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Chapter 169 - Verdaderos seguidores

Los no esclavos celebraron su victoria con sonrisas que brillaban como estrellas recién nacidas en un vasto firmamento. Sin embargo, sus labios permanecieron sellados, cautivos del temor de perturbar a Los Sabuesos, cuyas figuras imponentes, vestidas con armaduras que por la oscuridad se apreciaban rojas como la sangre, chocaban sus escudos en un resonar vibrante. Era un estruendo de metal contra metal, una sinfonía de determinación que buscaba hacer retroceder a los espectros.

Ita dejó escapar el nerviosismo y la tensión de su cuerpo en un profundo suspiro, como si despojara su alma de pesadas cadenas invisibles. Su mano, firme y decidida, abrazaba la espada con tal intensidad que los dedos comenzaban a perder la sensibilidad. Jamás se habría atrevido a imaginar que una criatura tan grotesca, emanando un aura de poder y temor abrumador, pudiera existir en este mundo. En ese instante, el eco de su propio corazón latía en sus oídos, sintiendo por un momento que habría sido mejor quedarse en la seguridad de la vahir como una esclava más.

—¿Ya puedes verlo, Ita? —preguntó Zinon con un tono calmo y suave, no había quitado la atención de los soldados, y, aunque trataba de impedirlo, una tenue sonrisa pintaba sus labios.

La mujer, con el entrecejo arrugado y la mirada fija en algún punto del oscuro escenario, giró hacia él, su confusión evidente, como si estuviera tratando de desentrañar un complicado acertijo.

—¿Qué quieres decir, Zinon? —Su voz, entrecortada por la duda, resonó en el aire como el eco de una campana lejana, preguntándose si había perdido alguna parte de la conversación.

—La verdad en las palabras del Iluminado Kiris, Ita.

La mujer hizo un intento por recordar, tanto le había escuchado decir a aquel hombre, estupideces en su mayoría, y por un momento sintió que no entendía lo que quería decirle su compañero, pero, fue su mirada la respuesta, un brillo de fascinación parecía surgir desde un lugar muy profundo de su alma.

—No quiero escuchar sobre eso, Zinon.

—Debes hacerlo ahora más que nunca, pues ante tus ojos está la verdad —respondió, sus ojos ardían con fervor. Su tono era el de un hombre convencido, impulsado por la urgencia del momento—. ¿Cuánto has rogado a esas deidades muertas por tu liberación? ¿Cuánto has implorado su favor, buscando sus bendiciones mientras el viento arrastra tus plegarias al olvido? —prosiguió, los momentos de silencio entre sus palabras fortalecían su discurso. El rostro de Ita se crispó al intentar hablar, pero él continuó sin ceder—. Dime, Ita, ¿alguna vez han respondido? No, jamás lo han hecho. Pero el dios Orion es distinto. —Guio su mirada a la mujer, entonces Ita sintió que el hombre que había conocido durante tanto tiempo se había ido, remplazado por alguien más—. Obedece, síguelo, abrázalo con la pureza de tu corazón. Ríndete ante su gracia, y entonces Él, con su maravillosa presencia, te recompensará con amor y una protección que ningún otro ser te podrá ofrecer.

La mujer escupió al suelo, deseando sacar de su cuerpo toda la verborrea de su compañero. Luego, con un gesto lleno de temor, como un infante que sabe que ha hecho mal, alzó su mirada hacia el vasto techo, respirando con dificultad, como si cada aliento llenara su pecho de veneno. Cerró los ojos y, lentamente, llevó su mano libre a su corazón, palpando el tamborileo de su complicada vida.

—Nunca pensé que Kiris tendría tanto poder en tu mente, Zinon —dijo al culminar con su ritual, desechando la blasfemia provocada de su mente.

—El iluminado Kiris, Ita. —corrigió con cierta severidad, una que se atenuó casi de inmediato, restaurando su semblante al equilibrio—. Hombre humilde es, pues, incluso con la sabiduría que Nuestro Divino Señor le ha concedido, ha promulgado la igualdad entre todos los siervos. Él ha vislumbrado la verdad que se oculta en las profundidades y ha compartido con nosotros su revelación. Ha destruido las creencias sobre las deidades muertas, despojándose de las cadenas que nos atan, para que nosotros no tengamos que sufrir la misma agonía. Su sacrificio y su valentía son dignos de nuestro respeto, Ita. No nos gustaría crear discordia entre los ciegos y nosotros. —Sus últimas palabras se deslizaron de su lengua como una hoja fina y afilada.

