En alguna locación, 22:30 pm.
Aquella muchacha llegó al lugar acordado. Se había visto al espejo antes de salir de su departamento, ubicado en el centro de la ciudad, y obviamente le había encantado lo que vio. Zapatos color perla y un vestido, al cuerpo, color rosa, aretes a juego y un collar que caía, como cómplice de sus intenciones, por su delicado cuello el cual daba un sutil pero entendible mensaje "quieres saborearme, ¿verdad?". Cualquier hombre caería ante la tentación de sus curvas. O eso le gustaría pensar, pero honestamente le asustaba tropezarse y echar al diablo todas las ilusiones que su cuidado aspecto podría generar.
El lugar seleccionado era un bar ubicado en una calle, ubicada cerca de su departamento, que por las noches cerraba su paso a los autos y se convertía en una peatonal, cuando menos, pintoresca y, por sobre todo, concurrida. Los bares se apostaban a ambos lados de las aceras ofreciendo bebidas, comida y dejando que la música escapara desde su interior. Invitando a todo transeúnte, que se sintiera sediento, a pasar y tomar un buen trago. El ambiente era festivo y por un segundo le distrajo, cual hechizo frívolo.
Fue entonces que su celular vibró desde su cartera advirtiéndole que debía prestarle atención y así fue como encontró una plétora de mensajes.
"Mucha suerte, Leona 💫" — Sophie 💛
"Muestrale a ese tonto de que estas hecha" — Mark 🥰
"Ese vestido, Dios. Te vez bellísima 🥺" — Maia 💫
Esos tres siempre encontraban la forma de sacarle una sonrisa; Después de todo, ese es el, indiscutido, labor de los mejores amigos.
Y de repente su teléfono volvió a vibrar, sacándole de sus pensamientos, pudo ver la notificación allí.
"Llegue, ¿dónde estás?" — Andrew
Suspiro levemente y rápidamente tipeo su respuesta.
"Acabo de llegar también, estoy cerca de la entrada de Little's table"
El visto no se hizo esperar y fue entonces que escuchó una voz pronunciar su nombre.
— ¿Mía? — ahg como odiaba ese nombre, sabía que su madre lo había elegido porque le parecía bonito, pero le hacía sentir que los demás tratarán de indicar pertenencia sobre ella. Y no, ¡no le pertenecía a nadie carajo!. Luego de ese microsegundo de arrebato mental, donde se auto recordó una cualidad adquirida hace poco, volvió en sí para dibujar una sonrisa en sus labios y observar mejor a quien tenía enfrente. Un hombre de metro ochenta de alto, facciones bien definidas con un lunar, coqueto, en su pómulo derecho. Cabello corto, llevaba camisa negra al cuerpo, unos jeans azules, zapatillas blancas y campera de cuero para culminar el outfit.
"A maldita sea, en las fotos se veía mejor, pero era bien parecido; En cierto punto." Se permitió juzgar para sus adentros. ¿Tal vez era demasiado analítica? Puede ser, pero debemos admitir que todos tenemos pensamientos fugaces en un microsegundo.
— ¿Andrew? — bueno al menos si tenía un buen nombre se permitió sentenciar aquello mentalmente. Luego le dedicó un levantamiento de ceja algo coqueto. "¿Qué carajos, Mia? ¿Ya estás coqueteando? Calmate un poco". Se reclamó a sí misma por un momento y luego volvió a sonreír.
El contrario, por su parte, estaba encantado con quien tenía enfrente. No pudo evitar dedicarle una mirada al rostro de la ajena, sus mejillas eran regordetas, pero tiernas. Tenía ojos azules y cabellos castaños con bucles que caían suavemente por los lados. En fin, una mujer atractiva.
— El mismo que viste y calza— Fue su manera de romper el hielo. Andrew se veía muy seguro mientras la contraria le dedicó una risa ante el comentario. Sinceramente el chiste había sido malísimo, pero esa noche Mía no estaba allí para ser crítica de comedia. Eso sucedía los viernes de Friends con sus amigos.
—¿ Entramos?— Andrew tomó toda la iniciativa, eso le llamó la atención a la contraria. Le gustaban los hombres seguros.
— Por supuesto— y así la, recién formada, pareja entró al bar. Mía no se imaginaba ni por un momento lo que está noche cambiaría su vida, pero así es el destino, caprichoso y a veces pareciera estar ebrio.
La velada prosiguió de maravilla, los tragos eran buenos, la comida estaba decente y la música se dejaba escuchar sin producir algún tipo de sentimiento de disgusto. Andrew resultó ser simpático, la charla nunca llegó a ningún puerto incómodo. Incluso sus gustos coincidían, pero algo en el fondo de Mía no terminaba de convencerle sobre el contrario, pero bueno. Era la primera cita y no podía esperar que todo fuera como ella lo imaginaba.
