Era una noche fría en Monterrey, la niebla cubría toda la ciudad que dejaba de lado su ambiente rural y lo cambiaba por un paisaje más urbano, aunque aún habían bastantes partes que conservaban sus viejas casas y calles tierrosas; pese a ello, las personas se apoyaban entre ellas en un mundo más moderno y civilizado, pues la ley era más estricta. Esa misma noche, un grupo de hombres cabalgaban en una vereda solitaria en el Cerro de la Silla con nada más que faroles de aceite para iluminar su nubloso camino, dos de ellos temblaban por el frío mientras el que estaba hasta el frente seguía como si nada. Tras un rato de cabalgar, ráfagas de aire congeladas comenzaron a soplar en el Cerro desapareciendo la niebla de a poco, aunque el frío era más calante que antes, tanto así que los mismos caballos se quejaban del mismo. Pasados algunos minutos, uno de los hombres decidió romper el silencio.
- Oiga Sheriff, no es porque cuestione su autoridad ni nada de eso pero, ¿que hacemos aquí exactamente? Digo, hace un frío de la chingada, llevamos como hora y media andando nomas porque si, ¿podría decirnos que esta pasando?
El Sheriff se detuvo, guardo su carabina de repetición en una funda de su montura y bajo de la misma, un hombre bastante alto de más de 1.80 con una complexión corpulenta, cerró su gabardina para no tener tanto frío y se quito el sombrero vaquero que llevaba, su pelo ondulado canoso que aún conservaba su color castaño opaco y sus ojos hundidos de un café claro con arrugas en su rostro enseñaban que era una persona ya muy adulta, aunque su piel blanca aún resaltaba su musculatura que conservaba pese a su edad. Camino hasta sus hombres quienes temblaban por el frío y se paro al lado de quien preguntó, claramente nervioso por pensar que se había molestado por su pregunta.
- ¿Ninguno de ustedes leyó el expediente? Si están bien pendejos - Dijo el Sheriff con voz ronca - Verán, últimamente han estado desapareciendo muchas jovencitas cada siete días, hemos estado investigando para saber si era en la ciudad hasta que una de ellas regresó con vida. Nos dijo que una extraña figura sombría las traía aquí, al Cerro, para hacer extraños rituales al parecer.
Los hombres se miraron confundidos y aterrados por lo que había dicho el Sheriff, tragaron saliva y tuvieron el valor de preguntar más acerca de lo que pasó.
- ¿Usted cree en lo que ella dijo? Vaya, podría ser cualquier cosa siendo honestos - Dijo uno de los hombres.
- Lo sé - Respondió el Sheriff - Pero ustedes no estaban ahí ese día, la mujer estaba horrorizada, lo decía tan aterrada, y si lo dijo así es motivo de creerle. Por eso estamos aquí, para buscar al curado que anda haciendo esto y darle en su madre, no podemos dejar que le siga pasando esto a las huercas.
El Sheriff dio una palmada al brazo del tipo y regresó a su caballo, continuaron su trayecto a través del cerro llegando a un camino oscuro entre los árboles, sus copas y sus hojas se movían de un lado a otro por el viento volviendo la ruta algo tétrica hasta cierto punto. Los tres hombres cabalgaron por ahí mirando a todos lados procurando que no hubieran bandidos cerca, tomaron sus carabinas listos para cualquier confrontación cuando la niebla volvió a cubrir la vista. A diferencia de hace rato, era mucho más espesa, no se podía ver más allá de la propia nariz aún con los faroles al frente; pese a ello, seguían avanzando hacia delante. Aunque creyeron que se encontraban del otro lado del sendero, la niebla se disipó una vez más mostrando que estaban llendo en sentido contrario, lo que causó desorientación en el grupo. Una vez miraron con atención, notaron que se hallaban al inicio de su sendero por los árboles, "¿pero que?, ¿no se supone que deberíamos estar del otro lado?" preguntó uno de los hombres desconcertado. Aunque la duda recaía en ellos, volvieron a cabalgar por ese mismo camino una vez mas de una forma más lenta, la inquietud que los rodeaba se hacía presente por la niebla que aún prevalecía en el lugar, temían de que volviera a suceder lo ocurrido, y sus temores se cumplieron cuando volvió a volverse espesa una vez más. Esta vez, cabalgaron de vuelta al inicio del sendero para no pasar por lo mismo, pero una vez regresaron al inicio, la niebla volvió a si disiparse revelando que estaban regresando a la mitad del camino.
Por lo sucedido, comenzaban a asustarse pensando que se trataba de un chiste de mal gusto, se miraban entre ellos confundidos ignorando a un grupo de hombres que se acercaban hacia ellos por el mismo camino. El Sheriff tomó su carabina y apuntó el arma a donde estaban ellos preguntando quienes eran, aunque el otro grupo respondió de la misma manera apuntando sus armas hacia ellos. Un miembro del otro grupo se acercó con el farol en alto señalando la placa de policía que tenía en su pecho, lo que hizo que el Sheriff y sus hombres bajaran sus armas. Ambos grupos se acercaron para hablar entre sí preguntando la razón por la que estaban en el Cerro a altas horas de la noche y todos estaban por el mismo motivo: encontrar al responsable de las desapariciones de todas esas muchachas. El Sheriff preguntó si habían visto algo fuera de común a lo que los otros respondieron que no, salvo que habían llegado al sendero donde estaban ahora y una niebla extraña los confundió en su andar, cosa que al grupo del Sheriff también le pasó.
- Muy bien muchachos, lo dejaremos aquí por hoy, mañana temprano regresaremos a este mismo lugar y resolveremos esto en caliente - Dijo el Sheriff a todos.
El grupo estaba a punto de irse del lugar cuando la niebla volvió a aparecer una vez más, pero ahora no cubrió al grupo sino todo su alrededor, miraban temerosos a todos lados con sus armas en mano creyendo que se trataba de alguna emboscada. Como un sonido lejano, el sonido de unas espuelas se escuchaba de una dirección indefinida, mientras el Sheriff escuchaba aquellas pisadas desde los árboles, uno de los hombres lo escuchaba desde el otro lado del sendero. La duda recaía en ellos asustados de lo que pasaba hasta que la niebla volvió a disiparse, las sombras de los árboles se transformó en una palpable oscuridad cubriendo la luz de la luna, extrañas figuras cubiertas por el manto de la noche salieron de las sombras rodeando al grupo quienes a ese punto temblaban por el miedo. El frío se hacía aún más presente calando los huesos como si un picahielo los estuviera golpeando suavemente, apenas y podían mover un dedo para reaccionar al ver como esas figuras tomaban sus armas y apuntaban hacia ellos. Uno de los hombres disparo involuntariamente a una de las sombras atravesando la bala sin hacerle nada de daño, aquella sombra entonces apretó el gatillo, el hombre solo cerró sus ojos esperando el impacto pero no pasaba nada. Al abrir los ojos, notó que aquella figura ya no estaba, el resto de las mismas apretaba el gatillo y desaparecían sin dejar rastro hasta que no quedó ninguna; entonces, cuando la última sombra desapareció, un disparo surgió de la nada volandole la cabeza a uno de ellos.
