«Cuando sea grande te compraré un castillo en la luna», había dicho June a su madre cuando era niña. Poco sabía entonces. En su mundo crecer significaba cumplir cualquier sueño.
«Preferiría que no crecieras June», respondió su madre con nostalgia en los ojos.
En ese entonces ella no comprendía la tristeza de su madre. Crecer debía ser divertido, podrías hacer lo que quisieras; o al menos eso pensaba la pequeña June.
El sonido de unos vidrios rotos hizo que June regresara a la tierra. Una copa de vino cayó en el suelo de madera, el líquido rojo había manchado todo como si fuera sangre.
June apretó los dientes. No había estudiado durante años para terminar así. La verdad solo lo hacía por su madre quien estaba muy enferma.
—¡Qué esperas! —gruñó una mujer de cejas delgadas y curvadas. Parecía la villana de una película. —¡Acaso no te pagan por limpiar!
June dejó caer las sábanas en su regazo sobre la cama, se puso de rodillas y recogió los pedazos de vidrio. Gracias a la cruel villana pasaría todo el día restregando el piso como cenicienta.
Ya eran las tres de la tarde cuando la mancha por fin desapareció un poco. Con el dorso de su mano se limpió el sudor en la cara. Se levantó de un salto. Su tiempo de descanso finalizó horas atrás. June suspiró irritada. Retiró las sábanas blancas sucias, y colocó las limpias.
Dejó la habitación sin mirar atrás. Al principio le gustaba mirar la gran habitación de adornos extravagantes con ojos soñadores. El tiempo para soñar había terminado, las habitaciones del hotel no se limpiarían solas.
Nunca imaginó esa vida cuando decidió trabajar en el extranjero. Después de tres meses, toda esperanza desapareció de su cuerpo. June bajó corriendo las escaleras. El ascensor era la mejor opción, pero temía a los lugares cerrados.
El sonido de su paso apresurado hizo eco en las paredes del lujoso hotel. Su estilo rústico llamaba la atención de muchos millonarios. Trabajar con personas adineradas era lo peor. La gran mayoría parecían villanos sacados de una película de terror.
June redujo su paso cuando llegó al pasillo donde almacenaban los utensilios de las mucamas.
—¡Aquí estás! —exclamó una joven a lo lejos —. Te estaba buscando June.
Lisa, la mucama a cargo de las otras mucamas caminó hacia ella con los brazos cruzados.
—Lo siento…
—Olvídalo —dijo Lisa cortando Ias palabras de June —. El evento está por iniciar debes cambiarte pronto.
June permaneció estática por un segundo tratando de procesar las palabras de su jefa. Sus ojos se agrandaron al recordar. Debía trabajar como mesera en el salón de eventos del hotel. Ese día los ricachones de la ciudad se juntarían para conversar sobre sus fabulosas vidas.
—En seguida voy —expresó June lanzando las sábanas blancas en un canasto.
Su jefa puso los ojos en blanco.
En el vestidor June se puso su vestido negro, se soltó el cabello, y luego colocó un poco de maquillaje en su cara. Deseaba con toda su alma que el día terminase pronto.
Las puertas del salón se abrieron a las cinco en punto. Poco a poco el salón comenzó a llenarse de mujeres con joyas brillantes. Los hombres iban vestidos de traje negro, azul o gris.
Por un largo tiempo las personas permanecieron de pie charlando y saludando a sus colegas. June trataba de sentirse agradecida con su trabajo; de no ser por el mejor amigo de su madre jamás hubiera conseguido ese empleo en el exterior. Además, él le había ayudado con todos los gastos los primeros meses.
Los invitados se sentaron en las mesas después de pasados veinte minutos. Ese era el llamado para los meseros. Al mismo tiempo, los meseros llenaron las bandejas con varias copas de vino. El segundo grupo se acercó a la cocina para recibir los bocadillos. June estaba en el grupo de las bebidas.
Con cuidado los meseros colocaron las copas de vino en frente de los invitados. June trabajaba por inercia. Cada vez que vaciaba una bandeja regresaba por más. Por el rabillo del ojo vio un joven mesero mirándola. Era su amigo Carl. Días atrás habían hecho una apuesta de quien lograba abastecer más mesas en el evento. June negó levemente con la cabeza. Hoy no estaba de humor.
Una mesa alejada en el fondo quedó olvidada en medio del caos de meseros que iban y venían. Como siempre June se daba cuenta hasta del mínimo detalle. Se puso en marcha, acercándose a la mesa, aunque pronto se arrepintió. La cruel villana estaba sentada allí. La mujer tenía puesto un vestido beige adornado con joyas extravagantes, sus cejas puntiagudas amenazaban con salirse de su frente. Si fuera otra ocasión, June se moriría de risa.
En la mesa había otra mujer un poco más joven y dos hombres mayores. Sin perder el tiempo June entregó las bebidas, sin embargo, cuando llegó al asiento de la villana su pie golpeó una de las patas de la mesa; June perdió el equilibrio, la copa en su mano cayó en cámara lenta frente a sus ojos.
