[Siglos Atrás]
[Asgard: Jardines de Freyja]
Era una grandiosa mañana para el mítico y legendario reino de los Æsir. Y no solo por el radiante ambiente que ofrecía uno de los más grandes jardines que se encontraba en dicho reino, sino también porque en el mismo jardín se llevaba a cabo una gloriosa celebración.
En medio de una zona bastante despejada y rodeada de árboles, habían miles de mesas y sillas de madera, repartidas en orden y fila; todas para atender los incontables guerreros y civiles nórdicos de Asgard, quienes con sus mejores armaduras y vestimentas, asistieron a la imperdible celebración que se llevaría a cabo allí.
Era tal la importancia de aquel evento, que todos los presentes miraban atentos al fondo del escenario, donde se encontraba un pilar con runas talladas, en el que estaba finalizando una boda; era una de las bodas entre dos inmortales de diferentes Panteones, para sellar una paz definitiva entre ellos.
Y en este caso la pareja que se casaba era nada más ni menos que la Diosa Nórdica de la Muerte, Hela, y el Ángel de la Muerte, el Sexto Arcángel San Azrael.
Hela era una hermosa mujer germánica de constitución delgada, cuyos ojos eran color rojos infernales, y su cabello era de color negro, largo hasta la cintura, liso y peinado de manera, que le tapaba parte del lado izquierdo del rostro. Tenía los labios y las uñas negras. Y lo más destacable era que solo su rostro, junto con la mitad izquierda del resto de su cuerpo, era pálida como un muerto; mucho más de lo que tiene un nórdico. Mientras que la parte derecha —del hombro hasta el pie—, era de color negro con tonalidades violetas; parecía demoníaca. Esa contrariedad en su apariencia se notaba muy bien, debido a que llevaba puesto un sencillo vestido blanco, con huesos de adorno, y cuya falda le llegaba hasta las rodillas.
En cuanto a San Azrael, era un caso raro. Pese a que iba con su sudario negro con capucha y armadura grisácea, la mayoría de los Æsirs lo veían de distinta forma; como un horrible y aterrador ser esquelético. Mientras que el resto, como Hela, lo veía normal; un joven no mayor de entre 18 y 20 años, de estatura alta (cerca de 1,95 mts), piel tan pálida como la diosa nórdica de la muerte, cabello liso y largo hasta los hombros de color negro, y ojos azules. Y por último tenía sus características de ángel; resplandeciente pupila blanca, un par de enormes alas emplumadas de color blanco en su espalda, y una aureola azul detrás de su cabeza.
Aunque era un día feliz para el arcángel y la diosa nórdica, el primero tenía una expresión indiferente en su totalidad, como si careciese de emociones. Aunque eso era algo que le parecía divertido a Hela, quien sin duda consideraba ese día como el mejor de su vida.
Y ella no era la única tan llena de felicidad; en otro extremo del lugar, un poco apartados del público, se encontraban dos de los hermanos de San Azrael, quienes estaban felices de ver a éste casarse con la diosa nórdica; pues esa boda marcaba la paz definitiva entre el Panteón Israelita y el Panteón Nórdico.
El primero hermano era un ángel de apariencia masculina, bastante alto y fornido, con alas blancas y aureola doradas (además de la característica pupila brillante), y cuya edad aparentaba rondar por los 26 años; de piel clara, ojos azules y un largo cabello rubio que le llegaba hasta por debajo de los hombros. Vestía una majestuosa e imponente armadura pesada, en su mayor parte dorada y en menor parte negra, con dibujos de alas grabadas en la pechera, y unos grandes picos azules en las hombreras. Aparte, llevaba una tela negra a modo de toga, desde la cintura hasta por debajo de las piernas.
Era el Ángel de la Protección y Primer Arcángel, San Miguel.
