El suspiro era lo único que podía escucharse, aquejado de la situación que había pasado y, desdichado por la forma en como había ocurrido, observando con ojos sin vida lo que pasaba enfrente suyo.
--... ¿Me podrás leer la próxima vez? --Preguntó con una gran sonrisa, tierna y pura.
--Lo haré. --Dijo luego de asentir, sonriendo igualmente que la dulce niña.
El pequeño infante observó irse a la pequeña silueta de rizos hermosos, volviendo a su libro al verla desaparecer por completo. "La historia de un iluminado" tenía por nombre aquel manuscrito, el relato al que más afecto le tenía.
La puerta se abrió de golpe, mostrando a un hombre alto, de porte imponente y de gestos duros.
--¡Te dije que fueras a practicar con la espada! --Se acercó, sujetándole de la pequeña túnica-- ¡¿Qué es lo que haces aquí leyendo?!
--Lo siento, padre. --Su mirada se tornó húmeda, forzándose a no derramar ninguna lágrima para evitar ser reprendido.
--Ningún hijo mío será un inútil con las armas, así que obedece --Sus ojos parecieron oscurecerse por el enojo que poseía-- y, sí te vuelvo a encontrar leyendo esos cuentos... Conoces el castigo. --Añadió después de un silencio, quitándole el libro de las manos y lanzándolo lejos.
--Sí, padre.
Obedeció, siendo forzado a caminar al ser sujetado del cuello.
El paisaje cambió de pronto, encontrándose ahora ante un hermoso jardín plagado de lindas flores, de colores diversos y exóticos y, de olores tranquilizantes y dulces. Tragó saliva, apretando los labios para evitar lo imposible, no logrado evitar derramar un par de lágrimas.
--¿Otra vez te golpeó tu hermano? --Preguntó, limpiando con un paño la sangre en la comisura del pequeño niño.
--No, madre, me he caído. --Respondió, teniendo ligeros espasmos de dolor al sentir la tela en sus heridas.
--La última opción siempre debe ser la violencia --Le sonrió, peinándole esos rebeldes cabellos hacia un lado e inclinándose para verlo mejor--. Eres un niño inteligente, hijo, demasiado para tu corta edad. Sé que has entrenado duro para no decepcionarlo, pero, no debes preocuparte por él, debes vivir tu vida, sea lo que sea que decidas ser, hazlo porque tú lo decidiste. --Sus ojos resplandecieron, ocultando la melancolía que provenía de lo más profundo de su corazón.
--Lo haré madre. --Asintió, con una sonrisa ignorante y pura, que le devolvió nuevamente la felicidad a su progenitora.
Parpadeó y, en ese parpadeo, la escena cambió nuevamente.
--Herz --Dijo con dificultad, con su voz ahogada en su garganta--... hijo --Abrazó su mano que tenía colocada en su pecho, temblando por la dificultad de la acción--, prométeme que serás mejor... mejor que él... que será tu sabiduría... la que guíe tus actos... y no tus emociones...
El puberto príncipe tragó saliva al ver qué la poca fuerza que abrazaba su mano había desaparecido, así como el pesado aliento que momentos antes había envuelto la oscura habitación. Cerró los ojos, derramando un par de lágrimas en silencio, ocultando su dolor para no gritar y, evitando los oscuros pensamientos que amenazaban con la tentación de un futuro violento.
--... Lo prometo --Dijo, colocando una flor roja sobre la estatua dormida de piedra--. Prometo que me convertiré en rey y, haré que todo lo que te pasó, no le vuelva a suceder a nadie, así tenga que sacrificar mi esencia, lo cumpliré, madre... Seré ese hombre que padre nunca pudo ser, por ti y, por mí, porque es el camino que he escogido. --Se arrodilló, no atreviéndose a levantar la mirada--... Madre, no te volveré a visitar, no hasta haberlo logrado, esa es mi determinación y, con mi sangre real como testigo, yo lo juro.
