Las lágrimas caían de su rostro como si aquello realmente le doliera, el ataúd frente a ella tenía el último cuerpo que compartía la misma sangre, Adelaida se suponía que debía sentir el mundo abajo, dado que con solo 18 años estaba sola en esa gran casa pero al contrario de aquella emoción, se sentía más viva que nunca.
Frente a ella desfilaban personas dándole su pésame y diciendo lo bueno que había sido su padre. Puras patrañas.
Larry Parks era lo más cercano al diablo, la golpeaba hasta el cansancio y dejaba maquillaje para que ella pudiera tapar aquello. Eso no era lo peor para ella, lo que realmente descontroló todo fue enterarse que el autor de la muerte de su madre había sido aquel hombre.
Mientras se preparaba para el entierro soltó una pequeña sonrisa al recordar el placer que sintió disfrutando matar a su progenitor, desde sus siete años mataba animales, y tal vez si no fuera por la ira del momento no hubiera de hecho de él el primero de sus varias víctimas.
-Padre, espero que el infierno sea tan ardiente como los cigarrillos que apagaste en mi piel.-Dijo cerrando el cajón viendo por última vez el rostro de su demonio personal.
La policía no había encontrado absolutamente nada del criminal, ni siquiera sospechaban que aquella hermosa chica sería capaz de tal atrocidad. El cuerpo de Larry había sido destrozado de la forma más terrible posible, apuñalado más de cincuenta veces y despellejado en vivo, como si el asesino tuviera mucha experiencia como un carnicero.
Por más que el lema de Adelaida fuera ¨Sin planes, sin prisas¨ siempre hacia lo contrario a ello. Cada vez que asesinaba a un animal utilizaba guantes que luego quemaba y siempre procuraba que ningún cabello de ella cayera sobre el cadáver. Era una perfeccionista a la hora de matar.