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Chapter 177 - Somos uno <Final>

Acompañado de su silbido, caminaba al entonar algo alegre que calmara sus impulsos más profundos. La recuperación estaba siendo más lenta de lo que había intuido, podía parecer fuerte por fuera, pero la fuerza que podría desprender de su cuerpo solo sería un remanente de su verdadero poder, mentalizándose para no perderse en pensamientos inútiles y deprimentes. Sus pasos disminuyeron su intensidad al entender que su destino estaba cerca. Exhaló profundamente, abriendo la puerta y aceptando lo que se avecinaba con mucho nerviosismo, prefería enfrentar nuevamente a la bestia Antigua que soportar lo que estaba por venir.

El interior de la posada estaba cálidamente alumbrado por un par de antorchas colocadas estratégicamente en los pilares de madera del recinto, apoyadas por dos tragaluces, largos y estrechos, pero con una gran eficacia al cumplir con su cometido.

--Gustavo. --Dijo alguien en la lejanía, con un tono melodioso y tranquilo, que denotaba una sutil alegría.

El joven apartó la mirada del centro de la sala, llevando su vista a la derecha, al lugar donde los comensales disfrutaban su comida, encontrándose con una pareja de individuos, un hombre y una mujer, muy distintos, pero a la vez idénticos. Aquellos dos individuos eran los únicos en el interior de la posada, aparte de él. Se acercó con una sonrisa amable, sentándose al ser invitado.

--Buenas. --Dijo, asintiendo de manera ceremonial.

--Extrañaba tus palabras raras --Sonrió de oreja a oreja, manoteando la mesa por la alegría que no lograba guardar dentro de sí--, muchacho --El brillo se apagó casi de inmediato al notar la incertidumbre en su cara--. Entonces es verdad, no nos recuerdas. --Se recargó en el respaldo de la silla, gesticulando una mueca de pena.

--Lo siento, pero no. --Respondió sinceramente, sin un cambio verdadero en su rostro.

Amaris guardó silencio, sirviendo con sumo cuidado una taza de madera con un líquido tenuemente amarillento, caliente y, con el mismo cuidado lo envío a las manos del joven, quién agradeció con la mirada, aceptando la cálida bebida.

--¿Puedo preguntarte algo? --Le resultaba un poco incómodo hablar de manera formal con aquel joven con el que años antes ya había entablado una amistad.

--Adelante. --Respondió al bajar la bebida, lamiéndose los labios para refrescar su lengua de la repentina quemadura.

--¿Cómo perdiste tus recuerdos?

Amaris quiso intervenir, pero la curiosidad sobre lo que había sucedido aquel día todavía le carcomía la cabeza, mostrándose interesada por las palabras siguientes que estaban por salir de la boca del joven.

--La verdad --Miró a Kenver a los ojos--, no lo recuerdo muy bien... Porque para mí, nunca los perdí --Dijo no muy convencido--. Debo ser honesto que me resulta complicado vislumbrar con claridad las personas que conocí en Agucris, algunas tan extrañas como sombras en la oscuridad y, aunque me resultaba un poco extraño, jamás le presté demasiada importancia.

Amaris golpeó la mesa, incapaz de soportar su frustración y enojo, pero se limitó a sonreír forzadamente, mientras miraba a Gustavo y a su padre.

--Demasiado extraño, diría yo.

--Concuerdo --Asintió--, cuánto me gustaría poder recordarlos --Observó a la dama de semblante pétreo--, lo digo de corazón.

--Entonces ¿Tus palabras también las olvidaste? --Su mirada se tornó brumosa, mordiendo gentilmente su labio inferior.

--¿Qué palabras?

Amaris inspiró esporádicamente, sintiendo el repentino peso de una montaña sobre su pecho, adolorido como nunca. Tragó saliva, queriendo abandonar cuánto antes el lugar, pero la mano de su padre en su pierna la devolvió a la realidad, recuperando casi instantáneamente la compostura.

--Ya las recordarás --Le sonrió, limpiando la huérfana lágrima que se atrevió a resbalar por su mejilla-- y, si no, haré que vuelvas a repetirlas.

Gustavo quiso preguntar, pero su agudizada intuición que había logrado desarrollar con sumo esfuerzo la que le gritó que no lo hiciera, que se lo guardara para sus adentros.

