa de Malibrán.
Pasaban de las 3 de la mañana cuando se suscitó uno de los comunes apagones, pero en esa ocasión había sido general, había algo muy raro en ese apagón, porque hasta las luces de los autos se apagaron, y las lejanas embarcaciones que tenían a la vista se dejaron de ver, como si un banco de niebla las hubiera cubierto, así como las de los que estaban estacionados en el frente de la casona, también se dio cuenta que todas las luces de la ciudad se habían apagado, por lo menos hasta donde le alcanzaba la vista, pero algo que venía corriendo entre las penumbras de aquel bowlevard en curva, tan solo iluminado por la luz de la Luna llena en un cielo completamente despejado, llamó su atención, un lujoso carruaje antiguo, jalado por 4 caballos circulaba frenético por las calles viniendo del lado de Veracruz, con dirección a la mansión Román, entre el estruendoso silencio se escuchaba el furioso galopar de los corceles, pero cuando se empezaron a dar cuenta de lo que se acercaba, las voces y gritos de decepción por el apagón de los grupos de muchachos que estaban afuera se fueron apagando también.
Y el malecón quedó en completo silencio, cuando el antiguo carruaje se detuvo precisamente enfrente de la mansión, entre la rumorada de los que estaban afuera que ya no cantaban ni bailaban.
Adelina miraba asombrada al carruaje sin inmutarse.
El carruaje de tipo diligencia era conducido por un par de negros que solamente miraban hacia el frente, sosteniendo férreamente las riendas de los briosos corceles, que caracoleaban y relinchaban impacientes, los muchachos en la parte de adentro de la casona, no se habían dado cuenta de nada y platicaban entre ellos esperando a que la luz regresara para seguir bailando, mientras se acababan su bebida o su cerveza, hasta que en medio de la rumorada proveniente de afuera, entre gritos de mujeres y quejas de los conductores que no podían arrancar sus autos, alguien gritó, desde la terraza.
-¡ES LA CONDESA DE MALIBRÀN, ESTÀ AQUI!
De primera los que estaban abajo se rieron pensando que se trataba de una broma, pero el Queco que era de esos perros inteligentes, que podían convivir con la gente sin ponerse bravo ni nervioso, divirtiéndose al igual porque si le daban bebidas las aceptaba, de repente empezó a ladrar y gruñir desesperado, advirtiendo a los demás de algo; Pamela fue la primera que acudió a ver qué le sucedía, bajándose del escenario y gritó.
-¡UN COCODRILOOO!
Y tomándolo de la correa lo arrastró hacia la casona, mientras el labrador se resistía tratando de enfrentar al lagarto, y así fue cuando empezó el verdadero caos en la fiesta, porque tanto adentro de la mansión como en las calles del malecón, los que no pudieron salir quemando llanta en sus autos porque no arrancaron, tuvieron que huir corriendo, los policías no sabían que hacer y únicamente ayudaban a escapar a los que podían disparando sus armas, aprovechando para escapar ellos aterrados también, porque el bowlevard se empezó a infestar de cocodrilos que parecían salir de todos lados.
Y parecían no recibir daño de sus balas, ya que absorbían el impacto sin sangrar, algunos se subieron a sus camionetas policiacas para dispararles, adentro las chicas y los invitados eran metidos al comedor y a la sala de la mansión, para ponerlos a salvo de los cocodrilos que también parecían salir de todos los rincones en el jardín y aun sin saber que sucedía, los más valientes y aguerridos lograron poner a salvo a todos, hasta al Queco que logró meterse también a la casa y aseguraron las puertas, pero el grito de que el carruaje de la condesa de Malibràn se había estacionado enfrente de la casona ya estaba siendo asimilado, y todos se subieron a la gran terraza principal; Adelina que había permanecido en la terraza mirando de frente y de pie al carruaje cuando Érika; Romaia; Pamela y el Queco llegaron, ebrias y todo también se asustaron al ver a la lujosa diligencia, que parecía esperar algo o a alguien estacionada a medio bowlevard, con los conductores negros mirando al frente y los briosos corceles caracoleando, afuera tan solo quedaban las abarrotadas calles llenas de autos estacionados, y una media docena de policías que valientemente no habían abandonado sus unidades, pero se mantenían trepados y encerrados en las patrullas, para no estar al alcance de las decenas de cocodrilos que los rodeaban, pero ya sin disparar al ver que sus armas eran inútiles.
