…En cierta forma, en la piel,
se nos quedó grabada la transformación
como aventureros de la vida,
para así volver adonde
la infancia nos marcó,
la finalización de un siglo nos unió
y el comienzo de otro
nos enlazo para toda la vida.
Donde la tranquilidad reinaba
y el sollozo atardecer no existía.
Donde las raíces de los arboles
se ayudaban entre sí para fortalecerse
y asi, de tanto en tanto,
ayudarse a crecer más fuerte e inquebrantable.
Volvimos, eso nos dijimos
con una mirada penetrante de complicidad
y una sonrisa amuecada
de tanta plena felicidad.
Esa niña adulta que se había ido
a explorar nuevos horizontes
volvía hecha toda una señora.
Y de esa manera la miraba al despertar,
no queriendo dejar de soñar
y a través de sus celestiales ojos
siempre en mi sofá color café
estaba recordando huellas de nuestro corazón.