Sin pensarlo dos veces, flexioné mis rodillas. Una cálida sensación invadió mis extremidades. Me concentré en ello. Mi percepción del tiempo se ralentizó.
De repente, sin aviso, fui trasportado a un erial sin vida. En el cual los rayos creaban arcos eléctricos: miles de ellos, y chispas. La maniaca escena me recordaba la pintura de ese hombre. ¿Cómo se llamaba?
Ya sé... 'Demencia Capilar'...
¿Qué rayos es esto?
En ese momento, al compás de un 'click', o lo que sea que fuere, expresé:
—Ya veo, es azul. Mi salmia, ¡es azul!
En seguida, un poder ficticio invadió mis zapatos. Inspiré profundo, atisbé el cielo y salí disparado cual flecha en ascenso, indómito.
No tardé siquiera tres segundos en alcanzar a Rebecca. Estiré mis brazos, atrapé su figura y dije:
—Idiota, ¡te lo dije!
—¿Ed? ¡¿Q-qué haces aquí?!
—Te salvo el trasero. ¡Agárrate!
—¡Está bien!
...
Zarandeé mi cabeza. Rebecca se aferró más fuerte a mí.
De repente, el empuje vertical se detuvo. La gravedad tomó la batuta y, sin efectos dramáticos, Rebecca y yo descendimos como rocas hermanas, nerviosos.
—¡Caída libre! —expresé.
Me enfoqué en mis extremidades, inspiré profundo y abrí los ojos. La salmia no se demoró siquiera un segundo en hacer lo suyo. Mis venas se hincharon, mis capilares aumentaron de tamaño. Un calor impertérrito desfilaba impasible en todo mi ser.
Más duro, más robusto, ¡más elástico!
Una tensión insoportable azotó cada musculo. No era como antes. ¡Claro que no!
Esta vez la salmia actuaba a nivel microscópico. Cada miocito, cada banda. Mis tendones, incluso mis huesos. La salmia recubría mis piernas con afán.
Qué extraño se siente.
—¡C-creo que puedo hacerlo! —dije—. ¡Prepárate!
—E-entendimiento. ¡Te ayudaré en el control!
—¡Está bien!
Tres, dos, uno, ¡cero!
Concerté mi postura, reforcé mis brazos y golpeé el suelo con tal infamia que un aterrador escalofrío recorrió cada parte de mi columna vertebral. Mis piernas —extendidas de par en par—, palpaban el terreno como pegadas al piso. Rebecca abrió los ojos y emitió un largo suspiro.
—Fascinación. ¡Lo hiciste...!
Esbocé una leve sonrisa.
—Obvio. ¡S-soy un crack!
—No presumas —subrayó, apretando mi nariz—. No importa. ¿Estás bien?
—¡P-perfectamente!
—¿En serio?
—¡Sí…!
En eso, sin razón aparente, Rebecca extendió sus manos y pellizcó mis muslos. En ese momento…
—¡Aaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhh! ¡Aaaaaaaaaahhhhhhhh! —Cerré mis ojos—: ¡E-espera! ¡Deetentee! ¡Porfa, deteentee! ¡Me dueele, hablo en serio! ¡P-perdón!
—¿No qué no?
—¡¡Lo admito, lo admito!! —repetí—. ¡M-me duele! ¡Es un calvario! ¡D-detente!
—No entiendo a los hombres. Si te duele, abre la boca y di: ¡Me duele! No soy adivina, ¿sabes?
—C-cállate. No me rompí nada. ¡E-estoy fino!
—Sí, sí, como digas. —Rebecca hizo una acrobacia y brincó al piso. Estaba un poco sonrojada—. No me gusta que me carguen de ese modo…
—¿De ese modo?
—¡Como princesa!
—Ahh. —Me sonrojé—. Ni me di cuenta, ja, ja.
—Molestia. No importa —expresó ella, sin hacer aspavientos—. Te tocaré un poco. No grites como loco, ¿va?
—Los hombres no gritan.
—Mentiroso.
Rebecca empezó a tocar mis extremidades inferiores. Mis tobillos, mis rodillas. Me reí un par de veces. ¡Malditas cosquillas!
—Nada roto, creo. Estas fino.
—Qué alivio.