Desconcertados de lo que pasó, apuntaron sus armas al lugar donde creían provino el disparo, fue así que aquel sonido de las espuelas se escuchó en la misma dirección acompañado de un hombre envuelto en oscuridad. Se puso a la vista de todos apuntando un revolver con un cañón largo, solo sus ojos rojizos y una extraña piedra roja palpitante en su muñequera era lo único que se podía distinguir de él, ni una sola palabra o expresión más allá de su aura intimidante. El Sheriff grito que este tirara su arma al suelo y se entregara de una vez por todas, pero el hombre solo cargó su siguiente disparo y atinó al pecho de otro de los hombres, lo que llevó a todo el grupo a disparar sin cavidad alguna. Vaciaron sus cargadores observando disparo tras disparo como aquella figura no se inmutaba, avanzaba lento hacia ellos disparando una vez más a la garganta del tercero de ellos, quedando solo el Sheriff y sus hombres quienes optaron por huir en vez de seguir desperdiciando munición. Los tres intentaron cabalgar lejos de ahí buscando la forma de llegar a la entrada del sendero, pero el camino solo se extendía sin un final como si hubieran caído en una espiral; aunque creyeron que se habían librado de aquel hombre, notaron como de las sombras emergió frente a ellos apuntando su arma, puso su palma en el martillo y lo accionó dos veces disparando a las cabezas de los hombres del Sheriff volandolas en pedazos.
Ante el miedo, el caballo del Sheriff perdió el control y lo tiro de su montura escapando por su cuenta, aquel hombre solo miraba aterrado como esa sombra se acercaba a él cada vez que parpadeaba hasta quedar frente a frente. Teniendo su cañón en la frente de su rostro, el Sheriff cerró sus ojos con fuerzas esperando sentir el calor de la bala atravesando su cabeza, solo el sonido del viento le hacía compañía en su angustia dándole el frío que necesitaba para no sufrir tanto. Pasado algunos segundos tras eso, el Sheriff tuvo el valor de entre abrir uno de sus ojos para mirar lo que pasaba, llevándose una gran sorpresa cuando aquel sendero regresó a la normalidad, la espesa oscuridad abandonó la sombra de los árboles y aquella niebla simplemente desapareció como si nada hubiera pasado. El Sheriff quedó conmocionado mirando a todos lados pensando que se trataba de alguna otra ilusión, pero no, era la realidad, una amarga realidad donde los cuerpos de sus compañeros yacían en el piso sin vida. El Sheriff no lo pensó dos veces y corrió del lugar lo más rápido que pudo, ni siquiera llamó a su caballo para tratar de huir más deprisa, solo quería alejarse de aquel lugar lo más pronto posible para la resto de la comisaría lo que se encontraba en aquel cerro.
Era una mañana hermosa, el cielo azul nublado acompañado del viento que relajaba el calor del sol, las personas trabajaban para ganarse la vida mientras otros iban a los campos a cosechar sus cultivos y dejar que el tiempo fluya sin mayor preocupación. Los enamorados se reunían en el Paseo de Santa Lucía para pasar un rato agradable en aquel río cristalino donde los niños jugaban felices de la vida, incluso algunos decidían entrar al agua para refrescarse un poco por el ambiente tan caluroso característico de Monterrey. Justo en el Paseo de Santa Lucía, yacía una enorme hacienda con cientos de hectáreas verdes con toda clase de flores repleta de árboles protegida por una gran muralla de piedra, donde toda clase de frutas eran sembradas tales como manzanas o uvas, el río de Santa Lucía cruzaba por la mitad de la hacienda habiendo un puente entre la enorme casa y los campos verdes teniendo una hermosa vista al Cerro de la Silla. Los pocos trabajadores del lugar se movían por caballos de manera eficaz haciendo los labores del lugar felices de trabajar con personas que aprecian sus esfuerzos, pues los dueños de la hacienda eran personas hablames y empaticas pese al gran poder y dinero que tenían.
Del otro lado del puente en el campo, en mitad de dos árboles verdes con una vista hacia los cultivos que se hallaban hasta el fondo, una mujer disparaba su revolver Schofield a los platos que una de sus sirvientas arrojaba al aire para practicar su puntería. Era una dama bien vestida con un hermoso vestido negro con ornamentas doradas en sus bordados y un pañuelo blanco en su cuello, acompañado de un hermoso dije dorado con un rubí en su centro. Era una mujer de más de 1.70, su piel morena hacia resaltar sus grandes ojos color café y su pelo lacio color castaño oscuro, que hacían juego con sus hermosos labios gruesos que le daban una mirada de seriedad digna de una mujer empoderada. La mujer ordenó que volvieran a lanzar los platos tras recargar el revolver, la sirvienta lanzó seis platos seguidos para seis tiros precisos que aquella pistolera solo pudo acertar tres.
- Va mejorando mi señora, ha adquirido mayor precisión con el tiempo, su esposo se sentirá muy emocionado - Comentó la sirvienta.
- Lo sé, pero me gustaría acertar los seis tiros, es increíble que siendo esposa de un pistolero no pueda hacer algo tan simple - Dijo la mujer con voz gruesa y delicada a la vez mientras recsrgaba el arma - Ojalá Gerardo estuviera aquí para ayudarme, sería mucho más fácil practicar.
- Hablando de eso, su esposo envió una carta esta mañana - Dijo la mujer sacando el sobre de su mandil - Se la iba a dar mientras desayunaba pero ha estado ocupada, así que se la doy de una vez.
La sirvienta le entregó la carta a la mujer, la dueña de la hacienda abrió el sobre con sus uñas y tomó la carta para leerla, se recargo en uno de los árboles para leerla tranquilamente, sintiendo una gran emoción de saber que su esposo venía de Nueva York para estar con ella. Puso la carta en sus labios para oler el perfume que siempre usaba su esposo para ella, le pidió a una de las sirvientas que la guardara en su estudio y volvió a enfocarse en practicar su puntería. Tomó el arma de la mesa que tenía de frente y apuntó el arma al cielo mentalizandose cuando las manos de un hombre la tomaron de la cintura y el arma.
- Los ojos bien abiertos, respira hondo, la vista en la mira, recuerda que esto es como un reflejo - Dijo el hombre con voz grave a su oído.
Al escuchar su voz, supo que se trataba de su esposo, por lo que una gran sonrisa apareció en su rostro, sintiendo más seguridad al momento de disparar. La mujer le pidió a la sirvienta que lanzara los platos al aire, siguió el consejo de su esposo y se concentró en su objetivo, disparó y acertó al primer plato, luego al segundo, después al tercero, así consecutivamente hasta acertar a los seis platos. La sirvienta aplaudió el logro de la dueña quien dejó el revolver en la mesa y tomó las manos de su esposo que se hallaban en su vientre, recostando su cabeza en su firme pecho. Al girar y ver a su esposo, no pudo dejar de admirar su fornido rostro, una barbilla partida acompañada de sus ojos medianos de un café claro y su pelo lacio corto peinado de lado de color negro que resaltaba por su tes blanquecina. Era un hombre bastante imponente de casi 1.80 bien vestido al igual que su esposa, un traje de pantalones, chaleco y zapatos negros con su camisa blanca remangada y la funda de su arma en su pecho junto a su placa de detective; realmente daba la impresión de ser alguien con carácter debido a lo fornido que estaba y sus hombros eran prueba de ello.
Al mirarse entre sí, se abrazaron fuertemente, era claro que había pasado un buen tiempo desde la última vez que se vieron, al separarse juntaron sus labios en un beso largo y tierno que sólo dejaron fluir sin importar nada más; por esos instantes, eran ellos dos solos en el mundo. Al terminar de besarse, su esposo sacó de su bolsillo una pequeña caja de regalo que le dio a su mujer, ella lo tomó mirándolo dudoso cuando lo abrió y miró un hermoso anillo dorado con las sus iniciales "G y G". La mujer quedó asombrada por el regalo, lo puso en su dedo índice y lo miró unos cuantos segundos para ver lo hermoso que era, le hacía feliz no los regalos que él le traía, sino el hecho de que pensaba en ella en todo el tiempo que no estaban juntos. Lo tomo de sus mejillas una vez más para besarlo y agradecerle el obsequio, estaba tan emocionada que tomó unos segundos para relajarse y tomar aire, una vez se calmo, se dirigió a su esposo con normalidad.
