El día prometía ser precioso. El sol tenía al fin un leve tinte amarillo cálido, contrario a la palidez fría que lo había caracterizado los últimos días. El cielo estaba bien celeste, con alguna que otra nube blanca de aspecto algodonoso cruzándolo, el frío había remitido un poco y si bien aún había que estar abrigado, al menos el sol daba la sensación de más calor. Parecía un día digno de película de Disney.
La luz entraba a raudales por la ventana del dormitorio, que estaba en el primer piso y daba al este. Indudablemente, había olvidado por completo correr las cortinas de blackout cuando llegó a su casa la noche anterior. Nico despertó con un dolor de cabeza espantoso y chocó inmediatamente con el cuerpo dormido que yacía a su lado. Se incorporó asustado y, al ver a la chica, todo volvió a su mente: Ali y una noche soñada con ella, Mora y ese beso robado, ese tal Bruno y Ali yéndose juntos, la rubia cara de nada que ahora dormía a su lado, los incontables vasos de vodka que había bebido con ella... De ahí en más tenía flashes: volver a su casa y llegar de milagro. No entendió cómo logró llegar a su casa con el nivel de borrachera que tenía... Podría haberse matado, o haber matado a alguien. Recordaba entrar a su habitación, la rubia riendo y él serio, aún enojado... Le avergonzó recordar el sexo que había tenido con ella. Descargó todo su enojo en ese momento, con un sexo furioso, casi violento, desconectado de sentimiento, buscando sólo cansarse y no pensar.
Se cubrió el rostro con una mano, desconociéndose a sí mismo. ¿Qué le había pasado? ¿Por qué había reaccionado así? Suspiró con tristeza y sintió entonces movimiento a su lado. Miró a la chica, esperando que sólo se hubiese movido entre sueños, pero tenía los ojos abiertos y lo miraba con el ceño levemente fruncido.
—Hola... —dijo Nico, inseguro.
—¿Podrías cerrar esa cortina? El sol me está matando y se me parte la cabeza —dijo ella como todo saludo.
Nico se incorporó y notó que aún estaba desnudo. En otra ocasión no le hubiera importado en lo más mínimo, pero de pronto sintió vergüenza. Estiró la mano y tomó la primer prenda que encontró a su alcance, que resultó ser la camisa que llevaba la noche anterior. Salió de la cama con rapidez y se envolvió la zona media de su cuerpo con ella, dio dos pasos y cerró la cortina en un solo movimiento. Una penumbra benigna se adueñó de la habitación y Nico sintió que se le descomprimía un poco la cabeza.
—Voy a salir así te dejo vestirte tranquila... —comenzó, pero la chica estaba ya había salido de la cama y buscaba su ropa.
—¿Quién es Ali?
Nico había abierto un cajón para buscar ropa interior limpia y se detuvo en el acto.
—¿Qué decís?
—Que quién es Ali —repitió la chica, ya con la ropa interior puesta y luchando por prender su corpiño—. La nombraste dormido un par de veces. ¿Es tu novia?
—No, no lo es—. Nico sacó un bóxer gris y se lo puso, para luego tomar un par de jeans de su placard—. Quiero que lo sea... Creo.
—¿Creés? O querés o no, flaco, una de dos.
Nico la miró sin ver realmente, sopesando la pregunta. Se recordó a sí mismo pensando en que quería hacer feliz a Ali cuando el tal Bruno le preguntó si era la novia, y se dio cuenta de que sí, era lo que quería.
—Sí... Quiero que lo sea. Pero arruiné tanto todo que no sé cómo hacerlo.
La chica lo miró exasperada mientras se hacía un rodete en lo alto de la cabeza y lo fijaba con una prensa de cabello que había sacado de su bolso.
—Entonces movete, flaco, y hacé lo necesario para que funcione. Cogiéndome a mí como lo hiciste no vas a lograr nada.
Nico sintió que la sangre afluía con rapidez a su rostro.
—Sobre eso... Perdón. Estaba fuera de mí.
—Todo bien—. La chica le restó importancia con un ademán—. Ahora hacé una bien y llamame un taxi así me voy a mi casa.
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Una hora después, la chica ya se había ido y un Nico bañado y vestido con ropa limpia tomaba un café con leche acodado en el desayunador de la cocina, con la cabeza apoyada en una mano.
