Me mantuve tranquilo mientras observaba a los aurores fracasar. No lograron localizar la más mínima fuente de magia ni rastros de residuos mágicos, incluso después de levantar el tablón del suelo y abrir agujeros en el piso y el techo.
Durante este tiempo, comenzaron a llegar clientes, aunque no eran los normales. No, se trataba de esos marginados. La mayoría de los magos, al ver a los aurores, a Dumbledore y al mismísimo ministro de magia, se habrían asustado y dudado en entrar. Pero esta gente no tenía nada que perder; probaron suerte al atravesar la puerta. No era que estuvieran desesperados por un plato de comida, sino que la presencia de esas figuras importantes despertaba su curiosidad. El chisme los atraía como polillas a la luz.
Empezaron a entrar de manera disimulada, hasta que un auror los detuvo en seco.
"Oye, deja en paz a mis clientes. Solo quieren comer algo" dije, levantándome de mi asiento y haciendo levitar algunos menús hacia mí. Se los entregué a las camareras, mujeres lobo que enseguida se ocuparon de atender a los recién llegados.
"Estás bajo investigación" me recriminó Fudge con el ceño fruncido.
"Por trasladores ilegales, los cuales no poseo" respondí, modulando mi voz con un tono solemne y casi indignado 2Pero eso no significa que deba cerrar mi restaurante, quitarle el pan de la boca a esta pobre gente y perder mi fuente de ingresos."
Quizás liberé una pizca de mi aura para parecer más digno, aunque no poseo un [Aura de Justicia] como tal.
"Ya que el negocio sigue abierto" interrumpió Dumbledore, con voz despreocupada "quiero pedir un tiramisú con esos... bombones misteriosos."
Todos nos giramos a mirarlo. Dumbledore sostenía un menú con ambas manos, examinándolo como si elegir su postre fuera el asunto más importante del mundo.
Fudge cerró la boca, atónito. Fue como si le hubieran clavado un puñal en la espalda. Él era el ministro de magia, pero la palabra de Dumbledore pesaba más que la suya. No podía contradecirlo ni desafiarlo abiertamente. Resignado, tomó asiento y ocultó su rostro tras un menú que le entregaron las camareras, mientras su semblante adquiría un tono púrpura de frustración.
Mis empleadas comenzaron a trabajar, atendiendo a los clientes que seguían llegando. Cada uno era más peculiar que el anterior. La diversidad de híbridos y criaturas mágicas que existen en el mundo es sorprendente. Claro, también refleja cuán... pervertidos pueden ser algunos magos al relacionarse con todo tipo de seres. Aunque yo mismo no puedo decir nada, no seré hipócrita.
Volví a mi asiento, lanzando miradas a Dumbledore. Por alguna razón, estaba siendo demasiado cooperativo conmigo contra Fudge, lo cual era inusual. Sabía que, en ese momento, no tenía problemas directos con el ministro. Pero el hecho de que me ayudara de esta manera debía tener un motivo oculto. Cuando su postre llegó, simplemente me sonrió mientras comenzaba a comer, dejándome con aún más preguntas.
Unos treinta o cuarenta y cinco minutos después, el grupo de aurores que había desaparecido regresó. Algunos de ellos estaban cubiertos de tierra, polvo y restos de hierba. Sus expresiones denotaban angustia mientras Alastor los reprendía con furia.
"¡No puedo creer que el nivel haya caído tanto! Eran simples jabalíes comunes, quizá un poco más grandes. ¡Son magos, no niños!2 gritaba, fulminándolos con la mirada "Cuando volvamos, quiero un informe de 20,000 palabras sobre los jabalíes y cómo los magos pueden evitar ser arrastrados por el prado como sacos de papas."
"¡Alastor!" exclamó Fudge, aliviado por su regreso. El ministro deseaba marcharse lo antes posible; estar rodeado de lo que consideraba "lo más bajo del mundo mágico" lo ponía al borde del colapso. " ¿Qué encontraron?"
"Lo que nos dijeron" respondió Alastor, con poco respeto. "Un prado con un grupo de jabalíes que parecían haber sido drogados con pociones de euforia y odio que los hicieron enloquecer y atacar todo a su paso. No encontramos mucho más, salvo que no podemos usar Aparición para regresar aquí, solo a distancias cortas. ¿Y ustedes? ¿Algo útil aquí?"
"Nada, señor" respondió un auror que se había quedado en el lugar.