- Regresaste más pronto de lo que esperé amor, no sueles llegar en esta temporada - Dijo la mujer exaltada.
- Bueno, a mis superiores se les ocurrió la idea de darme vacaciones extra, en sus palabras dijeron que un jefe de seguridad necesita mayor energía que el resto - Respondió el hombre - Hasta a mí se me hizo raro que los Pinkerton me dejaran ir tan pronto.
- Miralo de este punto, te estarías pudriendo en una celda de Carolina del Norte de no ser por mi madre, así que esto es mucha ganancia - Comentó la mujer entre risitas.
- Ja ja ja, muy graciosa - Dijo su esposo serio - Andas muy curada hoy Gabriela, pensé que ese tema ya lo habíamos olvidado.
- Mmmmm, más o menos, ¿por qué no mejor Don Gerardo acompaña a su esposa a comer algo? - Preguntó Gabriela guiñando un ojo.
- Será un placer señorita - Respondió Gerardo extendiendo su mano para tomar la de ella.
Gabriela guardo el revolver en su cinturón y la pareja camino regresó a la casa cruzando el puente que pasaba por el río al patio del lugar, un espacio hermoso y pintoresco con una preciosa fuente en el centro con detalles barrocos, los pilares de los arcos que daban a cada entrada de la casa perfectamente hechos al mismo estilo de la fuente. Las puertas de madera de roble tallada acompañadas de macetas a los lados con hermosos lirios y jazmines de todos los colores y los hermoso candelabros encima de cada entrada la hacían parecer una casa de ricos. Entraron en la puerta principal del patio que daba justo a la sala de la casa, el lugar por dentro de era precioso, las paredes color crema hacían luego al piso de caoba y el techo de piedra lisa, además que todo dentro de la casa era de la mejor calidad, desde los muebles de la mejor madera hasta las pinturas enmarcadas en plata con hermosos paisajes. La sala era un espacio grande con una hermosa alfombra café oscuro en el centro rodeada que un enorme sofá en forma de u frente a una chimenea hecha de ladrillos rojos. Frente a la sala, estaba la puerta principal conectada a dos pasillos de izquierda y derecha, de un lado estaba el comedor, del otro, un espacio totalmente destinado a la cocina, una mesa larga y algunas sillas para sentarse cuando las encargadas de la casa comían. La pareja camino al comedor para el almuerzo, una larga mesa de madera tallada con un enorme vidrio en el centro, acompañada de hermosas sillas de madera que le hacían juego y una enorme vitrina detrás de todo eso llena de piezas de té de porcelana. La pareja se sentó junta como de costumbre y las sirvientas sirvieron sus platillos preferidos: pan recién horneado, puré de papa, estofado de conejo y sopa de verduras, acompañado de naranjada natural, todo servido en vajilla de plata y una jarra de vidrio.
Al servir toda la comida, las sirvientas se retiraron a la cocina para almorzar también y darle privacidad a los esposos, se tomaron de la mano, agradecieron la comida y la oportunidad de estar juntos otra vez y se dispusieron a comer. Mientras comían, la pareja charlaba sobre todo lo que habían hecho en la ausencia del otro, aunque a Gerardo le encantaba escuchar a Gabriela contar lo que hacía mientras no estaba, a Gabriela se le hacía más fascinante escuchar lo que hacía su esposo en Nueva York como detective de los Pinkerton, recargando su brazo en la mesa mirando sus ojos mientras lo escuchaba. Al acabar de comer, se levantaron de la mesa agradeciendo a las mujeres por la comida diciendo que hoy podían retirarse temprano, caminaron de vuelta al patio cruzando el puente hasta el jardín y Gabriela dijo que lo ayudara a mejorar su puntería, a lo que Gerardo accedió lanzando platos al aire para que esta les disparara. Al terminar, caminaron de la mano por todo el terreno disfrutando del verde del lugar, las hojas de los árboles moverse, el sonido de sus pisadas en el césped, el sabor de las manzanas que Gerardo cortaba de sus ramas para su esposa y el; era una vida de ensueño que pocos podían vivir en esa época. Mientras caminaban, veían a los encargados de las fincas trabajar tan dispuestos como siempre, pese a que eran pocos, siempre hacían su trabajo de forma honrada y respetuosa. Al mirar a la pareja, los saludaban con alegría levantando su ánimo, pues ellos más allá de ser gente buena eran adinerados y respetados, pues sus diversos negocios se extendían desde el norte de México hasta el sur de Estados Unidos.
Las horas pasaron, la pareja había recorrido todo el terreno regresando a casa para atender cosas de trabajo, mientras Gabriela fue a la biblioteca que tenían en casa, Gerardo fue al estudio donde atendían los asuntos importantes. Al lado izquierdo de la sala, el camino doblaba a la izquierda en un pasillo largo con cuatro habitaciones en el mismo, cada una destinada a algo diferente. Gerardo entró en la segunda habitación que era el estudio, un lugar grande con un enorme escritorio cerca de la enorme ventana que estaba detrás de la silla, estanterías llenas de libros de cuentas de sus negocios y un pequeño mueble lleno de todo tipo de bebidas como whisky o tequila. Camino hasta la silla detrás del escritorio para sentarse y mirar la correspondencia que había llegado, tomó un abre cartas para abrir los sobres uno a uno y leer su contenido; en general, solo eran pedidos de diversos lugares y algunas cartas de la madre de Gabriela preguntando por ellos, "en una semana iré a pasar unos días con ustedes, espero no les moleste" decía una de las cartas, Gerardo solo sonrió levemente antes de guardarla y meterla en el libro de cuentas de su esposa. Para cuando acabó, tomó su reloj de bolsillo plateado que su mujer le regalo el día de su boda para ver la hora, ya pasaba más de las nueve de la noche, era casi la hora de dormir, se levantó de la silla apagando el candelabro que tenía junto a él y salió del estudio.
Camino hasta el otro lado de la casa donde estaban las habitaciones, la más grande todas donde ellos dormían hasta el fondo del pasillo, giro el pomo de la puerta lentamente pensando que su amada estaba dormida cuando la abrió y la miró sentada en su cama leyendo un libro, usando un vestido de noche blanco transparente con el que se podía ver su lencería negra. Al escuchar la puerta cerrarse, Gabriela desvío la mirada a su marido quien dejaba la funda de su arma y su chaleco en el perchero de al lado, cerró el libro y lo guardó en la mesa de noche al lado de la cama.
- Este día fue simplemente maravilloso mi amor, me encanta hacer esta clase de cosas contigo, ¿podríamos hacerlo más seguido? - Preguntó su esposa con voz dulce.
- Sabes que si cariño, adoro pasar tiempo contigo - Respondió Gerardo con una sonrisa - Por cierto, tu madre nos escribió, dijo que iba a pasar unos días aquí la semana que entra, te digo para que no nos tome por sorpresa.
- ¿En serio? Vaya, esa es una gran sorpresa - Dijo Gabriela - Al parecer los neoyorquinos se mueren por venir aquí, ¿o será acaso por la vida tan ajetreada que llevan en la ciudad? Personalmente nunca me han gustado los sitadinos.
- Ni la menor idea, todos esos huercos luego vienen nomas a estar de huevones, aunque creo ese es el punto de viajar a otro lugar - Dijo Gerardo acostandose en la cama junto a su esposa - En fin, nada de eso importa, estoy aquí contigo.
