Lia… Querida hija mía, en esta vida habrá un gran cambio que te hará convertirte en otro ser, pero te prometo… que la felicidad en tu existencia nunca escaseara.
—Es cierto, todos escaparon — miraba algo decaída el campamento en ruinas, luego de que saqueadores aparecieran de la nada en plena noche estrellada y atacara el campamento que le había recibido con sinceridad y le había enseñado sobre la vida en el árido continente.
—¡Oh! No… no logre decirle que mi nombre era Lia… —se lamentaba puesto que recordó su nombre esa misma noche y deseaba que recordaran su nombre, ya que habían sido una buena amistad con ella, así que con dificultad se levantó algo adolorida por la caída desde el caballo tras caerse entre los matorrales secos que la camuflaron y fue la única dejada atrás, que con su triste rostro siguió los concejos de sus anteriores amistades y recorrió el piso con los cadáveres de los maleantes tan robustos que se mezclaban con los de la caravana, que con dificultad los movió, ya que sus cuerpos inmensos no eran posible levantar por el diminuto cuerpo, así que les quito lo que sea de valor o que brillara para enterrar lo más grande con piedras y las monedas enredarlas en su cabello.
—Que la vida que fue arrebatada inesperadamente… descanse en el sueño eterno —susurraba sin saber cuando o donde había aprendido lo anterior, pero su cuerpo recordaba la postura de sus manos y la reverencia junto con el balbuceo de sus labios.
Tomando todo lo utilizable, hizo un bolso con las telas esparcidas en las arenas, avanzo por el lugar envuelto de trapos sobrantes mientras comía los frutos secos llenos de suciedad. Caminando hasta que se desplomó, despertó por los buitres que la picoteaban la cabeza hasta sangrar, qué desesperada los ahuyento ante el miedo de ser aún más lastimada, algo que le ayudo a darse cuanta que alguien se acercaba y seguramente no sería bueno que una joven dama fuera encontrado en medio de la nada, ya que no tendría la misma coincidencia de antes como tener la buena compañía tan agradable de la caravana.
Ocultándose detrás de una arenosa roca, observo que el hombre era un solitario bandido en busca de su presa, así que en silencio hacía cada concejo que la más joven, hija del líder de la caravana, le había dicho «los hombres solitarios son los más peligrosos, están desesperados por comerse a una mujer y hay que evitarlo» había escuchado atentamente mientras limpiaba los utensilios de cocina que habían ocupado en la comida de todo el campamento.
«Hacerse la muerta» concluía una vez más. Se camuflo con arena, dejando que los grandes pájaros le picotearan y debía aguantarse los gemidos de dolor, ya que el bandido era un demonio de segunda categoría y eran de los más peligrosos a comparación que uno de aspecto común.
Pasando el sujeto, espero a que desapareciera de su visión para caminar entre las rocas arenosas, quedándose exhausta, por lo que sin fuerzas se escondió del ardiente sol en una carroza destruida apartada del camino, así que atardeciendo se apresuró a llegar a la pequeña ciudad y encontrar algo de comer.
—Véndame eso…— apuntaba algo indecisa de la fruta que era negra, pero había visto comerla en la caravana y asumía que era deliciosa.
—Son 3 monedas de cobre — mostraba con sus dedos y ella apuntó al letrero que estaba más abajo.
—Aquí dice 2 monedas de cobre — indico y la señora robusta se rio falsamente.
Suspirando levemente, agradecía en sus pensamientos a la testaruda amiga que le obligo a leer cuentos infantiles mientras aprendía del mundo y enterarse de que era una humana.
—Solo quería probar tu inteligencia pequeña criatura —alababa a la joven que entrego el dinero y saco la fruta con rapidez, ya que sentía la curiosidad y codicia en sus ojos que le miraban fijamente, algo que le hizo recordar a los hombres que la habían visto junto a su grupo anterior y la codiciaban al notar que era una humana como en los cuentos infantiles.
«No está tan mala» saboreo la fruta con rapidez ante el hambre que tenía hace mucho.