En cuanto al segundo era un ángel igualmente varón, de constitución fuerte, que aparentaba la misma edad que el Ángel de la Muerte (aunque de estatura menor que éste). Su cabello era corto hasta la barbilla, liso y de color rojo oscuro. De ojos azules, piel bronceada, y alas de un resplandeciente rojo carmesí, mientras que su aureola era de un rojo anaranjado flameante, semejante a un pequeño aro solar. En cuanto a su vestimenta, llevaba puesto una toga blanca, del hombro derecho hasta por debajo de las rodillas, junto con armadura ligera roja, con dibujos de soles dorados en la pechera y hombreras, además de diseño de flamas en brazaletes y rodilleras.
Era el Ángel del Sol y Cuarto Arcángel, San Uriel.
—Bueno, otro sello de paz exitoso —dijo San Miguel con seriedad, estando cruzado de brazos y dando un suspiro relajado.
—Sí. Me cuesta creer que Hela haya aceptado de inmediato. Podía entender que nuestro hermano Azrael aceptara sin problemas, pues... a él muy raramente le interesa algo. Pero a Hela... —decía San Uriel cerrando los ojos y sonriendo con pena—, creo que este es un caso cien por ciento real de "amor a primera vista". No tengo dudas de que se llevaran bien.
—Ahora el siguiente es el Panteón Celta —dijo otro hermano ángel acercándose a ellos.
También era un hombre joven que aparentaba la misma edad que San Miguel. Pero el color de su cabello era grisáceo (casi negro) y era menos largo, mientras que sus alas eran azules, el tono de su piel era más claro (sin ser tan pálido como San Azrael), sus ojos eran de color dorado y su aureola de color blanco. En cuanto a su vestimenta consistía en una simple túnica gris de manga corta con bordes dorados, botas metálicas y brazaletes grises en ambos brazos, y una cuerda atada en su cintura en la que colgaba un bolso cuadrado, en cuyo interior parecía haber un enorme libro.
Era el Ángel de los Secretos y Séptimo Arcángel, San Raziel.
—Y luego queda mi boda con la Diosa Japonesa Amaterasu —agrego San Uriel todavía más apenado, al punto de parecer nervioso—. Espero al menos poder llevarme bien con ella.
—Claro que se llevaran muy bien. Ustedes dos tienen mucho en común; igual que el hermano Azrael y la Diosa Hela. Estoy seguro que, al menos, serán buenos amigos. Y de todos modos lo importante es el Acuerdo de Paz, y no tu relación con ella —dijo San Miguel aún con su desbordante seriedad, de modo que sus palabras parecieron más un regaño que un intento de motivación.
—Si esa es tu forma de motivar no ayudas en nada —comento San Raziel avergonzado del intento de motivación de su hermano mayor.
—Para nada —agregó San Uriel bajando los hombros y cerrando los ojos, ahora más desmotivado y temeroso de su vida con la joven Diosa Japonesa del Sol.
Después de la boda San Miguel fue a investigar un poco más acerca del Panteón Celta, y así conocer cual diosa de allí estaba disponible para ser unida a otro arcángel.
Esas bodas eran un medio para sellar paz entre Panteones diferentes, pero no para sellar alianzas. Es decir, si un Panteón tenía conflicto con otro o un problema interno, el Panteón con el que está en términos de paz no puede ayudarlo, porque cada Panteón debe afrontar sus propios problemas para evitar posibles desordenes al mezclarse entre ellos durante la intervención, en especial si se trataba de Panteones de culturas tan distintas.
En cuanto a los candidatos para las bodas, son muy escasos; la mayoría de los dioses y diosas de todos los Panteones tenían pareja, por lo que había muy pocos disponibles. Aunque el Panteón Israelita lo tenía difícil, porque de entre todos los ángeles solo los primeros hijos del Primordial Israelita de la Creación y la Primordial Griega del Caos, podían contraer matrimonio; por ser los "Altos Grandes Príncipes", los cuales eran siete en total.
