Y claro, mi perplejidad no era algo extraño, después de todo, nada de lo que me rodeaba era habitual para alguien como yo, pero lo más extraño no era mi entorno, lo más raro según yo, radicaba en mi aspecto, mi físico bien no era el de un hombre completamente fornido, sí era ya el de un adulto; pero después de todo ¿que podría ser mejor que volver a vivir? ¿que era mejor que tener una segunda oportunidad? y aunque por momentos creía que no era más que un sueño, todo se sentía excesivamente real, tan absorto estaba en mi reflexión, que se me había olvidado seguir succionando el pecho de la joven, y ni siquiera hubiera vuelto en mi, sí no fuera porque ella tomó su pecho con una mano y empezó a mover su pezón por mis labios, realizando círculos de un lado hacía otro, y se detuvo solo hasta que al reaccionar empecé a succionar su leche otra vez, tras un momento empecé a sentirme somnoliento, cuando la joven lo notó, tarareo lo que yo suponía era una nana, curiosamente me recordaba a una que solía cantarme mi abuela. la cálida y dulce voz de la joven me durmió mucho antes de lo que tardaría un hambriento en devorar su almuerzo.
los días fueron pasando, muy monótonos y repetitivos, después de todo mi nuevo cuerpo era tan inútil que no podía hacer nada por mi mismo y todo lo que necesitaba lo conseguía tras hacer ruidos o llorar; mi mente sin embargo se encontraba lúcida y mantenía los recuerdos de mi vida anterior, cada día intentaba descifrar el idioma del nuevo mudo que tenía por hogar, descubrí que la joven que tenía por madre llevaba por nombre Miranda y mi padre que dicho sea de paso, era parte de una familia de nobles se llamaba Julius, en casa además de mis padres vivía Edesia, que era quien se encargaba de la cocina y la limpieza de la casa, era una mujer de aspecto bastante juvenil, los vestidos que usaba siempre, me recordaban a los trajes de la época victoriana, con ella vivía su hija "Silvia" una niña de unos 16 años, con una carita resplandeciente, ojos de luna y sonrisa de sol, vivían además Rubén que era el jardinero y quién se encargaba de proveer la leña y colocar aceite a las farolas según había podido escuchar, habían más personas pero no sabía sus nombre ni que hacían con exactitud, pero podía deducir que un par o quizá más, cumplían funciones de guardias, en los pocos paseos por el jardín que había podido tener, gracias a que a mi madre le parecía muy necesario que tomara sol, había podido ver las colinas y un majestuoso río que recorría la llanura.
El tiempo transcurría y yo cada vez crecía más, y ya teniendo la suficiente fuerza como para trepar y salir de cuna, decidí un día salir a explorar, salí despacio y cerré la puerta, sí bien aún no podía caminar sin sostenerme de algo, si podía gatear, logré desplazarme hasta la biblioteca y me encontré con varias enciclopedias, no podía entender exactamente lo que decían, pero si podía guiarme y deducir por los gráficos e imágenes pintadas, pude encontrar también lo que parecían libros que contenían conjuros o instrucciones de hechizos, permanecí mucho tiempo escudriñando e intentando descifrar los textos, pero no conseguí hacerlo, así que un poco decepcionado regresaba a la que era mi habitación, pero a mitad de camino me detuve abruptamente tras escuchar unos ruidos extraños, me acerque despacio y ante las luz de las lámparas pude ver dos personas estos se besaban y acariciaban, cada vez que él acercaba su mano a su pelvis, ella soltaba alaridos que estallaban en gemidos, él paseaba su manos por sus muslos y apretaba sus glúteos, cada vez que pasaba su lengua por el cuello, ella se retorcía y se aferraba a su espalda, poco a poco parecía que sus prendas sobraban y pude confirmarlo cuando él empezó a soltar el corsé que ella llevaba, lo quitó y dejó al descubierto dos hermosas tetas, apenas quedaron al descubierto, clavó su boca en ellos, las lamía, las estrujaba y las chupaba como si de eso dependiera su vida, el fuego cada vez era más consumidor y ella se había aferrado al falo erecto de quien la desvestía, pronto la había desnudado casi por completo y lo unico que tenía apenas y lograba cubrir su sexo, pronto también eso fue retirado, y yo miraba fijamente el espectáculo que le era brindado a mis ojos, mi concentración casi desaparece cuando sentí que algo cayó cerca de mí, me acerque y pude ver que se trataba de las bragas de la bella pelirroja, no pude evitar tomarlas y acercarlas a mi nariz, pude notar con placer, que las bragas estaban bastante mojadas, la humedad las había empapado para mí deleite, y por un momento me imaginé a mí mismo tocado los pechos de la preciosura que tenía en frente, siendo yo quien bebiera sus jugos y muerda sus labios, mientras me imaginaba tales cosas, el tipo que ahora sabía que era un guardia, pues pude notar su insignia, ya la estaba penetrando, sus embestidas eran buscar y firmes, ella se retorcía, se mordía los labios y se sostenía al cuello del guardia, este que la tenía levantada por los glúteos, aprovechaba para además de penetrarla, estimular su otro agujero, los gemidos llenaban el ambiente y me tenían hipnotizado, no se exactamente cuánto duró, pero en cuanto terminaron, se empezaron a vestir de prisa, el tomo sus pantalones y la camisa, mientras ella tomó su falda, su corset y buscaba algo que le hacía falta, yo observaba como se movían su pechos con sus pezones aún erectos cuando ella daba pasos o se agachaba, al fin, ella pareció ver lo que buscaba, pues su expresión así lo indicaba, casi me muero del susto a notar que se dirija hacia mí, quise escapar pero no lo conseguí, pero creo que más se asustó ella al verme allí, con sus bragas en mi cabeza y la zona donde antes estuviera su sexo, rosando mi nariz, me cargó de prisa y yo aproveché para tocar una de sus tetas, sonrió de una forma dulce y retiro mi mano de su pecho .
- ¿que rayos hace el aquí? exclamó con asombro el guardia.
Ella levantó ligeramente sus hombros y me levanto con dirección hacia él.
luego se vistió rápidamente y volvió a cargarme, yo volví mi mano hacia donde antes había estado, pero esta vez burlando la seguridad del corsé, ella no se sorprendió mucho, supongo que pensó que estaría acostumbrado a eso, pues era un crío y mi madre sin duda aún me amamantaría, pero desconocía el trasfondo real y el placer que provocaba en mi poder apretar su pezón entre mi pulgar y mi índice.