La lluvia se deslizaba con suavidad en la piel húmeda, pero la libertad seguía allí. Te hacía una y otra vez el amor como si el mundo fuera a acabarse. Resultaste ser presa de tus emociones mientras el viento loco de furia te abofeteaba la cara. Duele, y no quedará más que ello, porque ahora el mundo de tu mundo es un completo vacío, infinito, que cae, y luego te preguntas qué hubiera sido mejor. Una hoja calló al suelo, sola como las demás, estaba a la deriva, helada, sin color, quemada por el frío y a punto de fallecer, pero ya estaba muerta cuando la sentí. Miré al cielo preguntándome cuando cesaría todo por fin, esperé una respuesta, aún así en medio de la infinidad hubo un silencio que ensordeció a la multitud; pero ¿Realmente habría alguien? Giré mi cabeza y pude ver algo que nadie más vio. A lo lejos, un árbol se encontraba ya suelto y poco fijo en la tierra, había girado sus hojas hacia mí Una rara sensación me carcomía: El árbol me miraba inmóvil, como si estuviera muerto, pero lo sabía, en verdad me observaba desde la lejanía, lo sentía en mí así como él lo sentía en su ser. De él salió un ave, era tan oscura, tan frágil, tan negra y brillante. Sobrevoló aquel árbol y extendió sus alas hacia mi lugar. Luego de su trayectoria se posó justo al frente mío y permaneció allí mientras yo lo observaba dando brinquitos en el suelo. Maldito pájaro pensé. No quería que se acercara a mí, me asusté y solo lo seguí con la mirada. Torcía su cabeza de una forma muy extraña para posar sus ojos amarillos en mí, permaneció allí, protegiéndome de quién sabe qué. Sólo sabía que su presencia hacía cautiva mi maldad.
El sol cesó su lucha y se ocultó tras la cordillera más cercana, y las espectadoras del cielo le dieron paso al queso gigante y manchado que solía flotar en medio de la oscuridad. Me traía recuerdos que me perforaban la cabeza. Me fui al punto más alto mientras el pájaro me seguía, dando saltos en vez de usar sus alas, siempre guardando cierta distancia de mí Me senté con un trozo de pan en las manos y le tiré un par de trocitos mientras miraba el mar negro del cielo. Él sólo permaneció allí, sin comer, me miró y luego solo se giró hacia arriba, esos ojos amarillos tomaron forma en medio de la oscuridad mientras las estrellas los hacían brillar como un par de pequeños diamantes.
A la luna le ofrecí muchas cosas, le ofrecí mi brazo, mi muñeca, mis manos, mis dedos, mis uñas ¿Me llevaría con ella? Anhelaba sentirla, pero cada noche proveía su atención a demás susurros que le suplicaban que esto acabase ya, creyéndola un dios. Yo podía escucharlos, pero callé, me evité decir palabra alguna para ser delatada. Sólo me miraba igual que el ave, sin embargo me observaba decepcionada y avergonzada de lo que era, pero me daba tal tranquilidad No me correspondía, nunca lo hacía, nos destruíamos juntas pero la necesitaba. Era mi vigilante, la causante de mi insomnio, y el motivo por el que seguía. El pájaro me miraba con cierto aire de curiosidad y lástima, tal vez preguntándose por qué yo le susurraba al queso flotante en vez de hablar con él me recosté en el piso helado y lo miré. Era mi nuevo mejor amigo, me acompañaría todas las noches en el mismo lugar a contemplar e cielo, pero por amor lo debería dejar ir cuando el sol se decidiera a salir de nuevo.
Debería seguir, lo haría, pero entonces las sombras y la oscuridad se apoderaron de mi ser y me obligaron a irme. Otro día, otra noche, solía ser igual. Las hojas en la cima del árbol mas finito se mecían al compás de aquellos susurros, el árbol me decía algo, yacía húmedo pero desbordando felicidad hacia el cielo, tranquilo, suave, en medio de su soledad, el ave siempre salía de aquel árbol y se posaba a mi lado. Sería el causante de mi paz y felicidad por los próximos días, desearía una eternidad.