Entró a su cuarto con intenciones de ver si él aun dormía o si estaba despierto. La vela de su habitación todavía estaba encendida y descansando en su pequeña mesa. Tapado con una pobre sabana. El joven hijo del Gobernador de Grumsier, Tisio Tulio, dormía en su cama viéndose de una forma angelical ante los ojos de su madre. De cabellos negros como su padre y ojos, cuando los tenía abiertos, azules como su madre. Tisio era un muchacho de unos trece años. Todavía era un niño pequeño para su amada madre, Stella Tulio. De cabellos rubios ondulados. Ojos celestes y un porte digno de una emperatriz antes que de una mísera esposa de un mísero gobernador de un pueblucho olvidado. Stella solo tenía ojos para su pequeño hijo, resultado de ese matrimonio organizado por sus padres. Si ella pensaba bien en el asunto, Tisio era la única cosa buena, o al menos perfecta, de dicho matrimonio. Su padre Marco Tulio era un cerdo en todos los sentidos de la palabra, solo estaba con ella cuando quería tener sexo y el resto del tiempo lo pasaba con sus amigos en los baños públicos Romanos, en el senado o con otras mujerzuelas. La palabra honor no era algo que Marco pudiese entender ni tener. Sin embargo su hijo, su pequeño y angelical hijo Tisio, no era como su padre en nada. Siempre amoroso con su madre, amable con los demás y tierno con todos, desde los animales de su hogar hasta los esclavos, a los cuales no les gustaba tratar de esa manera. Según él, esas personas eran creaciones de Dios y semejantes a él. Stella también pensaba eso, creía que nadie debía ser esclavo de nadie, todos los hombres eran iguales a y ante Dios; Pero, una parte de ella, se preguntaba si Dios seria un hombre, le costaba mucho creerlo. Le costaba porque veía dos facetas en los hombres, siendo ambas caras imposibles de darse en un ser poderoso como un Dios: La primer faceta era la de un ser malvado que hacia monstruosidades, los hombres, como su marido, se abusaban sobre los débiles y se entregaban a todas las depravaciones pensadas e impensadas, siendo seres inferiores a un Dios por completo. La otra faceta que no solo veía en su hijo sino también en varios muchachos del pueblo; pero nunca lo admitirían ni en broma, era la de seres tiernos, con inseguridades y temores latentes en su corazón que disfrazaban desesperadamente en una máscara llamada hombría. Personas sensibles que, por temor a ser ridiculizados, eran capaces de meterse en problemas sin sentido alguno. Niños pequeños e inocentes todavía a pesar de casi contar con casi 17 años de edad la mayoría ¿Cómo podía ser Dios un cerdo o un muchacho sensible e inocente? Negó con su cabeza dicho pensamiento, si existía un ser de gran poder no sería así. Debía de ser como… no lo sabía; pero, por un motivo que desconocía, lo comparaba con las mujeres. No tenía sentido e incluso, si lo dijese en voz alta, se ganaría una reprimenda por parte del sacerdote del pueblo. Aun así tenía motivos validos para dicha comparación: A diferencia de los hombres, que podían tener dos facetas, la mujer tenía varias e incluso algunas demasiado ocultas de los demás muchachos del pueblo. La mujer podía ser malvada; pero también había chicas bondadosas. No solían pelear, eso era cierto; pero si peleaban por algo entonces lo hacían con uñas, dientes e incluso con su propio ingenio. Ellas eran ingeniosas, astutas e incluso más dañinas que los mismos hombres. Si una mujer se lo proponía, usando su cuerpo y su ingenio podía tener a varios muchachos a su merced en cuestión de minutos. Stella sabía que, de aprender a usar la espada, podría superar a un Legionario promedio cualquier día. El soldado tendría la fuerza, pero la velocidad y la astucia la tendría ella. Además había algo que las mujeres, fuesen buenas o malas, listas o tontas e incluso fuertes o débiles, tenían y los hombres no: Un gran instinto maternal, ellas siempre eran protectoras y sobre protectoras con los suyos, al punto de que podrían sacrificarse por los que amaban. Algo que, por lo que había visto en sus treinta y ocho años de vida, muy pocos o casi ningún hombre podría hacer.
Besó a su hijo en la frente pensando en que si había algo que valía la pena proteger en la vida era ese tipo de muchachos y si debía pelear contra toda una legión para hacerlo entonces lo haría. Por que las mujeres podrían ser consideradas frágiles, débiles e indefensas las veces que quisieran; pero que su Dios masculino los amparase si enfrentaban a una mujer que si tenía una razón por la que pelear, una razón que proteger y una razón por la que morir.
En su interior Stella creía que solo por eso Dios debía ser mujer.
Sonriendo se fue de la habitación de su hijo mientras apagaba la vela para que durmiese en paz.