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Chapter 180 - ¿Héroe o villano?

—¿Qué fue lo de allá atrás? —preguntó Gustavo.

Primius bajó la cabeza, la ira estaba renuente a abandonar su cuerpo, las emociones que sentía eran tan intensas que le resultaba imposible dominarlas, no obstante, cuando observó la decepción en los ojos de su nuevo señor, un extraño dolor apareció en su corazón. Apretó el puño y quiso contestar, pero las palabras no salieron, se volvió a la dama pelirroja que había cerrado hacia su flanco derecho, notando su severa mirada, y al instante quiso gritar, pero le fue imposible.

—Eh ¡Responde! ¿Qué fue lo que pasó? —repuso, irritado.

Amaris le sujetó el brazo, negando con la cabeza al atraer su atención.

—Déjalo, Gustavo —dijo con un tono dulce y calmo—, deja que reflexione lo que ha hecho. Permítele entender sus errores, para que así no los vuelva a cometer.

Asintió de mala gana, no soportaba inmiscuirse en problemas violentos que tenían soluciones más razonables.

Un ensordecedor y violento trueno impactó en la lejanía, acompañado por largos e imponentes relámpagos que decoraron el cielo.

—Te entiendo —dijo Meriel con suavidad y tono quedo—, lo hago aunque no lo creas —Primius se había vuelto a ella, notando su comprensiva expresión—. La ira, la tristeza, la impotencia, todo es increíblemente doloroso, pero, con el vínculo que nuestro señor nos ha concedido, es mil veces peor. Lo experimento cada día desde nuestra incursión al bosque de las Mil Razas, lo siento en todo mi ser, y quiero explotar, descontrolarme, pero me contengo, porque sé que con tan solo una única vez que lo haga, ya no habrá manera de poder parar.

—Pero ¿Acaso sabes lo que hicieron? —preguntó, endureciendo el entrecejo y apretando más fuerte el puño.

—No, no lo sé —aceptó.

Primius quiso responder, pero fue interrumpido por la llamada del guardia de la puerta, que por encima de los muros de madera les hacía conocer su presencia.

Gustavo inspeccionó la zona a miradas rápidas, observó la sangre cubriendo algunas estacas puestas en la zanja, pedazos de piel en la tierra, y las negras huellas dejadas por las llamas en los muros.

—Parece que si se defendieron —dijo Ollin, con la calma en su rostro.

—Trae el emblema de los Ronsi —dijo Primius con tono severo y la cabeza gacha, y aunque no se notaba, estaba haciendo hasta lo imposible por contener su descontento.

El guardia en lo alto de los muros hizo a un lado los cabellos que por el intenso viento habían impedido su visión, carraspeó y con una mirada firme observó a Gustavo, tratando de discernir sus verdaderas intenciones.

—¡Dije alto! —repitió.

Gustavo detuvo al equino, ordenando a sus compañeros a imitarlo, para rápidamente encontrarse con la mirada del guardia en jefe.

—Le pido permita nuestra entrada —dijo con un tono cortés.

Ollin observó con detenimiento al joven de nombre extraño, su identidad como Salvador era una locura, pero su personalidad era lo que en verdad atrapaba su curiosidad, siendo un hombre determinado, dominante e impulsivo en batalla, para cambiar a una actitud serena, recta y misteriosa en su trato con las demás personas, y aunque su interés radicaba en eso, todavía deseaba desentrañar sus secretos y así esclarecer sus dudas.

—Una moneda plateada por persona —dijo con tono áspero y directo, sin dejar lugar a la negociación.

—Hijos de...

—¡¿Es una puta broma?! —Amaris endureció el entrecejo, y con el tono grave de su voz interrumpió al irritado expríncipe, quién miró con ligera sorpresa a la maga.

El rostro de todos cambió, salvo por Gustavo y Ollin, que continuaron con su imperturbable mirada.

—Estoy de acuerdo —dijo, silenciando las maldiciones de sus compañeros, y cortando de tajo sus hostiles intenciones—, ahora, por favor abran la puerta.

El guardia le miró con calma, barriendo de arriba a abajo su silueta, junto con la de sus compañeros, había sido fugaz la hostilidad, y si debía ser claro, tampoco le agradaban, pero la regla era sencilla: mientras pagaran podrían entrar, ya se encargarían los soldados dentro del pueblo si los individuos se convertían en una amenaza o no.

—Abran la puerta —ordenó.

—Gracias.

La pesada entrada se movió hacia adentro al quitar la tranca, permitiendo al grupo de seis entrar. Gustavo se hizo con una bolsita de cuero extraída de su bolsa de almacenamiento principal, y con una expresión de desinterés comenzó a vaciar su contenido en su palma desocupada, pero, incómoda por la existencia del pequeño lobo en su regazo. Las monedas tintinearon, mostrando un hermoso brillo opaco color dorado, siendo tres o cuatro las únicas de apariencia plateada. El guardia en jefe mantuvo la calma en su expresión, aunque no en su corazón, que latió como si un sonido violento le hubiera asustado.

—Tomen. —Amaris estiró la mano, entregando la totalidad solicitada a uno de los soldados cercanos, mientras que él observó a su superior sin saber como proceder, solo para verlo asentir—. No es necesario que las muestres todas —aconsejó con dulzura al observar al joven con el lobo, sintiendo que su ingenuidad a veces rebasaba el sentido común.

—Gracias. Yo no tenía tantas plateadas —sonrió al guardar nuevamente su bolsita de cuero en su bolsa de almacenamiento principal, no logrando notar las dulces miradas de Meriel, Xinia y Amaris, que se quedaron embelesadas por su mueca infantil, una expresión que su rostro parecía haber olvidado desde hace mucho.