Gerardo sonrió al ver los ojos de su esposa quien se recostó en su pecho, su hombre la rodeo con sus brazos besando su frente cerrando sus ojos para sentir el palpitar de su mujer. Al abrirlos, miró a Gabriela de pies a cabeza, su hermoso vestido blanco no solo enseñaba su hermoso cuerpo bien formado sino su lencería, miraba la forma de sus muslos, las curvas de su cintura y su espalda recta. Gabriela por otra parte, pasaba tus manos en el pecho de su amor sintiendo su cuerpo, esa fuerza tan varonil que tenía que la llevó a acariciar sus piernas y subir sus labios a su cuello, Gerardo llevo una de sus manos a los muslos de su amada para hacer lo mismo mientras acariciaba su pelo. Ambos se detuvieron, se miraron a los ojos y comenzaron a besarse lentamente rozando sus manos en el cuerpo del otro, su mujer se puso encima de él desabrochando su camisa lentamente hasta dejar su fornido pecho al descubierto, quitandosela. Gerardo llevó sus manos hasta debajo del vestido levantandolo lentamente hasta quitárselo, dejando su cuerpo semi desnudo frente a su esposo, la acercó a ella besando sus labios una vez más llevando sus manos a sus glúteos mientras besaba su cuello con delicadeza, escuchando esos jadeos en su oído. Llevó sus manos al sostén de Gabriela para desabrocharlo, dejando al aire sus pechos, puso sus manos en ellos jugueteando con sus pezones mientras Gabriela lo alzaba hacia ella para besar su cuello y frotarse con su entre pierna, la cual se encontraba bastante erecta.
Al cabo de unos momentos, Gabriela se hizo hacia atrás quitandole el cinturón al pantalón de su amado y bajarlo junto a su ropa interior dejando al descubierto su miembro grueso, puso algo de saliva en su mano y comenzó a masturbarlo mientras lo miraba de forma pícara con una sonrisa, llevándolo a su boca. Gerardo apretaba el puño jadeando sintiendo como su mujer jugaba con su lengua en su miembro dentro de su boca, soltando gemidos que lo hacían perder el conocimiento poco a poco. Tanto era el placer que llevó una de sus manos a la cabeza de Gabriela para que entrara aún más profundo dentro de ella; Gabriela rozaba sus manos en el abdomen de Gerardo haciendo pequeños rasguños para sentir como su miembro palpitaba dentro de su boca. Al cabo de unos minutos, Gabi tomó las manos de Gerardo para que este no se moviera y aumentó su velocidad, su miembro palpitaba tanto que terminó por correrse dentro de su boca haciendo que Gerardo soltara un gran gemido. Ella bebió hasta la última gota, limpio sus labios y volvió a besar a su amado quien la puso debajo suyo, dominandola, haciéndole sentir un escalofrío en su intimidad que deseaba sentir la virilidad del amor de su vida. Él comenzó a besarla en el cuello haciendo pequeñas mordidas en el, bajo hasta sus pechos jugueteando con sus pezones con su lengua mientras metía una de sus manos dentro de su ropa interior sintiendo lo mojada que estaba, como su clitoris palpitaba esperando recibir atención.
Gerardo no dudo ni un segundo en quitarle la ropa interior a su mujer, abriendo sus piernas lentamente besándola desde sus muslos hasta llegar a su intimidad, estaba tan excitada que un simple roce suyo bastó para que se corriera. Llevó su boca a su clitoris metiendo dos dedos dentro de ella lentamente, lamiendola con gentileza haciéndole disfrutar a su mujer quien gemia de placer arqueando su espalda, apretando las sábanas, poniendo sus piernas encima de los hombros de su esposo para que este estuviera más cómodo. Gerardo sacó sus dedos del interior de ella metiendo su lengua ahora, sabía bien donde darle placer para que su mujer se volviera loca, Gabi involuntariamente puso su mano en el pelo de Gerardo guiandolo a su punto débil; una vez sintió su lengua ahí, soltó un grito de placer que dejó fluir al sentir los dedos de su amado jugando con este, hasta llegar a un gran orgasmo que empapo el rostro y pecho de su hombre, manchando las sábanas. Al terminar, no espero un segundo más, Gerardo puso su miembro dentro de ella lentamente, las piernas de Gabriela temblaban en señal de otro orgasmo, se miraron a los ojos y comenzaron a besarse mientras Gerardo comenzaba a moverse lento, disfrutando cada sensación que ambos sentían. De a poco, Gerardo se movía con más intensidad hasta el punto de escuchar como sus cuerpos chocaban, Gabriela cerró sus piernas en la cintura de su amado gimiendo en su oído, diciendo lo mucho que le encantaba a la par que rasguñaba su espalda de forma violenta en cada embestida de placer que el de daba.
Los minutos pasaron, ambos se perdían en una espiral de placer que no parecía terminar, entre gemidos y jadeos se escuchaban palabras de amor que los enamorados se decían entre besos, "te amo Gerardo" decía Gabriela gimiendo en su oído, "eres el amor de mi vida" decía Gerardo a Gabriela apretando sus muslos hasta que ambos llegaron a su punto, acabando al mismo tiempo. Gerardo se acostó de lado, Gabriela se recostó en su pecho agitada tratando de calmarse sintiendo las caricias de su esposo, abrazandolo escuchando el latir tan fuerte de su corazón. Los esposos se miraron a los ojos y rieron a carcajadas como si fuera una travesura.
- Siempre me haces sentir deseosa Gerardo, desde el día que nos conocimos me has hecho sentir de la misma manera durante tanto tiempo - Decía Gabriela mirando al techo - ¿Me prometes que siempre va a ser así?
- Hasta el último día de nuestras vidas amor mio - Respondió Gerardo tomándola de la mano - Mi nena hermosa, mi corazón te pertenece a ti y solo a ti.
Volvieron a besarse una vez más, Gabriela se puso encima de él con intenciones de continuar durante toda la noche como si jamás lo hubieran hecho, se cubrieron en las sábanas, y se dejaron llevar por el placer una vez más hasta que el primer rayo de luz entró en la habitación.
Una semana había transcurrido, el clima se había vuelto horrible en el transcurso del día con una terrible lluvia, parecía que el tiempo pasaría mucho más lento de lo habitual. El Sheriff se hallaba en su oficina terminando de leer una responsiva que le enviaron desde el Palacio Nacional en México en respuesta a todo lo sucedido la semana anterior, bebía de una botella de aguardiente tratando de calmarse cuando uno de los oficiales entró.
- ¿Todo bien Owen? Has estado encerrado desde la mañana, todos se preguntan si las cosas han mejorado.
- Si si, todo bien, es solo que no puedo dejar de darle vueltas a lo que pasó esa noche, yo se lo que vi aunque nadie me crea - Dijo Owen cerrando la botella - Sigo sin entender como ese cabron no me mató.
- Dios, ya superalo chingada madre, te la bañaste mucho diciendo eso, y por si no fuera menos enviaste una petición para pedir ayuda, ¿crees que te van a echar la mano para un jale que no les concierne? - Preguntó el oficial molesto.
- Pues me acaban de responder esta mañana, van a enviar a un agente de los Pinkerton para ayudar, al mejor según ellos, y la verdad nos vendría bien la ayuda de un detective profesional - Dijo Owen mostrando la carta - No es que no confíe en nuestros hombres, pero estas personas saben hacer su trabajo, son cabrones que apaciguan revueltas, tienen carácter.
- ¿Y está seguro de que van a aceptar que un gringo ande trabajando con nosotros? Tampoco es que la plebada quiera que alguien ajeno al caso llegue al jale - Comentó el oficial preocupado.
- Solo viene a ayudar carajo, no hace falta que nos ayude en otra cosa a menos que sea necesario - Dijo Owen levantándose de la silla, caminando a la ventana - Tenemos una obligación con estas personas, y debemos cumplirles. Al rato va a venir este muchacho, así que pase lo que pase no quiero que anden jodiendo al huerco, ¿quedo claro?
