"¡HAHAHAHAHAHAHAHAHAHA!" Seguía riéndome, apoyado contra la pared para no caer al suelo.
"¡Señor Weasley, esto no es gracioso!" gritó la profesora McGonagall, claramente furiosa.
"Hahaha... Lo siento... hahaha... Es que... hahaha..." Intenté recuperar la compostura, pero cada vez que pensaba en la escena, me volvía a romper de risa.
No podía evitarlo, era simplemente demasiado increíble. Myrtle, la fantasma más triste y despreciada, había logrado lo que probablemente todas las Myrtle de cualquier universo deseaban... meterse en los pantalones de Harry Potter. Aunque, claro, no de la forma más convencional.
"Parece que el señor Weasley no entiende la gravedad de la situación" dijo Snape, con una mezcla de disgusto y una pizca de diversión maliciosa en el rostro.
"¡Oigan, yo no tengo nada que ver con esto!" me defendí rápidamente, aunque aún con un rastro de risa en la voz. "Esto no es mi culpa."
"¡Usted es el causante directo de todo esto! " exclamó McGonagall, su rostro rojo de indignación. "Myrtle ya lo confesó."
"Bueno, pues debe ser un malentendido. Esto es una falsa acusación. Soy completamente inocente." Levanté las manos en señal de honestidad. "Puedo defenderme de cualquier cosa que digan."
"La señorita Warren nos ha contado que usted fue quien le proporcionó esos... artefactos recreativos y que, además, la incitó a actuar de esa manera." Dumbledore me miró directamente a los ojos, con esa expresión que mezclaba paciencia y decepción.
"Ah, ahí está el problema... Déjenme pensar un segundo." Me llevé una mano a la barbilla, fingiendo meditar profundamente.
"¿Para inventar una excusa?" se burló Snape, arqueando una ceja.
"No, para recordar si realmente dije o hice algo que haya llevado a esto. Myrtle..." Giré hacia la fantasma, que flotaba tranquilamente con su pose orgullosa. "Esto no tendrá algo que ver con lo que te dije en la fiesta, ¿verdad?"
"¡Exactamente!" respondió Myrtle, inflando el pecho con entusiasmo. "Hice lo que me dijiste. Tenías razón: tenía que tomar el mando. ¡Y mira, todo salió perfecto!
"Perfecto no es precisamente la palabra que usaría, Myrtle." Suspiré, volviendo a mirar a los profesores. "Bien, creo que puedo explicar todo esto. Si me lo permiten, me gustaría presentar mi defensa." Hice una inclinación teatral, tratando de parecer respetuoso.
Los profesores intercambiaron miradas. Dumbledore, Sprout y Flitwick finalmente asintieron, curiosos por escuchar lo que tenía que decir. McGonagall, en cambio, cruzó los brazos y me miró con los ojos entrecerrados, como si fuera un ratón atrapado bajo la mirada de un halcón.
"Esto es una pérdida de tiempo. Las pruebas están claras. Deberíamos llamar a los Aurores y enviarlo directamente a Azkaban. ¡Le enviaré su regalo de Navidad allí si le parece bien!" Snape, por supuesto, resopló con desprecio.
"Gracias por tu apoyo, Snape, siempre alentador como de costumbre." Rodé los ojos y respiré hondo antes de comenzar. "Bien, primero que nada, quiero explicar cómo Myrtle consiguió esos objetos y, más importante, cómo es que puede usarlos."
Hice una pequeña introducción de mi habilidad, cuidando de no dar demasiados detalles que pudieran comprometerme en el futuro. En realidad, poseer una técnica que permita a los fantasmas interactuar con objetos físicos es algo revolucionario, algo que sin duda sacudiría los cimientos del mundo mágico. Pero aclaré con seriedad que no tenía intención de volverme famoso por ello; no era un inventor buscando reconocimiento, solo alguien con una habilidad peculiar que prefería mantener en bajo perfil.
"Entonces, le di esos objetos porque somos amigos, y bueno, descubrí su… afición. No pueden culparla, ¿saben? Myrtle murió siendo una adolescente en edad de ser empotrada como una yegua en celo..."
"¡Señor Weasley, no vuelva a usar ese tipo de expresiones!" me interrumpió la profesora McGonagall, evidentemente indignada.
"Lo siento, profesora, fue una pésima elección de palabras. Déjeme continuar. Como decía, le entregué esos objetos como un buen amigo, pero también establecí reglas muy claras en nuestro trato. Entre ellas, nunca debía revelar mi habilidad, jamás admitir que yo le había dado esas cosas, y bajo ninguna circunstancia debía usarlas para hacerle algo a ninguna niña en este castillo. Creía que estaba siendo suficientemente precavido. No soy un idiota que quiera crear un monstruo para dañar a los demás." Dije con la mayor sinceridad.
"Y aun así, esto sucedió," resopló Snape, con su característico desdén.