— ¿Me disculpas un momento? — Mía se levantó un momento y decidió ir al tocador a ver que tal estaba en un espejo.
— Por supuesto— Respondió el contrario en lo que prosiguió a revisar su celular y responder ciertas cosas.
En ese momento eran las 01:30 a.m el flujo de personas había aumentado considerablemente. Todos bebían y algunos incluso bailaban en un pequeño sector que los dueños del bar habían apartado para eso.
—"Eso es Mía, vas muy bien. Excelente noche obviamente la suerte está de tu lado"— luego de darle una nueva repasaba a su labial, pronunciar mentalmente ese mini aliento y terminar de verse al espejo decidió volver junto a su acompañante.
— ¿Mai?— Esa voz era increíblemente conocida, ahg no puede ser, pensó para sus adentros mientras sentía que un arrebato le quitaba la ligera liviandad que le había generado las margaritas que había tomado.
Se dio vuelta y allí estaba, ¿recuerdan que les dije que a veces el destino parecía estar ebrio? bueno esta noche no solo estaba ebrio sino que era todo un bromista. Porque el desgraciado había decidido cruzar a Mía con su ex novio con él cual había terminado hace seis meses y con el que había convivido tres, jodidos, años antes de mudarse. De hecho; fue en parte la razón para trasladarse a la ciudad.
Y fue entonces cuando los recuerdos volvieron a ella de manera fugaz. Claro que no a propósito, todos tenemos esos recuerdos que se activan por sí solos. Como una película que no te gusta, pero te obligan a ver. Mía agradeció levemente a su cerebro por el recordatorio deseando que en algún momento le borraran esos recuerdos como en la película de Intensamente.
— ¿T-tom? — ya sabes que es él, no te hagas la tonta —¿ Cómo has estado? — modo hipócrita activado. Se dijo a sí misma mientras le sonreía al contrario.
Cabellos negros con algunos rulos rebeldes cayendo por su frente, metro setenta y nueve, llevaba una remera blanca entallada, la cual le quedaba muy bien. Pero ¿como no iba a quedarle genia?l si era la que ella le había regalado para su cumpleaños.
—"¿La misma remera que te regale? ¿Por qué haces esto imbécil?"— Sentenció mentalmente, pero sin dejar que sus expresiones le delataran. Por su parte el contrario le dedicó una mirada encandilada desde sus ojos caoba. Esa mirada que en un momento se había apagado y no se había podido volver a encender hasta esa noche seis jodidos meses después. Todo ese tiempo perdido porque Tom no pudo evitar caer en los "encantos" de una compañera del trabajo. Todo este tiempo porque Mía estaba demasiado "ocupada" terminando su universidad.
— Me preguntaba si quisieras..— Tom se iba a tomar el atrevimiento de preguntarlo, el atrevimiento de volver a poner la vida de la ojiazul de cabeza, porque si, Mía era débil frente a este idiota, pero fue interrumpido de repente.
Mía pudo sentir como unos brazos le rodeaban por la cintura y le obligaban a retroceder apagándose al cuerpo del contrario. Fue como si le rescataran de aquel lugar oscuro en el que esa pregunta le podría haber llevado. Un lugar oscuro, enojado y triste. Mía ya no quería ser esa persona y era injusto que Tom se atraviese a querer hacerle volver a ser eso, pero su caballero de brillante armadura media un metro ochenta y llevaba una camisa negra.
— Donde estabas, bebe. Te estaba esperando— Andrew le dedicó una sonrisa de lo más juguetona a la contraria que sintió un escalofrío recorrerle la espalda, "¿bebe? Enserio eres un desgraciado, pero por esta vez te seguiré el juego" y luego termino por entender las intenciones del contrario. Obvio que Andrew sabía que enfrente tenía a alguien profundamente relacionado con su cita, pero no iba a dejar que le arrebataran el protagonismo está noche. ¿Podría ser algo caprichoso? Claro que lo era, pero estaba acostumbrado a lograr lo que se proponía y ser sincero con sus intenciones.
— Es un amigo, mi cielo— La mirada de Tom se desarmó en ese momento, ya había vuelto a la vida de Mía en anteriores ocasione, pero siempre volvia a ser un idiota y verlo en ese momento caerse a pedazos, le produjo ligera sensación de justicia divina a la contraria que no dudo en colocar sus manos sobre las ajenas y hacerle rodearle por completo para luego entrelazar sus dedos con los de Andrew. En verdad estaban perfectos como para ser inmortalizados por un pintor del siglo XX.
Tom no pudo pronunciar palabras, más que una sonrisa forzada.
