Alberto estaba en el aeropuerto de la ciudad de Puebla, cargaba sus dos pesadas maletas llenas de sus cosas, ¿En verdad estaba a punto de hacerlo? ¡Era una completa locura! ¿¡Ir a una ciudad en la que nunca has estado y en la que no conoces a absolutamente nadie solo para ir a una universidad en la que todavía no sabes si serás aceptado!? ¡¿Acaso estaba loco?! Pues no, Alberto no estaba loco, solamente era peligrosamente entusiasta, ya lo tenía todo planeado, llegar a la ciudad de México, tomar un taxi a Ciudad universitaria, y empezar a caminar por las calles cercanas buscando un departamento amueblado y a buen precio, rentar uno de esos departamentos y acomodarse para después ir a la universidad a entregar su exámen y rezar por ser aceptado.
Alberto estaba esperando a abordar, mientras en su cabeza iba tachando cualquier tipo de situación que se pudiera dar, y también estaba creando planes de emergencia para sus planes de emergencia, si que era precavido.
—Pasajeros del vuelo 231 a Ciudad de México, favor de abordar al avión.
La voz casi mecánica de la voceadora, sacó abruptamente a Alberto de sus pensamientos y se apresuró a abordar su avión.
(...)
Después de casi cuatro horas de viaje, Alberto por fin llegó a la capital, la enorme, hermosa, contaminada, corrupta, violenta, insegura, pobre y desigual Ciudad de México.
Alberto salió del aeropuerto apresurado, eran casi las 7:00 de la tarde y a esa hora sería muy difícil seguir con el plan. Salió a la carretera e intentó llamar la atención de uno de los taxis que pasaban, pero ninguno se detuvo, el taxi o iba lleno o no notaba la presencia de Alberto o simplemente no le hacía caso. La noche caía y no parecía que ningún taxi le fuera hacer caso, por lo que decidió preguntar a alguien en el aeropuerto si había algún lugar cercano en donde pudiera pasar la noche.
Alberto entró en el edificio el aeropuerto, caminó entre la gente y trataba de hablarle, pero toda la gente simplemente estaba en lo suyo y no tenían tiempo que perder en un adolescente desorientado.
Al notar que las cosas no serían tan fáciles en la capital, Alberto ya estaba asustado, quería regresar a Puebla, pero ya se había decidido. Y además, si regresaba, eso se sumaría a "La lista de fracasos de Alberto Flores". A lado del día que rechazó ser modelo de un anuncio de leche, o el día que se negó a ir a una excursión sorpresa de su escuela y resultó que la excursión fue al pie del pico Orizaba.
Para evitar la humillación de hacer más larga su lista de fracasos, decidió hablar con uno de los guardias, para saber si sabía por dónde podría tomar un taxi con más facilidad.
El guardia lo vió confundido.
—niño, el área de taxis queda por ahí— el guardia apuntó a una de las salidas del aeropuerto, por la puerta de acceso se miraban varios taxis formados uno tras de otro, a espera de que alguien necesite de tal servicio.
La cara de Alberto se puso roja de un momento a otro.
—Gracias— solo acertó a decir y corrió al área de taxis, más por vergüenza de no haberse percatado del área de taxis en todo el rato que llevaba ahí, que por tener prisa.
Alberto se acercó al primer taxi de la fila y se asomó por la ventanilla abierta del lado del copiloto. —buenas, ¿Cuánto me cobra de aquí a Tlatelolco?, ya sabe, a la plaza de las tres culturas.—dijo, tratando de evitar sonar muy nervioso.
El conductor lo volteo a ver y lo analizó con la mirada. —tsss, si queda lejitos, aparte de que ya mero termino mi turno, dame unos 250 varos y te llevo justo a la plaza.
«puta madre, se dió cuenta de que soy foraneo» Alberto pensó mientras de moría de enojo por dentro, más por fuera solo le sonrió al conductor. —claro, pero déjeme a las afueras de ciudad universitaria.
—dale pues, subase— dijo el conductor, mientras bajaba del auto para abrir el maletero del taxi, para que Alberto guardará sus maletas.