Aunque en el pasado eran nueve, contando con Luzbel y Samael, el grupo quedó reducido a siete al caer ambos. Y de los siete, los disponibles eran San Remiel, San Raziel y San Gabriel. Ya que, hace no mucho, San Miguel fue casado con la Diosa Griega de la Sabiduría, Atenea. Mientras que San Rafael lo fue con la Diosa Reina de las Hadas, Clidna, quien una vez estuvo afiliada al Panteón Celta. Pero después de un "incidente", ella abandonó su Panteón, y no quedó afiliada a ninguno en específico desde entonces; convirtiéndose así en una diosa neutral.
Por ese detalle en términos legales no existía ningún sello de paz entre el Panteón Israelita y el Panteón Celta, y como tal ambos Panteones debían establecer un acuerdo cuanto antes. Y justo eso estaban por hacer, puesto que al poco de la boda entre el Ángel de la Muerte y la Diosa Nórdica de la Muerte, se le fue notificado a San Miguel la información de las diosas disponibles en el Panteón Celta. Entonces él, junto con los otros Altos Príncipes, se reunieron para discutir sobre los nuevos candidatos para las próximas bodas.
Estaban reunidos en una habitación rectangular de madera blanca con distintos muebles como sofás, sillas y una mesa; todo de color blanco con detalles dorados, verdes, azules y rojos, como trazados del símbolo pentagrama con la estrella apuntando hacia arriba. Cada arcángel tenía sus respectivas alas ocultas, pero sus demás características, como la pupila blanca y la aurora, las tenían descubiertas, además de llevar sus respectivas vestimentas.
Acerca de la discusión, al terminar de reunirse todos, San Miguel reveló que había dos diosas disponibles: las Diosas Brigit y Morrigan. Sin embargo, había un detalle importante, y nada alentador...
—¡¿Hay conflicto interno en ese Panteón?!
Dijo en extremo sorprendido uno de los arcángeles por lo que escuchó de su hermano San Miguel. Era un ángel varón que aparentaba ser un adolescente apenas cumpliendo los 18 años, aparte de ser también el de estatura menos alta de los arcángeles (1,73 m), aunque poseía una musculatura en extremo desarrollada que contrastaba con su rostro juvenil. De piel clara con un cabello liso de color marrón, largo hasta los hombros y lo mantenía atado detrás de su cabeza con una pequeña cuerda. Sus ojos eran verde esmeralda, al igual que su aureola. Su ropa consistía en una túnica marrón con dibujos de hojas verdes, y una cuerda en la cintura de la que colgaban pequeñas bolsas. Y como detalle final tenía en el cabello una pequeña trenza adornada con una hoja.
Era el Ángel de la Salud y Tercer Arcángel, San Rafael.
—Así es. Por lo que sé, todo inició cuando la tribu Tuatha Dé Danann tuvo una guerra contra los demonios celtas; los Fomorianos —explicó Miguel, para después dar un suspiro cansado con el fin de liberar su enorme estrés, mientras se sentaba en una silla para terminar de calmarse—. El padre de Brigit, Dagda, fue con la familia de la Diosa Morrigan para pedirles ayuda en la guerra. Incluso intentó cortejarla a Morrigan para tenerla de su lado. Y aunque ella los ayudó contra los Fomorianos, seguía siendo neutral. Y como tal siguió brindandole ayuda a Fomorianos exiliados o necesitados de ayuda.
—Y obviamente eso no les gusto a los Tuatha Dé Danann —dijo San Uriel a modo de sarcasmo, aunque preocupado por la situación.
—Correcto. Y dado a la guerra reciente, también es obvio que muchos Fomorianos les guardaban rencor a los dioses celtas —contestó San Miguel—. Entre los Fomorianos que Morrigan ayudo, algunos causaron algún que otro problema a la tribu por rencor a la guerra pasada. La situación llegó a un extremo, en que la tribu no lo soporto más y expulsaron a Morrigan junto a sus hermanas y hechiceros. Desde entonces Morrigan, su familia y discípulos han hecho algunas... "jugarretas de mal gusto" a la tribu Tuatha Dé Danann, como represalia por la expulsión.