Durmiendo en un callejón sentía susurros a su alrededor y cuando escucho la palabra humana se despertó de golpe, notando que estaban a punto de tocarla y elevar la tela que ocultaba su rostro.
—Ahhhh!!— Gritaba asustando a los hombres que notaron su belleza debajo de esa suciedad que no opacaba su rostro.
Apresurada, corría a todo pulmón por los pasajes que desconocía y seguramente estaba dando vueltas en círculo, pero de alguna manera llego a la entrada de la ciudad por donde entro y se escondió en una pequeña cuerva entre las rocas y espero a que los sonidos de pasos se detuvieran mientras se quedó dormida del cansancio antes de notarlo.
Despertando en su nuevo día, salía de su escondite dentro del hueco de un árbol que sorprendida miraba con miedo la araña que estaba en su mano y espero a que avanzara hasta la salida del tronco y se escondiera en la arena. Una vez afuera comenzó a sentir la brisa matutina, le hacía temblar del frío en la árida tierra de los marginados o más bien conocida como inframundo.
—Uahh — bostezaba. Levantando los brazos lentamente y suspiraba relajada, luego de que la noche anterior entre sueño recordaba que los humanos no pueden ser contrabandeados como esclavos o la pena de muerte será su final, por lo que salió a la ciudad más calmada, pero al dar un par de pasos en la árida tierra, escucho a los pocos segundos unos pasos y sin darse cuenta ya había sido capturada por los contrabandistas que esclavizaban cualquier criatura que se les pasaba por delante y esperaron a que saliera de su escondite desde hace horas.
—¡No! Déjenme, ¡soy una humana! —se intentaba zafar de las horribles criaturas con colmillos inmensos y marcadas facciones semejantes a bestias demoniacas.
—No mientas ¡Perra! Aquí no hay humanos —la empujaban a una jaula de metal luego de ser arrastrada media ciudad y del impacto del golpe se desmayaba de inmediato.
Con la oscuridad que invadía su espacio, le hacía recordar el primer día de sus recuerdos en esa cruel y peligrosa tierra dominada por los demonios, en donde sentía la debilidad de haber cambiado a un débil humano, pero eso ella no lo sabía del todo, ya que instintivamente debía salir adelante para sobrevivir siendo lo primordial hasta ahora.
—¡Auch! — se quejaba tras despertar y notar que estaba junto a las demás criaturas que como ella estaban aterradas tras ser capturadas por estos maleantes.
—Quiero a mi mamá…—lloriqueaba una niña demonio, que por su cabello hacía notar que era mestiza con otra raza del inframundo.
«Yo… también debo de tener una» pensaba, pero por alguna razón no sentía emoción alguna, es más, sentía un malestar en su pecho que le causaba incomodidad.
—Ya malditas criaturas de mierda, ¡todos salgan! —gritaba uno de los inmensos demonios que superaban a la mayoría con su altura y robusto cuerpo, mostraba su torso exageradamente trabajado y esta solo obedeció. Notando que habían llegado a las cercanías de la tan hablada capital del reino de los demonios, en donde se dirigieron caminando por el transitado camino en donde ella era el centro de atención de quienes pasaban a su lado y se volteaban por la pequeña criatura que era muy inusual.
—¡Woh! Sorprendente, la mercadería de este mes supera por mucho a las anteriores —celebraba el comerciante. Dándole un apretón de manos como viejos socios en el rubro. —Pero… ¿Qué tenemos aquí? —evaluaba. Tras haber visto a la niña con dos cuernos y una cola.
—Pero… ¿Que eres pequeña? —Preguntaba amablemente y esta sentía las intenciones de sus palabras.
«Solo quiere información para venderme mejor» analizo.
—Soy humana… —susurro al notar que los iban a comenzar a clasificar. Pero en ese instante llegaba parte de la caballería de la guardia real.
—Hay una humana… —se sorprendía el general con una apariencia semi humana que causo el sonrojo de la joven de tez y cabellos claros.
«Es hermoso» pensaba una y otra vez, admirando su gran altura, su piel algo grisácea como la mayoría y su oscuro cabello largo. Así que sin dudarlo dos veces se dejaba guiar por otro guardia hasta el caballo demoniaco y era montada en este de un tirón de su ropa como si de un bulto se tratara.