Alberto dejo sus maletas en el maletero y se subió al asiento trasero del taxi y el conductor arrancó.
—¿Y uste' de dónde viene?— preguntó el conductor, para intentar hacer más venidero el camino.
—¿Yo?— Alberto se quedó pensando un momento. ¿Era buena idea decirle?, esa duda lo detenía, pero fue interrumpido de sus pensamientos por la voz aguda del taxista
—si, uste' nimodo que el vecino— el conductor río.
—a si, ¿Verdad?— Alberto también dejo salir una ligera risa. —yo vengo de la ciudad de Puebla, pero vine aquí por eso de la universidad—
—Ah, ¿Si? ¿Y que va a estudiar, muchacho?—
—pues, haré mi exámen de admisión para la carrera de psicología clínica— respondió Alberto.
El conductor se sorprendió y cambió el tono de su voz rápidamente.
—¿Cómo? ¿¡No se ha metido a la escuela aún!?—
—Pues no, pero tengo fé en que me aceptarán. De todos modos falta un mes para que empiecen las clases—
—ay, mijo. ¿Tiene familia aquí?—
—No— dijo Alberto, sacando todo el aire de sus pulmones en esa sola y corta palabra. —pero pues, no hay problema. Escuché sobre varios cuartitos y departamento de renta cerca de la uni.—
—¿Y como sabe que esos departamentos no están desocupa'os? Digo, hay muchos más muchachos de su edad que se preparan con tiempo, esos departamentos se llenan normalmente dos o tres meses antes de que empiecen las clases.
—¡¿Qué?!— Alberto abrió mucho los ojos, su plan se estaba empezando a caer en pedazos —¡¿En serio?! ¡Vírgen santísima! ¡¿Cómo puede ser tan tonto!?— tras decir eso, Alberto se golpeó la cara con la palma de su mano, y se agachó. Estaba a punto de romper en en llanto.
—muchacho, no se ponga así, ire, pus...— el taxista se empezó a sentir culpable, su intención no era asustar a Alberto, solo se le salió ese dato.
Alberto lo miró, esperando a que el taxista termine de decirle lo que le diría.
El taxista se empezó a sentir más presionado, y buscó en su mente algo relacionado con el tema y que pueda darle ánimos a Alberto. —pus...— dijo mientras seguía pensado, intentó alargar lo más que pudo esa palabra, dejando salir una especie de silbido al pronunciar una larga "s".
Alberto se empezaba a desesperar, pero intentó no decir nada, pues no quería hacer enojar al taxista y que luego este ya no le quisiera decir nada.
Entre todos los datos y recuerdos que el taxista tenía sobre la universidad y como funcionan las cosas para los estudiantes, el taxista recordó algo en específico. —oiga, muchacho, yo conozco a una señora que renta departamentos, por'ai, cerca de ciudad universitaria—
Alberto suspiró, y su actitud pasó de una actitud pesimista a una positiva, en un abrir y cerrar de ojos.
—¿En serio?, ¿Sabe en cuanto da la renta?, ¿Están amueblados?— preguntó Alberto.
—ay, ay, ay, ay, ay, muchachito. ¿Está loco o algo así?— exclamó él taxista, ya que le abrumó el cambio tan repentino de ánimo que tuvo Alberto.
Alberto solo se sonrojó y se quedó serio.
—lo siento, me emocioné un poco—
—ya, dejemos eso, mijo.— el taxista hizo una pequeña pausa, para intentar retomar el hilo de la conversación —bueno, como le decía, Doña Mary renta departamentos por'ai de ciudad universitaria, es algo carera, pero aún así es un amor de persona.—
—¿Y de cuánto son las rentas?— volvió a preguntar Alberto, ya algo impaciente.
—a eso voy, mijo. Sus rentas son de unas dos mil bolas al mes—
Alberto se sorprendió de escuchar tal cantidad. —Verga...— dijo, y luego de tapó la boca, por vergüenza de la palabrotas que se le salió.
—pero deja que dos o tres personas vivan en un departamento para que se repartan la renta, así que no se me espante.