--Vine --Cortó el apacible silencio-- a despedirme. Me pidió que no lo hiciera esta vez y, aquí estoy, no atreviéndome a suscitar su enojo sobre mí nuevamente --Se levantó, sonriendo--. Gracias por la bebida caliente.

--Espera un momento --Se levantó con brusquedad, provocando que el respaldo de la silla cayera al suelo, creando un sutil ruido seco que hizo eco en la desolada sala--, Gustavo --Se volvió hacia ella, mirándola de manera calmada--. No puedes irte, no sin mí.

Mostró su confusión, desplazando su mirada entre ella y su padre, la repentina pregunta de ¿Quién demonios era ella? Y lo que representaba para su corazón lo dejaban más inquieto que saber que su mente estaba a nada de la locura a causa de la herencia de la muerte.

--¿Por qué? --Fue lo único que logró preguntar.

--El porqué no es importante, al menos no ahora.

Pensó por un momento, teniendo que guardar varias de sus palabras a punto de salir, para cambiarlas en el mismo instante, no quería ofender a la dama, pero tampoco quería que peligrara llevándola consigo.

--Por donde camino solo he encontrado muerte --Dijo de manera clara-- y, dudo que mi nuevo destino esté exento de ello.

--No soy débil, Gustavo --Se aventó un par de mechones a su espalda, observando con dureza al joven--, tal vez mi poder no se compara a lo que demuestras día a día, pero no soy débil, así que no me menosprecies.

--Mi intención no fue hacerlo... --Forzó una sonrisa.

--Dime muchacho --Intervino sorpresivamente, levantándose de la silla--, con honestidad ¿Quieres que mi hija te acompañe? --Amaris miró a su padre, pero él la mandó a callar con su mano.

--Padre...

--Que guardes silencio. --Arremetió contra ella con una mirada seria.

Gustavo meditó solo por apariencia, pues su corazón ya había respondido hace mucho tiempo, sin embargo, era el conflicto mental lo que le impedía dar una respuesta y, la mirada seria con ligeros toques de amor de la dama no lo ayudaban en nada.

--Sí --Dijo quedamente--, si ella lo desea, no me opondré.

Amaris tomó rápidamente la palabra al darse cuenta de que la respuesta de Gustavo no había satisfecho por completo a su padre.

--Agradezco la invitación --Sonrió, acercándose al joven-- ¿Cuándo partimos?

--Al anochecer, cuando el silencio impregne los alrededores.

--Muchacho --Dejó caer su mano en su hombro, mirándolo con dureza--. Gracias --Sonrió, llevándolo a sus brazos sin decoro--, muchas gracias --Lo devolvió a su lugar original, tocando ambos de sus hombros con las manos y observándole con agradecimiento--. Cumpliste con lo prometido y por ello te lo debo todo, salvaste a mi hija y, por lo que puedo intuir, no fue bajo el costo... No, no digas nada, cariño, tú tienes tu propio camino y yo el mío y, aunque estoy seguro que te extrañaré --Devolvió su mirada al joven-- que él esté contigo me deja tranquilo. Pero eso sí, muchacho --Su mirada volvió a recuperar la seriedad--, las manos no deben moverse ¿Me entiendes?

--En realidad no. --Negó con la cabeza suavemente, pero al sentir un fuerte tirón en su brazo, le impidió escuchar con claridad las siguientes palabras del hombre, quién prefirió guardar silencio.

--Volveré para despedirme. --Dijo Amaris, lanzándole una feliz y hermosa sonrisa.

Kenver asintió, observando desaparecer a los dos jóvenes por el umbral de la puerta.

--Por cierto ¿Tendría el privilegio de saber su nombre? --La dama sonrió dulcemente.

--Amaris Cuyu, pero ni se te ocurra seguir llamándome "dama Cuyu", por favor. --Le advirtió y, él tuvo que encogerse de hombros al notar que le habían leído la mente.

--Claro, dama Amaris.

--Solo Amaris.

∆∆∆

De pie, con Wityer en sus brazos y, con una mirada tranquila observaba los altos muros, apenas visibles por la absoluta oscuridad de los alrededores. Escuchó el repentino relinchar de un par de caballos, bufando al ponerse a cuatro patas, renuentes a acercarse al joven.

--Mi señor. --Saludó Meriel, brindándole las riendas de uno de ellos.

Gustavo aceptó de inmediato, acercándose para tranquilizar al indomable corcel, mirándole a los ojos con una empatía prodigiosa, digna de un domador, consiguiendo calmar al salvaje animal.

