Durante meses había sido un líder respetable, temible e incluso admirable tanto por aliados como también por enemigos, de cabello negro y rostro juvenil cuyos ojos castaños solían deslumbrar a las mujeres, portando una Smith y Wesson, el joven Santiago Martínez era el líder revolucionario que peleaba en contra del malvado alcalde en San Domínguez, llevando un saco verde con unos pantalones vaqueros azules, había puesto en jaque a todos los corruptos de San Domínguez… hasta que finalmente pudieron atraparlo tras amenazarlo con matar a la única mujer que él había amado: Ana.
El Alguacil García finalmente había dado con su ubicación en una pequeña iglesia abandonada cerca de los límites del pueblo. Comandando a un grupo de sus hombres, milicianos que por unos pesos serian capaces de vender a su propia madre, rodearon dicha iglesia. La resistencia no se hizo esperar; pero, tras unos minutos de arduo tiroteo, Garcia se acercó a donde estaba la entrada gritando:
- ¡Se acabo Martínez, suelta las armas y entrégate!
- ¡No pienso hacerlo Alguacil!- le gritó Santiago desde dentro, todo indicaba que él se encontraba solo en ese momento
- ¿Acaso piensas morir por tu causa?- rió García con cinismo y Santiago le contestó
- ¡De ser necesario lo haría!
- ¿Y qué me dices de Ana? ¿También quieres que ella muera por tu causa?- le preguntó García con una sonrisa triunfal
- ¡Maldito…!- exclamó Santiago sintiéndose impotente ante tal revelación
- Si te entregas prometo no hacerle nada; pero si continuas con la resistencia mandare a algunos hombres a divertirse con ella un poco, al final de cuentas ¿Cuál sería la diferencia para la puta del pueblo?- lo amenazó García con un tono más tétrico de lo usual
Tras un minuto de silencio Santiago salió de su escondite con las manos en alto, completamente desarmado, García dio la orden a dos de sus hombres de que se divirtieran con él un rato antes de matarlo, solo como un ejemplo de lo que les sucede a los graciosos que se oponen a las ordenes del alcalde.
Llevándolo a donde estaba la habitación de la iglesia, los dos hombres de Garcia: Juan Serrano, un hombre de piel morena con un grueso bigote y un rostro grotesco cuya sonrisa libidinosa aumentaba su ya temible aspecto.
Junto a Federico Kinera un hombre rubio de rostro duro como el mármol, tiraron a Santiago a la cama, Federico lo sostuvo diciendo
- Hazte cargo de ese infeliz, Juan. A mí, personalmente, me desagrada esas cosas; pero creo que a ti no
- No sabes de lo que te pierdes Fede- rió Juan acostándose sobre Santiago bajándole los pantalones, Santiago se aterró al ver lo que pensaban hacerle, incapaz de contenerse gritó
- ¡¿Que están haciendo?!- pero Juan le tapó la boca y le susurró al oído
- Si tanto te gustan las putas, entonces no creo que te moleste que te convirtamos en una- rió al ver los ojos desorbitados de Santiago al entender a lo que Juan se refería. Sin perder tiempo se desabrochó el cinturón sacándose sus pantalones y sostuvo con fuerzas a Santiago quien trataba vanamente de zafarse de su agarre - creo que después de esto nadie se atreverá a desafiar a nuestro alcalde, a menos que tenga mis mismos gustos primor
Sin previo aviso Juan penetró a Santiago y rió a carcajadas, con una mano le acariciaba el pecho y con la otra le tapaba la boca ahogando sus gritos.
Se encontraba desnudo cuando le toco el turno a Federico quien lo llevó fuera de la iglesia para atarlo a un poste, sacando un látigo de su cinturón, lo azotó varias veces en la espalda, posiblemente fueron diez o veinte latigazos, no importaba porque para ese momento Santiago se encontraba sin deseos de defenderse o de oponer resistencia alguna. De rodillas, todavía atado al poste, con sus pupilas dilatadas, debido al shock que tenia al sentirse abusado, y derramando varias lagrimas, Santiago se rindió a aquellos dos sujetos que hicieron lo que quisieron con él.
Respirando de forma agitada, Federico, le dijo a Juan:
- Creo que ya no es ni la sombra de lo que alguna vez fue- sonriendo afirmó- a eso le llamo un buen trabajo, García nos recompensara bien
- Dudo que alguien se enfrente al alcalde después de esto- sonrió Juan sintiéndose satisfecho por su "buena" obra del día
- Je, dudo que alguien te dé la espalda por un solo segundo después de esto Juan- rió Federico con desdén molestando a Juan
- ¿Qué hacemos ahora con él, Fede?- le preguntó Juan queriendo cambiar el tema de la conversación, no era algo fácil para un homosexual el admitirlo tan abiertamente delante de todos aun sabiendo que sería objeto de burlas para los demás después, aunque siempre podía decir que pensaba en una chica mientras lo hacía y que solo seguía ordenes antes que actos de su propia voluntad
- Lo llevaremos al desierto para matarlo y dejaremos el cuerpo colgando en una pica como advertencia para los forasteros o a cualquiera que venga a pasarse de listo- le indicó Federico con una sonrisa maliciosa- ahora vamos, llevémonos a este costal de huesos a donde podamos matarlo tranquilamente e irnos
Lo llevaron a rastras por el desierto, Santiago no ofrecía ninguna resistencia y se veía ausente de la misma realidad. Al llegar cerca de un desfiladero, lo pusieron de espaldas y se alejaron para fusilarlo, Santiago tocó las rocas de aquel desfiladero con sus manos desnudas y, de forma automática, se colocó en una pose casi provocadora para Juan, se estaba ofreciendo sexualmente para ellos. Sintiéndose incomodo, Federico, dijo con un tono de voz tranquilo; pero también nervioso
- Muy bien a la cuenta de tres. Uno… dos…- antes de llegar a tres se oyeron los disparos y Federico cayó de rodillas con su pecho sangrando, sintiéndose en agonía, largó unos gritos de dolor que asustaron a Juan
Santiago vio hacia arriba y divisó, en la distancia, una silueta que sostenía un rifle Winchester, al parecer habían ido a salvarlo; pero, por desgracia para él, ya era demasiado tarde, se encontraba muerto por dentro.