Alberto se destapó la boca para seguir hablando —bueno, al menos, ¿Y los servicios se pagan a parte?.
—ay, mijo, yo que voy a andar sabiendo, nunca he rentado ahí, pero Doña Mary es amiga de mi señora, por eso se lo de los precios.
—ah, bueno, ¿Me lleva para con doña Mary.
—ta' bueno, pero si lo llevo hasta allá le va a costar 280 pesos.
Alberto río, pensando que el taxista estaba bromeando, pero al notar la expresión sería que este puso, se dió cuenta de que hablaba encerio
—okay, le doy los 280, pero me espera en la entrada por si la señora no está o ya no tiene espacio.
El taxista sonrió, como forma de demostrar su conformidad con el trato y aceleró mas el taxi, para así llegar mas rápido.
No pasó mucho rato, si acaso algunos 30 minutos y llegaron al fin a casa de la famosa Doña Mary, todo parecía muy normal, era una simple casa con un diseño de arquitectura colonial. Sin embargo, a lado de casa se miraba un edificio de cuatro plantas. Todo parecía ser parte de un mismo dueño, pues había una barda que rodeaba todo el terreno que abarcaban la casa y el edificio.
Alberto, emocionado, bajó del taxi y fue a llamar a la puerta de la casa, no parecía tener respuesta, por lo cual volvió a llamar.
—buenas noches— gritó Alberto, esperando alguna respuesta, pero aún así nada. Alberto sé sintió decepcionado y se decidió por volver al taxi.
Cuando ya estaba resignado a qué su destino sería dormir en alguna banca de Chapultepec esa noche, vió como desde una de las ventanas de la segunda planta de la casa se encendía una luz. Alberto corrió al ver esto, corrió a un punto desde donde cualquier persona que se asome por la ventana pueda verlo. Pero se llevó una gran sorpresa de ver a una anciana mayor, que usaba unos lentes de fondo de botella, tenía el pelo blanco y su piel se arrugaba en un millón de finas arrugas.
Lo que le sorprendió no fue la apariencia de la mujer, si no que esta lo estaba apuntando con una escopeta.
—¡YA TE DIJE QUE NO QUIERO LOS FLEIVO ESTÓN!— gritó la mujer.
Alberto puso las manos en alto. El miedo recorrió todo su cuerpo en un instante. ¿En serio acababa de llegar a la capital solo para que una 'ñora con problemas con vendedores de sartenes lo matara?
—B... Buenas— titubeó Alberto —yo no v... Vengo de Flavor Stone—
La anciana acomodó mejor la escopeta en sus manos, para así apuntar mejor a Alberto.
—¡tampoco quiero vender tóperguer!—
—n... no señora, t... tampoco vengo de Topperware— dijo Alberto y tragó saliva, nervioso de que la anciana le metiera un plomazo.
—¿Entonces?— preguntó la anciana mientras arqueaba una ceja.
—vengo para ver lo de los depas— tras decir esto, el chico suspiró, pues creyó que ya se había librado de recibir un disparo.
—¡oh, perfecto!— exclamó emocionada la anciana, pero por el mismo impulso apretó el gatillo de la escopeta, la cual disparó directo a Alberto
Alberto solo escuchó el estruendo de la escopeta y en menos de un segundo sintió como algo se impactaba en su pecho, lo cual lo hizo caer de espaldas al suelo, y vio un líquido rojo se extendía, manchando su camisa.
Alberto sintió que se desmayaba, el dolor era punzante y se contagiaba al resto de su cuerpo. Solo estaba esperando el momento de morir, pero... La señora habló desde la ventana.
—Mijo' no sea dramático, solo es una bola de pintura—
Alberto sé sintió confundido y revisó el líquido. En efecto, el líquido olía a pintura fresca.
—ay, bueno... Por lo menos sigo vivo—mencionó Alberto, mientras pegaba una suave risa incómoda y avergonzada.
La anciana también río un poco
—esperame ahí mijo, ya voy para abajo— la anciana se perdió de vista por la ventana.
Alberto se levantó del suelo y se sacudió la tierra de la ropa, pero escuchó algo, se escucharon unos pasos muy pesados que venían corriendo hacia el, era él taxista, seguramente asustado por el sonidos de la escopeta.
