Los cabellos rojos bailaron, su espada en mano golpeó la dura piel del enemigo, pero no logro hacerle un daño mayor a una raspadura. Gritó, su frente sangraba, su brazo estaba entumecido, la larga batalla estaba haciendo estragos en su cuerpo, pero no estaba dispuesta a darse por vencida, la idea ni siquiera había pasado por su mente. Tropezó, había perdido el equilibrio al querer esquivar, recibiendo solo el aire de lo que pudo ser un terrible golpe. Un hombre alto se adelantó, protegiendo con su cuerpo a la dama y ejecutando un poderoso golpe de mazo. La enorme criatura salió volando un par de metros, pero no cayó, continuó de pie. Su piel se endureció aún más, ligeras escamas comenzaron a sobresalir de la lisa superficie.
--No reconozco la raza, pero estoy seguro que su rango debe estar cercano a las siete estrellas. --Apretó el mazo, mojó sus labios, respirando profundo.
--No me importa ni su especie, ni su rango. Solo quiero su cabeza. --La dama del escudo desprendió de su cuerpo toda su intención asesina. La energía gélida envolvió su hacha, su mirada mostró frialdad al acercar el escudo circular a su pecho.
--Voy a por sus ojos. --Dijo Meriel.
Ktegan sacó de su bolsa de cuero un pergamino enrollado, mostrándolo frente a él. Las damas asintieron al entender las acciones de su compañero. La hoja amarillenta se desenvolvió por si sola al sentir la energía del hombre, liberando cinco cuchillas con cadenas. La primera fue evadida hábilmente por la bestia de gran tamaño, la segunda impactó en su pata superior izquierda, la tercera dió en su panza, la cuarta debajo de su barbilla y, la última, al igual que la primera, no logró dar con su objetivo. La bestia gruñó, mostrando sus filosos dientes.
--¡Ahora! El hechizo no durará demasiado. --Dijo en alto.
Meriel corrió a toda velocidad, zigzagueando por el pantanoso terreno. Golpeó, saltó y ejecutó diversos movimientos de espada, pero ni uno logró el objetivo que tenía en mente, el cual era dejarlo tuerto. Xinia apareció por el punto ciego de la bestia. El rostro de Meriel comenzó a sudar, el orgullo de su espada había sido herido, se suponía que era un espada mágica de clase 3, pero ni siquiera había logrado dañar la piel de su enemigo.
--¡AAAAHHH! --Gritó con furia, blandiendo a dos manos su espada. La hoja brilló, sus ojos se tornaron negros, mientras la propia muerte hacía su aparición.
Xinia saltó, impactando con su hacha el cuello de la bestia, el impacto fue tal que, la cabeza reptiliana de su adversario se convirtió en menos de un segundo en un carámbano de hielo, explotando momentos siguientes, dejando solo esporas blancas que viajaban en el aire.
--Señora Meriel ¿Se encuentra bien? --Preguntó ligeramente angustiado, no sabía porque, pero al estar cerca de la presencia de la dama, sus piernas temblaban de miedo.
--Yo --Observó la nada--... Si, estoy bien. --La energía de muerte desapareció, dejando a la dama aturdida por un momento. Era extraño el sentimiento, pero se había sentido poderosa, dueña de la vida, de poder arrebatarla en cualquier momento.
--¿Gus te hizo esto? --Preguntó Xinia, era la mejor versada en las maldiciones, un conocimiento que le arrebató todo.
--Sí y no --Envainó su espada--... Disculpa Xinia, pero creo que es momento de buscar a mi señor --La preocupación se mostró en sus ojos--. Sentí aquel poder por un solo instante, pero también comprendí el costo. No sé cómo ha podido soportarlo. Debemos encontrarlo, antes de lo perdamos para siempre.
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El frío viento, mensajero de los reyes del submundo golpeó en la cara de un individuo cubierto por sangre. Su mirada gélida, compuesta por las emociones más negativas de la existencia. Su indumentaria, estéticamente hermosa y, ridículamente resistente. Se mostraba de pie, imponente y, con un mueca de indiferencia. En su mano derecha, un sable de hoja azul oscura descansaba, la punta del arma de filo goteaba un líquido negro, viscoso y oloroso. Frente a él, se encontraba un grupo de diez individuos, de morfología humana, pero de características monstruosas. Desprovistos de ropa, o alguna cosa que protegiera lo que colgaba de sus entrepiernas. Vacilantes, no por inteligencia, sino por instinto.
Un gemido ahogado se escuchó, ligero y, casi inaudible, como el aleteo de un búho. El sable perforó el suelo y, volvió al aire, el líquido negro volvió a hacerse presente. Se mostró una escena grotesca, violenta y bélica, pues, a los pies del humano, decenas de esas criaturas habían perecido, muchas de ellas con la falta de sus extremidades.
--Je. --Sus comisuras se alzaron al notar al valiente que había optado por atacar.
El tiempo pareció ralentizarse. Se adelantó dos pasos, moviendo su sable de abajo a arriba. Un brazo cayó, pero la criatura siguió atacando, una más se acercó por su flanco derecho. Esquivó, golpeando con el mango la cabeza de su oponente, la hoja volvió a cortar, otras dos extremidades cayeron. Sus ojos observaron a la izquierda, luego a la derecha, dió un paso al frente, desapareciendo y, volviendo a aparecer cinco metros adelante. La hoja brilló de azul, luego las llamas lo abrazaron y, segundos después las motas negras aparecieron. Apretó la empuñadura y, en ese mismo instante las furiosas llamas se comprimieron, tornando la hoja de un rojo oscuro. Las siete criaturas restantes se miraron por segunda vez, el ánimo para seguir atacando se estaba esfumando de sus cuerpos, tenían el instinto que al almorzarse a aquel individuo sus poderes incrementarían, pero también les decía que si volvían a atacar, morirían. Al llegar a un acuerdo no verbal, optaron por huir, sin embargo, antes de siquiera dar media vuelta, una hoja rojiza iluminó sus cuellos. Siete ruidos irregulares se escucharon, provocando que la calma volviera a los alrededores.
--Enemigos menos. --Dijo con un tono indiferente.
Enfundó su sable y, con su mano derecha absorbió toda la energía de muerte, nutriendo su cuerpo y sanando sus heridas.
--No es suficiente. --Frunció el ceño y, de un solo paso volvió a desaparecer.
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En una sala espaciosa, amueblada con finos muebles, de caros materiales y de un gusto sofisticado. Un hombre se encontraba de pie, reflexionando y, esperando la respuesta a la pregunta que había hecho.
--El reino ha sido nuestro hogar durante generaciones, nos ha brindado protección en momentos difíciles y cobijo en las noches frías y, es por eso que un cofre de monedas doradas será suficiente para pagarnos, Su Majestad. --Respondió con un tono respetuoso.
El hombre de pie asintió, observando al otro individuo.
--¿Y tú, Irtar? ¿Cuál será el precio para que llames a los mejores aventureros?
--Comparto la opinión de Veron, Su Majestad, un cofre será suficiente. --Dijo con calma.
El rey asintió, estaba satisfecho con las respuestas de los dos administradores. Se acercó a su mesa, sentándose en la silla.
--Pueden retirarse.
--Con su permiso, Su Majestad. --Dijeron al unísono y, como hombres entrenados en la etiqueta, salieron de la sala con calma.
El rey golpeó sin querer la superficie de la mesa, tirando de ella dos papeles, ambos eran fichas de identidad de poderosos guerreros. Uno pertenecía al famoso aventurero y espadachín de una estrella dorada: Arkul <