Amaris observó a su amado, su movimiento de cruz de su rostro al pecho y de vuelta, acompañado de un susurro, y recordó su explicación, de manera que lo imitó, queriendo tener algo en común, sin saber que está vez el significado había cambiado.
—¿Qué es lo que haces? —preguntó Meriel con duda, queriendo escuchar la respuesta antes de darle paso a su intuición, él le miró, sonriendo con mucha calidez.
—Lo que ves —respondió Primius con simpleza, indiferente a la mirada de todos.
—Mierda, Primius, está muerto.
—Eso mismo —dijo, terminando de desabrochar la armadura brillante—. De nada le va a servir, pero a mí sí. Joder —Su espalda ardió, doblándose por el dolor—, como duele ¿Tienes otra pócima?
—Vete a la mierda. —Le dio la espalda, regresando al lado de su señor.
—Gracias, eres muy amable —dijo con una sonrisa insípida.
—¿No le dirá nada, mi señor?
Gustavo exhaló, tenía demasiada fatiga como para poner su atención en otra discusión.
—Es su botín de guerra, supongo.
—Yo pensé que a usted le disgustaría —dijo Meriel, encontrando en su punto de visión al alto guerrero del mazo, respirando, aunque no por mucho.
—Me disgusta —aceptó, lanzando otro hechizo rápido de sanación sobre su cuerpo—, pero lo entiendo. —Su mente divagó a un recuerdo lejano, donde todavía portaba su chaqueta azul con honor, y mostraba la inocencia de un necio.
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El capitán le arrojó un par de botas, cubiertas de lodo y un manchón de sangre, santiguándose con una sonrisa cínica.
—Pontelas, eres el que más las necesita.
Gustavo asintió, sin prestarle atención al cuerpo inerte del gringo fusilado. El grupo de hombres del escuadrón Águila carcajeó, percatándose de la diferencia del tamaño del calzado de ambos chiquillos.
—Puedo prestarte una mía —dijo Héctor, descalzándose—. ¿La izquierda o la derecha?
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Amaris le tocó el hombro al sentir la extrañes, su nebulosa y perdida mirada, y la gota cristalina que resbaló hasta su mentón, que ella intuyó permanecía al esfuerzo por la batalla anterior.
—¿Estás bien?
—Sí —dijo al regresar al presente—, lo estoy, solo recordaba a un buen amigo.
—Un amigo suyo, estaría complacida de conocerlo.
—Eso no será posible —dijo, parando en alto a sus palabras para no seguir manchando el recuerdo con tristeza.
Amaris optó por detenerse con la inquisición, descubriendo así que no había sido una gota de su sudor. Sabía que el joven tenía muchos secretos, y no era su misión aclararlos ante todos, sino a solas, en una habitación oscura sería lo preferible.
—No te recomiendo tomar la espada —advirtió Xinia, que había calmado su paso para observar en detalle las acciones del expríncipe—. Las armas de esos individuos están encantadas con sellos de propiedad hechos por los sacerdotes de más alto rango del reino de Rodur, blandirla podría matarte.
—No me preocupa —Guardó la segunda espada en la bolsa—, recuerda quienes son ellos. —Apuntó con la mirada a Gustavo y Amaris, que caminaban lado a lado—. Estoy seguro de que cualquier hechizo de esos miserables fanáticos no son nada a sus ojos.
—En eso tienes razón —dijo, refiriéndose a su señor, pues todavía no había presenciado el verdadero poder de la maga.
El expríncipe asintió ante el halago, y al sentirse satisfecho con el saqueo de los cuerpos se puso de pie, frente a la guerrera del escudo, que le observó con indiferencia.
—Por cierto, ¿cómo sabes tanto?
—Soy originaria de Rodur —aclaró, sin intención por mentir.
—Oh, pensé que eras como la pelirroja.
—¿Cómo?
—Proveniente de los reinos desolados —contestó, retomando el paso—, pero parece que me he equivocado, lo siento.
—¿Por qué te disculpas? —Caminó a su lado.
—Cuando nos conocimos hablé pestes de tu reino. —Fingió honestidad en esos ojos tan apáticos, como muertos—. Espero y no me guardes rencor por ello.
—No lo acepté en mi corazón, es más, lo había olvidado. —Se sinceró.
—Gracias —sonrió, acomodando el collar obsequiado por su madre que se había pegado a su pecho—. ¿Puedo hacerte una pregunta?
Xinia asintió, poco a poco su habitual personalidad tomaba control de su expresión.
—¿Van a volver a emboscarnos?
—No entiendo.
—Tú fuiste la causa de esto, ¿no?. Espera, espera —Le sujetó la mano al verle marcharse, ganándose una seria y penetrante mirada—, no me malinterpretes, no quise decir que fueras una traidora, o que nos habías vendido.