El taxista tenía esa cara de preocupación
—mijo' ¿Anda bien?— preguntó el taxista, mientras se acercaba a Alberto.
Alberto asintió con la cabeza, pues no le salió ni una palabra de la boca.
El taxista revisó la mancha roja en la camisa de Alberto, y cuando notó que era pintura se puso a reír a carcajadas.
—ay, mijo, se me olvidó avisarle que doña Mary está medio loca— dijo el taxista, entre risas
—¿Quien está loca, Toñito?— preguntó sarcásticamente la anciana, mientras caminaba lentamente hacia Alberto
El taxista pasó de una expresión divertida a una seria en un momento
—Doña Mary— saludó nervioso —es que, también uste', recibe con su escopeta de bolas de pintura a todo el que llegue a su casa después de las seis de la tarde—
—ponte en mi lugar, Toño. Cuando no son los de Bere Güer, son los de Están jon—
Alberto, al notar que se estaban desviando de su tema, tosió, como un intento de llamar la atención.
—ah, si, ire mijo. Las rentas de los departamentos son de 2,000 pesos al mes. Te llegará recibo de agua, luz y gas, así que eso es aparte de la renta, tu solo dame a mi el dinero y yo iré a pagarlo. Ummm... Los departamentos están amueblados y tienen boiler, así que hay agua caliente.— indicó la anciana.
Alberto asintió
—pero, ¿Puedo tener compañeros?— preguntó, pues lo que más le importaba era poder dividir los gastos.
La anciana miró a Alberto, mientras hacia un sonido parecido a un siseo.
—oh, claro, vamos adentro y ahí seguimos hablando, si quieres te hago un cafecito—
—claro— Alberto sonrió
—oiga, doña Mary, ¿Me hace otro a mi?— preguntó el taxista con entusiasmo.
—no, ¿Uste' no tenía que dar viajes?— respondió Doña Mary, como un modo de hecharlo.
—ay, doña Mary, que mamona se pone—
—endele, chiflando y aplaudiendo que aquí sale sobrando— Doña Mary hacia ademanes con las manos, haciendo el clásico movimiento que hace una persona cuando quiere que otra persona salga del lugar de donde está.
—uh, ta'weno, pero ya no le voy a traer renteros, eh—
Alberto, miró la escena divertido, pero luego recordó que aún no le pagaba al taxista.
—espere, don— dijo Alberto —todavía le debo sus docientos ochenta pesos.
—oh, es verdad— respondió el taxista sorprendido— se me andaba olvidando. Gracias— tras decir esto, extendió la mano para recibir el dinero.
—tenga, aquí está.— Alberto empezó a buscar su cartera en su bolsa del pantalón, pero no la encontraba, lo cual lo volvió a poner nervioso, por la cual empezó a golpear levemente con las palmas de sus manos las zonas donde estaban sus bolsillos.
—uh, no encuentro mi cartera— se notaba el miedo en su voz, no solo acababa de perder todo el dinero que lo acompañaría hasta que consiguiera un trabajo, si no que también su tarjeta de crédito y su identificación
—¿No la habrá dejado en el taxi?— preguntó el taxista, compartiendo la preocupación de Alberto.
La anciana, por su parte hizo una mueca de vergüenza.
—¿No es esta?— Preguntó, mientras de su bolsillo sacó una cartera de color caqui, la cual tenía una calcomanía del logotipo de twenty one pilots.
Alberto sonrió, sentía como si alma le volviera al cuerpo.
— sí, si es, gracias— dijo Alberto, mientras tomaba la cartera y de esta sacaba los 280 pesos que le debía a don Toño el taxista.
Don Toño por su parte empezó a reír, y aprovechó cuando Alberto se acercó para darle el dinero para susurrarle una advertencia.
—ten cuidado, que la doña Mary es media uña— susurró entre risas
Alberto río igual
—no se preocupe, lo tendré—
—bueno, yo ya me voy— dijo el taxista alzando la voz, para que doña Mary también lo escuchara y se dió la vuelta para ir en dirección a su taxi.
