El sol apareció entre los cielos, el gran árbol de las hadas desprendía luces como nunca lo había hecho desde que Melisande había nacido y desde hacía ya mucho esto llamó la atención de las hadas ya que el significado de un comportamiento tan particular era sumamente extraño, más, si tenían en cuenta de que esa manera de actuar solo la adoptaba cuando iba a nacer una reina.
Elga meditó. Verum, el hada que fue arrebatada por la noche. Si lo que ellas decían era verdad y las operaciones que iba a mandar Melisande daban como resultado algo positivo, podría generar incluso en algo que desatara el caos, una segunda guerra a escala global.
Daba vueltas entre sus pensamientos. ¿Era prudente lo que estaba haciendo Melisande? Quizá como su mano derecha debía de ayudarla, pero… no quería decir de más, las cosas tendían a torcerse y más cuando se trataban de manipular. No quería ser ella el artífice de un caos, pero, sentía hasta cierto punto que todo aquello no podía terminar de la mejor manera.
Entró al castillo no sin antes devolver su mirada hacia el gran árbol, trató de desviar sus emociones hacia otro lado para poder así enfocarse más en lo que ella necesitaba en esas instancias. Dio un respiro para sí misma y se encaminó hacia la sala en donde estaba Melisande. Las hadas la saludaron con alegría mientras que sus pasos resonaban entre los cristales azulados del castillo y subía uno a uno los escalones.
—¿Qué demonios pensarán las hadas de la Corte de las Rosas al oir la decisión final de Melisande? —Mientras meditaba recordó los Juegos Mágicos—. Y con un evento de tal magnitud a la vuelta de la esquina… ¿Qué diablos quiere realmente Melisande?
Elga llevaba ya muchos años desde que la había conocido y había entablado una relación con ella. La había visto crecer y a pesar de tener tan solo cien años más que ella, le parecía sorprendente la madurez con la que tomaba las riendas de los problemas. Recordó a la reina anterior a Melisande.
—Melisande… espero poder enmendar parte de mis errores. No puedo permitir que pasé una tragedia como la de hace ciento ochenta años.
Al acercarse a la puerta pudo sentir como su corazón daba tumbos, no sabía en que punto las cosas podían torcer su brazo y revelar para ella el destino idealizado que había sido ya escrito desde hace muchos años. ¿Es el destino fijo? ¿Podía ella modificar las sombras para borrarlas de una vez por todas?
Respiró, sus pensamientos habían sido cortados por voces que provenían de la sala del trono.
—no puedo creer que nos haya citado en horas tan tempranas.
—yo tengo mucho trabajo, las hadas del rocío deben de ser vigiladas constantemente.
—el lidiar con las hadas es algo que me estresa, pero… supongo que no hay de otra, es para lo que nacimos, para mantenerlas al margen.
—correcto, pero hasta cierto punto es cansado el tener que escuchar problemas tras problemas, papeleos enormes y planificaciones rigurosas.
—eso es verdad, más teniendo en cuenta de que los juegos mágicos están prontos a celebrarse.
—también debemos de rendir cuentas sobre eso a Melisande.
—es una tortura hasta cierto punto el tener que viajar tanto solo para ver a la reina.
—No puede ser…
Abrió las enormes puertas de cristal y la luz reflejó para ella lo que ya se temía. No había duda alguna… la Corte de las Rosas estaba ya en la sala del trono.
Las seis hadas presentes guardaron silencio por unos momentos, estaban acompañadas por sus consejeras que cargaban con todo el papeleo que debían de presentarle a la reina aquella mañana.
—Buenos sean los días para ustedes Corte de las Rosas.
—Todavía no conviene hablar de eso.
—¿A qué se debe? —Elga estaba extrañada ante las palabras de Náyade.
—Falta una, la señorita Lynphea. Pero supongo que cree que vale más que todas por ser… —Se quedó pensativa unos momentos y contempló a Elga con aquellos ojos azules que despertaban en ella cierta tranquilidad, si podía verlo de ese modo.
—¿La llama del día?
Náyade observó a Titania quien jugaba con sus cabellos naranjas y contemplaba sentada a sus amigas.
