Rhina y Nana se habían despertado pronto aquella mañana, más de lo usual. Tenían muchas tareas que atender en el convento y en el pueblo. Muchos pacientes dependían de ellas. Había sido una mañana ajetreada, orando, machacando hierbas, haciendo infusiones y pomadas, tratando a los niños del orfanato que estaba bajo la tutela del convento, etc.
Por eso, para Rhina el largo paseo hasta el bosque para recoger hierbas y raíces venía como una bendición, un más que deseado descanso.
Tomando a Nana del brazo, y sujetando en la mano su saco de hierbas, Rhina emprendió el camino hacia el bosque.
El día era espléndido. El cielo brillaba cerúleo sin pudor y el canto de los pájaros envolvía de música al pueblo, una joya olvidada entre escarpadas montañas.
Nana hablaba y hablaba, tan parlanchina como siempre, mientras Rhina adoraba el mundo con sus ojos.
Entrando en el bosque, las mujeres se separaron para así poder evitar las piedras y raíces que surcaban la tierra y que representaban una amenaza para los pies de ambas.
- Nana, ten cuidado y presta atención. Tú ve a buscar setas Rocum y raíz del Emperador.
Yo iré por aquí - dijo Rhina señalando en la dirección contraria a la que iría Nana- y buscaré flores de Añil y musgo rojo. Presta atención por si te llamo y te cuidado no tropieces y te caigas.
Nana asintió huraña ante el sutil recordatorio de su avanzada edad. Con pasos tranquilos se adentró en el bosque, por donde Rhina le había dicho.
Rhina se quedó observándola un rato, hasta que Nana desapareció de su vista y con un suspiro divertida, Rhina tomó el otro camino y se dispuso a buscar las flores.
Fue recorriendo a pasitos una buena parte del bosque, buscando aquellas hermosas y delicadas florecitas que tan útiles eran para calmar el dolor.
El tiempo fue pasando y el Sol se fue poniendo y sólo cuando la bolsa de hierbas estuvo llena de flores y musgo, Rhina levantó el rostro y miró el cielo, percatándose de lo tarde que era.
"Para cuando lleguemos al convento, habrá oscurecido" pensó ella lamentándose haber perdido la noción del tiempo.
Volvió sobre sus pasos, recorriendo aquel tan conocido camino, preguntándose "¿Habrá Nana terminado? ¿Estará esperándome, sentada en algún tronco y quejándose del dolor de pies?"
Sonrió sin poder evitarlo. Su dulce Nana, tan anciana ya, y tan determinada a no dejarse vencer por el tiempo.
Acercándose a la entrada del bosque, donde se separaron al principio, Rhina empezó a decir:
- Nana, ¿has terminado ya?
Pero no hubo respuesta. Rhina extrañada, volvió a preguntar:
- ¿Nana? ¿Dónde estás?
Rhina abrió bien las orejas, intentando percibir cualquier débil respuesta. Nada.
Solo silencio.
Rhina se percató entonces de qué ya ni siquiera se oía el cantar de los pájaros.
Solo un silencio mudo y tenso.
Su corazón empezó a latir desenfrenado, sintiendo el peligro acercarse.
"Algo no anda bien" pensó ella mientras buscaba a Nana con la mirada.
Asomándose detrás de un gran tronco muerto para buscar a Nana, Rhina sintió un escalofrío bajarle por la espina y un sudor frío recorriendole la espalda.
Los pelos de la nuca se le erizaron cuando presintió el peligro.
Unas manos fuertes y grandes la apresaron y le colocaron un saco encima de la cabeza.
Rhina se retorció y chilló desesperada por ser liberada, pero el hombre la inmovilizó sobre su ancho hombro y la mantuvo allí, colgando como un saco de patatas, mientras recorría con pasos firmes el bosque.
Rhina intentó memorizar la dirección que tomaban pero su cabeza se balanceaba de un lado a otro con cada paso que aquel intruso daba, impidiéndole centrar su atención en nada que no fueran las náuseas que sentía.
Rhina rezó en silencio para que Nana estuviera bien.
El hombre se detuvo tras lo que Rhina sintió como toda una eternidad y el molesto zarandeo terminó.
Rhina suspiró aliviada por el cese de sus náuseas hasta que fue depositada en el duro suelo del bosque sin mucho cuidado.
Se oían voces desconocidas y Rhina se congeló, aterrada.
"Van a compartirme y a matarme después" pensó mientras los dientes empezaron a castañearle.
Oyó el crujido de la hierba fresca bajo los pies de alguien que se acercaba a ella y no pudo más que agarrarse firmemente la falda para evitar mostrar el terror que sentía. "Lo peor está por llegar" se recordó mientras aguantaba las ganas de huir, de echar a correr en cualquier dirección con tal de alejarse de aquellos desconocidos.
Los pasos se detuvieron a centímetros de ella y Rhina pensó que se desmayaría cuando sintió el aliento cálido de aquel bruto colarse a través de su ropa.
Sintió una mano acercarse a ella y Rhina no pudo evitar rezar en silencio para que su sufrimiento no durara mucho.
La mano de aquel hombre se dirigió hacia su cabeza y de un movimiento, le quitó el saco con el que habían cubierto su rostro.
La confusión pareció apoderarse de todos aquellos hombres que Rhina no podía ver cuando el saco voló de su cabeza.
- Riftan, ¿por qué demonios le has puesto dos sacos en la cabeza?