Empecé a caminar. Me dolían un poco las piernas. Pero estaba bien.
—Fascinación. La salmia es asombrosa. —Rebecca me miraba desde abajo, intrigada—. Se pega a los músculos y los huesos; y los hace más resistentes, y fuertes. Ocho pisos, treinta metros. Un humano común y corriente habría creado una mancha en el piso…
—Lo sé. —Estiré mis brazos—. Caída libre, eh. —me quedé pensando.
—¿Qué haces?
—Un segundo, espera.
A ver… si vamos con eso…
(Velocidad Final)^2 = (Velocidad inicial)^2 + 2 x Gravedad x Distancia.
Si nuestra velocidad inicial de caída es cero y nos elevamos a treinta metros...
(Velocidad Final)^2 = (0)^2 + (2) x (9.8 m/s^2) x (30 m).
(Velocidad Final)^2 = (60 m) x (9.8 m/s^2).
(Velocidad Final)^2 = 588 m^2/s^2.
Pasamos el exponente al otro lado como raíz cuadrada y entonces...
Velocidad Final = √(588 m^2/s^2 ).
Veinticinco al cuadrado es seiscientos veinticinco, entonces... la raíz cuadrada de 588 debería estar entre 24 y 25. ¡Sale 24 y decimales!
—Lo tengo. Mi velocidad final en el momento del impacto fue de 24 m/s.
Rebecca limpió su falda y me increpó al instante.
—En eso pensabas. ¡M-me asusté!
—Lo siento, lo siento. —Rasqué mi cabello.
—No importa. ¡Es una cifra interesante! —afirmó.
—¿Sirve de algo?
—No.
—Efe.
—Está bien —dijo Rebecca, cerrando el puño—. ¡Más importante! ¡Está comprobado!
—¿Comprobado? ¿De qué hablas?
—De la salmia. —Una fina coraza de salmia roja invadió la palma derecha de Rebecca—. Tú y yo somos capaces de usar salmia. Mira.
*¡ZUUMM!*
Hice lo mismo que ella. Azul y rojo invadían el lugar.
—Imposible… —musité—, ¡es como tener poderes!
—Qué hombre más infantil —expresó Rebecca, aguzando la vista—. En primer lugar, la salmia es extraña. En el mundo real no existe, es inconveniente y no sirve. ¡¿H-hacemos fuercitas?!
Ja, ja, ja.
—¿Decías?
—C-cállate. ¡Te haré pedazos con mis poderes!
—¡Imposible! ¡Vas a perder!
—Negación. ¡Sera al revés!
Nos recostamos en el piso y extendimos nuestras manos. Una gran cantidad de salmia recubría mi brazo derecho. Rebecca hizo lo mismo. No se quedó atrás.
Hicimos una cuenta regresiva y sujetamos nuestras manos. Pero entonces —como un rugido—, un extraño sonido invadió el paraje entero. Rebecca y yo giramos la vista.
—Confusión. ¿Q-qué es eso?
—No sé... —Agucé mis instintos—. Emerge de ahí. ¡Mira!
En la lejanía, en el horizonte, el espejismo de un portón apareció en escena. Solemne, espectral y draconico. La inmensa estructura me hizo tragar saliva. 'Es como la puerta del infierno', pensé.
Esa puerta…
*¡CLANNNK!*
Una campanada. Nos acercamos a él.
*¡CLANNNK!*
Una más. Rebecca se detuvo.
—No vayas, Ed. —Me tomó del hombro. Señaló mi pecho—. ¿Lo sientes? ¿La presión en el pecho?
—Sí… —respondí al instante—. ¿Y tú?
—Afirmación… es la puerta, creo…
—Ya veo.
¿Qué pasa conmigo?
¿Por qué siento que he visto esa puerta en algún lug…?
—EXAMEN COMPLETADO.
Inesperadamente, escuchamos algo. Rebecca giró la vista. Una voz extraña emergió del portón azabache.
—EXAMEN COMPLETADO. SUJETO A, COMPATIBLE. SUJETO B, COMPATIBLE. NIVEL DE COMPATIBILIDAD: 'EDWARD ZEDRICK: (ELEVADO)'. 'REBECCA BERTRÁN (MÁXIMO)'. VALORES POR ENCIMA DEL PROMEDIO. INICIANDO COMANDO ALFA. RECOLECCIÓN EN CURSO.
