- ¿Víctor? ¿por qué estás aquí? -Samara noto que no había visto a Víctor en mucho tiempo. Desde la última vez que le pidió ayuda, él no se había puesto en contacto con ella. No esperaba que apareciera de repente en la habitación de Álvaro.
La cara de Víctor estaba pálida, incluso con un rastro de agravio. Cuando vio lo sorprendida que estaba Samara, se sintió aún más triste.
- ¿Estas enamorada de otra persona? ¿Ya no me quieres? De lo contrario, ¿Por qué no eres feliz cuando me ves?
Acostumbrada a la apariencia exagerada de Víctor, Samara sonrió y dijo:
- ¿Has estado ocupado recientemente? No he oído de ti, pensé que no querías ver a nadie.
No había nada de malo en esta frase, ero era excepcionalmente desagradable ara Víctor. Acababa de saber que algo le había pasado al hijo de Samara, pero que ya había sido resuelto. Al ver que Samara había pasado el periodo difícil con Álvaro, Víctor se sintió muy arrepentido.
-Querida, si no puedes encontrarme por teléfono, ¿Por qué no vienes a mi casa a buscarme? Te garantizo que tendré tiempo. -Víctor estaba más enfadado.
Samara sonrió y dijo:
-No es gran cosa. Además, no querías que nadie te contactara. Debías estar ocupado, no hay necesidad de que te moleste. Bien, ahora que todo ha pasado. ¿Estás aquí para hablarme de esto?
- ¿Me perdonarías si te dijera que me arrepiento de haber rechazado tu visita? -cuanto más hablaba Samara, más incómodo se sentía Víctor.
Sintió que lo que había perdido no era un rescate, sino la felicidad. Aunque este sentimiento era algo ridículo, de hecho, era lo que estaba pensando en este momento. Al ver su expresión molesta, Samara sonrió y dijo:
-Se lo que estás pensando. Eres mi mejor amigo. No importa cuando, sé que me ayudaras si tienes tiempo. Víctor, no te lo tomes demasiado en serio. ¿No está todo bien ahora?
-Pero no estaba a tu lado cuando estabas en problemas. Estoy muy triste, querida, no me tienes en tu corazón. Tienes que compensarme. -cuanto más hablaba, más agraviado se sentía y casi quería llorar.
Samara no podía verlo así y rápidamente dijo:
-Vale, ¿Cómo quieres que te compense?
- ¿Po que no me acompañas a comer? -dijo Víctor con una sonrisa.
Samara miro la hora y dijo:
-Todavía no es la hora de comer.
-Entonces acompáñame a un café. De todos modos, tienes que acompañarme. De lo contrario, mi corazón roto no se recuperará. -Víctor sostuvo su pecho con una expresión exagerada.
Samara se rio de su apariencia.
-Vale, te acompañare a tomar un café, yo invito.
- ¡Se claramente que me amas! -Víctor se rio rápidamente.
Cuando los dos salieron de la sala, los guardaespaldas se quedaron atónitos. No tenían idea de cuando Víctor había entrado. Samara ya no estaba sorprendida. A Víctor le gustaban las sorpresas y ella ya estaba acostumbrada.
-Víctor y yo tomaremos un café al otro lado de la calle. No tenéis que seguirnos. -dijo Samara y se fue. Ella no pregunto a donde había ido Álvaro, porque sabía que estaba lidiando con asunto de Eduardo.
Álvaro quería resolver este asunto, por lo que ella dejo que lo manejara. De todas formas, era su hijo, por lo que no podía privar a Álvaro su derecho de ser padre. Sin embargo, los guardaespaldas no se atrevieron a dejarla ir.
-Señorita Samara, vamos a seguirla. Si está en peligro, podemos…
- ¡Que tonterías! No siquiera sabéis cuando entre en la habitación, ¿podéis llamaros guardaespaldas profesionales? Volved y decirle a Álvaro que tenéis que practicar más. Es vergonzoso para la familia Ayala. -dijo Víctor en tono burlón y miro a Samara.
Al final el guardaespaldas todavía estaba preocupado, dejando que una persona los siguiera, pero Víctor se sintió algo disgustado. Samara sostuvo su mano y dijo:
-Olvídalo, este es su trabajo. Vamos a tomar un café.
-Pero no me gusta que los demás me molesten. -dijo Víctor con tristeza.
Samara le toco la cabeza como a una mascota y dijo:
-Se bueno y no te enfades, quiero tomar un café. -esta frase realmente funciono.
Víctor llevo a Samara a la cafetería al otro lado de la calle y el guardaespaldas le conto rápidamente a Álvaro esta situación.
Álvaro acababa de volver a la mansión de Ayala y se vio sin remedio sobre el hecho de que Anabel estuviera viviendo en la mansión. Antes de que pudiera hacer nada, ella había vuelto. Obviamente, era su madre quien la había apoyado. Álvaro suspiro, entro en la casa y escucho los insultos de Anabel.
