—¡Mi señor!
Escuchaba a lo lejos, pero el resplandor y calidez que su cuerpo experimentaba no quería perderlo. Respiraba con normalidad, y nada negativo habitaba en su mente, se sentía bien... muy bien.
Abrió los ojos de forma abrupta, perdiendo por un segundo la facultad de respirar, todo se encontraba oscuro, frío y desolado. Se levantó con la ayuda brindada por la dama de cabello pelirrojo, que desprendía de sus ojos dos solitarias lágrimas.
—No hagas preguntas —dijo al escucharle abrir la boca.
—Por supuesto, mi señor —asintió.
—Sé que estás preocupada por mí, pero, por favor, permíteme estar solo. Lo necesito.
Meriel se mostró renuente, pero la tranquilidad en su voz le inspiraron confianza, aunque no tanta para dejarlo solo después de haber visto su intento de suicidio.
—Es una orden, Meriel —dijo al ver su inactividad.
Asintió, alejándose a pasos lentos.
Él observó el oscurecido cielo nocturno, santiguándose con profundo arrepentimiento por las víctimas de su sable. Extrajo un cuchillo de su bolsa de cuero, y empezó a cavar, sin demasiada fuerza para evitar romper la hoja.
∆∆∆
La claridad del alba traspasó la tenue neblina, que advertía con intensificarse al paso de las horas.
Primius salió del refugio, vistiendo una capa gruesa, y el único conjunto del que era propietario. Se bajó los pantalones y orinó, experimentando la preciada relajación del acto. Respiró el gélido aire, temblando por la poca resistencia a tan brutal clima, aunque no tan salvaje como lo había sido el de la noche anterior.
Se levantó los pantalones al escuchar el ruido proveniente a su derecha. Sus ojos no eran tan buenos como los de los demás, pero pudo apreciar la sombra en el bosque que se movió a una velocidad que no podía catalogar de lenta.
—Que me jodan —dijo al abrocharse el cinturón y tomar la empuñadura de su espada, tentado a gritar por ayuda.
La bestia cuadrúpeda, de largo hocico, ojos siniestros y pelaje oscuro se detuvo a metros de distancia, mirándole como quien observa a una indefensa cría.
—Mierda. —La hoja advirtió con atorarse por el mal ángulo que había ocupado para sacarla. Estaba nervioso, la bestia no era normal, la podía sentir tratando de inducirlo a pensamientos negativos, algunos ya comunes en su mente—. ¿Acaso deseas pelear, cosa fea?, ¿quieres pelear contra el gran Primius, cosa fea? —Apuntó con el filo, pero sin la confianza para ganar el combate.
La bestia bufó, indiferente a las preguntas, no se movió, prefería observar. Sus ojos eran como dos perlas negras, centelleando corrupción.
—¡Me...riel! —Intentó gritar, ignorante al origen del miedo que comenzaba a experimentar—. ¡Meri...el!
La bestia le mostró los largos y ensalivados colmillos, como si le sonriera con malicia. Él balanceó la espada, amenazante, y tal vez su expresión enloquecida, o nerviosismo exagerado consiguió aburrirla, pues emprendió la partida sin mucho interés en el individuo que seguía intentando gritar el nombre de su compañera.
—Escuché gritos de mujer.
Primius volteó enseguida, sonriendo con nerviosidad, alegre por observar a su compañera.
—Hay algo aquí, Meriel —dijo, sin recuperarse del miedo—, no estoy seguro de que era, pero fue horrible.
—Habla con claridad. —Cambió su expresión a una más seria, el terror en los ojos de su compañero lo exigía.
—¿Dónde está el señor Gus? —Continuó apretando la empuñadura con fuerza, y la balanceó sin cuidado—. Debemos advertirle.
—¿Advertirle qué?
—Que nos encontramos en peligro.
Meriel consideró por un breve momento sus palabras, sin embargo, su comportamiento errático no le inspiró nada de confianza.
—Guarda el arma —ordenó, haciendo un ademán de la solicitud.
—Debemos...
—Primero guarda el arma, Primius —interrumpió, acercándose con cautela.
—¿Y si vuelve?
—No lo hará.
—¿Cómo estás tan segura?
—Es la última vez que te pido que guardes el arma.
—Maldición, pelirroja —gritó desesperado.
Meriel desenvainó con rapidez, y con una habilidad de experta desarmó a su compañero, golpeándole con el codo y llevándole al suelo en un solo movimiento.
—¡¿Qué mierda te pasa, Primius?! —reprobó, enojada. Envainó, pero su mano no abandonó la empuñadura—. Te consideraba un imbécil, pero lo de ahora es inconcebible.
—Va a volver —Abrazó sus piernas, gimiendo—, volverá. Llama al señor Gus. Llámalo, por favor.
—Está descansando, y ambos sabemos que lo necesita. Ponte en pie, Primius, hazlo y busca ramas para prender la fogata.
—Pelirroja...
—No perderé el tiempo con estupideces. —Se alejó, disgustada con tener que soportar la cobardía del exregio individuo.
Primius se levantó a los pocos minutos, tembloroso y en alerta. Miraba continuamente al lugar antes visitado por la criatura cuadrúpeda, sintiendo como si su sombra todavía estuviera allí. Recogió su arma, dejándola desnuda, no quería que se le atorase por si llegaba a necesitarla.
Xinia salió del refugio, bostezando por el cansancio remanente en su cuerpo, pero la sorpresiva silueta de su compañera guerrera le motivo a ponerse en pie con rapidez.
—No me siento muy bien —dijo, con la voz constipada—. Me duele la garganta —continuó al no ver reacción de su compañero—. Meriel...
—¿Qué pasa? —Volteó a verle.
—Nada —sonrió. Meriel regresó la mirada al lugar donde antes la había posado. Xinia la imitó, sorprendiéndose al notar el cuerpo durmiente de su señor al resguardo de un árbol de copa desnuda—. Creí que había vuelto.
—No, durmió fuera. Estoy preocupada.
—Lo estamos todos.
—Me gustaría poder ayudarlo.
—A veces la mejor ayuda es no ayudar.
—Que estupidez. —Le miró reprobatoriamente. Xinia sonrió, sin ofenderse por el insulto a su consejo.
∆∆∆
La oscuridad de la noche envolvió el denso bosque, las sombras que desaparecían al primer indicio de luz de la mañana comenzaron su avanzada.
Los animales huían en manada, y las bestias orgullosas se quedaban solo para ser asesinadas.
Ahí, en las entrañas del bosque habitaba un gran ejército, uno temible, que amenazaba con acabar con toda la vida que se interpusiera en su camino.