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Chapter 3 - Capítulo 3

[Vlots Black]

Otorgando castigos.

—¡Vlots, te he advertido que no salieras con el cabello de ese modo! —tuve un choque instantáneo de realidad al escuchar la voz severa de mi padre.

Estaba inmóvil en medio del campo sintiendo como el alma se me venía encima, en los últimos diecisiete años había luchado por comportarme a cada instante de la manera correcta, pero había fallado, había corrido en búsqueda de un demonio, a su primera oscura provocación.

Decepcionándome, pues solo alguien anormal poseído por el misterio y la curiosidad, correría a la oscuridad de un bosque silencioso tras el chico peligroso.

Donde nadie podría escucharme si gritaba mientras él expulsaba mi alma de mi cuerpo y donde sí se derramase mi sangre tal vez nadie la vería, sólo estaría allí sobre las secas hojas de los árboles, acostada en el frío suelo, quizás hasta llegar a un estado tan cruel de descomposición que se notaran mis llagas de putrefacción.

No volveré a correr nunca más detrás de Drox.

—¿Dónde estuviste todo este tiempo? ¿Qué hacías? —con las manos en la cintura, sobre su vestido de seda azul liso, salió mi madre; y mi corazón palpitó con fuerza cuando su voz resonó por todo el lugar—. Creía que estabas en la escuela.

No sabía que decir, no podía justificarme.

—¿Acaso no oye? Ni siquiera responde... ¡Vlots, metete para la casa a recogerte el cabello por el amor del padre!

Obedecí automáticamente entrando tensa.

Contarles que había estado en el bosque con Drox no era una posibilidad, tampoco decirles que él me había amenazado de muerte.

Él no había venido a buscarme, yo había tomado la decisión de seguirlo, guiada por un impulso, por la curiosidad que él me proyectaba y ahora estaba recibiendo mi castigo.

Por supuesto que merecía ser castigada.

—¿Qué estabas haciendo fuera? —caminando detrás de mí, mi madre insistió.

Negué con la cabeza, oponiéndome a hablar.

Si no respondía, no estaba mintiendo.

Aunque corría con la posibilidad de que me sacara los dientes de un trancazo.

Preferí correr el riego.

—¿No puedes decir? —volví a negar al escuchar la voz de mi padre, sentía un nudo del tamaño de un balón de futbol en mi garganta impidiéndome hablar, y aunque pudiera no lo haría—. Sube arriba y recoge tu cabello, tendrás el día completo para pensar en lo que has hecho y arrepentirte por ello. Espero que cuando vengas de la escuela sea con la disposición de contarnos, o no tendremos más opción que castigarte, no voy a permitir este tipo de comportamientos en mi hogar.

Con la mirada en el piso asentí y comencé a subir las escaleras, aun sintiendo el peso en mi pecho.

Era obvio que iba a ser castigada, pero, aunque lo hicieran por meses no hablaría de lo que había pasado en el bosque.

Mi reputación de mujer intachable estaría manchada y no pretendía que ésta fuera deshonrada de la noche a la mañana por el engaño de un demonio.

A Drox no le importa lo que nadie piense de él, o eso aparenta. Pero a mí sí me importa, y él lo sabe.

Eso es mi vida, aunque para él es una mentira.

Mi cabello cayó en una trenza por mi espalda, un peinado honrado para complacer a mi padre, me colgué mi mochila color verde esmeralda y salí de la habitación, esta vez con la dirección correcta hacia la escuela.

No volveré a romper las reglas.

—Buenos días, señora Boyter —saludé a mi vecina que regaba las hortensias de su jardín junto a su perrita negra llamada Copito, como tiene por rutina.

Su hija Delaney Boyter, está conmigo en la escuela y cada mañana vamos juntas por el camino, pues no es bien visto que una señorita camine sola por las calles del pueblo.

Es algo pecaminoso, tanto como mirar fijamente a los ojos a un mayor, o a un hombre.