—Correcto, aunque ella olvida que la luz es eclipsada por las lunas.
—La señorita cree que por ser la que rige la región de Feikari puede llegar a la hora que le dé la gana.
—Melisande no ha llegado, es algo inusual de ella. ¿Sabes el porqué de su llegada tardía Elga? —Nébula cruzó sus brazos, su cabello color noche caía hasta sus talones y las flores y enredaderas que esta tenía resplandecían entre la luz mañanera que se colaba por toda la sala.
—La verdad no…
Las puertas se abrieron y de ellas salió una luz penetrante que obligó a todas las presentes a cubrir sus ojos ya que el resplandor golpeaba con fuerza todas las zonas de aquella sala.
—Disculpen la demora.
Lynphea entró vistiendo uno de sus atuendos más elegantes, su cabello rojo parecía estar encendido y sus ojos púrpuras brillaban como lo hacía el carbón encendido por las violentas llamas que lo consumían. Sus pechos se alzaban junto con su figura arrogante. A su lado, un hada del tamaño de una niña de tan solo cinco años se asomaba, llevaba al igual que las demás consejeras papeles y una pluma para apuntar lo más importante.
—Por fin llegas.
—¿No crees que debes a todas unas explicaciones?
—Por favor Nébula… ¿Acaso eres Melisande para darme órdenes?
—Cuida tu lengua Lynphea.
—¿Me harás morder el suelo Nébula? No eres Melisande.
—No, pero… por el respeto a la rein…
Lynphea vio al hada que estaba a la par de Titania. Tímida y de semblante frágil, su cabello gris caía hasta su cintura y vestía elegantemente.
—Habla cuando se te de la palabra. Recuerda que eres solo una simple consejera. No más, no menos.
El hada bajó la cabeza y se quedó al lado de su señora Titania quien no dijo nada.
—A todo esto… ¿Dónde está Melisande?
—Eso nos lo estaba por aclarar Elga.
—Aunque me parece increíble que ella nos haga esperarla.
—Melisande debería de habernos dado la bienvenida. No estas puertas y la sala vacía.
—Muchas viajamos miles de kilómetros para estar en la capital, me parece una falta de respeto por parte de ella
Lynphea observó a Elga.
—No sé por qué la reina Melisande no ha llegado. Ella me dijo que… que las estaría esperando. Se supone que hoy era una reunión muy importante
—¿Y si es algo tan importante por qué no ha llegado?
—Ella no nos hace citar en estas fechas, todo se resuelve por videollamadas o correos, la planificación de los grandes juegos mágicos se suele hacer por delegadas que mandamos.
—Cierto, ella solo nos hace venir a la capital una vez al año y es para rendirle cuentas. Debe de pasar algo fuera de lo que se conozca o algún problema para que nos cite.
—¿Melisande tener problemas? Todas sabemos bien que ella nunca ha tenido problemas. Desde que se sienta en el trono a los siete años. ¿Lidiar con las hadas de más baja jerarquía social? Por favor, eso no es un problema para ella. Incluso si cayera un meteorito no nos llamaría.
—Por protocolo y reglamento debería.
—Si, pero la hemos visto asesinar a dos gusanos gigantes. Las cazadoras de la ciudad del sol los cazan en grupos de cincuenta, incluso cien, cada una de ellas vale por diez soldados… y ella sola asesinó a dos, solo porque se le pusieron en su camino. Ella solo alzó su brazo— Titania señaló a las presentes—, todas lo vimos. Su sangre se catapultó hacia uno de los gusanos y los asesinó al instante.
—Y esos animales miden más de cuatrocientos metros de longitud. Y los mató sin esfuerzo.
—Melisande dice tener problemas, pero todas aquí sabemos la verdad. Así que… mi querida Elga—La sombra de Lynphea cubrió a Elga quien, por su tamaño no pudo huir de aquella puesta—. Pasas pegada a ella como una cría de cierva a su madre y no sabes el…
Unos pasos empezaron a resonar…
Un escalofrío recorrió los nervios de todas, el tiempo parecía detenerse y Elga volteó su mirada hacia la puerta. Aquellos sonidos eran los de un hada caminando, cierto, pero… algo más acompañaba esos pasos, era un báculo. Ese inconfundible sonido que solo podía producirlo una sola cosa.
