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Chapter 218 - Una herida abierta (3)

Ante ella, de pie y firme como asta de bandera se encontraba su padre, esperando fuera de una gran casa de piedra y madera, alumbrada por dos porta antorchas largas de hierro negro, colocadas a cada flaco de la entrada. El cuerpo de Corb estaba cubierto en sangre, con heridas difíciles de observar, en especial la rajada en su mejilla que no había hecho por cerrar.

En los alrededores se encontraba reunida una multitud de gente, algunos con heridas parecidas a las de su padre, aunque en menor medida, más bien superficiales.

—¿Y nuestro niño, Corb? —Fue lo único que salió de su boca, temblorosa por la respuesta que no quería escuchar.

El hombre observó a su mujer, le miró con la fortaleza que en una situación semejante era necesaria, pero en lo profundo de sus ojos no había más que culpa y arrepentimiento.

—Luchando —dijo, su voz se quebró casi al final—. Luchando por su vida —prosiguió al ver la confundida expresión de su amada.

Carla tragó saliva, sus ojos brillaron con resolución al dirigirse a la entrada de la casa del Exaltado, pero su hombre fue más rápido al interponerse en su camino.

—Hazte a un lado —dijo ella, amenazando con su mirada, y Corb no dudó que pudiera cumplir con lo que estaba pensando, pues podía notar la locura ya invadiendo su ser.

—El Exaltado ordenó que nos mantuviéramos fuera.

—Quiero ver a mi hijo.

—Verás solo su cadáver si entras.

Carla tembló ante la afirmación, recuperando la compostura también gracias a ella.

—Corb, por favor dime qué estará bien. —Envolvió sus brazos en su hombre. Él gimió, aguantando el dolor de las heridas abiertas.

—Lo estará —dijo, inhalando el aire fresco—, es un niño fuerte.

Xin no podía saber lo que pasaba, era solo una niña, sin embargo, tenía una fea premonición en su corazón.

—¿Qué fue lo que sucedió?

Corb bajó la cabeza para observar a su mujer, ya no podía ocultar su expresión de culpa, aunque la rudeza persistía.

—No lo sé, todo fue tan rápido... Habíamos llegado al puerto —comenzó a relatar al ver su insatisfecha mirada—, Roria, la mujer del flanco Torhbien le invitó un pedazo de serpiente de mar a Joro, casi siempre lo hacía. Es una buena mujer. —Carraspeó al ver qué la preocupación se tornaba enfado—. Era lo mismo de siempre, limpiar el casco de la embarcación, nada anormal. Él lo hizo, rápido y bien, me alegré al verlo... Llevamos el bote del nuevo al agua al culminar, pues teníamos un contrato con un par de aventureros para llevarlos a la isla Joya Brumosa. Joro me pidió permiso para acompañarnos, no estaba muy seguro de eso, pero ya tenía tiempo que trabajaba con nosotros, era uno más de la compañía, y los hombres así lo festejaban —sonrió de forma involuntaria, pero para Carla, aquella declaración sonó horrorosa, y así como había aparecido la sonrisa de su amado, miró de forma despiadada a los demás hombres heridos—. El contrato solo era de ida, y el viaje no fue distinto a los anteriormente realizados, pero al volver... —Hizo una mueca, le resultaba difícil expresar lo que había visto—. No sé lo que fue, de repente nos invadió una frialdad extrema, acompañada de voces indescriptiblemente horripilantes. Me sentí mareado, y la luz guía del bote desapareció. Hasta que escuché su grito. —Guardó silencio, sintiendo como su corazón se apretujaba. Carla le instó a continuar—. Algo lo estaba levantado —Sus ojos observaban la nada como si reviviera lo ocurrido—, podía ver su cuerpo flotar, pero no el de la criatura. Grité que soltara a mi hijo. Carla, estaba aterrado, en mi vida había experimentado tan terrible miedo. Mis piernas temblaban, pero fueron los gritos de Joro los que me permitieron moverme. Golpeé a la nada con el remo, y lo seguí balanceando como loco, hasta que sentí como mi piel era lacerada por cuchillas delgadas... Cuando desperté nos encontrábamos cerca del puerto, con nuestros cuerpos cubiertos de heridas. Joro apenas si respiraba, pero me susurró algo: "protege a Xin". —Fue incapaz de contener las lágrimas, aunque su expresión era recia—. Estoy orgulloso, Carla.