--Sí puedo preguntar --Cortó el silencio, dándole una de las riendas a la dama de cabello negro-- ¿Por qué seis caballos si somos cinco?

--Es una respuesta que se contestará por si sola en su momento. --Respondió con una sonrisa. Xinia no tuvo más remedio que asentir, ligeramente impotente.

--Debió haberla visto, mi señor --Soltó una pequeña risita--, el comerciante nos negó varias veces la venta de estos bellos ejemplares, sin embargo, nuestra querida Xinia no aceptó la negativa --La guerrera del escudo se limitó a acomodar sus cosas en el equipaje trasero del caballo, indiferente por las palabras de su compañera--. Aun cuando su señora nos amenazaba con un grueso cucharón de madera, jaja, pero ambos desistieron al ver las monedas doradas.

--¿Por qué no querían vender? --Preguntó.

--Por lo que nos dijo el comerciante, mi señor, el designio provenía del nuevo rey, prohibiendo la venta de caballos a todos ajenos a la realeza. La razón, la desconozco, mi señor. Lo siento.

--Los necesitamos, pero me siento un poco culpable, no sé que pueda pasarle a ese comerciante, o a su familia. --Dijo, perdido en sus pensamientos.

--Aceptó las monedas --Intervino Ollin con su habitual voz gruesa--, nadie desenvainó y le colocó el filo en la garganta, fue un trato y, conocía los riesgos, vender fue su decisión.

--Concuerdo. --Asintió Amaris.

--Por cierto, mi señor. Volvimos con Erin como nos lo pidió y, después de devolverle un par de cosas de la bolsa de nuestro amigo Ktegan, conseguí su nueva vaina --Extrajo un objeto alargado, que Gustavo lo vislumbró con mejor detalle al tenerlo en sus manos. Era un cinturón de cuero, color negro, tallado con algunas hileras de líneas, curvas y rectas, pero con la belleza y armonía que solo un maestro artesano podría crear--. Y sobre la armadura, nos mencionó un pequeño secreto --Sonrió, siendo reflejada por un retazo de luz lunar--, solo debe concentrar su energía mágica en ella y, los sellos que posee se encargarán de repararla.

Alzó las cejas, claramente impresionado por la nueva información y, con calma terminó de abrochar su nueva vaina en su cintura con un poco de dificultad por el amigo en sus brazos, amarrando al momento siguiente su confiable bolsa de cuero en ella y, extrayendo su preciado sable. Podía parecer algo tonto e infantil, pero se sentía desnudo sin su arma en su cintura.

--Gracias.

--Fue un placer, mi señor.

--Los caballos están listos, al igual que nosotros ¿Qué es lo que esperamos? --Dijo Ollin, sin ocultar su impaciencia.

--Sí, creo que es momento de partir. --Dijo, dirigiéndose a montar a su nuevo compañero de viaje, algo imitado por todos los presentes.

Hizo trotar al caballo, colocándose en paralelo del joven líder, lanzándole una mirada seria, acompañada de una sonrisa que no representaba el cordial y amistoso gesto.

--¿Mi señor? --Alzó una de sus cejas--. No pensé que conseguirías compañía femenina tan pronto. --Sus ojos centellaron. Quitó el mechón negro que repentinamente le obstruyó la visión, inspirando profundamente.

--Malinterpretas la situación --Dijo de manera clara, no dispuesto a ser enmarcado como un hombre sin decoro-- y, no permitiré que mancilles con tus palabras el honor de ambas. --Le lanzó una mirada seria.

Amaris tronó la boca, jugando con su labio, para al final desviar la mirada con mucho disgusto.

El quinteto y un caballo extra se alejaron en el horizonte, con destino a la entrada más cercana, dispuestos a darle comienzo a su nueva aventura.

∆∆∆

--¿Lo sabías? --Preguntó una dama con frialdad.

--¿Saber qué? --No mostró confusión, sino indiferencia.

--Que se iría. --Respondió con el mismo tono.

--Sí --Asintió--, lo sabía.

--¿Cómo lo permitiste? --Gritó, pero no sé levantó de la silla-- No sabemos si esa bestia regresará y, las defensas aún no están listas, no debiste permitirlo, no debiste.

