No sabia como llegué a meterme en ese embrollo, pero sabia que me encontraba en el despacho de la casona, rodeado de libros y rollos de pergaminos, en frente de mi se encontraba Asa Tsushiya, hombre alto y fornido, de piel tersa y cabello negro como la noche, como el que poseía aquella chica que encontré en esa habitación... era su viva imagen.
—me imagino que tú eres a quien mandaron desde el templo ¿no?—me examino de arriba hacia abajo —¿no eres un poco joven para encargarte de estas cosas?— me miro con una mirada rígida esperando una respuesta de mi parte. —He venido aquí de parte de Kitakase-san, pido disculpas si le falte el respeto a su casa y a su familia— me arrodille como forma de disculpas, el toco mi hombro e hizo que me levantara —Nos has pillado desprevenidos, es todo, supongo que debimos comentarte todo esto antes de que entraras— con un gesto me invito a su escritorio a sentarme con el.
A pesar de ser un hombre tosco y de apariencia rígida, podía sentir una gran tristeza resguardada en su interior, como si fuese un método de defensa a todo lo que estaba pasando. Me contó todo de principio a fin, una historia llena de sangre y desgracia que ya había escuchado por comentarios de gente insensata, pero de una forma sumamente honesta, aunque todo sonase descabellado en si. Recordé la mirada de esa pobre chica al verme, el modo que me llamó, ese sentimiento de estar muriendo por dentro.
—No quiero que mi hija muera... es lo más preciado que tengo, odio tenerla así de aprisionada— su voz sonaba triste y cansada —Mi esposa no encuentra consuelo alguno, lleva años sin comer bien ni dormir, si puedes ayudarnos, hazlo chico— esto lo dijo en modo de súplica, esperando a ser la última esperanza que les queda, no me quedo más que aceptar y hacer todo lo posible. Luego de esa conversación, el señor Tsushiya ordenó que solo yo y una de sus mucamas podíamos acercarnos a la habitación de su hija Kiyoko, y que la habitación de huéspedes al lado de esta será mi habitación hasta tiempo indefinido.
Aún recordaba su rostro perdido entre la oscuridad, sus ojos rojos opacos parecían sin vida, sentí cierta calidez cuando se dirigió a mi, como si su alma tratase de decirme algo, como si pidiera ayuda de alguna forma que no se explicar bien. Mientras daba vueltas en esa habitación vacía, escuchaba murmullos en el cuarto de al lado que me daban escalofríos, como un terror sepulcral que me recorría la espalds, no se escuchaban humanos, si no que se sentían distorsionados y siniestros, daban una sensación de escalofríos y se daban por inaudibles.
Pasaron las horas en cuestión de siglos, esa casa parecía tan apagada que el tiempo cada vez se ponía más lento, mientras contaba los segundos para quedarme dormido en esa habitación oscura, oyendo murmullos escalofriantes sin poder pegar el ojo.
Al poder por fin mantenerme con los ojos cerrados, empezó la pesadilla.
Me encontraba solo en una oscura habitación donde no veía nada, de repente empezó a faltarle el aire, como si no pudiese respirar bien, sentía pánico. No sabia donde estaba ni que pasaba, pero recordaba esa sensación como si fuese real. De pronto, sentí miles de manos recorriendo mi cuerpo, hasta que sentí que sus uñas desgarraban mi piel, veía como mis pedazos caían al suelo, para luego dislumbrar a lo lejos una sonrisa siniestra que le causó un escalofrío a mi cuerpo sin vida.
Hasta que desperté.
Sentí agitada mi respiración y tanteaba mis extremidades para poder sentir que estaban adheridas a mi, me sentí a salvo, hasta que de repente siento tocar la puerta con fuerza.—ここから出て,光でできたろくでなしをクソ!(¡vete de aquí maldito bastardo hecho de luz!)— Esa voz distorsionada de nuevo se sentía a través de las paredes, no pude más y me hundía bajo la frazada, apagando esos ruidos para poder encontrar algo de silencio, no sabia que pasaba, solo sabía que si me asomaba corría un gran peligro.
Al día siguiente me levanté débil, a penas me podía los pies, sentía que no había dormido en años y solo fue una noche. —Kokuma-San, no debió de hacer eso— escuché una tenue voz a través de la otra habitación —No lo conozco, no se lo que quiere, pero no lo lastime— asome mi cara hacia la habitación, vi a aquella chica, sentada en el suelo, hablándole a una pared vacía con sus ojos opacos. Con el poco brillo del sol que entraba por la única ventana de ese pequeño espacio pude notar su aspecto, ella era tal y como una delicada camelia, hermosamente triste, delgada y hermosa, no podía creer que tan dulce criatura tenía tanta culpa cargada en la espalda, tantos desastres y desgracias.
Me animé y crucé el marco de la entrada, solo di 3 pasos contados antes de que me estuviese y me rogase que no me acercara más, diciendo que era por su bien. Esa mañana no hice más que sentarme y observarla, traté de hablarle, pero sus respuestas eran tan cortas y concisas, solo limitó a decirme su nombre (el cual me dijo "清子"[Kiyoko] a secas) y edad, no pude entender más allá, hablaba cosas algo incoherentes y frías, hasta que empecé a cuestionarle sobre su encierro y fue cuando me hizo detenerme y pedirme que me retirara.
—Hay cosas que no puedo explicarle, es mejor que se cuide y que por su bien abandoné esta casa, creo que no debería estar en mis aposentos— fue lo que se limitó a contestar.
Luego de eso, no la vi más por su petición, me sentía abrumado, una parte de mi quería socorrerla y la otra parte más cobarde me pedía que abandonara ese lugar y corriera lo más lejos posible, pero dislumbrando en mi ventana aquellas flores hermosas de aquel jardín en esa casona tan sombría, reflexioné que la luz llega hasta los rincones más sombríos del alma, y que si puedo salvar la de esa pobre chica, podría incluso encontrar mi camino en aquel recorrido.
Entonces fue cuando decidí hacer lo posible para poder descubrir lo que pasaba, visitando a Kiyoko todos los días a su habitación para charlar con ella, aveces le llevaba hasta el desayuno y otras veces le llevaba pequeños objetos que le llamaran la atención y empujaba hasta donde ella estaba. Al pasar el tiempo no me di cuenta y ya habíamos entablado una especie de confianza, rara vez la veía sonreír de forma efímera, pero al ver que ya por lo menos cruzaba más palabras conmigo era un avance para mi.
Las pesadillas fueron frecuentes esa primera semana, me hacía ver cosas horribles, cosas mundanas y espantosas. Pero esa voz, esa repulsiva voz espeluznante tomaba menos fuerza.
Pero no dejaba de repetir lo mismo...
—私の食べ物を放っておいてください! (¡Deja mi comida en paz!)—