La señora Boyter siempre llevaba el cabello negro recogido y estirado hacia atrás, aplastándolo contra su cráneo, dejando que su frente luciera más grande de lo que realmente es, y la mayoría de sus vestidos y faldas son de colores muy lúgubres, pero que van muy a su estilo.

Ella me sonrió entrando a llamar con suavidad a su hija siendo seguida por su peluda perrita.

Su esposo, Fergus Boyter, nunca estaba en casa, salía muy temprano y llegaba muy tarde, e incluso algunas noches, él no estaba.

Los chismes son como el polvo en Dunkeld.

Leonor Boyter nos deseó un bonito y bendecido día, y juntas comenzamos a andar.

No es correcto gritar para llamar a una persona y tampoco salir de casa sin recibir la bendición.

—¿Cómo estás, Dely? —pregunté a la pelinegra que caminaba completamente recta, pero con una mirada juiciosa.

—Agradecida de que hayas venido por mí —respondió—. Tenía miedo de tener que irme sola por la calle.

Por poco le decía que no fuera ridícula, que nada podría pasarle por caminar sola dos cuadras dentro de un pueblo tan tranquilo y silencioso, pero recordé donde nos encontrábamos y con quien me encontraba, y me arrepentí mucho de haber pensado eso.

Toda mi vida he creído que es correcto ir acompañada por la calle y ahora luego de haber roto esas barreras estando sola en el bosque con quien se supone es el riesgo, no sabía qué pensar.

Pero sé que el problema soy yo, y nadie más que yo.

Delaney es uno de los modelos a seguir de nuestra sociedad, callada, juiciosa, educada, inteligente y precavida; y yo me estoy alejando por mucho de eso.

Decirle lo que pienso supone un problema, ella no es Drox.

Frente a ella y frente a todos en el pueblo debo seguir las reglas, porque sí me preocupa lo que ellos piensen, más, sin embargo; me tiene sin cuidado lo que pase por la mente de Drox.

Yo misma me di cuenta de que él es una mala influencia cuando sentí deseos de gritarle, insultarlo y golpearlo.

Cuando las niñas no podemos gritar, no podemos insultar y tampoco podemos ser presas de la agresividad.

Pero él me provoca todo eso.

Cuando estoy a su lado quiero gritarle hasta que me duelan los pulmones.

Zarandearlo hasta que me confiese lo que esconde.

Siento eso y mucho más, cosas que nunca antes he sentido por otra persona, pero de lo que he escuchado demasiadas veces y está totalmente prohibido.

El rencor.

Y lo odio tanto por tener razón al decir que no soy quien pretendo y que, si hubiera durado unos minutos más con él tal vez, lo hubiera maldecido.

—Mi alarma se descompuso —le mentí a la muchacha—. Es por eso que he tardado esta mañana.

Ella simplemente asintió.

Juntas caminamos frente a las casas blancas y las pequeñas tiendas del pueblo; hasta que nos encontramos con Evaleen Blackwater, mi mejor amiga desde los cinco años, nuestra tercera acompañante y la hija del pastor.

Eva es mi confidente, la persona en la que más confío en todo Dunkeld, pero no lo suficiente como para hablarle de lo que había ocurrido en el bosque con Drox. No porque creo que va a contarlo, sino porque me da mucha vergüenza reconocer que seguí a un lugar prohibido al problemático del pueblo.

Eso y que tengo miedo de que me reprenda.

—¡Niñas! —saludó ella sonriente, con su precioso pelo rubio recogido con un lazo de apariencia inocente color rosa.

Evaleen es bellísima.

—Evaleen, no chilles —la corrigió Delaney mirándola de costado, con su figura intachable—. No es correcto.

—Lo siento, me emocioné cuando las vi —susurró mi amiga metiendo las manos en los bolsillos de sus pantalones.

Tenemos permitido usarlos mientras no somos bautizadas o un miembro altamente activo de la iglesia, y como solo éramos adolescentes, los adultos no tenían problema con ello, a menos que fuesen más arriba de las rodillas o muy ajustados, pues de ese modo estamos incentivando el apetito sexual de los varones y es una falta de respeto mostrar tu piel.