Fudge ya estaba harto. Todo lo que había hecho ese día no lo había llevado a nada. Solo estaba perdiendo la paciencia, la cara frente a los demás y, lo más importante, su preciado tiempo. Exhausto y frustrado, decidió dar por terminado el asunto.
"Dado que no se ha podido rastrear la magia de este artefacto, y por motivos de seguridad nacional, será confiscado indefinidamente por el Ministerio para su investigación" anunció firmemente, asegurándose de que él mismo lo entregaría a los Inefables para desentrañar hasta el más mínimo de sus secretos. "Así mismo, queda revocada toda actividad de este lugar relacionada con la aceptación y distribución de trabajos o misiones, como se les llama aquí."
"Tengo los permisos correspondientes para realizar dichas actividades" respondí con calma, aunque con firmeza. "Pueden llevarse el tablón si quieren, pero no pueden cerrar mi negocio ni privarme de mi fuente de ingresos cuando todo está en regla."
Fudge me fulminó con la mirada antes de replicar:
"Podemos hacerlo. El descubrimiento de magias desconocidas y la posibilidad de grupos peligrosos afiliados a los trabajos que ofreces nos obliga a revocar todos los permisos hasta nuevo aviso. Se realizarán las investigaciones necesarias, y mientras tanto, ninguna actividad similar podrá llevarse a cabo en este establecimiento" dijo, dejando claro que se estaba desquitando conmigo. "Para ser franco, este lugar ni siquiera debería haber obtenido los permisos para ofrecer esos trabajos en primer lugar" añadió, lanzando una mirada furtiva hacia Amelia Bones, quien claramente también había despertado su enojo.
Dumbledore, que había permanecido en silencio hasta entonces, soltó un profundo suspiro y se levantó de su asiento. Caminó hacia la puerta con calma, y Fudge, pensando que podría mejorar las cosas con él, aprovechó la oportunidad para intentar suavizar la situación.
"Dumbledore, ya que hemos terminado aquí..." comenzó, viendo cómo los aurores levitaban el tablón de misiones hacia la salida. "¿Qué le parece si lo invito a mi oficina? Podríamos charlar un rato. Ha pasado tiempo desde nuestra última conversación, y creo que sería bueno ponernos al día" propuso, con una sonrisa que intentaba ser amistosa. Sabía que no podía permitirse perder el apoyo del venerado mago centenario, especialmente después de los eventos del día.
"Lo lamento, Fudge, pero estoy muy ocupado" respondió Dumbledore con fingido pesar. "Solo aparecí en el Callejón Diagon debido a un asunto importante, aunque creo que ahora ya no será posible atenderlo."
"Si necesita algo, no dude en pedírmelo. Haré todo lo que esté en mis manos para ayudarlo. Para eso estamos los amigos, ¿no?" dijo Fudge en un tono más alto de lo necesario, asegurándose de que todos los presentes lo escucharan.
"Pues, la verdad" replicó Dumbledore con serenidad, igualando el volumen de Fudge "vine aquí precisamente porque me enteré de que este establecimiento aceptaba encargos de ciertos trabajos. Necesitaba urgentemente sus servicios, ya que se trata de la seguridad de un estudiante. Pero, como usted acaba de prohibir estas actividades, supongo que ya no será posible. Tendré que buscar otra solución."
El rostro de Fudge se desmoronó. La sonrisa que forzaba parecía derretirse y fragmentarse ante todos los presentes. Las venas de su frente comenzaban a hacerse visibles, y su furia apenas podía contenerse. Sabía que las personas que llenaban este lugar, aunque las considerara "escoria", eran un foco de rumores, y la idea de que se propagara que él estaba interfiriendo en los intentos de Dumbledore por proteger a un estudiante era devastadora. Aunque hiciera todo lo posible por mitigar los daños, bastaba una palabra del mago para arruinar sus esfuerzos.
Con una fuerza de voluntad titánica, Fudge logró esbozar una sonrisa falsa, aunque apenas podía mantenerla. Su resistencia estaba al límite, pero aún así, forzó las palabras...
"Quizá he exagerado un poco antes..." dijo, con un tono casi conciliador. "Solo estaba preocupado por la seguridad del mundo mágico ante esta situación desconocida. Pero, viendo la necesidad de las circunstancias, el tablón será retirado, aunque el resto del establecimiento podrá seguir funcionando con normalidad." Antes de que alguien pudiera decir algo, agregó "Ahora, si me disculpan, hay asuntos importantes en el Ministerio que debo atender."
