Sumido en mi propia neblina, tomé el autobús de regreso a mi "casa", si le podía llamar de esa forma a ese lugar. Abrí la puerta del edificio y pase por el corredor con los buzones, donde me encontré, para mi sorpresa, con una carta, no tenía remitente, solo ponía: "Para Mikael Santos".
Subí las escaleras a mi piso, abrí la puerta y me senté en la cama. Me preguntaba quién mandaría una carta como esa en pleno siglo XXI, independientemente de este pensamiento, abrí el sobre y saqué su contenido. Cuando finalmente estaba abierta me encontré con un papel escrito a mano, que decía lo siguiente:
"Para mikael,
Un abrazo, perdón y adiós.
Hola, ha pasado bastante tiempo, o tal vez para ti no tanto, si estás leyendo esto, me alegro, aunque yo no lo sepa tú te encuentras perfectamente.
Hace mucho que no te pasas por casa, aunque cuando vivías con nosotros no teníamos mucho trato, que digamos. No nos molestamos en llamar a la policía ni declararte como desaparecido, tanto tu madre como yo sabemos que no es ese el caso, ¿verdad? Le preguntamos al colegio tu nueva dirección, por si te lo preguntabas.
Escribo esto para disculparme contigo o para decirlo más aproximadamente, para decirte en mi nombre y el de tu madre: perdón. Desde que te fuiste hemos tenido demasiado tiempo para plantearnos por qué lo hiciste y la pregunta no admitía muchas respuestas. Te he hecho sufrir mucho, sé que no podré arreglarlo jamás, pero quiero que vivas con la mente limpia, sabiendo que tus padres no te odian, ni te han odiado nunca, por el contrario han sido absorbidos por el torbellino que son los errores, cuando no sabes que lo que hiciste es algo incorrecto solo puedes seguir cometiendo constantemente los mismos errores. Llega un momento, en el das cuenta y empiezas a sentirte culpable, a veces, pareciera como si esta última fuese a matarte desde dentro, pero no es tan benévola como para hacerlo.
Soy consciente de que, por mucho que te implore perdón y te eche menos, no volverás, así que te dejo la dirección de la casa de tus abuelos, al menos para que sientas que estás en un hogar."
Mientras leía las palabras de mi padre, lloraba desconsoladamente, le odiaba de forma inconmensurable y pensaba en él como una persona intrínsecamente cruel, sin embargo, le echaba tanto de menos, quería verle, quería ver a mi madre , quería volver a casa pero a la vez me moría de miedo, estaba aterrado de volver a vivir lo mismo que cuando era más pequeño.
Ignorando mis propios sentimientos, me armé de valor y preparé mis cosas para volver, aún tenía la esperanza de que todo podría cambiar, de que cuando fuese a casa, todo sería distinto a como era antes. Fui a la parada de autobús, sin embargo, esta vez no caminé a contracorriente, temblando, me dejé llevar por el flujo de las cosas y terminé en mi punto de partida.
Me paré delante de la puerta y llamé al timbre, aquella casa de dos pisos, naranja, que tan fea me había parecido siempre, ahora estaba cargada de ansiedad y nostalgia juntas.
-¿Es un paquete?- Dijo mi madre cuando salió a recibir su inesperada visita.
-Parece que no- le dije, sin poder mirarla a los ojos.
Ella no dijo nada, solo empezó a llorar, como yo lo había hecho leyendo su carta, se acercó lentamente a mí, parecía querer comprobar si yo estaba de verdad ahí, y cuando finalmente afirmó que era real y no sólo un sueño me abrazó, no pude evitar llorar con ella. Echaba de menos la calidez de su cuerpo, la dulzura de su voz, que ya hacía tantos años que no oía de la misma forma.
-¿Qué pasa, cariño?- dijo mi padre, bajando las escaleras con un semblante apagado y triste que cambió completamente al verme.
-Lo siento- dije cuando él se acercó.
-No te disculpes, no hagas de esto algo más complicado- hacía intentos inútiles por reprimir unas lágrimas que terminaron cayendo, inundando su cara y haciéndole perder la poca fuerza con la que se mantenía de pie.
-Es tarde, ¿Por qué no entras y cenamos?- Dijo mi madre
-Vale- no podía apenas articular palabra alguna-
Nos sentamos en la mesa, ninguno de nosotros se atrevía a decir nada, no me había fijado hasta ese momento pero ya era de noche, la comida estaba delante de nosotros, esperando que alguien la probase, pero nadie pudo hacerlo. Cayeron recuerdos sobre mí como una lluvia torrencial, mi madre había preparado una sopa con cocido, algo que parecía tan ordinario pero que a mí me sumergía en mi infancia.
Mi madre fue diagnosticada con depresión después de que mi hermana tuviera un accidente de coche, ella ya no vivía con nosotros, si no me equivoco, se fue a Gales con mis tíos cuando se recuperó, mi madre y ella nunca tuvieron una buena relación, o seo me había contado mi padre. Mi madre era una persona curiosa, era severa pero cariñosa y muy cálida, esa era ella cuando yo era muy pequeño, claro. Los últimos años no salía casi de la cama y si lo hacía siempre estaba de mal humor, nos gritaba y siempre peleaba con mi padre, su mirada decaída y el peso que parecía llevar en los hombros me hacían mucho daño cuando la veía.
-No quiero perder a otro de mis hijos, quiero hacerlo bien esta vez- dijo mi madre, rompiendo el sepulcral silencio en el que habíamos pasado los últimos minutos.
-Está bien, no me iré ahora- Cuando miré dentro de mí hallé un sentimiento que desconocía hasta el momento, mi propio corazón me pedía incansablemente perdonar, no quería sufrir más, solo quería redimirme de mis errores y ser feliz con mi familia. En ese momento recordé a Adrián, y me resultó demasiado parecido a mí, en el momento en que lo pensé con más detenimiento, llegué a un punto en el que le entendí, los dos habíamos sido traicionados por las personas que más valoramos, las que más hemos querido, y entonces me pregunté: si mis padres no fuesen mi familia, ¿los habría perdonado como lo he hecho, o al menos como lo estoy intentando? Pero me dio miedo responder.
-Echaba de menos el sabor de tu sopa, mamá- esas palabras salieron directas de mi corazón sin el mínimo reparo.
-No sabes cuánto me alegro de escuchar eso, ¿Sigues yendo a la escuela?-
-Sí, últimamente he estado yendo con más frecuencia-
-¿Qué tal está aquel chico con el que te llevabas tan bien de pequeño? Adrián, creo que se llamaba.- nuestra conversación me llenaba de desasosiego, pues podía ver de forma más clara que nunca lo mucho que nos habíamos distanciado.
-Nos hemos distanciado bastante, supongo que ya no es lo mismo-
-Qué lastima, era un buen chico-
-Pero hice una amiga, es una persona alegre, con mucha personalidad y siempre con una sonrisa en ma cara.- No me hacía falta un espejo para notar que mi cara se había iluminado, era cierto, Sofía me llenaba de tranquilidad.
-Hace falta más gente así en el mundo- dijo mi padre, que se había mantenido al margen hasta ahora.
Cuando terminamos de comer, subí las escaleras hasta mi cuarto, abrí la puerta y entré. Nada había cambiado, seguía habiendo un desorden extremo y olía fatal. Abrí la ventana y la puerta y me acosté, seguía con esa sensación de angustia que me había estado persiguiendo todo este tiempo, sin embargo, ahora me sentía por poco que fuese, más tranquilo.
Había encontrado un minúsculo vestigio de mi hogar y eso me reconfortaba tanto como para pasar la noche sin más pesadillas.