Suspiró, volteando al aburrirse de ver las innumerables escenas que pasaban frente a sus ojos, algunas le devolvían aquella felicidad de infante, otras le brindaban la oportunidad de volver a enfurecerse, de amar, de reír, de llorar... y, de mirar a sus dos hermanos, quienes habían sido los principales artífices de su prematuro deceso. Volvió a suspirar, observando el eterno río amarillo que tenía por delante, teniendo la sensación de que, después de cruzarlo, ya no había vuelta atrás.
Dio un paso al frente, comenzando a caminar y diciéndole adiós a su vida mortal, despidiéndose de Herz Lavis Urmic, de lo que fue y de lo que sería, de sus amigos y enemigos, de sus amores y, de los rencores del pasado. Enfrentándose a su nuevo destino, a su descanso eterno, donde las deidades decidirían depositar su alma por sus contribuciones en vida. No sabiendo si iría al campo de los sueños, o al gran salón de los héroes, o peor aún, al eterno abismo.
--Creía que eras más obstinado.
Una voz, juvenil y antigua interrumpió su caminata, no teniendo más remedio que voltear al sentir el tono algo familiar.
--Hola Gus --Dijo con calma, sin sonrisa ni hostilidad, solo una mirada serena, aunque un poco sorprendida--. ¿Has venido a despedirte?
--No --Comenzó a caminar, colocándose justo frente a él y colocando su mano en su pecho--, he venido a salvarte.
°°°
Despertó abruptamente, teniendo en su cuerpo la insensibilidad temprana de haber dormido durante cien años, con el dolor en sus párpados. Respiró como alguien a punto de ahogarse, deseando el oxígeno como su más valioso tesoro y, con una mirada roja observó al joven de cuclillas, de ojos negros como la oscuridad más profunda del abismo y, con una sonrisa que podría congelar a cualquiera.
--¿Por qué?... --Preguntó débilmente.
La armonía regresó a su cuerpo, recobrando el café de sus ojos y la calidez humana, mientras su respiración agitada era calmada con el ritual que había aprendido del libro de Spyan.
--¿Por qué, qué? --Acomodó sus tiesos cabellos por la sangre todavía presente.
--¿Por qué... salvarme la vida? --Exhaló en pausas, hablando en un tono falto de vida y emoción.
Gustavo se extrañó, no logrando entender como el Príncipe repleto de vida y añoro por el mañana se encontraba en un estado tan miserable, donde a sus ojos, la vida parecía un tormento.
--¿Y por qué no lo haría? --Devolvió la pregunta, una de la que no esperaba respuesta-- Dejarte morir sería imperdonable, no cuando puedo hacer algo para salvarte.
--Eres distinto... y, creo que eso me llevó a esto...
--¿Tratas de decir que yo fui el culpable de tu casi muerte? --Frunció el ceño, claramente molesto.
--No --Negó lentamente--... por supuesto que no... solo yo soy culpable... solo yo...
El calmado viento rozó sus rostros y, el joven de piel morena aprovechó el momento para colocarse de pie, brindando su mano en ayuda.
--Vamos Herz, levántate.
--No --Le manoteó la mano-- me llames Herz --Su mirada se oscureció, no solo de manera simbólica, sino también literalmente--... No lo hagas... NO LO HAGAS...
Se detuvo, observando al tembloroso individuo acostado, quién calmadamente intentaba ponerse de pie, recuperando la energía pura de su cuerpo al doble de su velocidad anterior.
--¿Qué te sucedió?
--Nada --Por fin logró levantarse, mirando con seriedad al joven de armadura--. Y será mejor que no vuelvas a preguntar.
--Quieres morir ¿No es así? --Lo cuestionó luego de un momento de silencio.
Herz alzó la mirada, observándole, sus ojos podrían intentar engañar a cualquiera, pero nunca podrían hacerlo con alguien que había pasado el mismo tormento.
--Sí --Contestó, gesticulando una mueca--, lo deseo más que cualquier cosa --Sonrió, terminando en una risa oscura, repleta de impotencia e ira--. Lo perdí todo ¡Todo! Y ahora... ¡Aaah!