El oficial no dijo una palabra más y solo asentó con la cabeza para salir de la oficina, Owen seguía mirando a través de la ventana como los niños jugaban en la lluvia mientras sus jóvenes madres los miraban desde sus hogares. De tan solo pensar que esas mujeres podrían ser las siguientes víctimas de aquel tipo a quien enfrentó en el Cerro le hacía pensar que debía tomar acción y rápido. Tomó el paquete de cigarros de uno de sus bolsillo para tomar uno, lo encendió y fumó tranquilamente pensando en lo sucedido de la semana pasada, algo que no sacaría de su cabeza por nada del mundo.
Esa misma tarde, la pareja de esposos recibían a la madre de Gabriela, una mujer delgada de la misma estatura de Gerardo con tes blanca, con pelo corto de color rubio y ojos grandes de color verde que tenía el mismo carácter que su hija; se notaba que era madre e hija. Como de costumbre, ella recibió a Gabriela con mucho amor y cariño feliz de volver a verse, no se veían mucho debido a la distancia, a Gerardo le daba la misma muestra de afecto por el cariño que le tenía y porque era el hombre que decía ser para su hija. Los tres se sentaron en la sala para conversar un rato, Gabriela le pidió a una de las sirvientas que preparara un chocolate caliente pues ellos no bebían café, a la señora le gustaba mucho saber como estaba la vida de ellos, tanto de saber como le iba a su hija en el trabajo como a su yerno le iba como jefe de seguridad. Pasado un rato, las sirvientas les llevaron una jarra de chocolate caliente junto con un juego de tazas de porcelana fina, un regalo de parte de su suegra pues ella también era una mujer de negocios y, por tanto, era muy adinerada. Bebían y reían de todas las cosas que hablaban entre ellos con el sonido de la lluvia de fondo y como esta caía con más intensidad; el clima estaría así todo el día hasta mañana por lo mínimo. "Me alegra mucho que haya venido a visitarnos Dunia, es una agradable sorpresa verla después de tanto meses" comentó Gerardo abrazando a su esposa con una sonrisa, parecía estimarla mucho, después de todo era gracias a ella que él tenía el puesto donde estaba.
Todos disfrutaban de un gran momento sin importar nada más cuando escucharon el sonido de alguien tocando la puerta, una de las sirvientas se asomó por una de las ventanas de la cocina para notar que era el mensajero de la comisaría, "disculpe señor, el mensajero está fuera" dijo una de las sirvientas. Gerardo se levantó para atender al hombre quien se estaba mojando afuera, abrió la gran puerta de madera como si fuera la entrada de un castillo y recibió al mensajero, "no le quito mucho tiempo patrón, solo necesito que tenga esto, es el Sheriff" dijo el mensajero dándole una carta a Gerardo. Él la tomó y agradeció al hombre por haber venido, cerrado la puerta detrás de el, camino regresó a la sala rompiendo el sobre para tomar la carta y leerla junto a su esposa mientras Dunia observaba. Al terminar, Gerardo suspiro negando con la cabeza mientras tu esposa se notaba claramente molesta.
- Tan pendejos son que piden ayuda al extranjero, y encima de todo eso me asignan a mi, ¡a mi!, ¿por qué no a otro idiota? Si saben ellos que estas son mis vacaciones - Comentó Gerardo molesto.
- Tal vez lo hicieron porque eres quien vive aquí y quedas más cerca - Dijo Gabriela cruzada de brazos - Pero, si es verdad lo que dicen, eso significa que las cosas están mal.
- No pensé que volvería a ver algo así de nuevo - Dijo Gerardo entre dientes - Se que no es mi obligación, además dicen que solo actúe si es necesario, pero si lo que dicen es cierto, quiere decir que tu no estas a salvo.
- ¿Podrían decirme que esta pasando? No me paran bola, parece que soy un adorno mas de la casa - Comentó Dunia.
- En las últimas tres semanas han estado desapareciendo muchachas, once mujeres cada siente días, ya van treinta y tres con esta semana, el Sheriff encontró al respondable al parecer pero, los mataron a todos excepto a él, bajo circunstancias muy extrañas - Respondió Gerardo preocupado - Quieren mi ayuda para encontrar al responsable de una vez por todas y acabar con esto en caliente antes de que algo malo suceda, y para eso quieren que vaya a la comisaría ahora mismo para ponerme al corriente.
- Hasta en eso valen verga, están viendo como esta el puto clima y quieren que vayas, ¿que no puede ser mañana? - Dijo Gabriela un tanto cínica y seria - Solo espero que no tengas que participar de una forma más comprometida en todo esto.
- No lo haré mi amor, no me meteré en problemas que no son míos, me gustaría pasar mas tiempo con ustedes dos pero es una orden directa de mi superior, debo hacerlo - Dijo Gerardo besando a su esposa antes de irse - Prometo no tardar mucho, iré a ver es todo.
Su esposa solo asentó con la cabeza sosteniendo la mano de Gerardo antes de que este fuera a su estudio, abrió uno de los cajones del escritorio sacando una caja de metal vieja, la abrió y de ella sacó un revolver Remington que recién había traído de Estados Unidos. Abrió el tambor comprobando que este se moviera bien al igual que accionó su martillo para comprobar su funcionamiento, el arma brillaba de lo nueva que era en contraste a su empuñadura de madera igual de brillante. Gerardo cargó el arma, tomó su funda poniéndola en su pecho y guardo su arma, tomó la gabardina color crema que tenía en el perchero del estudio para ponérsela y salió del estudio de vuelva a la sala. "Vendré un poco más tarde, ustedes sigan divirtiéndose" le dijo Gerardo a los dos antes de besar a su esposa una vez más y salir al patio, cruzó el puente con un río agitado debajo de él y corrió hasta el establo. El establo era un lugar grande con muros y pilares de piedra, puertas de los corrales y techo de madera, bastante limpio lleno de todo tipo de caballos, la mayoría para fines de trabajo que los encargados del terreno usaban diario. Gerardo camino hasta el caballo que usaba siempre, un Pura Sangre inglés hermoso de color negro que solía utilizar para las carreras de caballos o salir a pasear, su crin y cola cortas bien cuidadas daban la impresión de ser un caballo bien cuidado. Gerardo lo sacó del corral acariciando su cuello, tomó su silla de montar vaquera desgastada de una mesa hasta el fondo y se la puso al caballo atandola bien para no caerse. Antes de irse, camino hasta un perchero que estaba junto a la mesa y tomó su viejo sombrero vaquero negro desgastado, se lo puso, monto su caballo y le pidió a uno de los trabajadores que recién llegaba a bañar a los caballos que abrieran la entrada. El señor asentó con la cabeza y camino hasta el mecanismo de la reja junto al establo, lo accionó lo suficiente hasta abrir la puerta y Gerardo partió del lugar a toda prisa hasta la comisaría.
Nuevo León era un lugar bastante grande con muchas calles, casi todas las casas eran iguales el mismo material de tabiques con diversos colores, la mayoría de las calles eran de pavimento y normalmente cada tres cuadras había una tienda de raya en la esquina. Algunos edificios se dedicaban a los negocios como la sastrería o la venta de pan, siendo las iglesias lo más cuidado de todo el paisaje junto a otros edicios importantes como el palacio de gobierno. Gerardo cabalgaba en mitad de la avenida principal donde se hallaban varias posadas en las cuales los viajantes se quedaban, el enorme paisaje árido en el horizonte resaltaba con el verde del Cerro volviendolo una paleta de colores extraña. Tras varios minutos de cabalgar bajo la lluvia, Gerardo llegó a la comisaría, un edifico completamente hecho de madera un tanto descuidado con gran extensión, aunque a simple vista parecía ser pequeña pese a que tenía dos pisos, por dentro era muy espacioso. Bajó de su caballo atandolo al poste de madera que tenían afuera y camino al pórtico del lugar para tocar la puerta, pero no hubo respuesta, tocó una vez más y seguían sin responder, así que decidió entrar por su cuenta. Para su sorpresa, la recepción estaba vacía, un espacio grande con una enorme barra junto a la puerta con varios escritorios viejos de frente llenos de papeles, un tablón de anuncios al lado derecho de la puerta, las escaleras al segundo piso al fondo y al lado de las mismas una entrada subterránea a las celdas. Gerardo camino por el lugar poniéndose su placa de detective en la gabardina dándole un vistazo al tablón de anuncios para saber por quien ofrecían una recompensa; aunque habían varios, no daban la paga suficiente por ello. Mientras miraba, Owen bajaba las escaleras buscando al personal para hablar de un tema urgente cuando vio a Gerardo, "Oh vaya, a juzgar por su apariencia debe ser el hombre de los Pinkerton" comentó Owen acercándose a Gerardo para estrechar su mano.