Sentía que le pesaba doscientos kilos. A su lado descansaba un blíster de pastillas con dos espacios vacíos, antes ocupados por las píldoras que acababa de tragar, y Nico esperaba que le ayudaran a bajar el dolor.
—¡Buen día! —La voz alegre de su madre llenó la cocina cuando esta ingresó por la puerta, pero le bastó una mirada al trapo que era su hijo para arrepentirse de su efusividad—. Ay hijo, perdón... ¿resaca?
—Vodka —respondió Nico, sintiendo la mano de su madre en la espalda y un beso en la cabeza. Lo hizo sentirse bien.
—Imagino entonces que no te fue bien con Ali.
Nico negó con la cabeza y se quedó en silencio, dejando enfriar el café con leche. Su madre se movía silenciosa en la cocina, y estaba agradecido por ello. Cada ruido retumbaba en su cabeza como si viviese dentro de una campana. Unos minutos más tarde su madre deslizó un plato frente a él.
—Tu comida de resaca —le dijo ella, y se sentó frente a él con una taza de té.
En el plato descansaban dos sándwiches de jamón y queso, en pan lactal y con manteca. Realmente era lo único que le apetecía comer a Nico cuando estaba con resaca.
—Gracias, ma.
Tomó un sándwich en la mano, le dio un mordisco y lo masticó con lentitud, mirando lánguido hacia la nada. Su madre lo miró con una mezcla de compasión y preocupación, aunque, por otro lado, le parecía bueno que su hijo menor por fin sufriera por amor, en lugar de ser el superficial de siempre.
—¿Me querés contar qué pasó?
—La cagué... Bueno, me cagaron.
Y Nico se embarcó en el relato de la noche: la llegada de Ali, que estaba sola, y lo bien que se había sentido al acompañarla a dejar su abrigo e invitarle un trago; la favorable casualidad de que su amiga nunca apareció; la genial conversación y el hermoso tiempo que compartieron, descubriéndola interesante y divertida; la felicidad que lo embargó al saber que tocaba el cello; lo bien que conocía ahora detalles de su rostro que tanto tiempo había tenido de observar, como las pecas leves que le surcaban la nariz y los pómulos, o el casi imperceptible lunar en el borde superior de su labio; el momento tan adrenalínico y confuso en que casi la besa y sintió que estaba por caer por el límite del universo; la llegada más que inoportuna del borracho de Andrés; Ali yendo al baño luciendo arrebatada y descolocada y él emocionándose de pensar que podía ser por él; la aparición de la densa de Mora y el beso que le robó, el cual Ali vio e hizo que se fuera con otro, ese tal Bruno que no sabía de dónde había salido; sus celos desmedidos y su enojo incontrolable que terminó ahogando en vodka y en una rubia cuyo nombre ni siquiera conocía.
Su madre escuchó en silencio tomando lentamente su té negro con menta, que olía delicioso. Bebió el último sorbo y dejó la taza a su lado, estiró la mano y tomó la de su hijo, quien levantó la mirada.
—Podés juzgarme —dijo Nico—. Ya sé que lo que hice estuvo mal.
—No te voy a juzgar. Somos muchos los adultos que al día de hoy no sabemos manejar nuestras emociones y las explotamos por un lugar incorrecto—. Su madre le presionó la mano con comprensión—. Sí te voy a decir, aunque lo sabés, que tomarte una botella de vodka no es una solución. Me preocupa que manejes en ese estado, podrías arruinarle la vida a alguien más que a vos mismo.
—Sí, lo sé... Fue lo primero que pensé cuando desperté hoy.
—Lo pensaste tarde. La próxima tomate un taxi —la mujer suspiró—. La pregunta incómoda... ¿Te cuidaste anoche? Por mí cogé con quien quieras, pero no quiero nietos de cualquiera.
—¡Mamá! —Nico se escandalizó. A veces le molestaba sobremanera que su madre fuese tan frontal y abierta con todo. Pero era parte de su trabajo como psicóloga y psiquiatra juvenil.
—No me estás contestando.
—Sí, me cuidé —le contestó, sin ocultar un tinte de hartazgo en su tono.