En mi caso, yo siempre llevo vestido. Mi padre no está de acuerdo con que use otro tipo de vestuario, según él pierdo mi inocencia, y por lo tanto no me compra otras cosas.

Lo que él no sabe es lo que su inocente niña hizo.

Ni lo que anhela hacer...

—Ese tono está mucho mejor —aseguró la pelinegra mientras doblábamos a la derecha cogida las tres de los codos.

—No pude hablarte anoche —mencionó mi mejor amiga ignorando lo que había dicho Delaney, y mirándome con sus ojos negros—. Mi madre me ha castigado quitándome el celular.

—¿Por qué? ¿Qué has hecho? —Delaney la miró horrorizada.

—Nada grave —le restó importancia con las manos—. Le he dicho que no quería unirme al coro de la iglesia, eso la enfureció. Pero tengo dignidad, reconozco que no canto demasiado bien y no voy a hacerlo frente a docenas de personas en un culto.

Me reí de mi mejor amiga.

—Vlots, ¿Por qué te estás riendo? —me interrumpió Delaney soltándose de nosotras—. ¿Qué pasa hoy con ustedes dos? Estamos en la calle. Parece que hubieran perdido todo sentido de la cordura.

Ella parecía horrorizada.

—Lo siento, sólo iba a comentar algo —me disculpé compartiendo una mirada cómplice con Eva—. Volviendo a lo tuyo, tienes bien merecido tu castigo —no la apoyé—. La gracia no está en hacerlo bien, si no en participar.

Evaleen torció un gestito tiernísimo.

—Sí, es por eso que pareces pájaro herido cada vez que hacemos algún canto.

—No seas malvada —me quejé mientras entrábamos a los alrededores de la escuela—. Cuando lo hago parezco un ángel.

—Estoy de acuerdo, Vlots —sentí las detonaciones de mil bombas sincronizadas en mi interior al escuchar su voz.

Me pone los pelos de punta escuchar sus susurros misteriosos.

Ahí está otra vez, pronunciando mi nombre con fanfarronería, sonriendo malicioso, con una de sus cejas oscuras elevadas y su cabeza inclinada con ligereza hacia la izquierda, burlándose de mí sentado en los escalones vestido en su totalidad de negro como un espíritu maligno acabado de escapar; aun así, luciendo perfectamente hermoso.

Y cuando pasé por su lado, mi corazón comenzó a latir con una fiereza desconocida dentro de mi pecho, temiendo que él fuera a decir algo que nos pusiera en peligro.

¡Que me pusiera a mí en peligro!

Me sentí como un soldado en la guerra, armado únicamente con una pistola de agua.

—Drox —dije su nombre fingiendo cordialidad sin mirarlo, sin hacer contacto visual porque estaba prohibido, dispuesta a continuar con mi camino, pero él habló...

—Parece una linda mañana, ¿No es así?

Esa sonrisa, esa jodida sonrisa que hay en su rostro sólo puede anunciar destrucción, y el miedo invadió mi cuerpo, sin embargo; fingiendo no saber a qué se refería miré el cielo gris sobre nosotros, justo como había hecho en la mañana.

—No. No me parece.

Seguí caminando frenando cualquier palabra que estuviera a punto de salir de sus labios y entonces la mano de mi mejor amiga se detuvo en mi brazo derecho, exigiéndome información.

—¡Vlots! ¿Qué ha sido eso? —chilló por lo bajo intentando disimular y no perder la compostura.

—No sé qué haya sido, y honestamente tampoco quiero saberlo, solo espero que lo cortes ahora mismo de las alas, a no ser que quieras manchar tu reputación —farfulla Delaney mirándome de costado con mucha seriedad y se aleja de nosotras entrando a su primera clase.