—Llegó—Musitó Lynphea.
—¿Hace cuanto que ella está escuchándonos? —Helasia tuvo un escalofrío que recorrió su cuerpo con la misma velocidad con la que una cabeza de agua arrasa todo por una montaña.
Sus nervios se alteraron y una gota de sudor recorrió su frente.
Los pasos se hacían más fuertes y desde aquella distancia todas las presentes podían sentir el aura de Melisande intensificarse más. Algunas empezaban a sudar frio y sabían bien lo que les podía aguardar. El báculo sonaba y hacía rebotar su sonido con la misma elegancia con la que las bailarinas de valed hacían sus danzas.
Las puertas se abrieron y casi por un instinto, todas las hadas se postraron hacia los suelos cristalinos que se bañaban de los tonos azules que el cielo regalaba para ellas.
Melisande entró en la sala con una gran sonrisa. Llevaba vestiduras blancas, su cabello estaba atado por flores que caían sobre sus hebras color crema y la alegría de su rostro era alumbrado por el sol.
—Vaya, vaya, con que ya están todas reunidas—Dio una risa para sí misma—. Me alegra que sean puntuales señoritas.
—Mi reina Melisande
Las siete hadas de la Corte de las Rosas hablaron al unísono mientras postraban sus rostros en pos de su reina.
—Buenos días señoritas.
Melisande pasó en el medio de la sala y subió uno a uno los escalones hasta su gran trono de cristal. Las hadas presentes podían sentir y oír cada uno de sus pasos hasta el trono y el sudor golpeaba los suelos, rompiendo con el silencio que se había generado.
Melisande tocó el respaldar del trono, dio un respiro. El trono era majestuoso, como lo debía ser para una reina de las hadas como ella. Sin embargo, de cierta manera odiaba el tener que estar en él. Los cristales del mismo se lograban teñir en sus puntas del color de la mañana, pero… para ella era similar a una rosa con espinas, no podía vislumbrar en su mundo algo más horrible que el tener que estar en ese lugar. Con la elegancia que la caracterizaba tomó asiento y cruzó sus piernas.
—Pueden levantar las cabezas señoritas.
Elga levantó su cabeza y caminó hasta situarse en la parte derecha del gran trono.
—Mi señora.
Nébula alzó la cabeza y con cierto cuidado caminó lentamente mientras la sombra que creaba el trono la bañaba, cubriéndola como las alas de un ave con sus polluelos. El sudor le recorría la frente, pero de cierta manera sabía que quien tenía al frente era quizá una de las personas más sensatas que había conocido nunca. Una diplomática por excelencia.
Sientes como tu corazón golpea tu pecho y de cierta manera estás impaciente. Observas las escaleras y al alzar tu mirada puedes ver a aquella mujer, al hada que tienes por reina. Su figura ensombrecida por el trono se abalanza sobre tu cuerpo y aquella mirada carmesí te desnuda. Sabes perfectamente que ella es ciega, pero… aun teniendo eso en tu mente, puedes ver como esos ojos brillan y posan su vista en tu alma. Te llega un escalofrío y haces lo posible por no perder la compostura, desvías tu mirada hacia los brazos de tu reina, sus muñecas cubiertas por brazaletes de oro esconden la razón verdadera de tu estado y decides no pensar más en ello. Haces una reverencia nuevamente, pero esta vez no postras tu cuerpo hacia los suelos y vuelves a contemplarla directamente a la cara con rapidez. Respiras hondo y calmas tu cuerpo.
—Creo que a todas nos tiene muy deseosas de saber lo que tiene para nosotras. ¿A qué se debe esta misiva mi señora?
Melisande apoyó su cabeza en su mano derecha y ladeó con la mirada a todas las presentes. Las enormes alas de Melisande se extendían hasta sobresalir del trono y mantenía su mente pensativa.
—Mis queridas señoritas—Volteó su mirada a la derecha—. ¿Qué es lo que hay a nuestra derecha?