—¿Q-qué está pasando, Ed?
—¡No sé, es confuso! ¡Acércate!
—¡Va! —Asintió Rebecca—. E-espera, ¡mierda! ¡Se está abriendo! ¡La puerta! ¡Mira, Ed!
—¡Ya vi!
¡¿Qué está pasando?!
Observé la escena. La puerta se abría.
Lo hacía tan despacio que no transmitía mucho. Ni drama ni nada. Sin embargo, cuando observé las sombras apiñadas en esa franja, casi etérea, un tanto perfecta. Sentí horror puro, y maldecí.
Mierda. ¿Qué es eso?
Rebeca sintió lo mismo. La miré a los ojos; no, ella me miraba a mí, su mejor amigo. Esbocé una leve sonrisa y estiré mis brazos. Los ojos grises de Rebecca brillaban más que nunca.
—¡Cerremos eso! —dije.
—¡Cerremos eso! —dijo.
Sonreímos en conjunto.
—Vamos.
—Sí.
Sin pensarlo dos veces, cargamos al frente como estelas gemelas, una roja, otra azul: los mejores amigos, el dúo perfecto, mi rival. Rebecca estaba a mi lado, conmigo. ¡Iría bien!
—¡Mierda! —Enfoqué la vista—. ¡¿Qué es eso?!
—¡C-creo que son brazos!
—¡No mms!
Con cada segundo que pasaba, los eventos adquirían un matiz más extraño. La puerta se abrió lentamente, sin descanso. Ipso facto, una caterva de brazos emergió de ahí, en estampida. Se peleaban, se lastimaban; como una bandada de peces hambrientos. Sentí asco.
—¡Qué asco! ¡Son como los brazos de FMA!
—¡Lo sé!
En ese momento, los brazos captaron mis palabras y, por arte de magia, se callaron. No peleaban, no rugían. Sencillamente, rotaron sus muñecas, y embistieron.
Un dragón de mil cabezas…
—¡Más rápido, Rebecca! ¡Tengo una idea!
—¡Habla!
—¡Tenemos que cortar los brazos de raíz! ¡Esa puerta tiene dos partes! Si golpeamos cada parte, en el tiempo correcto, ¡crearemos un efecto cizalla que cortara los brazos!
—Tensión cortante… —musitó, aupó la vista—. ¡Gran idea! ¡Hagamos eso!
—¡Va! —Inspiré profundo—. Tres, dos, uno, ¡¡ya!!
Una ráfaga de viento pasó por mi lado. Se trataba de Rebecca. Enfoqué mi salmia, la apreté en un puño. Y, cual bala, embestí el frente.
*¡CLAAAANNNKKK!*
*¡CLAAAANNNKKK!*
Mi choque remeció el campo. Nuestros golpes remecieron el mundo. Reescribiéndolo. Revelándose.
Rojo escarlata.
Azul turquesa.
Mi puño crujió por el brutal esfuerzo, nuestras manos gemían por la fuerza desmedida. Había sangre; en las manos de Rebecca, en mis dedos. No obstante, escuchamos un brutal 'CRAAAACK' y, en ese momento, comprendimos que estaba hecho.
—¡¡Lo hicimos!! —bramé.
—Asombro. ¡Qué alivio…!
Giré atrás, miles de brazos se hallaban desparramados en el suelo, retorciéndose. Suspiré.
—Fiuu. Que suerte.
Al oír mi comentario, los labios de Rebecca se apretaron entre sí.
—Negación. No es eso. —increpó ella—. Es porque seguimos el plan que dijiste. La suerte no es así de conveniente.
¿Ehh?
Mi amiga se percató de sus palabras y enseguida apartó la vista.
—N-no importa. ¡Solo acepta que hiciste un buen trabajo y ya!
—¡E-está bien! —Rasqué mi cabello—. ¡Gracias!
Al poco rato, me senté en el piso. Estaba frío y más duro que una placa de metal. Rebecca se sentó a mi lado.
—Entonces, ¿qué procede? —me dijo. Esa mirada perforaba la mía—. ¿Has pensado en algo? ¿Un plan acaso?