—Adelante —dijo el guardia en jefe—, entren y encuentren refugio para pasar la tormenta, pero, en cuanto las cosas se calmen, será mejor que salgan de este lugar. Dañaron a hombres propiedad del señor Ronsi, y en cuanto lo sepa, las cosas no serán favorables para ustedes.

Gustavo observó al experimentado hombre, resultándole cuestionable su decisión de aconsejarlos en algo en donde él claramente tenía incumbencia. Primius musitó mil y un maldiciones en un tono solo escuchable para él, dirigidas en su totalidad al hombre de apellido Ronsi y su familia.

—¿Y por qué no hacerlo tu mismo? —preguntó, tratando de deducir la verdad en la expresión del recio hombre.

—Porque me encargaron cuidar la puerta y cobrar la cuota de entrada —explicó con calma—. Mi obligación empieza cinco pasos antes de los muros y cinco después, el resto es obligación de los demás.

—Gracias entonces —dijo con un tono cortés, pero su mirada solemne no cambió.

La sextilla comenzó a avanzar, introduciéndose por el único sendero de tierra transitable. No había muchos lugareños fuera de casa, pero lo que si había eran soldados, todos con indumentaria militar de cuero, espada envainada y escudo.

—Los Ronsi no son los únicos bastardos presentes —dijo Primius con un tono que Gustavo condenaba—, malditos, solo espero que los putos rayos caigan sobre sus infelices cabezas.

—Creo que estoy entendiendo de donde proviene tu enojo —dijo Amaris de pronto, observando a un par de soldados borrachos que manoseaban a una moza de cabellos oscuros cerca de una caballeriza—. Es porque escaparon, ¿no es así?, porque se fueron en un momento de necesidad para la ciudad de Atguila en el combate contra las bestias. —Sonrió al verle asentir—. Se fueron los malditos cobardes, pero, He... Primius, no olvides que el hombre a tu lado es quién salvó a la ciudad y a todo el reino, y aunque también estoy molesta con la acción de los Ronsi y el otro noble, o nobles, debes entender que su decisión de abandonarnos en batalla no afectó el flujo de la misma, y como lo has presenciado, ayudaron a matar a las bestias que se dirigían a este pueblo.

—¿Qué es lo que quiere decir? —Frunció el ceño, y tuvo la tentación de destaparse la cara para mostrar su encolerizada expresión— ¿Qué debo agradecerles por abandonar a los suyos? ¿Por dejar que personas que pudieron rescatar murieran por su maldita cobardía?, ¿eso es lo que estás intentando decir?

—No —negó con rapidez, con una sonrisa no muy atractiva—, por supuesto que no. Los bastardos merecen morir... Espera, Gustavo —Le sujetó la capa con fuerza al ver su intención de volverse hacia el lugar donde se encontraban los soldados y la moza—, no es el lugar ni el momento.

—¿Lugar y momento? —repuso con seriedad— Nunca hay lugar ni momento para hacer lo que están haciendo esos infelices, señorita Amaris. —Sus dos ojos destellaron la oscuridad del abismo por un instante, tan frío y penetrante que hasta la maga fue afectada.

—No es lo que trataba de decir. —Trató de excusarse, pero su expresión dulce se vino abajo al ver que la cólera ya se había apropiado del rostro de su amado—. Solo quería aclarar que empezar una pelea en este momento no es algo conveniente.

—¿Pelea? Ja, no, señorita, Amaris, esto no será una pelea. —Sujetó las riendas y con un movimiento preciso ordenó la avanzada rápida, mostrándose frente a los dos soldados borrachos a los pocos segundos—. Detengan su acto vulgar ahora mismo. —Saltó del caballo, y con un porte imponente se colocó frente a los dos hombres.

Ambos soldados voltearon con expresiones desorientadas. El de cabello rubio se levantó, casi tropezando con su propio pie, pero al tener el equilibrio requerido se mostró ante Gustavo con una sonrisa burlona por la diferencia de estaturas, ya que casi le sacaba una cabeza y media.

—Vete de aquí, pequeñín, este no es tu asunto —Hipó, con una fuerte tos que le acompañó—. Largo.

En un solo paso se colocó frente al tambaleante hombre, y con un rápido agarre a su garganta lo llevó al suelo, aterrándolo al condenar su mente a una vagancia por los lares de la muerte y la oscuridad. El soldado con la moza en su regazo se levantó con rapidez, tratando hacerse con su espada, solo para sufrir un fuerte puñetazo en su mentón que lo mandó a dormir.

—Se encuentra bien, señorita. —Preguntó, extendiendo la mano, pero de forma súbita giró la cabeza al ver el pezón saliente de su camisola blanca—. R-ruego me disculpe —dijo con un tono apremiante y con las mejillas coloradas.

—Sí, sí, gracias —dijo la moza, que estaba más concentrada haciendo suyas las bolsas de cuero amarradas al cinto de los soldados, que por la presencia de Gustavo.

—Si puedo ayudarla en algo...

—No es necesario. —Retomó la firme postura al tener su merecida recompensa—. Como consejo por tu buena acción, evita hacerte enemigos por una muchacha. Hasta pronto...

Se quedó de pie, estático al ver como la silueta de la moza se alejaba cada vez más y con la incógnita de sus palabras revoloteando por su mente, despertando al escuchar una fuerte risotada a sus espaldas.

—¿Fuiste el héroe o el villano? —preguntó Primius con una gran sonrisa.

—No lo sé, pero hice lo correcto —afirmó al estar nuevamente en su montura, sintiéndose satisfecho con su decisión.

—Solo espero que ellos también lo vean así —dijo, señalando con la mirada a la decena de soldados que le observaban desde el flanco derecho.