- Soy Owen Mathew Jackson, el Sheriff y encargado de este lugar, un placer conocerlo - Dijo Owen acercando su mano.
- Gerardo, jefe de seguridad de los Pinkerton - Respondió estrechando su mano con la de Owen - ¿Usted fue quien me llamó para resolver este asunto?
- Si, si fui yo, a los muchachos no les pareció buena idea llamar a un gringo para ayudarnos pero, tomando en cuenta como habla español de manera fluida, parece que es de por aquí - Comentó Owen.
- No exactamente, nací en Carolina de Norte, soy estadounidense por parte de mi madre y mexicano por parte de mi padre, quien era de aquí, Monterrey - Comentó Gerardo cruzando los brazos - Así que tenga por seguro que sabré manejar a los huecos.
- Me alegra escuchar eso, viera como se creen todos unos cueros los pendejos estos, pero al menos hacen su trabajo - Dijo Owen acomodado su sombrero - En cualquier caso, vamos a la oficina, ahí tengo todo ordenado para que se ponga al tanto.
Gerardo siguió a Owen subiendo las escaleras al segundo piso, un pasillo largo lleno de puertas que daban a las oficinas iluminado por la ventana del fondo y los pequeños faroles colgantes en cada entrada. Caminaron hasta la última habitación a la izquierda donde estaba la oficina del Sheriff, un pequeño espacio con un catre en una esquina y su escritorio con sus sillas, con algunas fotografías colgadas en la pared. Caminaron hasta el escritorio para tomar asiento, Owen saco una anforita licorera vieja de su bolsillo para dartle un pequeño trago y ponerla sobre el escritorio, abrió uno de los cajones para tomar sus expedientes y dárselos a Gerardo.
- Aquí esta todo lo que hemos reunido sobre el caso, se que no es mucho pero es mejor que nada. Lo último que paso fue lo del cerro la semana pasada, un tema muy difícil de tocar - Comentó Owen acomodándose en la silla - ¿Alguna idea de que pueda ser?
- Como usted dijo, no es mucho lo que saben, pero al parecer las desaparecidas son muchachas de entre once y trece años, once cada siente días, eso significa que tenemos seis días antes de que vuelvan a actuar, quienes sean los que hagan esto - Dijo Gerardo suspirando mientas leía lo escrito en los expedientes - ¿Algún testigo?, ¿alguien que haya visto algo?
- Solamente una jovencita, pero ni siquiera pudimos hablar con ella, estaba tan traumada que no podía decir una sola palabra, la madre fue quien nos contó todo - Respondió Owen dando otro trato de licor - Nos dijo que todas eran llevadas al cerro, por eso fuimos, pero lo que pasó ahí, Dios, me dan escalofríos de solo recordarlo. Estoy seguro que ese hijo de puta es el responsable, me dejo vivir para que pasara con todo esto.
- Calmase Sheriff, no ganamos nada actuando de esa forma - Dijo Gerardo mirándolo de reojo - Créame, ya pasé por eso y lo mejor que puede hacer es mantenerse tranquilo. Escuche, necesito que me de la dirección de la señorita para visitarla personalmente, tal vez este dispuesta a cooperar ahora, mañana mismo iremos al cerro de nuevo y daremos otra vuelta para ver si encontramos algo.
Gerardo se levantó de la silla entregando los expedientes a Owen para que los guardara, el Sheriff tomó un pequeño pedazo de papel y anotó la dirección de la muchacha para Gerardo, se la dio y estrecharon sus manos, "muchas gracias por ayudarnos en esto" dijo Owen optimista. Gerardo guardó la nota en su bolsillo y abrió la puerta, pero antes de salir, miró a Owen una vez más y le dio una pregunta.
- Sus nombres y apellidos, usted no es de México, ¿de donde es realmente?
- Soy de Estados Unidos, de Texas exactamente, la razón por la que vine aquí es una larga historia, pero no me arrepiento, me entretengo enseñándole inglés a los niños - Respondió Owen.
Gerardo asentó con su sombrero y salió de la oficina cerrando la puerta detrás suyo, camino por el pasillo hasta las escaleras observando a dos oficiales entrando a la comisaría riendo a carcajadas. Ellos y Gerardo se miraron serios sin decir una palabra cuando él camino hasta la puerta para irse, los dos se hicieron de lado dejándolo pasar cuando uno de ellos se tropezó y se golpeó en la cabeza contra la esquina de uno de los escritorios. El otro oficial solo se reía a carcajadas al igual que el otro, Gerardo solo observaba como sangraba del golpe que se había dado, "por si no lo sabes estas sangrando" comentó Gerardo al tipo que estaba en el suelo. Salió de la comisaría sacando la nota de su bolsillo para mirar la dirección que él Sheriff le había dado, volvió a guardarla y desató a su caballo para montarlo, cabalgando hasta donde estaba el único testigo que tenían. Cabalgó durante varios minutos hasta los barrios de Nuevo León, una zona con chozas humildes con sus calles enlodadas por la lluvia, cada cuadra era como una vecindad enorme con algo de terreno verde en sus patios. Bajo frente a una de las chozas independientes de las vecindades, dejando su caballo fuera atado a un poste de madera frente a la casa, lavó sus zapatos con una pequeña corriente de agua que pasaba por la banqueta para no ensuciar la casa y tocó la puerta fuerte para llamar la atención. Mientras esperaba, miró el resto de las casas dándose cuenta de cómo las personas lo veían desde dentro de sus hogares como si fuera un extraño, entonces alguien entre abrió la puerta desde dentro.
- ¿Quién es? - Preguntó la voz de una mujer joven.
- Lamento molestar señorita, vengo de la comisaría, soy el detective Gerardo Jiménez, soy un oficial de los Pinkerton y he venido a hablar de lo que usted, pasó - Respondió Gerardo quitándose el sombrero.
- ¿Pinkerton?, ¿es usted oficial de los Pinkerton? - Preguntó la jovencita abriendo totalmente la puerta, una mujer de rasgos finos con su piel morena y pelo largo cubriendo la mitad de su rostro con su largo - Mi padre también fue un Pinkerton, aunque nunca me gustó su trabajo, no me parecía correcto.
- Yo no soy esa clase de hombre señorita, yo soy aquellos que llevan a la justicia quienes se lo merecen - Comentó Gerardo poniéndose el sombrero de nuevo - ¿Podría hacerle algunas preguntas?
- ¿Eh? Ah, claro, pase usted - Dijo la muchacha.