—Me importan tres abismos tu orgullo. Mi hijo, mi dulce niño está allá, a las puertas del campo de los sueños. No quiero escuchar tus estupideces. Si muere será culpa tuya.

—Lo sé —asintió, con una sonrisa autoburlona.

°°°

—Desde pequeña tengo la habilidad de recordar todo —dijo Xinia—, no olvidó fácilmente, pero lo que ocurrió después de ver a mi padre herido no es claro para mí.

°°°

La puerta del hogar del Exaltado fue abierta. Nadie expresó sonido alguno al ver al hombre de túnica blanca, su rostro estaba cubierto por sudor, y su tez pálida era un reflejo del esfuerzo realizado.

—Su hijo ahora descansa en el campo de sueños —dijo con un tono grave, parecía no estar acostumbrado a dar malas noticias.

Carla cayó sobre sus rodillas, lamentándose a todo pulmón por la perdida sufrida. Las mujeres cercanas la ayudaron a levantarse, pero la fuerza en sus piernas era inexistente.

Corb se adentró a la casa del Exaltado, para salir unos segundos después con el cuerpo de su pequeño en brazos. En el rostro de Joro había tranquilidad, pero su cuerpo expresaba el sufrimiento que experimentó por la gravedad de sus heridas.

Xin tragó saliva, incapaz de entender porque su hermano dormía. Corrió hacía él, tirándole del brazo.

—Basta —bramó Corb.

—Dile que despierte, papá, me prometió que me contaría otra historia. Dijo que...

—Está muerto, Xinia. Tu hermano está muerto.

—¿Qué? Yo lo veo dormido. Vamos. Joro, deja de fingir o me molestaré.

—Ya basta, Xinia. —Su voz se quebró, el dolor era insoportable.

—Pero, papá...

—¡Qué basta, maldición! —gritó, contorsionando su mueca en una de absoluta ira—. Tu hermano está muerto, jamás volverá a despertar ¡Entiéndelo de una maldita vez!

Xin observó perpleja a su padre, seguía sin comprender la profundidad de lo que significaba morir, pero eran hermanos, compañeros, compartían más que solo la sangre, tenían un vínculo irrompible, pero en ese instante sintió algo fragmentarse en su interior. Su corazón dejó de latir por un segundo, y sus ojos perdieron por completo la vida. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas sin ningún control.

—Xinia, cariño —dijo Corb al encontrar extraño el comportamiento de su hija, lamentablemente ella ya no estaba presente.

La tierra comenzó a vibrar, el cielo a llenarse de nubes de tormenta, mientras relámpagos dibujaban el paisaje a lo lejos. La gente comenzó a dispersarse con rapidez, pero la súbita presión los detuvo. La luz de las cercanías desapareció.

—Hija, no me asustes. —Le tocó el hombro con la mano desocupada, apenas si logró hacerlo—. Háblame. —La retiró al experimentar un dolor agudo en la punta de sus dedos.

Un cerco de rayos impactó en tierra, causando una marea de destrucción. El viento afloró, golpeando los cuerpos de todos los presentes con intensidad.

La energía primigenia que despertó en el cuerpo de la niña le protegió, iluminando su cuerpo con una tenue luz azulada, que en la densa oscuridad deslumbraba.

Corb observó a espaldas de la niña algo que había deseado nunca volver a ver. Ahora lo recordaba, esa negra silueta había sido la causante del deceso de su hijo. Quiso enfrentarse a ella, pero la lógica en su cerebro y la preocupación por el bienestar de su hija le hizo desechar la idea. Llevó su mano devuelta al cuerpo de Xin, pero al instante que sus dedos se acercaron para tocar su brazo sintió un ataque de rechazo. Su mano se adormeció, no podía moverla, con el dolor en aumento con cada segundo que pasaba. Apretó los dientes con toda su fuerza, quería llevarse a su hija, alejarla de aquella cosa espeluznante, pero fue incapaz.

—Eras tú. —Su tono era como trueno, inentendible por el idioma expresado, y repleto de energía maligna.

La gente que había tomado la decisión de quedarse percibió como el ambiente se enfriaba, todo se hacía más lúgubre, quieto y silencioso.

Una serie de rayos cayeron, iluminando las cercanías.

