Una chica, de quince años, bajita, cabello negro, ojos oscuros y piel clara, que vivía en Florida miraba por la noche a través de la ventana de la cocina de su casa una clase de foco de luz amarilla que parecía moverse, estaba detrás de la cerca en el patio trasero, la chica se preguntaba "¿Qué era esa cosa?", entonces la luz se movió mostrando otra, como si fueran ojos, mirándola directamente, entonces de los árboles apareció una sombra y descubrió que, en efecto, eran ojos, empezó a sentir una mala sensación en el cuerpo y se empezó a arrastrar hacia su habitación.
Al llegar a su cama quiso dar un último vistazo a esa sombra, sin embargo al intentar ver por la ventana no vio nada.
Ella se despertó, su cabello estaba enmarañado, su ojos con suerte se abrían. Se levantó de su cama tambaleándose caminó hacia la ventana y con miedo se empezó a asomar por la ventana a ver si estaba por algún casual la bestia de la noche anterior… y no vio nada, aliviada, exhaló y caminó hacia su cómoda y tomó su espejo de mano, ''¿Qué me pasó, acaso un ave usó mi cabeza como nido?'' pensó ella al mirar su cabello, después se quitó la ropa, se puso una toalla y se fue al baño a ducharse, salió de la ducha, se cepilló los dientes, regresó a su cuarto y se vistió.
Salió de su habitación pues sus padres la llamaron para desayunar, Julia salió vistiendo una sudadera con capucha gris, pantalones jean rotos, zapatillas deportivas rojas con rayas negras y su mochila rosada, caminó por el pasillo felizmente, tarareando y brincando hacia la cocina, al llegar ahí miró con miedo hacia afuera de la ventana, pero solo habían árboles, aliviada, se sentó y empezó a comer los sándwiches que su madre había preparado.
— ¿Y bien? ¿Por qué la conmoción anoche? — preguntó su padre mientras masticaba la comida.
— No es nada, papá. — respondió ella. — Creo que fue solo una pesadilla.
— Julia — dijo su madre. —, estás muy grande para asustarte de esa manera.
— Déjala tranquila, querida — dijo su padre. —, si ella se asusta por algo que vio pues que lo haga.
— Gracias papá.
Comieron sin hablar del tema, en cambio platicaron felizmente hasta que Julia tenía que ir a la escuela, así que emprendió el camino hacia su escuela que estaba a cinco cuadras.
Ella caminaba por la acera saludando a sus amigos y vecinos, deleitándose con las aves cantando y el aroma del bosque detrás del pueblo. Caminó hasta su escuela, pero antes de llegar todos los ruidos provocados por los automóviles se vieron opacados por un rugido fuerte e imponente, Julia extrañada caminó con mucha cautela y manteniendo un ojo en el bosque, llegó a la puerta del colegio y entró. Caminó y hacia su clase.