Daniel siempre llevaba en su cuello colgada la medalla de oro de bautismo que tenía grabado su nombre. Su negra cabellera le llegaba a los hombros y sus transparentes ojos celestes transmitían cierta frialdad de forma continua.
Pero su apariencia de emo duro y frío era solo eso, apariencias. Daniel en realidad era una buena persona, se compadecía con los más débiles, ayudaba a los que tenían problemas en lo posible.
El haberse criado en un orfanato le hizo conocer la crueldad humana a primera mano despertando en su persona la compasión. Pero sabía guardar las apariencias a la perfección.
Esa actitud suya era lo que solía alejarlo de Luna quien solo lo codiciaba. Ambos eran muy diferentes. Pero había situaciones en las que Daniel se sentía sofocado por la obseción de ella.
Momentos en los cuales él se sentía observado, asfixiado y hasta creía que estaba volviéndose loco porque ella sabía hacer las cosas como era debido.
Luna era tan atractiva que podía tener a cualquier hombre a su lado pero solo estaba encaprichada por ese azabache tan deseable. En casa, en el club, en la calle, en donde sea que se encuentre no le perdía pisada.
Le leía la correspondencia aludiendo que como dueña de casa y jefa suya tenía derecho a saber en qué andaba.
En su habitación, Luna se miraba en el espejo. Vestía un pantalón rojo engomado, zapatos tacos altos y una blusa roja. Su dorada cabellera caía por su espalda como cascada. Sus ojos dorados reflejaban dureza.
Sonrió con lujuria mientras imaginaba a Daniel en su cama siendo saboreado por ella.
— Pronto, muy pronto te tendré en mis manos.
Salió de su habitación para dirigirse a la sala tecnológicas. Allí se dirigió a una de las computadoras y tras encenderla se sentó frente suyo.
En instantes apareció en la pantalla Daniel en su habitación, saliendo de la ducha. Su cuerpo mojado era en verdad sexy, la toalla envolvía su cintura. Una sonrisa se le dibujo en el rostro, una sonrisa de lujuria.
— Demasiado bueno para dejartelo Berta — murmuraba Luna sin poder quitarle los ojos de encima — No eres nadie y no mereces a Daniel.
El emo se secaba con extrema lentitud. Luna adoraba contemplarlo en esos momentos, le provocaba intensos deseos de atarlo a su cama.
A Luna le gustaba que todos le obedezcan sin protestar pero no siempre podía obtener lo que quería. Mientras veía a Daniel vestirse tomó su celular y llamó a alguien.
— Hola, soy yo.
— Hola Luna ¿Qué se te ofrece? — la voz de hombre resonó del otro lado del tubo.
— Tú sabes, mis dudas existenciales.
— Ya veo ¿Qué pasó ésta vez?
Daniel se colocó el boxer negro mientras Luna agrandaba la pantalla para tener una mejor visión de su objeto del deseo.
— Dime ¿Qué debemos hacer cuando alguien se niega a obedecernos? — del otro lado del tubo se escuchó una estruendosa carcajada — Oye, hablo en serio. Respóndeme.
— Típico de tí Luna.
— Solo....respóndeme
— Tratar de convencer a esa persona de que lo mejor es oír nuestro supuesto consejo y opinión.
Daniel abrió la heladera y sacó una lata de cerveza. La abrió y bebió un trago. Luna humedeció sus labios con su lengua.
— Pero cuando eso falla, cuando nada funciona ¿Qué se debe hacer? ¿Rendirse? ¿Aceptar el fracaso?
— ¿Tienes algún problema especial con alguien?
— Solo respóndeme ¿De acuerdo?
— ¿Qué sucede Luna?
— Digamos que existe alguien que se niega a reconocer mi autoridad.
Daniel acabó la cerveza y tiró la lata en el cesto de basura. Seguía semi desnudo. Encendió la música, a él le gustaba escuchar música mientras se vestía y preparaba la cena.
Esa noche la tenía libre por lo que planeaba relajarse. Por supuesto que ignoraba que estaba siendo vigilado a ese nivel por Luna.
— Bien — dijo la voz del otro lado del tubo — Tengo la solución para tu problema. En casos como ese lo que necesitas es invadir su mente.
A Luna no se le había ocurrido algo así. Sonaba más que interesante.
— O sea...¿Hipnotismo?
— Algo así hermosa, algo así.
— ¿Y cómo?
— Tengo un medicamento muy especial. Te lo mandaré inmediatamente. Debes colocarle una cucharadita en el té o en algún líquido y asegúrate que lo beba. Pasarán unos breves minutos y esa persona se quedará dormida. Será en ese momento en que deberás aprovechar para ordenarle hacer lo que se te venga en gana. Esa persona al despertar hará todo lo que le pediste hacer. Todo.
— ¿Estás hablando en serio?
— Completamente, no podrá resistirse debido a que habrás introducido la orden directamente a su subconciente y aunque no le guste deberá obedecerte.
— ¿Y cuándo tendré esa belleza en mi poder?
— En una hora.
— Gracias, millones de gracias.
— Es un placer complacerte hermosa. Disfrútalo.
— Por supuesto.
Al colgar centró su mirada en Daniel que acababa de vestirse. Un pantalón negro, una remera negra con un extraño dibujo donde el color rojo predominaba.
Se disponía a salir ya que Berta lo había llamado para invitarlo a cenar a su casa. Luna sonrió con crueldad mientras murmuraba:
— Pronto Daniel, muy pronto serás exclusivamente mío y Berta dejará nuestras vidas para siempre.