Han pasado dos semanas desde la ceremonia de inauguración, lo suficiente para ponerme a mí y a mis compañeros de clases en un viaje que nunca olvidaremos.
Llevamos tres días perdidos en alta mar, sufriendo el azote de una gran tormenta y para empeorar las cosas, Miles está al timón.
—¿Quién demonios dejó que tomara el timón? —les grité a todo pulmón al resto de mis compañeros, mientras trataba de sujetarme con todas mis fuerzas al barco.
—Se volvió loco y nos atacó —respondió uno de mis compañeros—. No pudimos evitarlo.
Debido a la tormenta no pude darme cuenta quién había respondido con exactitud. Todos mis compañeros hacían lo posible por sostenerse de alguna forma sobre el barco. Sofía, había colapsado del susto. Adrien y yo hacíamos lo posible para acércanos a Miles, pero el fuerte viento, las olas y el cansancio nos lo pusieron difícil. Adrien cayó hacia atrás y el fuerte viento lo arrastró contra unos barriles. Inmediatamente, gritó algo en su idioma nativo:
—Sacrebleu.
No tengo idea de qué significa, pero su cara se puso tan pálida de repente que no pude evitar fijar la vista en lo que él miraba. Volteé a ver lo que se nos venía encima: ¡una ola de tamaño colosal estaba por golpearnos! Estaba muy claro que el barco volcaría.
—¡Hoy es un buen día para morir! —Gritó Miles desde el timón.
—¡No jodas! —Le respondí.
Esta historia continuará...