"Sí, bueno… tal vez no fui tan inteligente como pensaba. Me aseguré de proteger a las chicas porque, en mi mente, solo ellas podrían estar en peligro. Nunca imaginé que los chicos fueran un posible blanco. ¿Qué puedo decir? Supongo que soy demasiado puro para concebir este tipo de escenarios." Exhalé teatralmente, adoptando la expresión más inocente que pude. "Es un error honesto."
"¿Y qué tiene que decir sobre el hecho de que Myrtle afirmó que usted fue quien le dijo que lo hiciera?" Preguntó McGonagall, con un brillo implacable en los ojos.
"Ah, ahí está el segundo tema. Jamás le diría a Myrtle que hiciera algo así a Potter, incluso si lo odiara. Lo único que le dije aquella noche, al verla tan deprimida porque Potter había rechazado su invitación al baile, fue que no debía rendirse. Que a veces, si de verdad quieres algo, tienes que tomar la iniciativa para que las cosas avancen. Usé literalmente esas palabras: 'Toma la iniciativa'. Nunca, en mis peores pesadillas, pensé que Myrtle las interpretaría de una forma tan... extrema."
"¿Es eso cierto, señorita Warren?" intervino Dumbledore, dirigiéndose a Myrtle con calma.
"Creo que sí, esas fueron exactamente sus palabras," admitió Myrtle sin dudar, como si no entendiera del todo el revuelo que había causado.
"Entonces, ¿se considera completamente inocente, a pesar de que sus acciones llevaron indirectamente a la profanación de Potter? Yo no lo veo así. Deberá asumir la culpa," insistió Snape con su gélido tono, dejando claro su deseo de verme encerrado en Azkaban.
"A ver, permítanme poner un ejemplo." Medité un momento antes de mirar a los profesores con la mejor cara de abogado defensor. "Profesor Flitwick, si usted enseña el encantamiento Depulso y luego le dice a un estudiante que no se rinda en el amor, ¿es su culpa si ese estudiante usa Depulso para empujar a su rival de un acantilado? Profesora McGonagall, si enseña la transfiguración de búhos en binoculares y luego le dice a un alumno que debe esforzarse por obtener lo que desea, ¿es usted responsable si ese alumno usa los binoculares para espiar a alguien en los baños? Profesora Sprout, si enseña sobre las mandrágoras y anima a un estudiante a luchar por sus sueños, ¿es culpable si ese estudiante lanza una mandrágora para deshacerse de sus competidores laborales? Si..."
"Creo que hemos entendido su punto, señor Weasley," me interrumpió Dumbledore, aunque había algo en su expresión que denotaba preocupación. Tal vez recordaba a otro estudiante talentoso con habilidades inusuales cuyas acciones también habían tenido consecuencias inesperadas.
"Bueno, esa es mi defensa. Solo ayudé a una amiga con palabras simples. Sí, le dije que no se rindiera, pero jamás que exagerara de esa manera. Tampoco estoy diciendo que Myrtle sea completamente culpable o que deba ser severamente castigada. Al final del día, esto también refleja un descuido de nuestra parte, los vivos, por no atenderla adecuadamente. Los fantasmas son parte inseparable de nuestras vidas; basta con mirar al profesor Binns, quien sigue siendo nuestro maestro." Terminé mi argumento con calma, intentando deslindarme del problema sin abandonar a Myrtle. Después de todo, seguía siendo mi amiga.
Mis palabras parecieron tener un efecto. Los profesores, excepto Snape, se quedaron pensativos. Incluso McGonagall, que había mostrado la mayor indignación, dejó escapar esa aura imponente y severa. Podía verla meditar, probablemente buscando alguna falla en mi lógica, pero no parecía encontrar nada contundente.
Se inició una discusión entre los profesores. Yo, mientras tanto, permanecí en silencio en un rincón, dispuesto a intervenir solo si era necesario. Hablaron largo rato, y aunque Snape intentó insistir en mi culpabilidad, la votación final me favoreció. Por decisión mayoritaria, me "levantaron los cargos".
"Sin embargo, aún hay un problema, señor Weasley," dijo el profesor Dumbledore, deteniéndome justo cuando me preparaba para salir del despacho. "Tenemos que solucionar la situación actual. Aunque no sea el causante directo, fue parte de este incidente, y creo que sería razonable que nos ayude a resolverlo. ¿Qué sugiere que hagamos?"
Todos los ojos se volvieron hacia mí. Claramente no esperaban que resolviera todo, pero buscaban mi opinión como punto de partida para afrontar una situación tan peculiar.
"Bueno, no creo que sea tan difícil solucionarlo," comencé con confianza. "Primero, reúnan a todos los que sean conscientes de lo que pasó: los compañeros de habitación de Harry, los alumnos de Gryffindor que pudieron haberse enterado, y cualquiera más que lo haya descubierto. Luego, usen un hechizo desmemorizante."