La mujer aguantó la risa, sintiendo que nunca había escuchado tantas estupideces juntas, porque una cosa era soportar las blasfemas palabras de Kiris, y otra elevarlo a una posición de Iluminado, sin embargo, en ese preciso momento su mueca se malformó al apreciar con el rabillo del ojo las serias expresiones de sus compañeros.

—No puedo creer que unas cuantas reuniones nocturnas les hayan hecho olvidar a quien pertenece nuestra devoción —dijo con cierto enfado—. ¿No se han dado cuenta de que no somos más que sus esclavos? —Debió respirar para tranquilizarse—. Y eso lo acepto, es un hombre de poderes atroces, pero, hombre al fin y al cabo, y no tengo problema en doblegarme ante él, respetarlo y temerle, pero no encuentro razones para amarlo, ni elevarlo a la divinidad.

—¡Ciega! ¡Te niegas a ver la verdad, a pesar de que está justo ante ti! —rugió Raspak—. ¿Cómo te atreves a comparar al Divino Señor con un simple mortal? Ya lo decía el iluminado Kiris, aquel que no conozca la gracia de Nuestro Señor, o no la quiera aceptar, vivirá condenado a la ignorancia eterna.

Ita endureció el semblante, la furia había brotado dentro de ella como un fuego desenfrenado, no obstante, al querer desatar su enfado sobre el subalterno que no solo le debía obediencia, sino también respeto, notó que en las facciones de todo el escuadrón no había ni un ápice de apoyo para ella, ni tampoco una sola mirada de desaprobación para el hombre por sus osadas palabras, era como si la boca de Raspak hubiera sido el vehículo para el pensamiento de los presentes. Entonces, entendió que ya no tenía aliados, y eso le hirió más que saber que los suyos habían abandonado la fe de los pueblos humanos.

—Tranquilo, Raspak, Ita sigue siendo la líder de nuestro grupo, y debemos respetar el cargo que nosotros le otorgamos —dijo Zinon con un tono conciliador.

—Pero, compañero sabedor de la verdad...

—No nos encontramos en el lugar apropiado para debatir sobre esto.

Todos asintieron, pero sus rostros se volvieron curiosos al notar la preocupada mirada de su líder.

—¿Y el pequeño? —preguntó ella.

La silueta de Korgan había desaparecido, provocando que la acalorada conversación cesara de inmediato. Ahora debían ocupar esa energía para encontrar al pequeño antar antes que algo malo le sucediera.

—Búsquenlo —ordenó la mujer de manera tajante.

El grupo asintió, sintiendo la falla cometida en lo profundo de sus corazones.

—¿Qué sucede? —preguntó Barion al notar el extraño comportamiento de los no esclavos. Segundos previos, junto con su grupo, habían concluido con la ceremonia para alejar a los malos espíritus, por lo que mentalmente se encontraba cansados, al igual que el resto.

Ita, mujer de personalidad directa y franca enmudeció, podría presentar réplica contra sus compañeros, contra nobles que en su momento la despreciaron, pero, parecía que su inteligencia le mandaba a guardar silencio contra el individuo perteneciente a Los Sabuesos. El hombre le superaba por una cabeza, pero, era el recuerdo de lo recién realizado lo que provocaba alarma en todo su ser.

Sintió el contacto firme de su mano izquierda contra la empuñadura de la espada, un gesto que le otorgaba un leve alivio, una calma fugaz borrada instantáneamente por la inquietante certeza de que él sería más rápido al desenvainar. Observó sus ojos, había un grado de salvajismo en su mirada, no parecía que una excusa pudiera salvarla de un trágico desenlace, y es que, aunque encontrara el perfecto pretexto, el cuidado del antar recaía únicamente en ella, pues ella era la líder, la responsable, y culpable si algo llegaba a pasarle.

Sus labios se abrieron con un temblor nervioso, pero una voz, tan única, y que ahora le parecía tan hermosa e invaluable le hizo regresar el alma al cuerpo.

—Es por aquí, certeza —gritó el antar desde un lugar del gran recinto.

—Debemos seguirlo —dijo la mujer, y sin esperar algún cuestionamiento emprendió la carrera al lejano lugar de donde provino la voz.

