Colocada al pie de una estatua de piedra, se encontraba una rosa azul de pétalos impares, que navegaba en la circunferencia del recipiente con la ayuda del aire. Una mano, maltratada por una cicatriz lineal la acomodó en el lugar protagonista, adornando su compañía con una rosa de color similar, pero con una opacidad mayor, permitiendo que su destacada belleza persistiera.
—La rosa del emperador —dijo al levantarse, volviendo su mirada a una dama de cabello negro al terminar su breve, pero loable reverencia al tallado de piedra—, no creo que la necesite, pero nunca sabemos con los dioses.
—El único digno para celebrar al lado de ellos —afirmó, descansando sus manos en el reposabrazos de la silla de madera.
La mujer asintió con una ligera sonrisa, desprovista de falsedad.
—Me han dicho que apareces al alba, que cuidas de las flores y limpias la piedra desde el día que despertaste.
—Las flores marchitas deben quitarse. —Volvió la mirada a la figura de piedra—. Y las mañanas son tranquilas... y frías, pero acogedoras. Sigo con la duda de: ¿Qué significará el lobo en su hombro?
—Amaba a los lobos —dijo, segura de sus palabras.
—No lo sabía.
—Era un joven muy misterioso.
—Un héroe de verdad —convino, con una sonrisa triste, apagada, pero tranquila—. Sueño con ese día. Observo la sangre en mi pecho, la brutalidad de la batalla, la terrible muerte de Letion y Serzo... todo, pero, antes de despertar siempre la veo, y a él. Estás en sus brazos y él llora, gime y puedo sentir su dolor, pero después no hay más, solo un nuevo día... No busco respuestas —dijo al ver su complicada mirada—, estoy viva y eso me basta, y no tengo ningún interés por manchar su sacrificio con tonterías.
—Aunque desearás respuestas e hicieras las preguntas adecuadas —dijo luego del largo silencio—, dudo que encontráramos lo que buscamos, y ahora —Volteó con suavidad a observar la alta colina negra, a la que le faltaba algo—, es imposible saber con certeza que fue lo que le ocurrió... Nos arrebató por completo las esperanzas.
—No tengo palabras de aliento —Se acercó, mirando de reojo a las dos damas bien vestidas protegiendo cada flanco trasero de la silla—, lo siento, señorita Amaris.
—No deseo confort, el dolor está y lo estará por siempre. Al menos eso me dejó.
Nari inspiró profundo, sin apartar la mirada de la dama sentada, sus ojos no mostraron ni un ligero indicio de lástima, o emoción similar, no lo creía respetuoso para una mujer del calibre como lo era
—¡No es posible! ¡No puede ser posible! —Se escuchó un fuerte alarido en las cercanías, producido por lo que parecía ser una fémina vestida con una túnica completa color vino, con un bordado exquisito de una cabra en la espalda, que escupía un fuego dorado. Amaris la vio arrastrarse de rodillas antes de postrarse frente al pie de la estatua, con una postura que aparentaba la solicitud de clemencia—. No pudiste haber muerto —gritó, al tiempo que golpeaba con fuerza la dura calzada de piedra— ¡No!
Nari observó y contuvo sus palabras al vislumbrar en su campo de visión a la maga, que miraba la escena con una complicada expresión. Sonrió suavemente, agradeciendo a su Yo interior por la prudencia.
La misteriosa mujer se levantó al poco rato, se limpió la humedad de las mejillas con el dorso de la mano y palmeó con delicadeza el polvo invisible de su túnica. Volteó y fue cuando observó a la dama sentada, quién también le miraba, ambas se quedaron en silencio, observándose como si se conocieran, como si algo arcano las hubiera unido. Amaris inspiró al ver tan peculiar belleza, se perdió en sus ojos dorados con rojo, en su cabello negro recogido, que estaba acompañado por dos joyas azules, que tintineaban melodiosamente al ligero movimiento. Sus pómulos rosados palidecían en el oscuro de la piel, que aportaba de un brillo mayor a los carnosos y rojos labios que decoraban la parte inferior de su rostro. Sonrió con ligereza, provocando que el tiempo se detuviera, las aves ahogaran el aliento y las rosas voltearan al lado contrario, avergonzadas.
—¿Conocías al explorador Sin Nombre? —preguntó Nari al sentirse incómoda con el silencio.
—No como me hubiera gustado —respondió, acercándose seis pasos y quedando a nada de la maga—. Compartí con él un momento único, fugaz, pero de mucho valor... en palabras simples, me salvó la vida —Volteó a mirar la estatua, que indujo en sus ojos una cólera tan brutal que las dos sirvientas detrás de la maga quisieron hacerse con el símbolo del dios Sol para protegerse—. Por eso me es difícil aceptar que haya muerto. No lo creo.
—Yo tampoco quise hacerlo —dijo Amaris con un tono empático, sorprendiéndose por su iniciativa de expresar su opinión—, pero es imposible que alguien sobreviva a un colapso de mazmorra...
—Nada es imposible —dijo con convicción—. Decían que los Seres eran invencibles, pero los dioses y Altos Humanos lograron erradicarlos, creando con ello una nueva esperanza para la humanidad.
—Me gustaría creer, aunque no sé si mi corazón aguantaría.
—Eres una mujer fuerte —dijo al arrodillarse, y con un movimiento rápido que ni el ojo humano podía percibir se hizo con las manos de la maga, entrelazándolas con las propias—. Bendecida con muchos talentos —Amaris inspiró, guardando por unos segundos el aire en sus pulmones—, y si él está en alguna parte de este mundo, estoy segura de que podremos encontrarlo.
—¿Quién eres? —preguntó Amaris con duda, percatándose de la debilidad que el agarre le producía.
—Alguien que desea volver a verlo.
—¿Y si en verdad está muerto?
—Esa es una pregunta que responderé cuando haya visto su cadáver.
Debilitó el agarre, consintiendo que la maga recuperara el control de sus extremidades, Amaris no se percató que el silencio solo las envolvía a ellas dos.
—Quiero volver a verlo —dijo la maga, con las lágrimas tratando de escapar—. Tenerlo a mi lado y compartir mi vida con él.
—¿Qué estarías dispuesta a hacer para que aquello se cumpliera? —Se interesó.
—Cualquier cosa.
°°°