La puerta del carruaje se abrió dejando a la expectativa a Adelina, a las 3 mosquetebrias, a don Hermelindo y a todos los que habían subido a la terraza, un par de policías brincaron de una patrulla a otra para poder acercarse al carruaje, pero se quedaron petrificados al ver descender a una bella y elegante mujer que se abría paso entre los cocodrilos.
-¡Es la condesa de Malibrán!
Dijo uno de ellos, mientras los demás observaban aterrorizados desde las inmovilizadas patrullas, la elegante mujer que descendió del carruaje, portaba largos guantes blancos, sombrero blanco, y un largo vestido de encajes al estilo victoriano, también blancos, que hacían resaltar muy bien su joyería de oro, con andar elegante y distinguido.
Con la naturalidad propia de una dama de la realeza, se acercó a la acera y miró hacia la casona, de una manera tranquila buscando algo o a alguien entre las personas que estaban en la terraza, mientras a lo lejos se escuchaban gritos y disparos, tal vez de los policías que pretendían regresar a la escena y fue cuando Adelina dijo, rompiendo el silencio, dirigiéndose a la hermosa y elegante mujer que los miraba desde el malecón, al pie de la banqueta.
-¡VETE DE MI CASA MUJER, QUE AQUÍ NADA TIENES QUE HACER!
Grita Adelina desafiante, tomando a las 3 mosquetebrias de las manos, que ya hasta la borrachera se les había bajado, mientras ellas la abrazaban asustadas.
La condesa de Malibrán se quitó el elegante sombrero, que fue recibido por uno de los conductores del carruaje, junto con los guantes, para soltarse el elegante peinado y dejando caer una larga cabellera oscura, le dijo a Adelina, mirándola con siniestra con sus ojos oscuros, pero tan oscuros que ahora ocupaban toda la cuenca, como preparándose para hacer algo, levantó sus brazos, como el preludio de una monstruosa transformación.
-¡Quiero que me perdone!
-¡JUSTICIAAA, JUSTICIAAA, QUE MUERA LA CONDESA DE MALIBRÀN!
Se escuchó otro grito proveniente del lado del malecón que pertenecía a Boca del Rio, mientras la silueta de un jinete siniestro, que con la espada desenvainada asestaba furiosos espadazos a los cocodrilos que pretendían evitar su avanzada, inminente se acercaba, al escucharlo la mujer abordó el carruaje y los cocheros haciendo reparar a los 4 briosos corceles, salieron de estampida para dar la vuelta en el camellón, haciendo derrapar las ruedas de madera de su vehículo, para escapar con rumbo hacia Veracruz, mientras entre los gritos del jinete clamando por venganza, se escucharon los gritos de la mujer pidiendo perdón, repetidas veces.
-¡PERDOON, PERDOON, PERDOON!
El funesto jinete pasó raudo y veloz en frente de la mansión en pos del carruaje que se alejaba hasta que de repente todo terminó, la luz regresó y los cocodrilos desaparecieron, sin dejar el menor rastro de su presencia, las luces de la ciudad y de los autos se encendieron, y los policías que valientemente se quedaron a proteger a las colegialas de la mansión, le pidieron a Adelina que los dejara pasar a revisar la casona, y al no encontrar rastro de las bestias, y corroborar que ninguna de las chicas o invitados estuviera herido, se retiraron, mientras algunos de los chicos que habían estado departiendo en el malecón, lentamente se atrevían a regresar por sus autos para salir huyendo despavoridos, con ganas de olvidar todo lo que había sucedido esa madrugada, en aquella tocada macabra.
-¡Ahora si escuinclas idiotas! ¿Ya ven lo que pasa por jugar con las leyendas? ¡Todas las que vivan aquí a sus habitaciones y las que no a sus casas con sus papás! Y pónganse a rezar en lo que encuentro la manera de que la Condesa no regrese por ninguna de ustedes, y tú Pomelita, te me metes al cuarto con la Pomaia y la Èbrika, a ver si ahora si se les quitan las ganas del Bacacho y de la bailada, y nadie sale de su habitación por lo menos hasta mañana que las pueda llevar a todas a misa.
Dice Adelina, mientras sus empleadas y sus amigas ayudaban a desalojar a los invitados, y a tranquilizar a todas las internas de aquella pensión para señoritas.