Gerardo agradeció el gesto y pasó a la casa, la muchacha cerró la puerta detrás de ellos y le ofreció algo de tomar a Gerardo quien miraba la casa con comodidad; pese a que era pequeña, era muy acogedora y ordenada, solamente era una habitación grande con dos camas al fondo y un pequeño comedor al lado de la entrada junto a la despensa. Se sentó en una de las sillas del comedor mientras la muchacha iba a la cocina por una taza de café para ambos, regresó con una pequeña charola de madera con las dos tazas y un pequeño recipiente con terrones de azúcar. Tras servir el café y dar un pequeño sorbo, la muchacha miraba con temor la figura imponente de Gerardo quien servía algo de azúcar en su bebida, tras tragar algo de saliva y respirar hondo, decidió preguntar el motivo de su visita.
- ¿Por qué ha venido usted aquí?
- Vengo porque necesito saber lo que usted sabe, tengo entendido que han estado desapareciendo muchachas como usted, y que es la única que ha vivido para contarlo - Comentó Gerardo tras darle un sorbo a su bebida - Se que para usted debe ser difícil hablar de esto de nuevo, pero necesito su ayuda para acabar con esto de una vez por todas.
- Me da seguridad señor, habla como alguien que sabe lo que sabe - Dijo la mujer tomando su taza con ambas manos, mirando el vapor del café - Yo, no se por donde empezar, ni que decir.
- Cuentemelo como se le haga más fácil, señorita.
La jovencita respiró hondo, acomodó su cabello, miró los ojos de Gerardo quien la miraba con seguridad para que se calmara, dio otro sorbo de café y comenzó a explicarle detalle a detalle lo que había ocurrido. Tal y como sospechaba, el epicentro de todo radicaba en alguna parte del cerro, y el camino que el Sheriff había tomado esa noche tendría que ser en sendero que usaban regularmente. Lo que les hacían a las niñas, esos crueles actos depravados de antipatía salidos de un cuento de terror le produjo asco a Gerardo, escuchar de una voz tartamuda de una pobre niña describir como las violaban y mataban frente a un grupo de personas que solo reían como si fuera un juego. La pobre niña no pudo contarle más y rompió en un llanto desconsolado cubriéndose el rostro con sus manos, Gerardo se levantó y puso su mano en el hombro para tratar de consolarla, pero la jovencita lo rodeo con sus brazos poniendo su rostro en el abdomen para seguir llorando. A Gerardo se le hizo incómodo lo que pasaba, por lo que la apartó de ella gentilmente diciendo que se calmara, que las cosas estarían bien y que el se haría cargo de resolver este problema de una vez por todas, se despidió de la muchacha agradeciendo su hospitalidad abriendo la puerta para irse. "El café estuvo delicioso, no suelo beberlo pero esta vez fue una excepción, deberías considerar venderlo" comentó Gerardo asintiendo con su sombrero mientras le sonreía y salía de la casa, cerrando la puerta detrás de él. Estaba a punto de subir al caballo cuando un hombre salió de la casa del frente, un señor un tanto viejo con arapos desgastados y sucios llevando del brazo a una mujer mucho más joven que el, la arrojó al suelo, sacó su revolver y la golpeo en el rostro con el mismo. "Es la última vez que me pones el cuerno pinche perra, aquí tu puto patrón soy yo, y si digo que vamos a coger, es porque vamos a coger" dijo el tipo un tanto disvariado por lo ebrio que estaba, pues estando de pie se balanceaba de un lado a otro. La mujer escupió en sus zapatos viejos y volvió a golpearla con el arma, cargo la bala y estuvo a punto de disparar cuando Gerardo puso su arma en su cabeza.
- ¿Se puede saber que es lo que está haciendo? No es muy varonil de su parte golpear mujeres indefensas, solo un marica sin bolas hace eso - Dijo Gerardo.
- A ti que putas te importa güero, ahora baja el arma si no quieres ver a esta cuera muertita en el suelo - Dijo el borracho con cierta burla.
- Aquí la única persona que acabará muerta vas a ser tu - Replicó Gerardo cargando el martillo - ¿Tan hombre te crees?, ¿por qué no resolvemos esto como debe de ser? A ver si de verdad muy cuerdo.
El viejo escupió a un lado de Gerardo guardando su arma, caminaron al centro de la calle alejados uno del otro al rango del tiro de sus armas, se veían fijo a los ojos mientras todas las personas dentro de sus hogares salieron a presenciar el duelo. La muchacha golpeada regresó a su casa cerrando la puerta y viéndolo todo desde la ventana, aunque por la lluvia incesante no se tenía una buena vista de lo que sucedía; aún así, la incógnita de quien saldría victorioso reposaba en la cabeza de todos. El viejo se puso en posición para desenfundar rápido al igual que Gerardo, poniendo su mano cerca de su arma esperando la señal para disparar, movía sus dedos de manera invultaria respirando hondo para no cometer ningún error. Esperaron pocos segundos sin hacer nada cuando la fuerza de la lluvia disminuyó, la señal que ambos estaban esperando, en un parpadeo tanto el ebrio como Gerardo tomaron sus armas apuntando al otro, pero la mano joven del detective era mucho más ágil, apuntó su arma con mayor rapidez al pecho del rival y disparó justo al corazón. El tipo dejó caer el revolver al lodo, su cuerpo sin vida cayó de cara sin señal de que no volvería a levantarse, "aún tengo el toque" dijo Gerardo en voz baja haciendo un pequeño grupo con su arma antes de guardarla. Camino al cuerpo sin vida del borracho, metiendo su mano dentro de su viejo saco sacando un enorme fajo de billetes, camino hasta la puerta de la muchacha tocando con delicadeza esperando a que abriera; la joven solo entre abrió la puerta sin intenciones de dejarlo pasar. "Estoy seguro de que esto es suyo madam, le dará un mejor uso" dijo Gerardo dandole el dinero, la joven con su piel blanca y su hermoso cabello lacio rubio lo miró con ojos bondadosos tomando el dinero lentamente, haciendo una reverencia como agradecimiento. Gerardo camino hasta su caballo, lo desato, lo monto y regresó a casa, con las nuevas pistas que había obtenido sobre las desapariciones de las niñas tenía mucho en que pensar en esta noche en el regazo de su esposa.
El día transcurrió con normalidad, la lluvia se calmó en la tarde para dar paso a una noche humeda y fría, las tiendas cerraban, las madres acostaban a sus hijos para dormirlos y los trabajadores regresaban a sus hogares para descansar después de largas jornadas de trabajo. La pareja de esposos y su invitada cenaban tranquilos charlando sobre lo que había pasado hoy, como era costumbre Gabriela quería saber lo que su hombre había hecho en el día, por lo que siempre le contaba cada detalle de forma atenta. Tras saber lo que descubrió, Gabriela tomó la mano de su amado con una sonrisa, "tú siempre resuelves los problemas sin mucho esfuerzo, hiciste más que toda esa bola de inútiles" comentó Gabriela haciendo reír a su madre por lo que dijo. El día de mañana esperaba mucho trabajo, por lo que hoy debía ir a dormir temprano, Gerardo se despidió de ambas deseando una buena noche, beso a su esposa y fue hasta su habitación para cambiarse. Tras algunos minutos, Gabriela entró en la habitación para mirar a Gerardo leyendo un libro, caminado hasta el armario para cambiarse de ropa.
- ¿Fue un día muy pesado cariño? Te ves muy cansado, no te había visto así desde hace tiempo.
- Si que lo fue, hoy un puto ebrio me reto a un duelo - Comentó Gerardo dejando el libro al lado, acostandose en la cama - Aún tengo reflejos, todos esos años de pistolero me sirvieron mucho.
- Lo sé, me casé con un hombre de verdad, si hubieras seguido con la vida que llevabas te habrías forjado un nombre que sería conocido por todo el mundo - Comentó Gabriela poniéndose su vestido de noche, caminado a la cama para acostarse al lado de su esposo - Mañana, mi madre saldrá a pasear todo el día, así que estaremos tu y yo solos, tenemos que aprovechar.