—Explícate antes de que te haga daño, Primius. —Se deshizo del agarre, pero la intención en sus ojos persistió.
—Vi la mirada que te lanzó el anciano cuando apareció, también cuando la pelirroja lo arrojó a los pies de nuestro señor. Así que, o se conocen, o ellos a ti, al menos ese tal ilir lo hace, lo que podría representar de que fuiste poseedora de un buen estatus en Rodur, y por ello conoces tales implementaciones de encantamientos en sus armas, que yo podría decir, o casi afirmar que no es información común —Meneó los labios con ligero desinterés—. Para finalizar, ellos sabían de ti, y tú de ellos, solo es cuestión de juntar las piezas... Pero también te observé pelear —dijo al exhalar—, y jamás mostraste piedad, de manera que, o eres un fiel sirviente que abandonó su anterior título, y por ello nuestro señor te respaldó al no querer revelarte como la causante de la emboscada, o eres una traidora que tiene una misión todavía más importante, y hemos estado siempre en tu mano. No digo que eso sea la verdad, solo que es una posibilidad.
—Te atreves a manchar mi honor —Se enfureció, pero logró calmar sus ímpetus, regalando una tercera vida al expríncipe.
—¿Has notado la velocidad de nuestro paso? —infirió. Ella asintió, entrecerrando los ojos—. Bien, porque no te estoy acusando de nada, solo impliqué que existe la posibilidad de que fueras una agente de Valdrel, solo eso. Explicarte mi razonamiento fue un tipo de agradecimiento por tu información anterior.
—Tu razonamiento flaquea —dijo con un tono más calmo—, porque has fallado en lo más fundamental.
—¿El qué?
—Decirme como hice para que nos encontraran sin que él lo supiese —Apuntó nuevamente a su señor, que había llegado junto con Meriel y Amaris a los caballos.
Primius guardó silencio, reflexionando las palabras de su compañera.
—Admito que esa es una incógnita de la que cuál no tengo respuesta inmediata.
—Eres un astuto individuo —dijo ella—, y te has disfrazado muy bien de imbécil.
—Eso pensaba yo —sonrió, bajando el rostro—, pero al final el disfraz fue el de astuto.
—¿Por la cuestión de por qué ahora eres nuestro compañero?
Primius asintió, pero prefirió el silencio a las palabras, usando solo miradas para describir lo complicado de la situación. Xinia prefirió abandonar su charla, acelerando su paso.
—Al parecer dos de nuestros caballos escaparon —explicó Gustavo al verle llegar—, el de Primius y el de la señorita Amaris. Si no tienes ninguna queja propondría que cabalgaras con la señorita.
—Yo me opongo —dijo Amaris al ser tomada por sorpresa—, digo —le sonrió con franqueza a la guerrera del escudo—, no tengo nada en contra suya, solo prefiero cabalgar al lado de Gustavo.
—Eso no sería prudente —dijo él.
Meriel masticó el nombre de su señor al escuchar a la maga decirlo con exactitud, pero su intento solo dio resultados irrespetuosos.
—¿Por qué?
—Yo no tengo ningún problema —dijo Xinia al subir al equino.
Amaris le miró, dolida por no ser correspondida en su alianza femenil, al tiempo que regresaba su atención al joven, que había preferido guardar silencio.
—¿Doncella de quién seré yo? —intervino Primius, que había escuchado todo.
Meriel carcajeó por la broma.
—Ven conmigo, querida —dijo de inmediato—, yo te protegeré.
—Oh, estoy muy solicitado —fingió la sonrisa nerviosa—. ¿Tengo el permiso del señor?
Gustavo inspiró profundo, demasiado cansado para seguirle el juego.
—Hagan lo que deseen.
∆∆∆
El sonido había abandonado por completo la zona, los animales en su completa sabiduría habían desistido en su idea de cruzar la línea invisible que dividía el territorio de la terrible criatura, aquella que con ojos desolados observaba todo, aún con la inmensa oscuridad.
Bostezó, llevando la mano que portaba el cuchillo a su boca, intentando proteger el aire de lo frío de los alrededores. Inhaló, volviendo a su trabajo manual, a esa figurilla de madera amorfa y horrible, que había querido representar a una poderosa águila.
—¿Qué es lo que eres, "mi señor"? —preguntó la silueta salida de un profundo abismo a los pies de un enorme árbol. Se protegió rápidamente con la capa dorada a su espalda al sentir los fríos besos del aire.
Detuvo el tallado y reflexionó la pregunta sin hacerle verdadero caso al tono ocupado, pero no encontró respuesta.
—No entiendo tu pregunta, Primius.
—Basta de estupideces —dijo, conjurando la furia y el miedo en su corazón, que le impedía mantenerse firme ante el joven sentado—. Ya deja de tratarme como un imbécil y responde ¿Qué maldita cosa eres?