—Hay que llevarle el humano al rey de inmediato —decía con su varonil voz. Cautivando aún más a la joven que miraba atentamente y suspiraba, sin importarle como fue sostenida anteriormente.
«Porque ¿me siento así?» se cuestionó. Por el viaje por las calles y llegaban al gran palacio del rey, dentro de las murallas.
En silencio y suspirando, era arrastrada del brazo por el general, según todos, y lanzada hasta los pies del rey, que con lentitud se acercaba y levantaba el pálido rostro de la joven que comenzaba a temer.
—Me pregunto, ¿qué pecado cometiste que fuiste lanzada hasta aquí?— cuestionaba el demonio de primera categoría que con vejez mostraba tranquilidad de alguna manera, pero está algo nerviosa, abría la boca para hablar.
—No lo sé, no recuerdo mi vida antes de esta —confesaba y el general la golpeaba en la espalda por hablar sin el permiso del monarca.
—Lo siento mi rey, debí enseñarle modales—se disculpaba el alto general, líder de muchos.
—Apártate… —alzaba la voz. El anciano rey que le hacía un gesto para que se levantara. —¿Entonces… dices que no pecaste? pero dime… ¿como es que un humano termino en mis dominios? — volvía a cuestionar y esta vez le hacía un gesto a su general.
—¿Qué es lo que hacen? —se asustaba Lia al notar que le rasgaban sus ropas para desnudarla y ver su piel.
—No hay nada en su espalda, mi rey —daba a conocer tras mirarla detenidamente y verificar que no fuera una espía u otra amenaza, pero ella impotente ante el demonio que casi la desnuda en su totalidad. No pudo evitar mostrar sus ojos algo llorosos que este observo y frunció aún más el ceño tras una nueva sensación en su mente y cuerpo.
—Llévala al calabozo y suéltala en el valle de la prosperidad dentro de 15 días —mandaba el rey. Haciendo que observara a su alrededor con preocupación hasta llegar al espantoso lugar que mostraba la desesperación de los encarcelados y el hedor a sangre era notable.
—Estás muy calmada para no tener tus recuerdos —decía con indiferencia y la miraba de reojo para observarla con precaución, ya que no entendía por qué cada vez que le miraba esos ojos y cabellos claros deseaba tenerla a su lado.
—Yo no hice nada porque me encierran —reclamo, ante el temor, con sus ojos llorosos por el miedo y se percató como el más alto se tensaba y fruncía el ceño tras ver sus lágrimas y solo fue levantada de sus ropas para ser lanzada al calabozo.
«Qué bruto» pensó y veía marchar al general y más allá notaba que bloqueaban la puerta.
Hambrienta y agotada, intentaba no quedarse dormida por el miedo a caer en el húmedo y asqueroso piso, por lo que miro a su alrededor y notaba como uno de los guardias le miraba atentamente.
«Esto tiene mala pinta» concluyo.
—¡Aghh! —escuchaba. tras haberse quedado dormida, luego que le sirvieran una casi incomible comida y estuviera sentada en el piso a pesar del recelo que le tenía.
Asustada notaba como el demonio de otra celda estaba atado de sus manos y pies, mientras era interrogado por los guardias y torturado para que dijera la información que necesitaban.
—¡Ahh! No se nada, ¡ahhh! —proclamaba la bestia que como todos tenían semejanza a los humanos.
«Oh, no…» pensaba a ver la leve imagen de ella no como humana, sino como un ser superior a estos.
—No… No, ¡No…! —comenzaba a susurrar cada vez más alto debido al recuerdo del odio que los demás de su especie sentían por ella. —Yo no hice nada malo —sollozaba, sentándose en el inmundo y viscoso piso.
Llorando y empapando su rostro por completo, notaba que era vista por el mismo guardia que sonreía y lentamente se acercaba a esta.
«Es como ese día…» analizaba antes de desmayarse por un instante en donde su mente le hacía devolver los recuerdos que estuvieron sellados por meses.