Las demás voltearon su rostro.
—Los… los cuadros de cada una de las reinas que hemos tenido mi señora.
—Correcto Zelathia. Y… ¿Pueden decirme cuales son las primeras dos reinas?
—La primera reina fue Melusina… y la segunda fue Verum. U… una luchó en la primer gran guerra y la otra desapareció sin dejar rastro, algunas leyendas dicen que el sol la arrebató en una carrosa de fuego.
—Es correcto. Me alegra saber que saben de la historia.
—Mi señora, sin la historia no se puede vivir, es un placer para nosotras contar con el conocimiento para poder responderle cuando sea.
Melisande dio un respiro y subió su mirada hacia el techo. ¿Era prudente decirles lo que Calai y Tera habían soltado para ellas? No sabía si lo que ellas habían dicho era cierto, siquiera había visto a una humana antes. ¿Cómo podrían tomarse esa noticia? De cierta manera sabía que las piezas podían encajar, aunque los misterios que rodeaban a Verum eran simplemente muchos y el solo pensar para dar teorías que pudieran explicar las razones de su estadía la hacían cansarse, eran muchas las piezas que faltaban en el rompecabezas como para que ella pudiera en ese momento aclarar todas las posibles dudas.
—El hada que fue arrebatada por el cielo.
La corte la observó mientras Elga solo se limitaba a bajar la cabeza.
—Lo dirá— Observaba sus pies mientras sus pensamientos se movían con libertad por su cabeza—. Que los Dioses nos amparen.
—¿Qué tan seguras estamos de que realmente desapareció?
—¿A qué se refiere mi señora? —Lynphea se acercó levemente al trono.
—¿Qué sucedería si yo les dijera que Verum aún está entre nosotras?
Náyade se acercó hasta el trono y se colocó a la izquierda de Nébula.
—Mi señora, con el respeto que usted merece. Creo que eso es… una manera de pensar un poco apresurada. Verum murió hace siglos, veinte años después de que la primer gran reina de las hadas muriera. Sugerir que ella está con vida seria…
—Una gran mancha en lo que es nuestra historia. Lo sé.
—¿A qué se debe que piense eso?
—Hace poco tuvimos unos percances en el bosque, ya deben estar enteradas de eso.
—Desde luego si señora, pero eso fue un incendio provocado por un rayo. ¿Por qué deberíamos asustarnos y qué relación tiene todo esto con Verum?
—Resulta que el informe que mandé fue falso. Le dije a Elga y las presentes que no abrieran su boca ya que era un tema delicado.
—¿Y cuál es la verdad entonces mi señora? Si no fue un rayo que quemó el bosque… ¿Qué lo provocó?
Melisande golpeaba el respaldar con su mano y mantenía la misma mirada hacia todas las hadas.
—Fue una humana de raza pura llamada Calai.
El silencio se prolongó por toda la sala y las hadas de la Corte se observaban confusas.
—Perdone usted mi señora, pero… ¿Acaso dijo una humana de raza pura?
Melisande desvió su mirada hacia la derecha
—Si, hay una humana de raza pura entre nosotras.
—¿Los humanos de raza pura no estaban extintos?
—Eso creía mis niñas… pero al parecer todavía queda una.
Lynphea dio un paso al frente y dejó que la sombra del trono la bañara. Sus cabellos se movían con la elegancia digna de solo un hada como ella y observó directamente a Melisande.
—¿No cree que era importante no ocultar una información tan puntual?
Las demás hadas la observaron con cierto asombro y miedo, aunque al verla con detenimiento podían verse algunas gotas de sudor recorrer su frente y rodar hasta su barbilla.
—Si… sé que no fue lo mejor, pero… —Observó a Elga—. Dadas las circunstancias debimos ocultar la información hasta estar seguras.
—¿Seguras de qué mi señora?
Melisande observó directamente a Lynphea
—Podía ser una espía.
—Po… por cierto mi señora— Náyade se acercó tímidamente e hizo una reverencia—. ¿Las entradas no habían sido selladas desde hace ya ciento ochenta años?