--No dejes que te controle --Aconsejó, acercándose un poco--, la marca de muerte que te implantaron, aunque era una imitación, era muy poderosa y, si pierdes el control de ti mismo, ya nada volverá a ser como antes.
--¡Ya nada es como antes! --Le miró con ferocidad--. ¡¿Acaso no te diste cuenta?! Morí, lo hice maldición. Y ahora, mi única salida me la has arrebatado... Yo no puedo quitarme la vida --Suspiró--, porque si lo hago --Vislumbró la tumba de su madre por el rabillo de su ojo, frunciendo el ceño en el acto--... no seré capaz de verla nuevamente. --Por primera vez su mirada experimentó un cambio, aunque muy sutil.
--Puedo entenderte más de lo que crees --Llevó su mano al hombro del Príncipe, mostrando una cálida y sincera mirada--. Si lo que quieres es vengarte, no te detendré, pero...
--¿Vengarme? --Interrumpió, escupiendo por la cólera y, alejándose de su mano-- Ojalá fuera una opción ¡Por el Dios Sol! Cuánto desearía que pudiera hacerlo... que pudiera odiarla --Su voz se apagó, quebrándose en la última oración y, tragando sus emociones para no derrumbarse--... pero no puedo, no a ella.
Gustavo guardó silencio, prefirió no preguntar, pues habían cosas que un hombre siempre iba a mantener en secreto, así pasara por un interminable sufrimiento.
--Vete y, olvida que me viste --Dijo luego de su sollozo--, que para ti solo sea un recuerdo, un miserable que solo pensó en él hasta el último día de su vida, una piedra en el camino de muchos. Vete y, olvídame.
--No lo haré, Herz...
--¡Herz murió! --Gritó iracundo, sus brazos temblaron por la furia que enjaulaba su cordura, propenso a dejar salir aquella maldad que su cuerpo ahora poseía-- ¡¿Cuando lo vas a entender?! ¡Está muerto y, nunca volverá!
--Entonces ¿Quién eres tú? --Preguntó con calma.
--Soy --Meditó, sin vida en sus ojos, ni en sus muecas de disgusto--... nada, ya no soy nadie.
Gustavo no interrumpió el silencio en el que el joven Príncipe se sumergió, contemplativo por las respuestas que no quería encontrar.
--Volvamos, déjame ayudarte con aquello que te hace sufrir.
--No --Negó con la cabeza--, no volveré, no mentía cuando te pedí que te olvidarás de mí, porque este lugar ya no es mi hogar y, las personas que conocí, ahora solo son extraños. No volveré, porque si lo hago --Frunció el ceño, respirando como una bestia--... solo no puedo volver --Levantó la mirada, observándole--. Sé que debo cumplir tu deseo y, lamentablemente no conseguí el artefacto que te prometí, no lo encontré por mucho que lo busqué... Gus, dijiste que sino cumplía harías descender mi mente a la locura y, parece que ahora tendrás que cumplir con tu palabra.
--Arrogante malnacido --La furia invadió su cuerpo, sujetando con fuerza su cuello--, si lo que quieres es morir, hazlo ¡Vamos! Pídeme que te mate, pero no busques excusas para hacerte la víctima.
--Mata... --Tragó sus palabras, pues por extraño que pareciera, sus ojos vislumbraron repentinamente la figura de una dama, alguien que jamás podría olvidar: su madre.
Las emociones brotaron de su cuerpo, cayendo de rodillas ya sin el agarre en su cuello y, dejando salir dolorosas lágrimas que aliviaban su dolor.
--Te acompañaré --Dijo de repente--, pero no a la ciudad --Dio media vuelta, comenzando a alejarse--. Sé que podrás encontrarme y, cuando lo hagas, caminaré tu sendero y, por cierto --Sus ojos volvieron a mostrar esa expresión fría y desprovista de vida al voltear--. Necesitaré una espada.
--Bien. --Asintió, aceptando el trato y, con ello observó como la silueta del que anteriormente conocieron como el segundo príncipe desaparecía. Volteó igualmente, comenzando a caminar para regresar ante sus seguidoras.