—Por favor no puede ser peor... ¿verdad?
Dijo otro ángel varón con un gran optimismo y cierto humor bromista en su tono, mientras estaba acostado en un sillón jugando con algunas chispas eléctricas entre sus dedos. Aparentaba estar por los 20 años. Su cabello era azul eléctrico, además de estar muy desordenado y espinoso, dándole un aire rebelde, aparte de combinar con su aureola azul celeste con chispas eléctricas. Su piel era clara, tenía un físico musculoso, pero menos robusto que sus demás hermanos, y sus ojos eran azules como el cielo. Su vestimenta consistía en una toga púrpura en la cintura, junto con armadura ligera en su mayor parte de color plateado, y en menor parte azul oscuro, sin hombreras, y con diseño de truenos celestes en diferentes partes (como en brazaletes, pechera y botas).
Era el Ángel de las Tormentas y Quinto Arcángel, San Remiel.
—Pues sí que puede —respondió San Miguel con un semblante serio y nada optimista—. El conflicto es tan grave, que si alguna de las dos diosas se compromete con alguien de un Panteón extranjero por cualquier motivo, la familia o tribu de la otra lo podría tomar como excusa para iniciar otra guerra civil entre Dioses y Fomorianos, que costaría incontables vidas mortales e inmortales. Y como bien sabemos, no podemos arriesgar otras vidas en nuestros problemas.
—Esto es más complicado de lo que pensé —comentó San Raziel ahora con un semblante serio.
—¡Pero tenemos que hacer algo sino otro Panteón se adelantara y perderemos una oportunidad valiosa de paz para los mortales de allí! —decía San Uriel, comenzando a preocuparse al pensar en los problemas que podrían generarse en el Mundo Mortal, si un Panteón con poco o nulo interés en los mortales, llegaba a realizar un Sello de Paz con el Panteón Celta.
—Debido a que Padre salió a visitar el lugar donde Madre falleció, no volverá en un largo tiempo. Por eso y sumado a varios inconvenientes más, como la Ley Universal que solo permite una boda para fines pacíficos entre dos Panteones diferentes, las Dominaciones y yo lo único que pudimos idear fue un plan que... aunque va en contra de nuestras normas, y todo lo que Padre y Madre nos enseñaron, es la única alternativa posible: uno tendrá que casarse con esas dos diosas celtas; no sólo como símbolo de paz entre Panteones, sino también para restaurar la paz interna en ambas tribus —terminó de explicar San Miguel, denotando cuanto le desagradaba el plan con su tono serio y disgustado.
—¿Y el Panteón Celta aceptara eso? —preguntó San Azrael con una expresión y voz indiferente en su totalidad, aunque a sus demás hermanos si les tomó por sorpresa esa noticia.
—Hable con Dagda respecto a esto, y me dijo que no le importaba, ya que se dieron bodas así en ese Panteón. Y técnicamente esto no es una boda, porque solo es para crear vínculos pacíficos —explicó San Miguel tampoco feliz con la alternativa, para después dar un suspiro cansado—. Además nosotros, aunque nuestro cuerpo físico sea masculino, en espíritu y mente no tenemos género. Y por nuestra naturaleza jamás sentiremos "amor romántico". Así que, en vez de una boda, podría verse como un "forjamiento de lazos familiares". Aparte muchos inmortales ya han tenido múltiples parejas como en el Panteón Celta.
—Como el caso de nuestro sobrino lejano, Zeus, que es padre de media Grecia, literal ¡Ja, ja, ja! —bromeo San Remiel, para nada preocupado y divertido por su propio comentario.
—No es momento para la comedia, sobretodo la tuya —le regaño San Uriel tapándose el rostro con una mano derecha, bastante apenado del comentario de su hermano eléctrico.