"¿Está sugiriendo que alteremos la memoria de nuestros propios estudiantes?" exclamó McGonagall, horrorizada. Su instinto protector hacia los alumnos la hacía reaccionar con fuerza ante la idea de manipular sus mentes.
"Entonces, ¿Qué propone? ¿Qué dejemos que esto se divulgue? ¿Qué quede en la memoria de todos para siempre y que 'el Niño que Vivió' se convierta en 'el Niño con el Culo Desflorado por un Fantasma'?" Dejé que mis palabras impactaran. "¿Tiene idea del daño psicológico que Harry podría sufrir? Incluso si los demás no lo mencionan, él empezará a verlo en sus miradas: burla, compasión o lástima. Y con el tiempo, la situación solo empeorará. Esto lo consumirá hasta que ya no lo soporte. Los escenarios que eso puede generar son desastrosos: aislamiento social, suicidio, retraimiento total hasta convertirse en un ermitaño, o peor aún, un odio desmedido que lo arrastre al lado oscuro, buscando vengarse de todos los que crea que se ríen de él, culpables o no. ¿Realmente quiere ver cómo Harry se destruye lentamente?"
Mis palabras parecieron hacer mella en McGonagall. La profesora permaneció en silencio, reflexionando con el rostro sombrío. La posibilidad de que algo así pudiera suceder parecía demasiado real, no segura, pero si posible.
"Creo que borrar estos instantes específicos de memoria no causará daño alguno," dijo Dumbledore finalmente, con un tono solemne. Podía ver que también había considerado el peor escenario en su mente, y para alguien que necesitaba a Harry preparado para enfrentar a Voldemort, no podía permitirse que quedara atrapado en un trauma como este. "También podríamos considerar otra opción," añadió tras una pausa. "Podríamos hacer que quienes saben lo ocurrido firmen un contrato mágico que les impida divulgarlo."
"¿Dónde está Harry?" pregunté, intentando avanzar hacia la solución del problema.
"En la enfermería," respondió la profesora Sprout, notoriamente sonrojada. "Madam Pomfrey está... tratando sus heridas."
"Bien, solo necesitamos suministrarle veneno de Swooping Evil diluido..." comencé a explicar.
"Para borrar sus malos recuerdos," completó Flitwick de manera automática, captando al instante mi idea.
"¡Oigan! Entonces lo que hice no servirá para nada más que tener un lindo recuerdo," protestó Myrtle, cruzándose de brazos con aire indignado.
"Y de paso, Myrtle, creo que necesitas unas clases de ética y moral." Señalé a la profesora McGonagall. "Estoy seguro de que ella estará encantada de ayudarte. Creo que tiene todo el derecho." Myrtle miró a McGonagall con ojos suplicantes, mientras la profesora le devolvía una mirada severa. "Lo siento, Myrtle," añadí con un tono que intentaba ser compasivo. "Pero cometiste un error. Creo que Minerva podrá enseñarte lo que está bien, lo que está mal y cómo funciona una relación sana." Me detuve un momento, levantando mi mano para dejar que una ligera aura rojiza brillara en mis dedos. Myrtle tembló al ver el destello y, con un puchero, asintió tristemente.
"Bueno, parece que el señor Weasley lo tiene todo bajo control," comentó Snape con su habitual tono sarcástico. "Sin embargo, creo que no tiene idea de lo complicado que es conseguir veneno de Swooping Evil."
"Por supuesto que lo sé, profesor. Y sé también que usted debe tener algo guardado en sus cosas," respondí con los ojos en blanco, sin paciencia para su intento de contradecirme. "Y si no, casualmente tengo un poco conmigo, por si hiciera falta."
"¿Cómo es posible que un simple estudiante posea una sustancia tan estrictamente controlada?" Snape no tardó en girar hacia mí con su típica expresión acusadora. "No creo que ningún establecimiento venda algo así a un menor de edad. ¿Hay algo más que quiera confesar, señor Weasley?"
Suspiré, ya cansado de su tono. "Un amigo de un amigo de un conocido... ¿a quién le importa? Pregúntenle a Dumbledore, él sabe de quién y de dónde lo conseguí." Moví la mano con desdén, desviando todas las miradas hacia el director.
Dumbledore, imperturbable, se limitó a acariciarse la barba mientras decía con calma: "Es de una vieja alumna. Tiene un nuevo negocio, que también funciona como restaurante. Los invitaré a comer allí durante las vacaciones." Su rapidez en cambiar de tema delató que no quería ahondar en los detalles.
"En fin," dije, retomando el control de la conversación. "Y por último, Snape puede meterle una poción curativa a Potter por el culo y enviarlo a la cama. Esto quedará como si nunca hubiera sucedido." Hice una pausa, mirando a los profesores con una leve sonrisa. "Y si me disculpan, tengo horas de sueño que recuperar y, por alguna razón, una erección que no baja. Estoy empezando a preocuparme..."
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1er Capítulo Adicional
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