—Perfecto—. Ella tomó ambas tazas junto al plato de los sándwiches, ahora vacío, y las metió en el fregadero—. Ahora, Ali... Es obvio que estás hasta el cuello por ella. Esta vez te toca dejar de portarte como un adolescente idiota y ser un poco más consciente. ¿Qué vas a hacer?
Y Nico se dio de golpe con que no tenía ninguna respuesta para ello.
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—Bruno Moreno.
Por enésima vez en la tarde, Lorena repitió el nombre. Y por enésima vez, Ali asintió con la cabeza.
—Bien, aceptaste una cita con Bruno Moreno. ¿Qué vas a hacer? —Lorena la miraba aún con incredulidad.
—Y... Supongo que ir—. Ali se pasó la mano por el pelo, indecisa.
Ver a Nico besando a Mora Rein apenas minutos después de haber estado a punto de besarla a ella, tras haber pasado un rato tan hermoso juntos, había sido un golpe muy duro y bajo para Ali. El enojo y el dolor del rechazo, sumado a la vergüenza que sentía por haber entendido todo mal, había sido demasiado para ella. Por un momento había pensado que Nico estaba interesado en ella, que quizá la estaba viendo no sólo como una amiga, pero indudablemente no era así. Sintió de nuevo el mismo ramalazo de dolor que había sentido tiempo atrás, cuando Damián se había ido dándole la espalda y abrazado a Gaia Fernández. Intentó controlar todas las emociones que le estaban burbujeando en el pecho y le quemaban, y salió caminando a paso rápido, cruzando la pista de baile y dando un rodeo para llegar al guardarropas, ya que no quería encontrar nuevamente a Nico con Mora, decidida a irse a su casa. Le faltaban apenas metros para llegar cuando un gran cuerpo se atravesó, y, al tratar de esquivarlo, le habló.
—¿Ya no saludás más, darkie?
Solo una persona en el mundo le decía darkie, y ese era Bruno Moreno, el eterno segundón en el equipo de básquet de Damián. Bruno Moreno, que había pasado la mitad de su adolescencia encaprichado con Ali y que nunca pudo salir con ella, pues ella solo tenía ojos para Damián. Bruno Moreno, enorme, ya sin rasgos del adolescente desgarbado que era, hermoso como fue siempre, con sus ojos negros cálidos y amables, que desarmaban por completo su imagen de guardaespaldas enojado, y con la misma mirada de velada emoción y avidez al mirar a Ali.
—Estás hermosa, darkie. Seguís siendo hermosa—. Y le dio un abrazo a modo de saludo, que Ali respondió.
En cinco segundos Bruno le hizo recordar que había otros hombres en el mundo que sí la veían como mujer, como una linda y deseable, y decidió tomar la oportunidad de dejar que alguien la hiciera sentir como tal.
—Tanto tiempo sin verte... —dijo Bruno, sonriéndole con su habitual candidez, pero con un filo seductor y seguro de sí mismo que Ali no le conocía—. Tantos años de conocernos y nunca me aceptaste una cita.
—Tal vez este sea un buen momento—. Ali estaba dolida y enojada.
Y así jamás se toman buenas decisiones.
Mientras Lorena la llevaba en su auto hacia Romanoff, el restaurant que había elegido Bruno para su cita, Ali pensó en el error que estaba cometiendo.
—Soy una estúpida —se dijo a sí misma.
—Generalmente no lo sos, pero esta vez, si te hubieras esforzado en serlo, no te habría salido mejor—. Lorena nunca tenía piedad para decirle las cosas, por eso Ali la quería tanto.
Ali no volvió a hablar, mirando desganada por la ventanilla, deseando que alguna catástrofe se cerniera sobre el mundo y ella se librara de ir a esa cita. Imaginó terremotos que abrían la tierra como una cáscara de huevo, inundaciones repentinas y abundantes que arrastraban todo a su paso, aludes de nieve que enterraban el color y el calor, tornados irascibles que no dejaban nada a su paso.... Para cuando imaginaba un enorme y horroroso Godzilla destruyendo edificios y pisando autos cual si fueran cucarachas, Lorena frenó y la miró.
—Puedo llamarte en media hora con una emergencia inventada. Ni siquiera me iría, te espero estacionada acá a la vuelta.