—Cierto—Nébula observó pensativa el techo—. Todas las entradas a las tierras bajas fueron selladas, de modo que nadie podía subir o bajar.
—¿De ser así como una humana pudo hacerlo?
—Mi reyna… ¿Qué más podemos saber sobre esa humana llamada Calai?
Melisande dio un respiro, sabía que ese era solo la punta del iceberg y debía esperar a ver la reacción de todas.
—Es solo una niña de tan solo diez años. Tiene un cabello blanco y ojos color armiño y vino acompañada de una de las actuales humanas, una Humanika. Se llama Tera y tiene dieciséis. Las dos llegaron y ocasionaron un desastre muy grande. Aunque ese es el menor de nuestros problemas.
—¿Cómo llegaron?
—¿Cómo que el menor de los problemas?
Melisande presentía que algo así podía pasar y odiaba de cierta manera el tener que dar explicaciones largas, consumía su mente y la cansaban emocionalmente.
—Señoritas, ruego que tengan paciencia y dejen que nuestra reina hable y explique mejor la situación.
Las hadas guardaron silencio al instante y el sudor volvió a recorrerles la frente.
—Al parecer el héroe de guerra Celgris las ayudó. Con respecto a los problemas… —Las observó y su semblante se había ennegrecido un poco, haciendo que su aura golpeara e hiciera más acto de presencia en la sala—. Al parecer puede usar magia y antes de que hablen déjenme explicarles la situación. Odio que hagan preguntas.
Melisande usó su báculo y de este una luz brilló con fuerza, haciendo que los haces de luz bailaran con sus ojos carmesí y dieran para ellas una imagen holográfica que mostraba a la infanta. Los daños causados, el gran incendio que se abalanzó sobre los bosques y dejó tras de si la estela de lo que una vez fue un lugar donde los árboles reunían el conocimiento de las eras, hoy convertido en un sencillo y vil cenicero.
—Ella es Calai y los acontecimientos que sucedieron. Cuando la vi por primera vez pude ver que lo que me habían dicho era cierto, podía usar magia. Al parecer ella pose la capacidad de dilatar los puntos de aura y fue la responsable de este caos.
—Imposible— Lynphea bisbiseó.
—Pero lo que no entendemos es que ella tiene una cantidad de magia que sobrepasa la media… y lo peor es… que hay algo que no me gusta.
—Mi señora— Elga interrumpió de la forma más cortés posible— ¿Puedo hacerle una pregunta? Se que las odia, pero creo que es de vital importancia para esta reunión.
—¿De qué se trata Elga?
—En todos los años que tengo de conocerla solo la he visto asustada dos veces. ¿Qué fue lo que asustó tanto a mi reina… cuando observó el interior de Calai?
La Corte de las Rosas quedó sin aliento y sus miradas temblaban ante las palabras de Elga. Solo una vez habían visto a Melisande temer y fue por su propio poder, no era siquiera a los monstruos que merodeaban las zonas. ¿Qué debía de tener una humana que pudiera asustar a Melisande?
—Al parecer te diste cuenta…
Se sentía decepcionada, parecía que sus mentiras no podían prosperar ante los ojos de aquella hada que hablaba de forma calmada, sin siquiera dirigir su mirada a la suya.
—Su semblante nunca miente mi señora.
La Corte de las Rosas quería hablar… muchas querían, pero el miedo se apoderaba de ellas y el sudor golpeaba los suelos con más consistencia.
—La energía que esa niña desprendía… no era mortal.
Nébula se desplomó a los suelos y observó a Melisande.
—¿Q… qué significa eso mi señora?
Melisande dio otra vuelta a sus ojos y recordó bien ese día. El aura de Calai era la de un ser vivo, pero a su vez estaba muerto, el color del aura solo podía ser de un demonio, pero a su vez vislumbraba algo hermoso que brillaba en ella.
—Que ella probablemente no es humana. Jamás un ser vivo podía tener un aura asociada con los demonios.
—M… mi… mi señora.
—Dime Titania
—Pero la reina Verum… se dice que ella podía usar magia demoníaca estando vivía.