- ¿Dijiste que no fuiste tu? ¿Podría haber sido nuestro señorito quien lo rompió si no fueras tu? ¿sabes cuánto cuesta este jarrón? ¡Ni si te vendiera podrías pagar este jarrón! ¡Hijo de puta! ¿de verdad crees que eres digno de usar esta ropa? Déjame decirte, si no limpias esto, te despellejare. ¡Dile a tu madre que me compense! ¡No pienses que puedes ser tan arrogante mientras tu madre esta con nuestro señor!
Cuanto más escuchaba Álvaro, más sentía que algo estaba mal. ¿A quién estaba regañando exactamente? Rápidamente entro y vio a Eduardo en una esquina de la sala de estar. Anabel lo estaba insultando con sus dedos extendidos. Los ojos de Álvaro se volvieron severos.
-Anabel, ¿Qué estás haciendo? -su voz estaba llena de ira.
Anabel se giró temblando. Ella rápidamente bajo el brazo y dijo con impotencia:
-Señor, mire, este niño rompió el jarrón de nuestra casa. Todavía se niega a admitirlo. ¡No podemos dejar que este mentiroso se quede aquí!
- ¡No! ¡No lo hice! -Eduardo no lloro ni hizo ningún ruido. Su mirada estaba incluso fría. Su voz era clara y llevaba un rastro de orgullo.
A Álvaro de repente le dolió el corazón. Si fuera Adriano, ya habría corrido a sus brazos a llorar, pero Eduardo era tan indiferente como un extraño. Tal indiferencia era como una espada de doble filo, hiriendo a ambos.
Este era su hijo, era el señorito de la familia Ayala. Ahora, había sido insultado por una criada e incluso le dijo que era un hijo de puta.
- ¡Confió en ti! -dijo Álvaro con confianza.
Eduardo, inicialmente estaba algo indiferente y se aturdió ligeramente por un momento. Después, las lágrimas aparecieron rápidamente en sus ojos, pero las soporto obstinadamente. El niño giro rápidamente la cabeza a un lado.
Anabel estaba descontenta cuando escucho a Álvaro proteger a Eduardo y dijo:
-Señor, no se deje engañar por este mocoso. Parece honesto. Quien sabe en qué tipo de ambiente creció. Nuestra familia no puede tener a un niño salvaje.
- ¡No soy un salvaje! -Eduardo no quería causar problemas, pero ya no podía soportarlo más.
Álvaro también sintió que era muy injusto. Antes de que pudiera pensar en algo que decir, Anabel estiro su dedo y le dio un golpecito en la frente a Eduardo con sus uñas afiladas.
- ¿Todavía te atreves a negarlo? ¿sabes dónde estás? ¡Esta es la familia Ayala! ¿este no es un lugar donde puedes ser salvaje libremente?
Las uñas de Anabel estaban un poco afiladas, dejando una marca roja en la delicada frente de Eduardo. Era un rojo deslumbrante.
- ¡Anabel! -Álvaro rápidamente dio un paso adelante y tiro a Anabel.
La anciana fue sorprendida y se estrelló contra un armario cercano, haciendo que le doliera la cintura.
- ¡Señor, me duele! -las lágrimas de Anabel rodaron del dolor, pero a Álvaro no le importo y rápidamente se volvió para mirar a Eduardo.
-Déjame ver, ¿estas bien? -Álvaro miro al niño cuidadosamente. Su expresión nerviosa hizo que las lágrimas de Eduardo salieran sin control.
Dijo llorando:
-Quiero ver a mi madre. La extraño. -en este momento, realmente sentía que esta familia no le pertenecía.
El solo quería volver al abrazo de Samara, que era el lugar más cómodo del mundo. Incluso en Estados Unidos y en la familia de Carlos, nadie se atrevió a incriminarlo e insultarlo así. Álvaro también estaba triste.
-Todo es mi culpa. No te he protegido adecuadamente. Mi niño, tu madre se preocupará si te ve así, ¿verdad? -Álvaro no sabía cómo consolar a su hijo, pero sentía que alguien le había hecho un gran agujero en el corazón. Estaba goteando sangre, era incluso más doloroso que todo lo que le habían hecho.
Eduardo estaba llorando. No dijo nada, pero cayó en los brazos de Álvaro y dijo con tristeza:
-Yo no lo hice. Yo no rompí el jarrón. Cuando Sali, ya estaba roto.
-Lo sé, confío en ti. -Álvaro hizo todo lo posible para suavizar su tono.
Al ver que Álvaro protegía tanto al niño, Anabel dijo rápidamente:
- ¿Quién más podría ser si no has sido tu? Eres el único niño aquí ahora. ¿Quién sino se atrevería?
- ¡Anabel! -Álvaro grito y su mirada estaba llena de ira. Anabel no había visto a Álvaro tan enfadado en toda su vida. Ella no podía evitar estar aturdida. Su cuerpo tembló involuntariamente y se sintió agraviada.
En la familia Ayala, durante más de 20 años, Álvaro siempre la había tratado con respeto. Ahora, la había tratado así por una mujer y un niño, sus ojos de repente se llenaron de lágrimas.
-Señor, ¿está completamente confundido por esa mujer y su hijo? Ni siquiera me escucha, ¿verdad? ¿crees que yo, que te he servido desde que naciste, he echado la culpa falsamente a un niño?