La cosa era alta, delgada y jorobada, su rostro se extendía al menos medio metro enfrente de su pecho. Su boca se trataba del mismísimo abismo. Sus ojos eran dos luminarias rojas, que centelleaban en figuras amorfas, como relámpagos. Sus manos eran gigantes, con dedos curvos y afilados, mientras la parte inferior de su cuerpo estaba cubierto por la bruma artificial que la oscuridad creaba.

Se movió a la velocidad del relámpago, extendiendo su extremidad para hacerse con el cuerpo de la niña. La energía que le protegía hizo su función, rechazando el contacto. La cosa rugió en consecuencia, imprimiendo más de su energía en la acción. Los dedos de su mano se desviaron en ángulos dolorosos, pero ni aquello le hizo desistir.

—Aléjate de mi hija —gritó Carla envalentonada.

La cosa le dedicó una única mirada, suficiente para hacerle caer de rodillas. El terror hacía sufrir su corazón, pero la posibilidad de perder a su hija lo hizo más. Intentó levantarse, pero fue cuando notó que otro cuerpo había sido más rápido.

Corb saltó, lanzando un fuerte puñetazo a la horrible cabeza de la criatura humanoide. La cosa interrumpió su acción de agarrar a la niña, para volver su atención al hombre que caía de rodillas ante su presencia. Los dedos de su mano se reestructuraron a su forma original, mientras observaba en completa calma a ambos humanos idiotas que osaron actuar en su contra.

—Huelen igual. Amor. La despertará. La debilitará.

Tomó el cuerpo de Corb y lo acercó a su gran boca, succionando toda su energía vital, junto con algo más. El hombre palideció antes de tornarse en un saco de huesos, tan seco y arrugado como la tierra en el desierto. Cuando fue depositado en el suelo ya había muerto.

El cuerpo de la pequeña tembló, muy en su interior se había enterado del deceso de su padre.

La extremidad se acercó a Carla, pero la resistencia fue inútil, terminando con un destino similar al de su amado.

Una poderosa onda de energía primigenia envolvió todo el pueblo. Los cielos se abrieron para darle paso a rayos tan grandes como montañas, que no solo impactaron mar adentro. Las vibraciones sacudieron la tierra, separándola en diversas regiones del asentimiento.

Xin observó la cosa, sus manos se extendieron de forma inconsciente, y cuando lo hizo, dos sellos antiguos aparecieron en sus palmas, pero fue demasiado lenta ante el movimiento de la criatura, que logró tomarla para acercarla a su boca. La sensación fue horrible, el mundo había sido brillante hace unos segundos, pero, ahora se apagaba, era indescriptible el sentimiento, no había nada que se le comparase, ni siquiera la muerte de su hermano.

Una espada descendió del cielo para caer justo entre la criatura y la niña, cortando la extremidad de la mencionada al inicio. Xin cayó al suelo, apenas consciente, pero sin la fuerza para moverse. La energía primigenia que anteriormente le había protegido había desaparecido, sin dejar rastro.

—Estas en territorio del dios Yurcra de las Profundidades, traidor —gritó alguien proveniente de la oscuridad.

Cientos de sellos mágicos comenzaron a dibujarse por toda la zona, mientras siluetas humanoides aparecían al pie del mar.

La espada clavada en la tierra se convirtió en un charco de agua.

—Yurcra está muerto —dijo la cosa en el idioma común, mientras su brazo se reconstruía.

—Al igual que tus amos, traidor —replicó el mismo de antes, con un tono potente y lleno de enfado.

—Te equivocas, vástago del mar. Mis amos no estás muertos, no lo están. —La energía maligna se potenció a una cantidad sobrenatural.

—Ni los dioses. Carnatk continúa vivo, y buscará tu muerte. Si es que no le quitó esa molestia ahora mismo.

La cosa pareció afectada por el comentario, pero rápidamente recuperó el habla.

—Ilusiones y sueños, siempre ilusiones y sueños. Sin aceptar que la verdad ha sido dada. Los Seres vendrán. —Ante la mención, todo quedó en silencio, ni el propio cielo se atrevió a hacer ruido. Observó a la pequeña niña, sus ojos de fuego centellearon—. Y nadie podrá detenerlos. —Su cuerpo se desvaneció, al igual que la energía maligna.

Xin no logró resistir más, perdiendo el conocimiento.

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