— Bueno me alegra ver que estás bien, Tomas. ¿Vamos mi amor?— el juego incluso le parecía divertido así que decidió seguirlo un poco más. Y esa despedida repentina fue la cereza de un colorido pastel que decía "jódete Tomas" sobre su lomo con un corazón en lugar de la "O". Fue entonces cuando ambos se soltaron del abrazo y tomados de la mano decidieron volver a su mesa dejando atrás al "incidente" de la noche.
Aunque la escena había sido gloriosa y provocaría un sin fin de anécdotas junto con la histeria de sus amistades. Mía se sentía ligeramente inquieta luego del encuentro, sinceramente no esperaba verlo en la ciudad y eso significaba que estaba cerca de su departamento. Lo cual, inevitablemente, aumenta las posibilidades, de manera exponencial, de cruzarse con él.
Estos pensamientos provocaron que se abstraiga de la charla por unos momentos y girará su cabeza para darse cuenta que Tom no dejaba de mirarle desde la mesa que compartía con sus amigos.
— Parece que ese, Tom. Realmente te incomoda— Fueron las palabras que pronunció Andrew.
— ¿Por qué dices eso? — Mía trataría de evitar admitirlo a toda costa.
— Tal vez porque no dejas de mover sus manos desde que te encontraste con él? O tal vez, porque no ha dejado de mirarte desde que supo que estabas conmigo. — Andrew le dedicó una ligera sonrisa de esas confidentes y empáticas.
— Bueno, compartimos mucho tiempo— Mía luego de aquellas palabras le dio un buen sorbo a su margarita, buscando liquidar lo que aún quedaba en su vaso.
— Es un tonto— Dijo su acompañante con severidad. Algo que hizo que la contraria le mirara fijamente. — Porque yo jamás te dejaría ir— Fue entonces que Andrew le tomó de la mano y le obligó a levantarse y tomar sus cosas rápidamente. Le sacó de aquel bar. Algo que Mía no se esperaba mientras caminaba entre la multitud que bailaba y cantaba, pero sin soltar la mano ajena.
Así fue como dejaron atrás la música fuerte y las charlas ajenas. Y por sobre todo, dejaron atrás al Ton-Ton como le decían sus amigos.
Pero y ahora ¿cual seria su destino?. — ¿A dónde me llevarás? — Pregunto Mía.
— Tú solo ven conmigo— le respondió Andrew mientras palpaba los bolsillos de su campera y sacaba unas llaves.
—Pero acabamos de conocernos, ¿cómo puedo confiar en ti? — Apelo a su parte lógica, típico de ella.
— Tranquila, no muerdo. Al menos por ahora — le dedicó una sonrisa coqueta a lo que Mía solo pudo responder de igual forma y levantando una ceja. ¡Maldita sea Mía! Deja en paz esa ceja, se dijo a sí misma nuevamente.
Andrew presionó el botón de sus llaves y a la lejanía le respondió un "bip bip". La muchacha por su parte seguía pensando aquello era una buena idea. Después de todo apenas conocía a Andrew y aunque era carismático aún era un misterio y durante la noche no habían hablado mucho de sus cosas.
— Al menos vayamos a dar una vuelta y luego te llevo a tu casa— volvió a presionar el botón y un lamborghuini aventador de color negro se encendió. Aunque no era del todo materialista si que le sorprendió ver que su cita tenía un auto que ni con una vida de salario esta misma podría permitirse. Definitivamente era el hijo de un jefe de la mafia o algo por el estilo.
Mía trataba de hilar las razones por las cuales estaba por subirse a un lamborghini— Eres un jefe mafioso, ¿verdad?— directo al grano como solía serlo. Una cualidad que sus amistades trataban que tuviese, cuando menos y aunque diminuto, un filtro.
Andrew dejó escapar una gran risa y luego le observó dulcemente — Nunca nadie me había preguntado eso, tranquila es legal. Vamos—
Fue así como Andrew le llevó a dar una vuelta por el muelle de la ciudad que estaba preciosamente iluminado por las luces de las antiguas fragatas que hoy sirven de museo a los visitantes. Luego de un helado y más risa decidió llevarla a su casa. El auto se paró en la calle suavemente y ambos bajaron del mismo.
— Bueno, llegamos. — la velada llegaba a su fin y aunque memorable para Mia era mejor que no se repitiera. No estaba en busca de nada estable o serio en este momento y más encima seguro le esperaba un mensaje de él ton ton en la mañana.
— De verdad te agradezco por todo y fue genial, pero...— estaba dispuesta a comenzar a explicar todo para que Andrew no se sintiese rechazado aunque lo estaban por rechazar. Pero sus palabras fueron interrumpidas cuando sintió como sus mejillas eran rodeadas por las manos del contrario y sus labios atrapados por los ajenos. Por un segundo tuvo el reflejo de quitárselo de encima, pero terminó siguiendo aquella acción. Mientras sus manos se colocaban sobre el pecho de Andrew. Fue un beso lento y de duración intermedia, pero muy dulce y a la vez apasionado.