—Gracias, Lor, pero tengo que hacerme cargo de las malas decisiones que tomo.
Ali le dio un rápido beso en la mejilla y salió del auto, y se tomó casi de inmediato la pashmina que usaba alrededor del cuello: tras el hermoso día que había disfrutado, un viento helado había llegado al caer el sol y ahora arreciaba con fiereza. Semejante cambio no le auguraba nada bueno.
Entró apurada al restaurant e inmediatamente se sintió fuera de lugar. El lujo y la elegancia eran sobrecogedores, y le pareció demasiado. Notó con pesadumbre que Bruno solo buscaba impresionarla y, si pensaba hacerlo con un lugar así, estaba muy errado.
De detrás de un atril de madera oscura y lustrada salió caminando una mujer escultural, enfundada en un sencillo pero efectivo vestido negro, sumamente hermosa y trepada a unos tacos altísimos. Parecía una modelo de revista, e hizo que Ali se sintiera como la mujer más fea del mundo.
—Bienvenida a Romanoff —le dijo a Ali con una voz ronca y sensual—. ¿Tiene Ud. reserva?
Su mirada levemente despectiva hizo sentir incómoda a Ali.
—Buenas noches. Sí, reserva a nombre de Moreno.
—El señor Moreno le espera en su mesa. Michel le acompañará—. Y señaló con un ligero ademán a un chico tan bello como ella que había aparecido silenciosamente a su lado.
Ali lo siguió en silencio sintiéndose cada vez más incómoda, hasta que divisó a Bruno sentado en una mesa un poco apartada. Ni bien él la vio saltó de su silla como impelido por un resorte, alisándose el saco y sonriendo un tanto exageradamente, haciendo patente su expectación y ansiedad. A Ali se le revolvió el estómago, y deseó correr, pero respiró profundamente y se adelantó con una leve sonrisa.
Una hora más tarde, Ali sabía que la cita no iba a ningún lado ni terminaría bien. Hacía veinte minutos que tenía su plato frente a ella, decorado con exquisitez pero de una escasez tremenda, y no había podido probar bocado porque Bruno la asediaba a preguntas. Parecía querer saberlo todo sobre ella, y Ali ya estaba dando evasivas y respuestas ambiguas.
—¿Y estás metida en algún proyecto musical?
—Che, pará con las preguntas, que no me dejás comer.
—Sí, sí, disculpame—. Bruno retrocedió en su silla, apenado, poniendo un rostro tal que a Ali le recordó a su hermanito menor cuando lo retaban por haber hecho alguna travesura.
Decidió cortar por lo sano. La ansiedad de Bruno y su deseo evidente de gustarle la hacía sentir enferma... Y él tampoco merecía crearse falsas expectativas. Era un buen chico, siempre lo había sido, y era muy lindo, pero no era su tipo de persona. Dejó el tenedor sobre la mesa, ya no comería.
—Bruno, escuchame... —Él volvió a mirarla con ansiedad, como un perrito al que le darán una galleta, y se le volvió a revolver el estómago—. Bruno, esto no está bien. Estoy en esta cita por los motivos equivocados, y no es justo para con vos. Siempre te aprecié mucho, sos un chico excelente, pero lo que vos querés de mí, yo no puedo dártelo.
Los ojos de Bruno se oscurecieron y su cara se puso seria.
—No entiendo —dijo con voz grave y seca—. Yo te gusto. Desde siempre. Estabas con Dami solo para estar cerca de mí.
Ali abrió los ojos como si le hubiesen atinado en la nuca con una pelota de béisbol.
—¿Qué decís?
—Eso me decía siempre Dami... que aún no era nuestro tiempo, vos no estabas lista para mí...
—¿Pero vos sos boludo o te hacés? —Ali no podía creer lo que escuchaba—. Eso no es cierto. ¿Cómo pudiste creer algo así? Yo amaba a Damián.
—Él nunca me hubiese mentido. Es mi amigo—. Bruno parecía oscurecerse cada vez más, y, sin saber por qué, Ali tuvo miedo.
—Tenés un amigo de mierda, entonces —ella siguió de todas maneras—. Nunca me gustaste. Lo lamento, de verdad, pero tampoco me gustás ahora.