Elevé las cejas como acto reflejo. Rebecca confiaba demasiado en mí. No tenía nada pensado, mucho menos, un plan. Tosí a propósito y expuse la primera idea que se me vino a la mente.
—Bueno, hicimos el trabajo. ¡Es hora del descanso! —le sonreí.
En calma, sin hacer aspavientos, mi amiga empezó a reír. No supe que decir.
—No has cambiado en nada, Ed.
—¡Que ofensa! —Me quejé—. ¡Si he cambiado! ¡Soy más alto, y más inteligente que antes!
—Ironía. Alto, sí… inteligente, no sé…
Al mirar la expresión de Rebecca, una efímera sonrisa —sin malicia ni desdén—. Un extraño pensamiento invadió mi psique. 'Que linda se ve, es linda…'. Me sonrojé al instante.
¿Ah? ¡¿E-en que estaba pensando?!
Sin saber que pasaba, entré en pánico. Inspiré profundo e hice un comentario para nada acertado.
—N-no importa. ¡Me gusta como sonríes!
—¿Ah? —Mi amiga estalló en rojo—. ¡N-no seas mentiroso!
—¡¡No es mentira!! —Agucé la vista—. ¡Me gusta como sonríes! ¡En serio!
¡Lo dije! Rebecca negó mis palabras, por ende, hice lo que hice. No tenía más opción que hacerlo. No mentía. Me gustaba su sonrisa. ¡De verdad!
Nervioso, esperé sus palabras. Mi amiga estaba roja de pies a cabeza.
—Latido. Latido. Vergüenza. Vergüenza. ¡V-valor! —Rebeca me retó con la mirada y dijo, con la vehemencia de un toro—: ¡¡E-edward!!
—¡¿S-sí?! —Enderecé mi espalda—. ¿Q-qué pasa?
—Yo… yo… —Con las orejas más rojas que tomates, expresó—: ¡Yo…! ¡M-me preguntaba si querrías ser...! Me preguntaba si querrías ser mi pareja…
…
¿Qué?
Abrí y cerré mis ojos infinidad de veces.
Su pareja…
Su pareja…
Su pareja…
En eso…
—T-te explico. —Mi amiga desviaba la mirada a todos lados. —. Veras, en mi escuela celebran un baile cada año. U-un baile de gala… —explicó Rebecca, moviendo sus pulgares—. La profesora nos dijo que tenemos la potestad de elegir a nuestra pareja. E-es ahí donde pensé en ti… —aupó la vista, con la mano en el pecho—. ¿Q-qui-quieres ser mi pareja?
…
Iba a decir algo. ¡Estaba decidido! Pero Rebecca apartó la vista y empezó a soltar más y más excusas.
» Escucha, Ed. ¡No es como si fueses la única opción que tengo, ¿va?! ¡T-tengo decenas de pretendientes! ¡Mi mayordomo, mis compañeros de escuela y mi primo! P-pero te elegí a ti… porque es más fácil hablar contigo y me siento más a gusto y es divertido estar contigo y eres mi mejor amigo…
» Sé que no es el momento… estamos en este mundo y eso… p-pero tú, ¡tú dijiste que te gusta mi sonrisa!, y yo… y yo… m-me armé de valor y lo hice… p-pero si no quieres… yo…
¿Qué dices, oe?
Con la frente en alto, respondí.
—Iré. —Sonreí.
—Es molesto, lo sé… p-pero…
—Iré —repetí.
En ese momento, intercambié miradas con Rebecca. Negro azabache, gris cenizo. Rebecca se abalanzó a mí con todas sus fuerzas.
—Ilusión. ¡¿H-hablas en serio?! ¿Vas a ir?
—Iré. —Negué con la cabeza—. No, no es así… es mejor así… —Extendí mi palma derecha y tomé entre mis dedos la pequeña y tersa mano de ella, mi mejor amiga—. ¿Me permitirías ser tu pareja? ¿Irías conmigo al baile, Rebecca?
Los ojos de Rebecca destellaban como lunas gemelas. Me sonrojé un poco. Y esperé sus siguientes palabras.
Sin embargo, una reminiscencia del pasado, no, un extraño presentimiento, hizo que girara la vista hacia arriba. Entonces lo vi.
¡Caraaajoo!
—¡Rebecca! ¡¡Hunde el pecho!! ¡Rápido!