—Oh, ignórala... ¡Yo sí quiero saber! —me sacude Evaleen del brazo que con anterioridad me había cogido y fingiendo indiferencia me decido a seguir al pie de la letra el consejo de Delaney.

—No tengo la menor idea —juré claramente mintiendo—. Pero si algo te puedo decir es que él es un chico extraño.

Evaleen convencida, no hizo más preguntas y luego de entrar a clases la mañana pasó normal, pero no tan normal como se supone.

Drox estaba lanzándome miradas cada vez que nos cruzábamos en el pasillo, o cuando de forma "accidental" miraba en su dirección, jugando con mis nervios cada vez que me veía y yo ignorándolo en su totalidad como si no existiera, intentando borrar por completo aquella mañana.

Hasta que a última hora cuando ya no aguantaba más la presión lo detuve en medio de un pasillo oscuro por el que me había estado siguiendo durante el cambio de clase, arriesgándome no solo a deshonrarme, sino también a ser la comidilla del pueblo.

—¿Puedes parar ya, Drox? —siento tanto coraje contra él que me creo apunto de enloquecer.

Él sonrió poniendo con lentitud uno de los mechones pelirrojos de mi cabello detrás de mí oreja. Rápidamente aparte su mano, temiendo que alguien pudiera vernos.

Una de las reglas es no tocar a nadie, ni permitir que nadie te toque.

Y tal vez esa debió ser mi señal para acusarlo con las autoridades; pero era la primera vez en toda mi vida que estaba tan cerca de un muchacho y el contacto de sus dedos fríos contra mi mejilla, y luego contra mi oreja, se sentía tan bien que incluso entreabrí los labios, exhalando deseosa, percibiendo como mis labios son tentados por los suyos, y como mi piel caliente exige que sus dedos fríos la recorran.

De forma abrupta detuve mis pensamientos, sólo para escucharlo.

—¿Qué se supone que debo parar, Vlots? —susurra cerca de mí, intentando acercarse unos centímetros más—. Tú eres quien se ha pasado todo el día buscándome. Yo simplemente existo, mientras me divierto con tú miedo.

Fruncí mis labios mirándolo de la peor manera en la que he mirado a nadie antes en mi vida.

Drox Bowers, definitivamente saca lo peor de mí.

—Solo déjame en paz, ya deja de amenazarme con tu mirada donde quiera que voy, ¡Ya para! —le exijo apretando mis puños, impotente—. No diré nada si es lo que te preocupa.

—A mí eso no consigue preocuparme; debes entender que hay una gran diferencia entre tú y yo, entre tus miedos y los míos, y muchas más entre una amenaza y el deseo, Vlots...

Caminó lejos de mí, perdiéndose en la oscuridad, quizás volviéndose uno con ella.

Me dejó sola en el oscuro pasillo.

Y entonces reconocí que uno de mis miedos es pensar que lo que dijo fuese algo real y no producto de su imaginación, o de la mía.

¿Y si yo quiero que él me siga persiguiendo con su mirada a donde quiera que voy, y que se acerque tan suave como hace unos segundos, para besar mis labios...?

¿Y si yo poseída por algo desconocido realmente deseo que Drox toque mi piel?

¿Y si yo en realidad deseo a Drox?

De ser así, tengo que castigar a mis ojos por buscar su mirada mientras camino con intención cerca de él, y por deslizarse sobre su cuerpo cuando realmente él no está mirando.

Castigar a mis labios por desear tan fervientemente que él los desee con la misma intensidad, y también castigar a mi piel por desear que sus dedos fríos la recorran con lentitud.

Y, por último, castigarme a mí misma por estar parada en medio del pasillo sintiendo un profundo deseo de que todo aquello que él había dicho y que yo había imaginado no fuera solo parte de nuestra mente o una aberración ante los ojos de la sociedad en la que ambos vivimos.

Entonces me decidí, llegué a la conclusión de que yo no deseo a Drox, y de que por nada del mundo lo haré; pues de ser así tendré mucho por lo cual castigarme.