Melisande se llevó la mano al mentón y dejó que su báculo cortara las imágenes que se habían recopilado del caso.
—Eso significa que esa niña es un peligro.
—¡Hay que matarla!
Las demás observaron a Lynphea.
—Pero… es una niña.
—¿A quién le importa? Es un peligro para nuestra soci…
—Me importa a mí.
Los ojos de Lymphea observaron con miedo a Melisande; quien había golpeado su báculo haciendo que el sonido de este se extendiera por toda la sala.
—Mi señora…
—¿Insinúas que ella puede matarme?
La sonrisa plasmada en su rostro hizo que un escalofrío enorme recorriera su cuerpo y abalanzara sobre ella el impulso del sentimiento original que se había apoderado de su alma.
—N… no mi señora— Se postró a sus pies—. Pero… ¿No cree que es una bomba de tiempo?
—De ella me voy a encargar yo. Ustedes actuarán con amabilidad. La vamos a invitar a los juegos mágicos. Hasta entonces tienen prohibido verla.
Nébula se acercó al trono.
—Mi señora ¿Qué planes tiene para esa niña?
Melisande se llevó la mano al mentón y meditó mientras Corte la observaba. ¿Qué debía hacer con la niña? Si quería que usara magia nuevamente para poder medir el poder que poseía debía convencerla y si bien sabía como podía hacerlo debía actuar con cautela y cuidado, no era prudente incluso para alguien como ella hablar y adelantar pasos cuando apenas estaba formando la base de su planificación.
—Lo platicaremos en su momento señoritas. Hay un asunto que me tiene más preocupada que la humana.
Elga dio un respiro y cerró sus ojos.
—Cuando ellas legaron soltaron algo que no lo creí en su momento, pero… —Las señaló a todas mientras sus ojos carmesíes brillaban—Tienen mucha coherencia con lo que estamos viviendo hoy en día.
Las Hadas observaban confusas a Melisande.
—No por nada les dije lo de Verum….
Melisande se recostó en su mano y sus alas se sacudieron, provocando que la sombra que proyectaba bañara a todas las hadas.
—Verum al parecer está con vida.
El silencio sepulcral bailaba con elegancia, el sudor había sido suprimido y solo as bocas mudas de todas tocaban a balaba sobre la cual el silencio movía sus vestidos con la elegancia que los caracterizaba. Incluso las hadas consejeras de cada una de las integrantes de la corte quedaron mudas.
—Y no solo está con vida, sino que si lo que ellas dicen es verdad… Ella está gobernando Edén. Dio un golpe de estado y lo que más me sorprendió es que la joven llamada Tera reconoció a Verum solo con ver el retrato que tenemos de ella.
La serenidad de Melisande era enfermiza en muchos puntos y la calma con la que había abordado el tema golpeó con fuerza a las hadas; quienes no podían argumentar o dar una respuesta a su reina.
—Eso mis niñas, explicaría las razones del porqué madre está actuando de una forma tan peculiar. Desde hace años actúa como si un hada reina fuera a nacer y sabemos que es imposible. No pueden existir dos reinas hadas ya que… de nacer o pasar dicha posibilidad…
—Ambas deben luchar a muerte.
Melisande observó a Elga.
—Corte de las Rosas. Esa información no solo pone en alerta nuestro reino, sino a su reina y nuestra historia.
Lynphea golpeó el suelo con fuerza.
—Malditos sean los humanos…
—Lynphea —Nébula se acercó hacia ella.
—Después de todo… fuimos engañadas durante casi mil años, durante un milenio— Observó a Melisande—. Mi señora… si la información es verídica sugiero que declaremos un ultimátum de guerra y marchemos hacia las tierras superiores. ¡No podemos permitir que hayan manchado e insultado nuestra historia de la manera en la que lo hicie…!
El báculo volvió a sonar y Melisande dio un respiro.
—No se precipiten. No podemos declarar una guerra hasta corroborar que la información es verídica. Además… esto traería muchos problemas ya que desataría otra guerra a escala global. Debemos priorizar la información y la diplomacia.