- Me agrada mucho la idea, llegare ansioso a casa esperándote en nuestra cama se rosas.
La pareja intercambio algunos cuantos besos antes de apagar el farol junto a la cama, se acomodaron en su posición habitual para descansar, se dieron las buenas noches con un último beso y durmieron abrazados de lo más tranquilo. En el transcurso de la madrugada, al no haber sonido alguno más que el de los animales que salían por la noche, se escuchaba el relinchar de los caballos cuando éstos se asustan desde el establo, lo que despertó a Gerardo pensando que se trataba de alguna rata lo que los había asustado. Aunque podía pensar todo lo que quisiera, los caballos estaban realmente asustados, no era algún animal o depredador que los mantuviera tan agitados, lo que lo alertó despertando a Gabriela por igual, quien al escuchar los relinchos se levantó rápido al ropero que tenía al fondo del cuarto. Tomó dos carabinas de repetición cargadas dándole una a Gerardo, cargó el primer disparo y ambos salieron de la habitación, abriendo las puertas al patio, "mantengamos distancia, puede que notes algo que yo no, debemos ser precavidos" dijo Gerardo. Atravesaron el patio hasta el jardín con cautela, observaron de la pequeña casa de los trabajadores junto al río como estos también salieron armados con un farol para iluminar el camino, mirando a la pareja desde el puente. Se acercaron, Gerardo preguntó si habían visto algo fuera de lo común a lo que respondieron que no salvo los relinchos, por lo que decidieron inspeccionar el establo para saber de qué se trataba.
Al llegar al establo, se escondieron detrás de los árboles dejando que su vista se ajustara a la oscuridad, no había nada fuera de lo común salvo la sombra de una persona tratando de sacar uno de los corceles de su corral. Gerardo tomó el farol y se acercó al establo diciéndole al resto que se quedaran donde estaban apuntando sus armas, al acercarse, un insoportable olor a podredumbre emanaba del lugar, como el de un animal muerto bajo el sol del desierto, obligando a Gerardo a cubrir su cara con su mano. Tras recuperarse, notó como la figura lo miraba tambaleante, pensó que se trataba de algún ebrio que quería robar al animal, aunque eso no explicaba el insoportable olor. Dejó el farol a sus pies sin preocuparse de disparar, el otro tipo ni tenía intención de tomar su arma, aun así tomo su carabina y apuntó al intruso.
- Escucha amigo, vamos a resolver esto por las buenas, así que hazme el favor y botate a la chingada si no quieres terminar trabando plomo - Dijo Gerardo al intruso.
El otro tipo solamente se quejaba como si le doliera algo, pero de una manera incoherente, comenzó a caminar hasta el de manera arqueada y torpe con los brazos estirados, aunque no representaba una amenaza Gerardo retrocedió cada paso que daba. Conforme se acercaba a la luz del farol el intruso revelaba su verdadera forma, su ropa desgastada llena de tierra con diversos desgarros dejaban ver su piel podrida, su tórax al descubierto mostraba sus cosillas rotas y sus pulmones perforados por agujeros de bala, pero por una extraña razón, respiraba normal. Su corazón negro palpitando de manera asquerosa, sus largas uñas, su piel podrida mostrando sus tendones y músculos, su despreciable rostro con la quijada dislocada, sus ojos blancos perdidos sin alma, el cráneo podía verse por los espacios escasos de carne de su cabeza mostrando los nervios de sus ojos. Ver tal cosa paralizó a Gerardo, jamás había visto algo similar, no se atrevió a disparar hasta que ese olor putrido hinundo sus pulmones, haciendolo disparar justo en el pecho haciendolo retroceder, pero no bastó para acabarlo. Jaló la palanca cargando el siguiente disparo, y esta vez apuntó a su cabeza, disparó y la voló en pedazos salpicando sangre a los corrales, cayendo al suelo, se acercó a el para observarlo más detenidamente, se agacho mirando mejor la ropa que llevaba y observó un pedazo de latón en uno de sus bolsillo delanteros, al tomarlo quedó atónito de ver que era un placa policial. Tras mirarlo, decidió guardarlo en su bolsillo, volteó a los árboles asustado preguntándose si habían visto lo mismo cuando destellos de disparos emanaron de las sombras justo a donde el resto estaba oculto.
Todos retrocedieron buscando cobertura devolviendo los disparos, Gerardo se quedó dentro del establo tratando de identificar a los pistoleros sin dudar dos veces antes de responder de la misma manera, guiandose de los fogonazos para dispararles. Los tiradores salían lentamente de las sombras revelando sus figuras, ese mismo olor putrido volvió a hacerse presente combinado con la pólvora de sus armas; esas mismas figuras repugnantes eran las que disparaban con tal precisión. Los trabajadores, Gabriela y Gerardo comenzaron a dispararles volviendo el espacio en un campo de tiro, tan pronto mataban a uno de los muertos vivientes aparecía otro para tomar su lugar, poco a poco los superaban en número haciendo que la cobertura de los árboles dejara de valer tanto. Uno de los trabajadores intentó correr al establo para buscar una mejor posición de disparo aprovechando la supresión de su grupo, moviéndose agachado, uno de los cadáveres apuntó su arma precisamente mientras se movía a su pulmón y jaló del gatillo. El hombre cayó al suelo con una terrible herida de bala en el tórax que le había perforado el pulmón, lo que provocó que se empezara a ahogar en su propia sangre, un segundo trabajador al verlo corrió para tratar de ayudarlo cuando recibió un disparo en la cabeza. Gabriela no paraba de disparar su carabina cuando uno de ellos disparo cerca del mango de su arma haciendo que la soltara, "¡Gabriela!" exclamó Gerardo tratando de correr hacia ella, pero los disparos no cesaban, estaba más que claro que moriría a tiros. Entró en el corral junto a la entrada del establo aprovechando un pequeño horoficio en la pared para disparar desde ahí, uno a uno mataba a los engendros deteniéndose pocos segundos para recargar el arma y continuar, la claridad del campo se hacía más presente a cada minuto permitiendole tener una mejor precisión. Empezaba a amanecer, los rayos del sol salían desde atrás del cerro trayendo la primera luz de la mañana revelando los aspectos de esos seres, criaturas repugnantes similares a la que Gerardo mato en el establo, algunos llevaban muchísimos años de muertos debido a la ropa que llevaban.
Ninguno de los dos grupos paraba, impresionantemente aquellos muertos cubiertos por sombras palpitantes no necesitaban recargar, como si los casquillos dentro del tambor de sus armas se recargaran en automático. Paulatinamente la luz del sol se hizo más presente y brillosa, comenzando a iluminar el campo verde con mayor intensidad, los cadáveres vivientes tan pronto sintieron los rayos del sol desaparecieron haciéndose polvo mientras que los cuerpos sin vida prevalecían en el suelo. El tiroteo terminó, salieron de sus coberturas caminando con sus armas en mano apuntando a los cuerpos que aún estaban en el piso, todos tenían fundas y revólveres oxidados, era claro que todos fueron pistoleros en vida. Uno de los encargados del establo estiró la mano para tocar uno de ellos cuando se hizo polvo junto con el resto sin dejar rastro alguno, más allá del asombro todos estaban asustados por lo que sucedió, Gabriela abrazo con fuerza a su esposo quien miraba aún paralizado el extraño suceso. "manda un mensaje al Sheriff, dile que necesito hablar con el sobre algo de vida o muerte" dijo Gerardo a uno de los trabajadores quien corrió devuelta a su choza, tomó la placa de policía que había agarrado del primer cadáver que mato, aún conservaba un poco de su brillo, giro la placa, y sus ojos se hicieron grandes tras leer las palabras que yacían escritas en ella: "¿me extrañaste?".