--¿Permitirle? --Su semblante se endureció-- ¿Cuántas personas sacrificaron su vida antes de su llegada? --Guardó silencio para la respuesta, pero está nunca llegó--. La cifra sobrepasa los quinientos con facilidad, tal vez pueda llegar al millar ¿Y tú te piensas que yo puedo ordenarle o prohibirle algo?

Nadie en la oscura habitación habló, muchos de ellos se lanzaron miradas, pero nadie se atrevió a abrir la boca.

--Pertenece a tu gremio ¿O no? --Fue el hombre a su lado quién tomó la palabra unos momentos después.

--Solo de nombre --Respondió-- y, mi trabajo en el gremio no es algo que se vincula a mi responsabilidad con el reino, lo saben bien.

--Pero lo necesitamos. --Dijo nuevamente la dama.

--Por supuesto que lo necesitamos --Sonrió al no contenerse por la obvia afirmación-- y, por ello es que no debemos tratarlo como nuestra propiedad, porque por difícil que les cueste aceptarlo, él no es atguilense, no tiene una responsabilidad con el reino.

--Entonces ¿Qué propones? ¿Cómo podemos atraerlo y mantenerlo de nuestro lado?

--Sí es un vínculo lo que buscan, yo tengo una hija en edad que gustosa se ofrecería. --Intervino rápidamente una voz sagaz, muy tranquila para la situación.

--¿Un vínculo con <>? --Soltó una risita fría, acompañada de una mueca de insatisfacción-- ¿De verdad te atreviste a decirlo? Eres un desgraciado, Geerdia.

--Yo solo decía. --Alzó sus manos en sinónimo de derrota, haciendo una mueca similar. Pero nadie en la sala creyó sus acciones.

--¡Y una mierda que tú solo decías! Has buscado poder desde hace años...

--Guarden silencio. --Cortó la discusión, golpeando la mesa sin mucha fuerza, pero con autoridad.

--¿Tú que propones, Irtar?

--Ahora mismo me encuentro igual que todos, sin ideas --Se encogió de hombros--, pero sé que si el reino se encuentra realmente en peligro, él vendrá.

--¿Y esa certeza?

--Llámenosle intuición.

Todos guardaron silencio repentinamente, no por las palabras de administrador, sino por algo más, un mensaje para ser específico, uno de origen mágico.

--¿Para nosotros, o lo interceptaste? --Preguntó una las damas, jugando con uno de los anillos en sus dedos.

--Fue dirigido a mí --Respondió con seriedad--, pero la información que posee no es nada bueno.

--¿Qué decía el mensaje? --Preguntó uno, pero todos querían conocer la respuesta.

--Que el príncipe Herz ha muerto. --Dijo, sin mostrar sus verdaderos sentimientos.

--¡¿Cómo?! --La confusión fue unánime, algunos hasta se levantaron de la silla por la repentina noticia.

--Lo que escucharon, el segundo príncipe murió --Apretó los labios--. Maldita sea --Musitó, pero todos lo escucharon--, él era parte de mi plan --Bufó con enojo--, ahora sí estoy dudando si él vendría a nuestra llamada.

--Pero ¿Cómo murió?

--¿Y cómo saberlo? --Le fulminó, pero detuvo al pensar en algo que nunca debió pensar--. Prometimos salvar el reino --Observó a todos los presentes--. Nuestro rey falleció y, aunque se puede prever que lo haría por sus duras heridas, la repentina muerte del segundo heredero al trono hace sospechosa su muerte, al igual que el ascenso de Katran. Recuerden que él debería estar protegiendo la ciudad de Lour ahora mismo.

--¿Qué tratas de decir?

--Preferiría no hablar ahora, pero estoy seguro de algo, alguien confabuló en contra de la realeza y, creo que ese alguien pertenece posee la misma sangre. --Su mirada congeló a todos, entendiendo que lo quería decir.

--Sí, es mejor no hablar de eso en estos momentos. --Todos estuvieron de acuerdo.

∆∆∆

La noche estaba muriendo, dando paso al alba, que se aproximaba con mucha belleza desde el horizonte.

--Lo conseguimos. --Dijo una dama, abrazando por detrás al alto y fornido hombre que miraba en lo alto de su palacio el nuevo amanecer.

--No, aún no --Negó con la cabeza--, no hasta que él sea de mi propiedad. --Volteó, mirando a los ojos amorosos de su amada--. No hasta que él lo sea, mi amada, Prisilla.