Chapter 4 - Capítulo 4

Matteo, un joven al que mi padre ofreció cobijo cuando chico, perdió a toda su familia en la guerra y ahora sirve a nuestra familia como mayordomo.

Éste reacciona e intenta tranquilizar a mi enfurecido hermano:

—Por favor príncipe Luzen, calmese. No continúe con este espectáculo frente a todos. Algo así no sería bien visto para su prestigio.

Mi hermano responde, después de darle un fuerte empujón a Matteo para continuar expresándose aún más alterado a la par que se acerca con paso desafiante:

—¡¿Acaso alguien en este maldito palacio tomó en consideración mi prestigio?! ¡¿Nadie lo hizo?! ¡Y todo para darle lo que me corresponde de nacimiento a mi hermana! ¡No sé ni cómo es que no me había imaginado antes que podía suceder algo así!

Entonces suma con sarcasmo:

—¡Pues claro que era obvio que la niña consentida, iba a influenciar al anciano demente de mi padre para arrebatarme vilmente lo que es mío!

Nuestro padre intercede muy molesto:—¡Ha callar Luzen! ¡No voy a tolerar que continúes avergonzandome más de lo que ya has hecho! ¡Y menos que insultes a tu hermana, quien a partir de hoy también será tu reina y le debes el respeto que le corresponde como tal!

Luzen le replica conteniendo su enojo:

—Pero padre,¿porqué me has hecho esto?, y mas aún, ¿porqué ni tan siquiera me lo habías dicho? ¿Acaso yo hice algo para merecermelo? Yo soy tu hijo varón y primogénito, es a mí a quien le corresponde reinar como dicta la tradición.

—Yo soy el actual rey de Baleras y tengo toda la autoridad para decidir quien será el que me va a susceder en el trono y eso quiere decir que puedo olvidarme de cualquier tradición, sino considero que a quien beneficia sea apto para gobernar. Y tú hijo mío, por mucho pesar que me causa esta decisión, te tengo que decir que no lo eres y por lo tanto escogí a tu hermana para ello.

Luzen no es capaz de contener su rabia y estalla:

—¡No son mas que viles mentiras tuyas para justificar la injusticia que has hecho conmigo! ¡Siempre la has favorecido a ella por encima de mí! ¡Para ti yo siempre he sido solamente un estorbo!

Mi padre angustiado por las ofensivas palabras de mi hermano le ordena a los guardias con mucha tristeza:

—Guardias, por favor llevenselo a su habitación. Por lo visto en este momento, él no es capaz de razonar.

Los soldados toman a mi hermano de los hombros y éste reacciona pegándole un puñetazo a uno en el rostro, para decirle después mientras les ve con desprecio:

—¡No se atrevan a tocarme sucios plebeyos, sino quieren que les haga ejecutar!

Después habla señalándome en un claro tono amenazador:

—¡Yo soy el príncipe de éste reino, verdadero heredero de estas tierras y no voy a aceptar que tú... Maldita infeliz, se quede tan fácilmente con lo que es mío!

Luego se da la vuelta y se marcha muy inconforme, tras chocar bruscamente con su hombro a un guardia que está detrás de él, al que habla con menosprecio:

—Apártate, escoria plebeya.

Una vez terminado el bochornoso suceso, mi padre le habla muy avergonzado a los presentes:

—Por favor, les pido que me disculpen por el mal rato por el que los ha hecho pasar mi hijo. Pero saben como es de impulsivo e irracional. De verdad que no quería que esto sucediera y por eso no le había dicho nada. Pero por lo que han podido ver, resultó todo lo contrario.

Se pueden escuchar algunos murmullos entre los nobles que comentan en tono burlón:

—Para empezar, no tendría que haber declarado a esa chica como la heredera...

—La culpa la tuvo él, de darle el trono a una mujer...

—Cualquiera hubiera actuado así, si supiera que esa chica le arrebatara lo que es suyo...—entre muchos más cuestionando la decisión de mi padre.

Aunque al rey le disgusta un poco como ese montón de imbeciles reprochan su decisión, prefiere mantener la calma e ignorarles para poder continuar con lo que menciona:—Ya después cuando esté más calmado, voy a hablar con él para hacerle entrar en razón.

Respira hondo y prosigue:

—Pues tratemos de olvidar lo sucedido y vamos a continuar por lo que estamos reunidos aquí, coronar a su nueva reina.

Mi padre retoma en donde estábamos y pronuncia a la par que sitúa la corona en mi cabeza:

—Yo Rudolf Tamezen, legítimo soberano de estas tierras, declaro a mi hija Iris Tamezen... reina de Baleras. Deseemos suerte y... ¡Larga vida a la reina Iris!— enfatiza muy alegre.

Los invitados responden al unísono pero con una evidente falta de emoción de parte de varios, en especial del cardenal Lorenz que ni se esfuerza por ocultar su rostro de disgusto.

—¡Larga vida a la reina Iris!

Mi padre que nota que yo veo la expresión del cardenal, se apoya de mi hombro y me comenta sutilmente. —De él es quien te recomiendo que tengas mayor cuidado. Recuerda que la iglesia tiene mucha influencia tanto en Baleares como en todo el mundo, y quien sabe de lo que sean capaces de hacer con tal de imponer su voluntad. Así que sé lo más prudente posible con ellos y los nobles que de seguro les apoyarán.

—Descuida padre, yo siempre pienso bien todo con sus beneficios y consecuencias antes de actuar.

—Sabes, yo estoy muy seguro que en caso de que tu hermano fuera el nuevo rey, igual estarían tramando algún tipo de conspiración para poner en el trono a alguien de su agrado, que les sirva como su fiel lacayo. Hasta he oído rumores que recibe oro de algunos nobles para que les beneficie con su apoyo político.

—En realidad no me sorprende que sucedan cosas así en nuestro reino, después del final de la guerra y el aumento de las riquezas por el comercio también ha aumentado la corrupción, pero te aseguro padre que voy hacer todo lo posible por cambiar todas las cosas que hacen decaer a nuestro reino.— Entonces doy unos pasos al frente y le hablo absolutamente decidida a todos. —Juro con mi vida, que seguiré la justicia y la equidad, así como mi padre antes de mí. Buscaré la prosperidad y la paz en mi reino, y nunca toleraré la violencia en ninguno de mis súbditos. Todo lo que aprendí de mi padre, lo pondré en práctica, aún mejor de lo que él lo hizo, si se me es posible. Ese es mi juramento, delante de Dios, para con mi pueblo, para con mi padre, y para conmigo misma.— entonces extiendo mi mano hacia las nubes y pronuncio bien en alto. —¡Gloria a nuestro reino y que Dios nos bendiga a todos!