—Elga tiene razón. No creo que debamos hacer un genocidio antes de saber bien los detalles. Enviaremos espías a las naciones a corroborar la información. Hasta entonces, tienen terminantemente prohibido hacer algo.
—S… si me permiten. Creo tener una idea de lo que podemos…
Lynphea observó a una de las hadas consejeras acercarse tímidamente hacia el trono y arremetió con su mirada. El hada, de frágil semblante, lentes y cabello recogido solo observó con miedo a Lynphea
—¡No se te ha permitido hablar! Guarda tus palabras y vuelve a tu lugar hada.
El báculo volvió a resonar por la sala.
—Silencio Lynphea—Observó al hada con dulzura—. Me interesa lo que ella tiene que decir. Parece que alguien por lo menos en esta sala si vino a trabajar así que cierra la boca.
Aquella Hada tragó saliva y se adentró a la sombra generada por el trono mientras observaba el sudor que recorría la frente de Lynphea.
—Y… yo creo que podemos… brindarles educación a las dos humanas y hacerlas parte de nuestra cultura, así podremos estudiar mejor a la humana que puede usar magia. Hay maestras excelentes especializadas en el uso y estudio de la magia, así como la enseñanza de la misma. Si nos comportamos de forma hostil podríamos hacer que esa humana detone esa magia y solo las Diosas saben de lo que esa niña es capaz de hacer.
—Propones que la convenza de usar magia…
El hada asintió con la cabeza.
—Elga.
—Si mi señora.
—Cuando las niñas estén recuperadas llévalas por la capital y enséñales los lugares más emblemáticos.
El temor en los ojos de aquella hada se vio desintegrado por unos momentos.
—Me gusta que alguien en esta sala proponga buenas ideas. Por cierto… Tu nombre…
—A si… emmm. Yo… yo soy Felicia.
Los ojos de Melisande parecían escudriñar su alma.
—Tienes más agallas de las que creí para una simple hada consejera. Me agrada eso. Tomaremos tu consejo. Del resto me encargaré yo.
Nébula se acercó al trono y observó a su señora.
—Mi reina… ¿Qué haremos con el tema de Verum? ¿Quién será la que tenga el honor de servirle?
Melisande pensó más a profundidad, aunque de cierta manera, si bien sabía que el ejército estaba bien repartido entre las provincias, sabía con exactitud quienes eran las que producían a las hadas más inteligentes en el área de espionaje. Si, solo había un hada capaz de llevar a cabo la misión para poder recabar información de ese calibre.
—Nébula, creo que no hay hada más capaz que otra sino— Le apuntó con su báculo y su expresión vislumbraba entre aquella mirada carmesí una sonrisa que hacía de faro entre la sombra que la bañaba—. Así que espero buenos resultados de la operación.
Nébula bajó su cabeza.
—Mil gracias mi señora, le aseguro que no se arrepentirá. Es un honor profundo el ser seleccionada para una tarea tan compleja como esta.
—Mi señora… ¿Qué haremos el resto?
—Quiero que busquen en los libros de historia, cualquier indicio de Verum nos puede ayudar. No podemos permitirnos obnubilar por este panorama. Debemos actuar con la cabeza fría para poder tener los mejores resultados, además, recuerden que "Los Juegos Mágicos" Están muy cerca y debemos hacer que sean perfectos. Calai va a estar en ellos después de todo y lo más probable es que ella se reúse a usar magia.
—¿Cómo la vamos a convencer?
—Eso no es de su incumbencia, yo dije que me haría cargo de las niñas.
Golpeó el báculo tres veces y todas las presentes se pusieron en una fila hacia la salida de la sala.
—Espero ver resultados para la próxima vez que las llame. Saben bien que odio que me fallen.
Melisande bajó uno a uno los escalones del trono. Ella, más que ninguna otra pudo respirar al dejarlo, aunque sabía, que fuera de esas puertas no había sino problemas que podían escalar en lo que quizá Elga más temía.
Nota del autor
Lamento mucho haberme ido por tanto tiempo, estuve pasando por una depresión que me alejó de lo que más amo. Muchas gracias por seguir mi novela, la verdad no esperé que a tanta gente le gustara.