—¡Ah!
La mujer miró su vestido horrorizada. La mitad del vestido tenía una mancha roja. June se sintió mareada. Su fin había llegado.
—¡Niña estúpida! —escupió la mujer.
—Lo… lo siento —tartamudeó June—. Fue un accidente.
Los ojos de la villana echaban chispas.
—¿Dónde está tu jefe? Me encargaré de que te despidan ahora mismo.
June se puso pálida. No podía perder su trabajo. Su madre la necesitaba en ese momento. De pronto uno de los hombres comenzó a reír sin parar. Los demás lo miraron confundidos. Su fuerte risa hizo que los demás invitados los miraran.
—¡Uff! —El hombre se puso de pie. —Hace mucho no me reía así. Antonia no digas tonterías, no ves que solo es una niña. De seguro es su primera vez.
—¡Tengo veintitrés años! —June se llevó una mano a la boca. «¿Por qué había dicho eso?»
El hombre caminó hacia ella y la observó de pies a cabeza. Por alguna razón no se sentía intimidada. El hombre tenía varias canas en el cabello, sus ojos oscuros brillaban llenos de amabilidad.
—¿Cuál es tu nombre?
—June.
El hombre sonrió. —Tienes unas facciones interesantes, aunque hermosas me atrevo a decir.
June se puso roja, no había malicia en la voz del hombre, sus palabras sonaban sinceras.
—Tal vez porque soy extranjera —admitió ella.
—¿Ah sí? —El hombre se llevó una mano a la barbilla. —June me gustaría hablar de negocios contigo. Les pido por favor que se retiren de la mesa.
La villana gruñó. El otro hombre y la mujer se miraron confundidos, pero al cabo de un segundo se retiraron. La villana fue la última en irse, antes de alejarse lanzó una mirada de odio hacia June.
—¡Por favor! Los demás sigan disfrutando —dijo el hombre a los invitados como si él fuera el encargado de la fiesta.
La música llenó el salón de repente. Los invitados lanzaban miradas curiosas, pero no se atrevían a acercarse a donde estaban ellos. El hombre hizo un gesto para que June se sentara. Viendo como los demás obedecían sus órdenes, June tuvo que aceptar la invitación sin queja alguna.
—Me gustas —expresó el hombre sin rodeos.
June abrió los ojos. «¿Está loco?»
El hombre se rió de nuevo. —No me malinterpretes. Me gustan las personas sinceras. Además este hombre ya está muy viejo para esas cosas.
June asintió; dejó caer sus hombros hacia atrás.
—¿Sabes quién soy?
Ella negó con la cabeza.
—Mi nombre es Philip Firestorm.
Philip Firestorm. Le sonaba muy familiar ese nombre. Pasados unos segundos lo recordó. Philip Firestorm era el dueño del hotel, no solo eso, era el dueño de la compañía hotelera más grande de Inglaterra, España y Corea del Sur. June sintió un escalofrío.
—Es un placer conocerle. —June extendió su mano, el señor Firestorm la estrechó con firmeza.
Su corazón palpitaba ansioso. Miles de ideas pasaban por su cabeza, en especial la idea de que pronto sería despedida. Si no la despedía él, su jefa la despediría mañana mismo.
—Tengo una propuesta para ti —dijo el señor Firestorm tomando un trago de vino. June tragó saliva. —Cásate con mi hijo.
—¿Qué…?— June se atragantó con su propia saliva. —¿Está loco señor?
El señor Firestorm comenzó a reírse y golpear la mesa con ambas manos. La música sonaba fuerte en ese momento, por lo cual nadie se fijaba en ellos. En su corta vida June nunca había conocido un millonario tan extraño.
—Es tan divertido molestar a los jóvenes. —El señor Firestorm se secó las lágrimas con un dedo. —Es broma, aunque he de admitir que me gustaría ver a mi hijo casao con alguien como tu.
June comenzaba a perder la paciencia. Estaba cansada de ser tratada como un juguete. De no ser por su madre ya se hubiera vengado de esos ricachones.
—Dígame que quiere —espetó ella malhumorada.
El señor Firestorm se acomodó su corbata. —Finalmente. —Ella frunció el ceño sin darse cuenta. —De ahora en adelante serás mi asistente. La paga será mucho mejor que la de un mesero. Así que no aceptaré un no como respuesta.
Por un segundo dudó. El señor Firestorm ya Ie había jugado una broma antes, ella tenía cero experiencia en esa área, el hombre no podía hablar en serio.
June esperó las risas del hombre, pero nunca aparecieron. Su rostro firme se veía sincero. El señor Firestorm extendió una mano para que June la apretara y así cerrar el trato. Si no era una broma no podía perder esa oportunidad, por otro lado el señor Firestorm inspiraba confianza. Rezo por dentro que no estuviera cometiendo un error y estrujó la mano del señor Firestorm.