—Vale, vale ¡je, je, je! —se disculpaba Remiel aun divertido de su propia broma—. Entonces, ¿Quién será nuestra última esperanza en esta terrible y peligrosa misión de amor y paz?
—Bueno... el próximo Alto Príncipe debe ser uno de los más importantes —respondió San Miguel bajando la mirada al suelo, reflexionaba sobre el mejor candidato.
—Y el más responsable —menciono San Rafael mientras cruzaba las manos detrás de su nuca y miraba el techo, sin tener ideas de quién de sus hermanos solteros era el mejor candidato para ese acuerdo de paz.
—Además de muy honorable —agrego San Uriel cruzándose de brazos y cerrando los ojos para concentrarse y pensar mejor.
—Y también el más puro del cosmos —comentó San Remiel dejando de jugar con electricidad para sentarse en el sofá al instante con gran ánimo—. Eso es muy importante, en caso de que se oponga y tengamos que obligarlo. ¡Je, je, je!
—Exacto. Y por si acaso, también debe ser uno de los más cercanos al Mundo Mortal, dado a la importancia que representa este acuerdo para los mortales celtas —dijo San Raziel con ambas manos en su cintura y levantando la mirada. Aunque solo mencionaba este detalle para evitar que lo eligieran a él, de todos modos hizo que casi tuviese en mente a un posible candidato; solo le faltaba una última variable en la ecuación.
—Y debe ser uno de los más solitarios, ya que tendrá doble compañía para toda la eternidad —agregó por último San Azrael sonriendo (aunque solo un poco), y con su comentario su hermano Raziel, al igual que los otros, terminaron de procesar cada una de las variables, y por fin tuvieron una idea del candidato perfecto para aquel Acuerdo de Paz.
Entonces como si se leyeran la mente los seis en sincronía centraron su mirada en su séptimo hermano, quien estaba sentado en un sofá, un poco apartado de ellos, leyendo relajado y sin preocupaciones un libro de aventuras.
Era un hombre joven que aparentaba estar por los 20 años, de piel clara semi-oscura (casi moreno) y un físico que denotaba años de entrenamientos físicos. Tenía los ojos de un color naranja flameante, que contrastaban con su cabello plateado, liso y largo hasta por debajo de los hombros, y que combinaba con su aureola anaranjada. Y traía puesto en una armadura ligera de color negro con bordes dorados, que consistía en una pechera con hombreras puntiagudas, placas metálicas en los antebrazos y las piernas, junto con una toga roja en la cintura sujetada en su hombro izquierdo y en la cintura por la misma armadura.
Era el Ángel de la Divinidad y Segundo Arcángel, San Gabriel.
Él joven arcángel peliplateado se encontraba tan sumergido en su lectura que cuando escucho lo que dijo su hermano San Azrael, proceso un poco aquellas palabras y bajó el libro para ver a sus hermanos, un tanto confundido, puesto que entendió que hablaban de él, aunque sin saber sobre qué en específico.
—¿Qué yo que? —preguntó San Gabriel tan confundido como un joven al que le hacen una pregunta de la nada, mientras veía a cada hermano suyo esperando escuchar la respuesta.
—¿Escuchaste algo de lo que decíamos? —le preguntó San Miguel con suma seriedad y no de ánimos para la infantilidad de sus hermanos.
—Bueno... pues... si; algo de que la tribu está dividida y... me perdí ¡je, je! ¡Lo siento! —se disculpó San Gabriel con enorme vergüenza e inocencia mientras se rascaba la nuca—. Pero veo que ya lo solucionaron, ¿No?
Como respuesta a la pregunta, sus hermanos se miraron entre sí, y esbozaron una pequeña sonrisa que le dio un mal presentimiento al arcángel peliplateado.
"No sé por qué presiento que me incluyeron en algo sin decirme nada", pensaba San Gabriel bastante disgustado, además de aterrado.