— Es extraño hasta para esto el desgraciado— le comentaba Mía a su amiga En ese momento estaba preparándose para ir al trabajo y estaba en llamada con sus amigos.
—¡Mía! ¿Qué cosas dices? ¿Y luego que?— preguntó una voz chillona y algo llorosa, por la risa, desde el otro lado del celular.
— Nada, osea— Mía trataba de seguir recordando lo sucedido la noche anterior. — Le dije que mejor no, que todo muy bonito pero que mejor cada quien por su camino y luego procedi a bloquearlo de mis redes sociales jeje—
— Realmente te gusta arruinar tus citas dios mío, pero el muchacho tenía un Lamborghini, prestamelo si no lo quieres demonios— Dijo Mark entre risas y de manera coqueta.
— Te lo regalo completo si quieres — dijo Mía mientras lanzaba sus ojos hacia otro lado en señal de cansancio. Terminó de ajustar su corbata y luego colocó el saco sobre la camisa negra. Su atuendo laboral era formal, de esos que ves en las películas o en las juntas de los políticos. Ropa de gente estirada pues o, al menos, eso pensaba Mía mientras se miraba al espejo.
— ¡Bueno debo irme! Besos los amo— La llamada se cortó y la muchacha salió de su departamento apresurada por subirse al taxi que había contratado para llegar temprano a su primer día. Había logrado ingresar en una importante empresa contable y quería dar una buena impresión.
Su objetivo se logró, llegó temprano, pero no demasiado. Le recibió una supervisora de nombre Emma quien se veía muy profesional. Se dedicó a mostrarle las oficinas, los lugares donde se podían tomar o comer y los sectores para fumadores. Realmente el edificio era increíblemente moderno y estaba bien equipado. Por último Emma le comento que como ocasión especial la bienvenida terminaría con una charla con el CEO.
La expresión de Mía mientras aguardaba fuera de la oficina estaba entre el nerviosismo y las ganas de morirse, ¿porque carajos el CEO quería darle la bienvenida? Osea estaba acostumbrada a las empresas donde había trabajo antes que con suerte si el CEO aparecía para dar un discurso motivador y luego escaparse a alguna playa paradisíaca a disfrutar de su dinero. Nada más alejado de la realidad, pero Mía era de imaginación algo "precoz" porque para ella no existía otra posibilidad.
— Bien, Mía. El señor Whatson le espera dentro—.
Con una sonrisa ligera y unos nervios de esos que te cagas, entró en la habitación. Se sentó en una de las dos sillas que estaba de frente al escritorio de color blanco que acompañaba el ambiente minimalista de la oficina. Algo que le sorprendía ya que esperaba más lujo en el lugar que le pertenecía al dueño de la empresa. En las paredes había repisas con fotografías que apenas lograban verse. Una gran ventana enfrente que daba a la ciudad, regalando una vista espectacular, se levantaba detrás del sillón principal del escritorio. El cual en ese momento apuntaba directamente a la ventana por lo que le daba la espalda a la joven.
— Su currículum es impresionante señorita— solo podía verle las manos que estaban entrelazadas y descansaban sobre su pecho. Mía se sentía nerviosa y a la vez feliz, estaba recibiendo halagos. ¿A quién no le gusta recibir halagos en su trabajo?
— Muchas gracias, señor Whatson es un verdadero honor para mi el haber entrado en su compañía— Era muchas cosas, pero jamás una maleducada y sabía cómo comportarse en ciertas situaciones.
— Por sus habilidades y su extensa experiencia, hemos decidió darle otro puesto— eso era algo que Mía no se esperaba, honestamente le estaba por dar un sobresalto en su silla.
— ¿Cómo dice señor?— preguntó incrédula y con aire de escepticismo. — ¿Que acaso no fui claro? A partir de ahora será mi asistente personal. — ok, acababa de entrar y ahora ¿estaba teniendo un ascenso? la cabeza le iba a explotar. — S-señor, nose que decir yo...—
— Y una cosa más. Dime, Andrew— el sillón se giró y detrás estaba el chico que había rechazado la noche anterior.
La expresión de Mía lo dijo todo, estaba por tener un paro cardíaco. ¿Qué carajos? Sinceramente la joven hubiese preferido que Andrew sea un jefe mafioso, pero no. El destino es un ebrio asqueroso con un sentido del humor horrible. Porque Mía había rechazado a su Jefe.
De repente su celular vibró y llevó su mirada hacia la pantalla del mismo.
"Me merecía lo de anoche😪,¿podemos hablar?"— Tomas 😒