—Dami no mintió. Vos me estás mintiendo ahora. ¡Yo soy el tipo perfecto para vos! —Dio un puñetazo a la mesa que hizo temblar toda la vajilla y que las personas que cenaban a su alrededor los miraran con curiosidad y disgusto.
Ali miró a Bruno y se dio cuenta que estaba por perder los estribos.
—Bruno, salgamos de aquí. No es lugar para tener esta conversación... Vamos a que nos dé un poco de aire fresco y aclaremos las ideas.
Bruno no la miraba, respiraba con cierta dificultad, como si estuviera dando todo de sí por controlarse. Sin embargo, la obedeció y se paró, esperando para seguirla. Ali comenzó a caminar a la salida, donde el mismo chico que antes la había llevado a su mesa la esperaba con su abrigo, y la ayudó delicadamente a ponérselo. Bruno se acercó brevemente a la barra y pagó con una tarjeta de crédito aquella comida que Ali no había casi alcanzado a probar. Sin hablar, ambos salieron a la calle helada, a la vereda ancha y vacía. El valet se acercó solícito.
—¿Les traigo su auto? ¿O les pido un taxi?
Bruno solo lo miró y el valet retrocedió unos pasos, perdiendo su sonrisa al instante. Ali, más diplomática, le sonrió y se excusó.
—Ninguno de los dos, gracias. Caminaremos—. Miró a Bruno, que parecía un toro a punto de salir a la corrida en Pamplona.- Bruno, ¿caminamos?
Caminaron con lentitud hacia la esquina, en silencio. Ali esperaba a que se normalizara su respiración, quería darle su espacio, a que él procesara lo que tuviese que procesar. No es fácil descubrir que la persona que amas no te corresponde, ella lo sabía.
Al girar la esquina, el viento los golpeó con fuerza y a Ali se le metió el pelo en los ojos. Lo corrió molesta mientras continuaba caminando, y vio que esa calle estaba más oscura y muy vacía. Se giró al notar que Bruno se había detenido unos pasos atrás de ella, con la cabeza baja y los hombros caídos. Ali volvió y lo escuchó sollozar quedamente, y se sintió triste de hacerlo sentir así.
—Oh, Bruno... —dijo, compungida, y en gesto consolador apoyó su mano en su brazo.
Bruno levantó los ojos y la miró, pero en ellos sólo había odio. Ali se asustó y retiró la mano con rapidez, pero él la tomó de la muñeca con fuerza. Con demasiada fuerza.
—Vos me amás —dijo en un tono amenazador, como si dictase una sentencia.
—Bruno, me estás lastimando... —Ally sentía la fuerza tremenda del agarre de Bruno pasar por su abrigo como si fuera de seda en lugar de un grueso paño forrado, hasta casi estrujarle el hueso.
—Vos me amás —repitió él, como un mantra. Apretó más y dio un paso hacia la pared, obligándola a retroceder—. Vos me amás y vas a ser mía. Es la única forma.
—¡Bruno, basta! —Ally estaba genuinamente asustada—. ¡De verdad me estás haciendo mal!
—¡Decime que me amás! —Bruno le gritó a escasos centímetros de la cara—. ¡Decímelo y nos iremos en paz, juntos, como debe ser, como siempre debió ser!
Asustada y todo, Ali no pensó en mentir para huir de esa situación. El enojo estaba ganándole al miedo. Lo miró enojada y dolorida.
—¡No te amo ni te amé nunca, entendelo!
Bruno la miró con odio y le dio un empujón con ambas manos, despidió a Ali hacia atrás con violencia e hizo que se golpeara la parte de atrás de la cabeza contra la pared. Ali sintió como si se le rajara el cráneo en mil partes de atrás hacia adelante, se le llenaron los ojos de lágrimas y perdió el equilibrio, pero se mantuvo de pie apoyada contra la misma pared. Dio un quejido de dolor y se tomó la parte de atrás de la cabeza con ambas manos, y levantó la vista para atajarse de lo que pudiese venir, pero nada vino hacia ella. Lo que vino fue hacia Bruno.
El dolor en la parte de atrás de la cabeza y las lágrimas que le habían inundado los ojos no permitieron que viese con claridad. Oyó gruñidos y golpes, veía la informe masa oscura que dos cuerpos formaban ir y venir. Se limpió los ojos con el borde del abrigo y vio a Bruno caer al suelo, boca abajo, el brazo torcido hacia atrás en un ángulo extraño y las piernas atrapadas bajo otro par de piernas: las de Nico. Ali se quedó petrificada observando.
