Recuerdo que, en aquellos años, si me llegaba a enfermar, pedía las tareas para no atrasarme, era responsable.
Quizá inconscientemente por la crianza paterna.
Era una niña que se esforzaba.
Participe desde segundo año en concursos de canto del himno nacional.
Participe en oratorias.
En este rango sentí un poco de frustración, había una compañera que siempre ganaba el primer lugar de calificación, oratoria y todo lo relacionado con la excelencia.
Así que, yo siempre fui su suplente.
De hecho, el día de la graduación, ella fue elegida para dar el discurso de despedida de los estudiantes.
Linda, se llama, siempre fue amable y la admiraba.
Creía que mi esfuerzo era bueno.
Aunque, quizá no tanto.
Mi madre había salido en aquel día, con mi hermano, mi hermana mayor no estaba en casa.
El día de la graduación, me encontré con mi amigo Luis, su familia se veía feliz.
Fueron todos, hasta el abuelo.
Durante la ceremonia, traté de encontrarlos entre la multitud, todo el tiempo pensé que cosas como estas no me afectarían.
Aun lo quiero creer.
Pero, el sentimiento que me embargo fue la tristeza, seguido de la ira y unas ganas tremendas de irme de ahí.
No quería mirar, trataba de esconderme tras de la sonrisa.
Para no llorar.
Así fue, como descubrí mi nueva máscara: la sonrisa.
Mi amigo no me conocía tanto como creí yo.
No notó mi estado de ánimo o estaba tan contento que no pudo verlo.
Tampoco es que pudiera irme de ahí.
Sentía mis pies anclados al suelo.
Al terminar la celebración, nos fuimos camino a casa.
Nos separamos cuando pasamos por su casa que, era más cerca que la mía.
Yo seguí mi camino, dudando si en verdad quería llegar a casa.
No importaba, cuando llegue, no había nadie.
Esa noche, no cene.
Solo me fui a dormir, su destrozada emocionalmente.
Quizá piensen que exagero, pero, me sentí tan sola.
No, la realidad es que, todos los que vivíamos en la casa, de alguna manera éramos, seres destrozados emocionalmente, esto hacia que, nuestros lazos, no fueran reales ante nuestros ojos.
Desde ese tiempo.
Tuve lapsos de histeria en los que reclamaba algunas cosas a mi madre, cosas que me habían herido de alguna manera, me golpeaba con los puños en la cara, sentía hervir mi sangre.
Llegue a jalarme de los cabellos.
Lloraba por mucho rato sin cesar.
Mi madre, acostumbrada a las crisis existenciales que todos vivíamos en el pasado, solo miraba con algo de indiferencia.
Como si de un berrinche se tratara.
Yo no era berrinchuda.
Sin darme cuenta, era un grito desesperado.
No supe como, pero llegue a la conclusión de que, si yo no existiera, muchas cosas no hubieran sido tan malas.
Dentro de mi mente infantil.
Llena de miedos, llena de momentos dolorosos, deseaba enterrar mi propia existencia de alguna manera, pero, mi instinto de supervivencia, me hizo llegar a esta conclusión temporal.
Un día de crisis, busque todas las fotos, boletas de el kínder, primaria, todo lo relevante que tuviera que ver conmigo, excepto los certificados y credenciales de identidad.
Sabía que de adulta las necesitaría, aun las tengo.
Todo lo demás, incluyendo, escritos o dibujos míos.
Todo eso lo queme en el patio de enfrente.
De alguna manera me sentí liberada.
Pude seguir con mi vida.