El recorrido a la par que el incómodo chapotear se habían prolongado por algunos metros. Andar por tal recinto había resultado una experiencia enriquecedora para la vista, permitiendo divisar mejor la estructura que conformaba al sitio, pues la oposición temática de interior a exterior del recinto no dejaba de resaltar.
La mesera articulaba un brazo con un leve gesto en dirección a la mesa, remarcando donde brindaría su servicio. John, en consecuencia, siguió la dirección y prosiguió a sentarse en dicho lugar, más por resignación que por gusto. Aunque no estaba mal, las coberturas de barniz, con un tono mate oscuro, lucían un brillo tenue y cada pieza que componía su lugar se conjugaba correctamente de manera visual en cada detallado, mejorando la experiencia de encontrar el recinto.
Aquella afable voz había vuelto a resonar levemente a en el costado de John.
— Por favor tómese el tiempo de elegir su orden. —Expresó a la par que extendía una carpeta empastada de un color ébano— Estaré presente en cuanto usted haya concluido con ello.
La oración, recién se había concluido y ya había obtenido una réplica para una solicitud.
—Desearía un café americano, por favor. —Manifestaba sentado, sin alterar el rumbo de su mirada. —
La reacción de la mesera se vio alterada ante dicha respuesta, transformando su gesto pacífico a uno con una ligera mueca de disgusto.
—¿Algo más que añadir? — Agrego, con un tono levemente molesto, casi imperceptible, mientras alzaba una libreta de notas igualmente empastada.
La respuesta simplona de John salió a relucir junto a una sonrisa del mismo tinte.
—No, pero muchas gracias.
Apenas había terminado su respuesta cuando la mesera, con un gesto genuino de molestia y un tono de voz tosco y áspero, señalaba su disgusto.
—Disculpe, señor. Pero de manera atenta lo invito a tomarse la molestia de leer nuestro menú. —Rompiendo el papel de la orden, se retiró dando vuelta, evidenciando su razón de enojo y emitiendo su disgusto en voz alta— Comprendo su posible negativa a consumir más allá de los gastos previstos en su bolsillo. Pero considero que genuinamente está teniendo una mala visión de nuestro establecimiento.
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Una entrada situada dentro de una posición poco favorable, totalmente discreta, a su parecer, ese gesto inamovible, brindado por el servicio, la impetuosa necesidad de acompañarlo sin ninguna queja mientras embarraba los suelos con sus botas lodosas, aquellos muebles mate tallados y hermosamente adornados, los menús empastados e incluso tomarse la molestia de exigirle que reordenara su pedido. Todos esos actos habían hecho creer a John que se encontraba en un lugar un tanto refinado, un lugar que en principio nunca debió haber descubierto. Error en el que recayó otra vez al haber sobre pensado en todo eso.
El menú, en comparativa a las falsas expectativas de John, reflejaba precios muy accesibles, incluso para alguien como él, un baratero de primera que se alimentaba de pastas y comidas pre hechas por el afán de gastar menos dinero y así poder "invertirlo" en banalidades disfrazadas que anunciaban generar algún tipo de estímulo positivo. Haciéndolo percibir, en consecuencia, una ligera sensación de vergüenza y permitiéndole agregar dicha
emoción al repertorio de nuevas experiencias adquiridas en ese día.
Tras una leve acción repetitiva de leer su carpeta de manera continua. Había llegado a una elección y, en consecuencia, levanto su mano para solicitar la atención del servicio que sé le había brindado previamente. En respuesta, otro camarero había tomado su lugar y se acercó a la mesa de John para poder tomar la orden.
—Una enorme disculpa caballero —Expresó mientras realizaba una ligera reverencia en señal de disculpa—, pero nuestra compañera suele ser un tanto especial con al brindar nuestro servicio y tal parece que se niega a acercarse a usted de nuevo por el resto de la noche.
Esa oración fomentó gravemente esa nueva sensación dentro del interior de John. Infundiéndole un deseo porque se lo comiera la tierra, dándole un impulso de abandonar el plano físico y liberarse de su pellejo para elevarse al cielo como vapor para poder ser parte de la tormenta que en un inicio lo había hecho salir de aquella cueva a la que llamaba hogar, para así poder golpear aquellas nubes que provocaron estos momentos tan poco gratos. O tal vez, simplemente apuñalarse el corazón para que dejase de forzarlo a seguir los golpeteos sobre su esternón y así evitar mantener este tipo de experiencias.