Primius sintió una extraña presencia detrás, rozándole el cuello con algo que no podía explicarse. Volteó y se encontró con un alto e imponente esqueleto de armadura color azabache, cráneo blanco y delgadas líneas azules parecidos a cabellos con la gravedad invertida. La cosa le miraba con una potente intención de matar, que si no fuera por la orden mental, muy probablemente su cabeza hubiera caído de su cuello.
—Sigue vigilando el área, Guardián —ordenó en ese idioma perdido, que solo los arcanos, iluminados y estudiosos se podían dar el lujo de hablarlo.
—El esclavo merece morir —dijo, sin quitarle los ojos de encima a Primius.
—No es un esclavo, es mi compañero. Así que ve, y haz lo que te he pedido.
—Sí, Su Excelencia. —Hizo una notable reverencia y se esfumó, sin mucho esfuerzo para proteger su presencia por la extensa oscuridad en los alrededores.
Gustavo pidió al expríncipe que se acercara, dejando un hueco al lado suyo para que se sentara, pero Primius se negó a moverse.
—Pude haberte abandonado cuando pediste por mi ayuda en ese campamento enemigo —dijo, sin verse influenciado por la actitud irrespetuosa y temerosa del joven regio—, dejarte morir el día que casi fui derrotado por esa bestia gigante, y podría haberte vendido con los soldados que buscan mi cabeza por tu "muerte". Pero no lo hice, y no pido una devolución por mis acciones anteriores, pero ten la decencia de respetarme como tu igual, de verme a los ojos cuando te hablo.
—Ninguna acción benevolente está libre de cobro —dijo, un poco más tranquilo—, y ahora entiendo que mi esencia está comprometida. Fui un maldito arrogante al creer que podría volver a verla, pero no, soy tuyo desde el momento en que me salvaste de esa perra, solo no estaba enterado.
Gustavo sonrió, no logrando contener su risa.
—No hay artimañas, ni intrigas, Primius, te conocí ese día, y te salvé porque creí que podrías obtener lo que buscaba, solo por eso. Siento decirlo, pero no eres especial a mis ojos.
El expríncipe calló, su ego no pudo soportar colosal afirmación, era verdad que había tratado de abandonar su vida anterior y caminar el sendero desconocido al lado de tan peculiares individuos, pero su mente e influencia regia le habían hecho imposible no ver confabulaciones en su contra en cada susurro y miradas de sus compañeros, por lo que actuó, esperanzado por adelantarse en los planes de sus enemigos.
—Pero no malentiendas mis palabras —dijo después del silencio—, no quiero decir que seas una carga, o alguien desechable, solo que no tengo planes ocultos en tu contra, y si decides continuar a nuestro lado, te seguiré tratando igual, y espero que tú a mí.
—¿Eres humano? —Se envalentonó.
—Sí, lo soy.
—¿Y yo? —Tragó saliva— ¿Mi esencia no está comprometida? ¿Todavía tengo cabida en el salón de los héroes?
—¿Me preguntas si eres humano? —Primius asintió—. Supongo que sí... No sé cómo podrías haber perdido tu humanidad. —Guardó silencio de pronto, recordando un dato que desde hace mucho había olvidado: Guardián había sido humano, y aunque no entendía la causa de su actual transformación, algo le decía que la energía de muerte había tenido mucha influencia en el suceso.
—Parece que he vuelto actuar como un idiota, y lo lamento, mi señor —expresó con respeto, reencontrándose con su determinación de navegar por las mismas olas que Gustavo y compañía—, son sincero cuando digo que le agradezco por recibirme a su lado.
Gustavo le miró, y prefirió el silencio, había presenciado la ruptura de Meriel en su viaje al bosque de las Mil Razas, pero aun así ocupó la misma técnica con Primius, y aunque era verdad que era necesaria para su recuperación, también lo había condenado.
«Lo sientes, maldita sea, quién debe pedirte disculpas soy yo», no pudo hablar, cualquier palabra se quedaba pegada a su garganta.
Primius malinterpretó el silencio, sintiendo que ahora sí se había sobrepasado.
—Es mi turno de vigilar, mi señor —dijo Meriel, bostezando—. Creí que me tocaba a mí. —Observó a Primius, seducida por completo por el sueño.
—Y es tu turno, pelirroja —dijo Primius—. Yo solo salí a orinar.
Se volteó, escapando de la mirada de ambos sujetos.
—Puedo seguir vigilando.
—Por supuesto que no, mi señor —Se negó, pero el sueño no quiso abandonar su cuerpo—. Usted descanse.
—Bien —Se colocó de pie, dirigiéndose al hueco del árbol—. Cualquier indicio de amenaza debe ser informado. Por más mínimo que sea. —Bostezó.
—Sí, mi señor.