Los dos imponentes titanes avanzaron lentamente por el campo de batalla, haciendo temblar el suelo con cada paso de sus dos enormes patas metálicas. Detrás de ellos había cientos de mecas bípedos MK1 Galahad y varias unidades de infantería siguiéndolos. Los Galahad eran las principales unidades del ejército de la Entente, capaces de derribar a casi cualquier objetivo terrestre. Los grandes números de los Galahad habían marcado la diferencia en muchas batallas. El soldado Isaac Rigsby, que iba en uno de los Galahad, observó con asombro a la gigantesca máquina de hierro que lideraba a las tropas a través de la ventanilla del artillero derecho.
—¿No creen que sería increíble? —dijo Isaac, un poco emocionado. El ruidoso motor a diésel del Galahad apenas permitía tener una conversación decente, por lo que tuvo que elevar un poco la voz.
—¿Qué cosa? —preguntó Noah, sin mucho interés.
—Subir al Voluntad Inmortal.
—Sin duda sería una experiencia impresionante.
—Cualquier lugar es mejor que estar dentro de esta cosa —comentó Adam, el piloto del Galahad.
El interior del Galahad era bastante estrecho y caluroso, apenas ventilado por tres rendijas. Y era molesto tener que elevar la voz cuando querían hablar entre ellos.
—¿Preferirías estar afuera con la infantería? —dijo Noah con tono de burla.
—No me refería a eso… idiota —respondió Adam.
Siguieron avanzando hasta llegar a una colina desde la que se podían ver campos de cultivo que se extendían por kilómetros, en los que todavía había gente trabajando. Ahí los dos titanes se detuvieron, pero las tropas siguieron avanzando, pasando por un pueblo cercano. En la distancia se podían ver fábricas pesadas exhalando humo negro de sus chimeneas, contaminando el cielo. Entonces, fue ahí que los vieron, eran cientos de mecas hexápodos.
—¡Enemigo a las doce! —anunció Adam.
De un momento a otro se encontraron entre una lluvia de proyectiles que chocaban con el blindaje del Galahad, haciendo un tintineo continuo. Isaac y Noah comenzaron a disparar las ametralladoras en cuanto los Mückes estuvieron en su rango de alcance. Eran mucho más grandes, rápidos y resistentes que los Galahad, equipados con cañones antitanques y lanzallamas, podían acabar rápidamente con la infantería. Pero no eran imposibles de derrotar.
Las ametralladoras automatizadas de los Galahad en su máxima potencia podían atravesar su blindaje, pero eso acabaría rápidamente con toda su munición. Ellos y otros dos Galahad pudieron atravesar más rápido el blindaje y matar a sus operadores antes de que pudieran disparar el lanzallamas.
Cuando menos lo pensaron ya había otros dos Mückes cerca de ellos, la infantería estaba siendo masacrada por los cañones de los Mückes, que seguían apareciendo del otro lado del campo de batalla.