—ahora que ya se fue, venga para acá mijo— dijo Doña Mary, haciendo un movimiento con la mano, indicándole a Alberto que entrara a la casa.
Una vez adentro, la anciana le dió una taza de café y lo invitó a sentarse en en sillón.
—bueno mijo— la anciana saco una hoja de papel de una carpeta que estaba sobre la mesa de café. —estos son los planos de los departamentos, todos son iguales, así que no se pierde de mucho— dijo mientras le daba la hoja.
La distribución era simple, un departamento de unos 90 metros cuadrados, con una sala, cocina, dos habitaciones, un baño y hasta un pequeño balcón al cual se salía desde la cocina.
—oh, está bonito— dijo Alberto, mientras miraba el plano. —me interesa.
—Eso es lo que quería escuchar— dijo la anciana sonriendo mientras sacaba una libreta y empezaba a revisar algunos de lo apuntes, pero al revisar bien su sonrisa se borró.
—y mijo... Ya no tengo departamentos... — doña Mary hizo una expresión de pena.
—no me diga eso— Alberto se sentía horrible, no solo no había espacio, si no que también el taxista ya se había ido y en esa parte de la ciudad sería difícil conseguir un taxi a esa hora.
—al parecer ya todos están ocupados— en la voz de doña Mary se denotaba ese aire de vergüenza típico de cuando haces escándalo muy grande por una cosa y al final no termina resultando
—pero, ¿No me puede meter con nadie?— preguntó Alberto, dando patadas de ahogado.
—pues...— doña Mary siguió revisando los apuntes de la libreta — todavía queda un departamento con un espacio libre, pero no sé si quieras vivir ahí
—¡Ni loco dejaría esta oportunidad!— exclamó Alberto, mientras su tono de voz pasaba de uno preocupado a uno aliviado.
—okay, si tu quieres, pero te advierto que casi nadie puede soportar vivir ahí con la rentera que tengo—
Alberto quería darse para atrás nomás escuchó esto, pero ya era tarde, ya había accedido.
Doña Mary lo llevó al famoso departamento donde todos los los compañeros salían huyendo a los pocos días, era el último departamento del cuarto piso del edificio. Al llegar Doña Mary tocó la puerta
—Sarita, mi niña, ven— Doña Mary alzó la voz, para asegurarse de que esa tal Sara la escuchara.
Pasó menos de un minuto y abrió una chica con el cabello castaño y enmarañado, tenía tatuajes en todo su brazo izquierdo, en su mejilla se notaba una cicatriz la cual cubría torpemente con su cabello, también usaba unas uñas acrílicas tan grandes que parecía que podría sacarle un ojo a alguien si se descuida. Lo que más impactaba de la chica era que parecía demaciado delgada y demacrada.
—¿otro compañero, doñita?— Sara miró a Alberto de pies a cabeza.
—ay, Sarita, no sea así mija, capáz y con este joven si se lleva bien— dijo doña Mary, mientras sonreía nerviosa.
—meh, como sea, por lo menos pagaré menos renta— dicho esto, Sara solo se fué a encerrar a su habitación.
Alberto sé quedó confundido, ¿Eso que significaba?
Por su parte, doña Mary pareció aliviarse de la tensión.
—andele mijo, ya puede ir acomodando sus chivas— dijo mientras le daba unos golpecitos a la espalda de Alberto, indicando que entrara al departamento.
—pero, ni siquiera hablé con ella— dijo Alberto, notablemente confundido.
—ay, mijo, mejor ni le hable, no quiero que se me asuste
—uhh... Bueno— Alberto tomó sus maletas, las cuales había dejado en el pasillo y entró en la habitación que sabía debía estar vacía.
Una vez dentro de la habitación, solo cerro la puerta tras de él, dejo las maletas en el suelo y se tiró en la cama, sin siquiera quitarse los zapatos. Se dió cuenta de que estaba agotado, fueron muchas emociones por un día. Y a pesar de querer dormir, no podía, pues la misma duda cruzaba en su mente una y otra vez «¿Quien era Sara?»