Tal vez uno o dos minutos les bastaron para llegar ante el pequeño, quién se notaba ansioso, con una gran sonrisa iluminando su rostro.

—Seguir está senda es lo correcto, seguridad. Ahí se encuentra lo importante, impaciencia.

Barion se quedó observando al pequeño con una expresión complicada, deseaba explicar que no tenían un estado óptimo para seguir explorando, sin embargo, el hombrecito emprendió la carrera por el oscuro sendero. Los Sabuesos no tuvieron más remedio que seguirlo, al igual que los pertenecientes al sindicato.

El ahora líder del reducido grupo de Los Sabuesos consiguió llegar justo al lado del antar, la oscuridad decoraba cada centímetro del estrecho sendero, aunque de dimensiones largas en altura. Entre más se adentraban, la sensación de presión aumentaba, algo muy malo esperaba en la lejanía, por lo que observó al pequeño, anhelando que se detuviera, sin embargo, no lo hizo. Se había acercado a la pared del flanco derecho, palpando la superficie con su mano.

—Cerca.

Barion se distrajo por la tenue luminosidad azulada en la lejanía.

—Señor Korgan —dijo al desenvainar—, a mis espaldas.

El antar se apresuró al otro extremo, una cuerda de emoción e impaciencia lo jalaba, y él, dispuesto a obedecer actuaba en consecuencia.

Barion debió perseguirlo, con una mueca de ligera molestia, se sentía como un niñero de un infante hiperactivo y osado, al cual, por orden de su madre no podía ponerle una mano encima para que obedeciera.

—Es por aquí. —Seguía repitiendo el pequeño. La sonrisa invadía su rostro, estaba más allá de la alegría, una emoción que creía nunca haber experimentado.

La luz se hizo más fuerte, golpeando los ojos de los hombres que se habían aclimatado a la oscuridad. Sus pupilas se reducieron en tamaño, mientras observaban las líneas azules, que como ramas de los árboles se encontraban plasmadas en la húmeda piedra mohosa que rodeaba la pequeña sala.

Korgan sintió cómo una oleada de nerviosismo le atravesaba la garganta al acercarse. Sus piernas, casi desobedientes, lo guiaron hacia el montículo que se alzaba contra la pared, una formación de mineral que irradiaba un extraño fulgor azul. La coloración era hipnotizante, cada destello pareciendo susurrar promesas de poder. Su boca se humedecía, un reflejo inconsciente de su creciente deseo. La mano, como si tuviera voluntad propia, se estiró hacia aquel enigmático objeto, mientras su corazón latía con fuerza desmedida.

—¿Qué es eso, señor Korgan? —Envainó.

—Corazón de montaña, guerrero de Prim Dono —respondió, sin quitar su mirada de tan preciado material.

Sus dedos tocaron la superficie del extraño mineral, era suave como la mejilla de un bebe, y fría como el acero.

Barion se había dejado seducir por el azul pulsante de la veta, la cual parecía contener un corazón en su interior que cada pocos segundos daba la apariencia de bombear. Sin embargo, sus bellos se erizaron, y su espalda sintió el gélido beso de lo espectral, algo muy malo estaba por suceder, y se lamentó al experimentar la confirmación.

Un grito atroz, la combinación de un rugido lastimero, imponente y amenazante, envolvió la pequeña sala donde se encontraban.

—Corran —ordenó el ahora líder del grupo de Los Sabuesos. Los soldados y los pertenecientes al sindicato asintieron, el alarido había sido suficiente para convencerlos de evitar la réplica—. Señor Korgan, debemos irnos.

—No —dijo con firmeza, su mano se había sujetado a una pequeña protuberancia, y con fuerza estaba haciendo el exitoso intento de separarla de su origen.

Barion sintió que la muerte estaba próxima, escuchaba sus murmullos, sus gélidas manos rozando su piel, así que, sin pensarlo tomó el cuerpo del pequeño, este había conseguido su hazaña en el preciso instante que sintió los gruesos brazos del hombre al cargarlo, por lo que no puso resistencia.

Podía escucharlos acercarse, no tenía la rapidez para superarlos por mucho tiempo, y no quería caer en un lugar semejante, y menos teniendo en las manos a un individuo tan importante para su señor.

Tocó su preciado anillo, aquel obsequiado por su soberano en razón de su proeza en la batalla contra el ejército de Lucian con la esperanza de ser nuevamente bendecido.

—Señor Orion, concédeme fuerza y rapidez...