—Entonces… ¿Cuál sería su orden?— La voz del mesero irrumpió en la mente de John, quien se encontraba inmerso en sus pensamientos, penalizándose por haber pedido solo un café.
—¿Disculpa? — contestó, mientras agitaba su cabeza y recuperaba el instinto de parpadear.
—¿Qué desearía ordenar? —Recalco su mesero a la vez que alzaba su libreta de pedidos. A lo que un aún atolondrado, John solo alcanzo a responder:
—Uh… Quisiera un capuchino de moka y un pastel de zarzamora también.
Una oración llegó a continuación, como afán de recalcar su acto y con el mismo tono de voz calmado y directo:
—Veo que ya se ha tomado la molestia de leer nuestro menú—.
—¿No cree que está llegando a conjeturas demasiado rápido, señor? —Remarco impulsivamente con un tono burlesco aunado a una sonrisa forzada—.
—No, no lo creo. —Alzaba la voz, como método de imperar su proposición anterior—Después de todo, de no ser así, usted hubiese pedido solo, un café americano, de nuevo.
La tonalidad vacilona de la réplica se tornó más marcada sobre su siguiente enunciado, asemejándose más a una burla —Entonces… ¿Qué hacen con los que sí quieren un café americano? —
—Los atendemos, claramente. —Aclaraba sin signo alguno de sesgar su tranquilidad, como si hubiese omitido dicho intento burdo de sacarlo de sus cabales y tomando únicamente en cuenta la pregunta hecha— Pero, sí que sabemos distinguir a aquellos que simplemente ordenan eso porque les gusta de aquellos que solo lo piden para no gastar mucho. Y sabemos distinguir aún mejor a quienes solo lo piden porque obtuvieron una imagen equivoca de nuestro establecimiento.
La vergüenza se había elevado aún más que la sensación leve inicial, exhibiendo el malestar en un dolor que carcomía sus sentidos, dejando solo un rastro hormigueante en sus glándulas salivales, llevándolo a responder ligeramente acongojado.
—Bueno. Supongo que me atrapaste. Por favor acepta una disculpa de mi parte. Y también envíale una a tu compañera.
—Claro señor, en un instante le traeremos su orden.
Aquel mesero se retiró y con él la sensación de vergüenza que acarreaba que lo tildaran de tacaño, de un falso cliente. Que lo era, pero no era razón suficiente para ser cuestionado por su elección tan precaria.
En la espera, saco una bolsa de plástica en la cual resguardaba su celular y cartera. Como medida preventiva para evitar que se descompusiera el dispositivo y se arruinara su dinero. Libero y encendió su celular, buscan algo que leer para hacer más amena su estancia y olvidar aquellos incómodos momentos. Ya estaba aquí, no había razón para molestarse por sus nuevas experiencias.
Tal vez sus sentidos habían sido errados, tal vez se habían vuelto en su contra o tal vez, simplemente lo influenciaron para recibir incomodidad como respuesta a su ambigua solicitud de anhelar más estímulos. Después de todo, nunca había especificado. Eso creyó, mientras rebuscaba en sus cuentas de redes sociales, en busca de entretenimiento.
Como un efecto reactivo a la poca relevancia dentro de su interfaz, John había realzado los ojos de vuelta al lugar en el que se encontraba. Pudiendo ver el detalle más inmenso que se le pudo haber escapado, un lugar incluso más perfecto al que sé encontraba. El suyo no estaba mal, buena posición hacia la salida y ligeramente centrado, permitiéndole ver analizar todo en su entorno, tal cual como le gustaba. Pero, no había notado hasta ahora ese lugar tan privilegiado.
En un costado, irónicamente el mismo de la pared que omitió por entrar al local, yacía un ventanal con paneles rectos y rectangulares, y una ligera repisa adornada con plantas, junto a una mesa de la misma tonalidad y diseño que la suya, haciendo que anhelara más dicho sitio. Lugar que ahora estaba ocupado, situación que hubiese infundido malestar en el resto de su estancia, de no ser por quien lo había ocupado.
Ella, una señorita bella, al menos para el parecer de John. De cabellera castaña larga, la cual se adornaba con una diadema azul, encargada de retener la dirección de sus cabellos y que le permitía conjugarse con la vestimenta de matices opacos que caracterizaban la temática del lugar. Piel de matiz trigueña adornada con puntos de tonalidad de mayor opacidad, dispersos sobre el contorno de sus pómulos, donde descansaban unos ojos marrones que componían una mirada firme y afilada sobre un libro algo grueso, sostenido por las bases de su mano. Una composición que le devolvía esas punzadas a la cabeza y pecho de John.