Con paso acelerado, que algunos podrían haber descrito como una carrera, abandonó el lugar. No podía soportar un segundo más de humillación, y la rabia que hervía en su interior amenazaba con desbordarse. Mientras cruzaba la puerta, juró para sí mismo que recordaría este momento y buscaría venganza en el futuro.
Ya sin Fudge, me dirigí hacia Alastor Moody, con un par de bolsas en las manos que una de mis recepcionistas me había entregado momentos antes. Extendí una de ellas hacia los aurores mientras caminaba con tranquilidad.
"15 Galeones, Aqui esta el pago por la mision..."
"Quédate con el dinero, chico. Ya te quitaron tu cosa mágica esa, y vas a necesitarlo para mantener tu negocio funcionando sin él" respondió Moody, rechazando la bolsa con un gesto. A su alrededor, los aurores que lo acompañaban se miraron entre ellos, claramente contrariados. Después de todo, ellos habían enfrentado a los jabalíes y esperaban ser recompensados.
"No es necesario. Ya obtengo una parte de cada misión que se lleva a cabo aquí" repliqué, insistiendo mientras empujaba la bolsa hacia los brazos de Moody. "Tómenlo y úsenlo; es parte de los principios de este negocio. Cada trabajo debe ser pagado."
A pesar de su inicial resistencia, Moody terminó cediendo.
"Está bien..." dijo, entregando la bolsa a los aurores que lo acompañaban. Estos la aceptaron con rapidez, comenzando de inmediato a repartir el contenido entre ellos.
"¿No eran treinta galeones?" preguntó uno de los aurores, alzando una ceja mientras contaba las monedas y recordaba la recompensa original.
"Ustedes no pagaron por la misión" respondí con calma. Me giré hacia una de las mesas cercanas y me acerqué a la persona que estaba sentada allí. "Aquí están: quince galeones para ti también, Amelia. Como pagaste por la misión, te corresponde el cincuenta por ciento."
Amelia me miró sorprendida y parecía a punto de rechazar el dinero sobrante, argumentando que solo había entregado diez galeones inicialmente. Sin embargo, conocía mi carácter y entendía que discutir sería inútil. Finalmente aceptó los quince galeones, aunque lo hizo con cierta resignación, preparándose para irse ahora que el escandalo había terminado.
Estuve tentado a continuar la conversación con Amelia antes de que se fuera; durante este ultimo tiempo rara vez tenía la oportunidad de hablar con ella en persona. Pero, antes de que pudiera decir algo más, Dumbledore se acercó a mí con su habitual serenidad.
"¿Cree que su establecimiento tiene la capacidad de realizar un trabajo para este viejo?" preguntó con un destello de seriedad en su mirada.
"Por supuesto. ¿Qué necesita? Aquí aceptamos una amplia variedad de encargos. Si está dentro de nuestras capacidades, lo completaremos. Si no, lo derivaremos a alguien que pueda ayudar." Respondí en un tono de vendedor.
"Eso es tranquilizador" respondió con una leve sonrisa. "Estoy ofreciendo una recompensa de cien galeones por localizar a una persona en particular."
"Es una suma considerable, aunque no suficiente para tratar con alguien extremadamente peligroso, por lo que no debe ser fácil. Creo que será factible. ¿A quién debemos buscar?" (Tenebrius)
"Gemma Farley" dijo Dumbledore, observando mis reacciones con atención. "Una estudiante de Slytherin de Hogwarts, recientemente desaparecida."
Mis labios hicieron una ligera mueca, apenas perceptible, mientras contenía cualquier cambio evidente en mi expresión. Tomé un momento antes de responder.
"De acuerdo. Por favor, escriba el pedido y la recompensa en un pergamino, colóquelo en el tablón y deje la recompensa en la recepción."
"Pero el tablón..." Dumbledore comenzó a hablar mientras giraba la cabeza hacia el lugar donde antes había estado el tablón. Para su sorpresa, encontró uno nuevo en su lugar. Los aurores, al igual que los seguidores de Fudge, ya se habían ido, y el tablón se había reinstalado con la misma rapidez con la que había sido retirado.
El anciano dejó escapar una pequeña risa y asintió. Hizo lo que le pedí: escribió el encargo en un pergamino, lo colocó en el tablón y entregó el dinero en la recepción.
"Denos unas horas y tendremos noticias" aseguré mientras lo observaba.
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Capítulo Semanal
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Perdón la tardanza, hubo una tormenta y llevo casi dos días sin internet.