—¿Eh?
Sin pensarlo dos veces, empujé a Rebecca con la fuerza de una bestia desbocada. Mis manos centellaban de azul turquesa, asimismo, un grito ahogado resonó en el paraje. Rebecca salió disparada quince metros a la derecha. Aparté la vista.
Inmediatamente, intenté escapar, traté de moverme. Sin embargo, no podía.
¡¿Qué es esto?!
El lienzo que vi antes, apenas un segundo atrás, me había atrapado. Cientos de brazos que emergían de otra puerta —una que estaba encima de nosotros—, me apresaban sin descanso, como una manada de asquerosos ofidios.
—¡¡Mierda!! —bramé—. ¡¡Suéltenme, estúpidos brazos!! ¡¡Déjenme en paz!!
Enseguida, traté de zafarme. Cada parte de mí deseaba escapar. Revoleé mis brazos, estiré mis pies, daba patadas y puñetes. Sin embargo, nada funcionaba. Enfoqué mi salmia —todo o nada—, como resultado, me deshice de dos extremidades que intentaban taparme la boca. Un charco de sangre invadía el piso. Mi mano sostenía con fuerza una palma arrancada.
¡N-no importa! ¡Debo salir de aquí!
No obstante, en ese momento, más de ellos aparecieron ante mí. Y me abrazaron. Su fuerza combinada me superaba por mucho.
¡Mierda! ¡¡Maldición!!
Noté que Rebecca empezaba a levantarse y grité a todo pulmón. Los brazos no dejaban de moverse.
—¡Rebecca! ¡Rebecca! —Empecé a toser—. ¿Me oyes, Rebecca? ¡¿Estas bien?!
Mi amiga se limpió la boca. Me increpó al instante.
—¡¡Qué mierda te pasa, Ed!! ¡¿Por qué me empujaste de esa maner…?!
Desconcierto.
No había más que decir.
Rebecca se detuvo al instante, y observó la imagen que tenía en frente. Su mejor amigo, Edward Zedrick, atrapado en esa maraña: un enredo de vomitivas extremidades.
—Confusión. ¿Más brazos? ¡¿Cómo es que?! —Entornó la mirada—. ¡Mierda! ¡Son dos puertas!
—¡Así es! —respondí—: No me percaté. Y tuve que empujarte. ¡Lo siento!
—Qué dices —contestó, avanzando al frente—. ¡Me salvaste! ¡Te sacaré de ahí! ¡U-un momento!
—¡¿Ahh?! —Bramé, pateando al piso—. ¡No necesito que vengas aquí! ¡¡Escapa!! ¡¡Rápido!!
—¡¡Idiota!! ¡¡No haré eso!! —Empezó a llorar—. ¡Espérame! ¡¡Ya voy!!
—¡Rebecca!
—¡¿Qué?!
—¡¡Hazme caso!!
—¡¡No voy a escapar!!
—¡Que dolor de cabeza!
—¡Exacto, soy un dolor de cabeza!
—¡¡Te van a atrapar!!
—¡No importa! ¡Saldremos de está juntos! ¡¡Ya verás!!
Estiré mi palma derecha. Rebecca hizo lo mismo. Veinte centímetros, diez centímetros, cinco centímetros; estábamos cerca, un poco más. Mis dedos anhelaban los suyos.
Pero entonces, en ese momento… lo supe…
Es tarde, ¿no?
Me reí de mí mismo y sonreí.
—¡¡Rebecca!! —Grité más fuerte que antes—. ¡No te rindas! Y-yo, ¡n-no lo haré! ¡Iremos a ese baile! ¡¡Así que…!!
En ese momento, un crujido cortó mis palabras. Y, en menos de un parpadeo, fui llevado por decenas de asquerosas extremidades —que tocaban mi piel de forma insana—. Halando mi cabello, retorciendo mis brazos, clavando sus uñas. Rebecca se volvió un punto pequeño en el piso. El viento azotaba mi cara; al último segundo, icé la vista.
La puerta estaba ahí, mirándome.
¡Mierda!
¡No voy a entrar!
—¡Suéltenme, estúpidos brazos!
Mis suplicas no sirvieron de nada. Los brazos me llevaron adentro y, al compás de un extraño pitido…
… la puerta se cerró.