—Ahora que estás tranquilo, vos y yo vamos a hablar —Nico parecía la furia personificada, pero su voz era calma como agua de pozo—. Ali no es tuya, nunca lo fue, ni lo será —Bruno se agitó, tratando de zafarse, pero Nico hizo más presión sobre su brazo y el dolor hizo que se quedara quieto—. A menos que quieras comerte una denuncia por violencia de género y acoso, y ganarte una orden de restricción, por tu propia voluntad, no te acerques a Ali.
—No sos quién para decirme nada —le espetó Bruno entre dientes, aún furioso, pero sabiendo que le romperían el brazo si se movía.
—Soy su pareja —Nico lo miró con seriedad—. ¿Entendiste? Soy su pareja. Anoche nos habíamos peleado, nada más. Te repito, no quiero verte cerca de Ali. ¿Te quedó claro? —Nico lo miró nuevamente y, a regañadientes, Bruno asintió—. Bien, ahora voy a soltarte y cada quien tomará su camino con tranquilidad.
Con calma y lentitud, como esperando un ataque repentino, Nico soltó su agarre y se irguió, yendo a colocarse un poco delante de Ali, en clara actitud protectora, quien había quedado congelada contra la pared. Bruno se paró, su imponente cuerpo de metro noventa y ocho y ciento diez kilos parecía que iba a comérselos. Tomó aire, mirándolos con odio, y pareció que iba a decir algo, pero dio media vuelta y se fue. Nico no lo perdió de vista hasta que dobló la esquina. Solo entonces se giró hacia Ali, la tomó por los hombros y, agachándose un poco, la miró a los ojos.
—Ali, ¿estás bien? ¿Te lastimó?
Ali lo miró como si fuera la primera vez en su vida que lo veía, miró hacia la esquina por donde Bruno había desaparecido, y volvió a mirar a Nico.
—Bruno es una bestia, es enorme. ¿Cómo hiciste para... hacerle eso? —Señaló hacia el lugar donde hasta instantes atrás Nico lo había tenido de cara al piso, como si aún estuvieran ahí.
—Aikido —le respondió él, como si no importara—. Practico hace un par de años —Le tomó la muñeca y subió la manga del abrigo. Le sorprendió lo delgada que era, la rodeaba fácilmente con dos dedos y sobraba lugar todavía. Notó la piel colorada por la fricción del agarre y supo que dejaría un moretón.
Ali se quedó quieta mientras Nico le inspeccionaba la muñeca, por un lado disfrutando el contacto, pero más que nada porque el dolor de la cabeza era tan fuerte que temía marearse y caer. A continuación, Nico le tocó la parte de atrás de la cabeza, con suma delicadeza, pero aún así Ali frunció la cara con dolor.
—No te asustes —le dijo Nico con la clara intención de transmitirle calma—. Pero estás sangrando. Tenemos que hacerte ver ese golpe.
Ali no se asustó en lo más mínimo, no era una chica impresionable que ante la vista de un poco de sangre se desmayara. Más le asustaba el hecho de que Bruno la hubiese golpeado de semejante forma.
—Vamos al hospital. Mi hermano mayor está de guardia —Nico se encaminó hacia la esquina.
—Si te digo de ir sola me vas a decir que no, ¿cierto?
Nico la miró con cara de fastidio.
—¿A vos qué te parece?
Ali sonrió levemente y dio dos pasos hacia él, pero el mareo le sobrevino y se fue hacia adelante. Con rapidez, Nico la sostuvo en sus brazos, evitándole la caída, y Ali se aferró instintivamente a ellos. Se sentían fuertes bajo sus manos, pese a lo delgado que era.
—Y vos querías ir sola... —Nico soltó un atisbo de risa, que alivianó la tensión, y le pasó el brazo por la cintura, casi levantándola, apoyando el cuerpo de Ali contra el suyo—. Vení, mi auto está estacionado en la esquina.
Ella se dejó guiar, pensando que la noche pintaba mucho más interesante —y, a su pesar, mejor— que lo que había imaginado en un primer momento.