El chico llegaba tarde.
En el transporte público podía ver las nubes proclamando la tormenta. El chico llegaría tarde por culpa de su estupidez. Se le había olvidado un libro y regresó a su casa para volver al paradero.
Esto le llevó unos diez minutos, diez minutos que le traerían desgracia.
Llegó a segundos de que tocaran el timbre de la escuela. Con toda la energía que tenía, corrió en dirección a su aula.
Por alguna razón, no había nadie en la escuela, lo cual era raro. El chico revisó su celular. "Jueves, 20 de octubre"
-¿Por qué no hay nadie? – se dijo.
Recorrió toda la escuela, los gatos que siempre estaban en los arbustos se habían esfumado, los lectores en la biblioteca no estaban, inclusive los mosquitos.
Trató de recordar, ¿por qué no hay siquiera un insecto?, ¿quién lo dejó entrar?
Ahí se estremeció, no recordaba que lo hayan revisado su uniforme.
Volvió a la entrada para saber si alguien estaba. No hay nadie.
Para este punto, el chico empezó a asustarse. ¿Dónde?
Escuchó un ruido. Por alguna razón, la vista de la escuela empezó a verse sombría, la inquietud de alguien que te puede observar, lo sentía el chico. ¿Dónde?
El chico revisó de nuevo cada rincón, baños, aulas, prefectura, biblioteca, auditorio, sala de maestros, conserjería, todo. ¿Dónde?
-¿Dónde están todos?, sabes donde- dijo una voz sacada del infierno mismo.
El chico ignoró la voz y siguió buscando a la gente.
Jadeos se escuchaban por doquier. El chico estaba exhausto, pero por lo desesperado que estaba y la adrenalina que se había acumulado, siguió buscando.
Pasaron horas. No había nadie.
El chico empezó a llorar y gritar, totalmente fuera de si. ¿Qué carajos pasaba?
Mientras jalaba su pelo y lloraba con amargura en una esquina. Vio unas piernas, tal vez de una chica por como se veían.
-¿Estas bien?, desde hace rato que estás dando vueltas y gritando- murmuró la chica, dando su mano para levantarlo.
De repente todos aparecieron como si siempre hubieran estado ahí. ¿Qué había pasado?
El chico agarró con fuerza la mano de la chica.
-No eres real, nadie es real, ¡¿QUÉ DIABLOS QUIEREN DE MÍ, HIJOS DE PERRA?!- gritó furioso.
Nadie se movió.
El chico fue atado por unas sombras. Pataleaba, golpeaba y se sacudía. No podía quitarse de encima las sombras que, de alguna parte misteriosa, salieron.
Se quedó inmóvil al poco tiempo, como si las sombras le arrebataran la vida.
"Es el único, ¿verdad?" "Sí, suponemos que por la adrenalina no lo notó" "Pobre, al menos vive"
El chico yacía en un cuarto de hospital, blanco, ceniciento.
Lo único que resaltaba entre el color puro, era el rojo que brotó de su cabeza como una rosa delicada.