La sala de reuniones era espaciosa, no tanto como la sala del trono, pero si como para ser llamada grande, con la diferencia de que está estaba equipada especialmente para un lugar de charla, donde destacaba la enorme mesa de madera rectangular, con las veinte sillas colocadas a su lado. En la extremidad derecha de la mesa, sentando en la más fina silla, se encontraba un hombre adulto, vestido de túnica oscura y con una expresión seria, en los dedos de sus manos descansaban siete anillos, cada uno con diversos símbolos tallados en el brillante material, mientras que en su cuello, un hermoso medallón bailaba con cada sutil movimiento.
--Aún no ha llegado. --Susurró el consejero en el oído del hombre adulto.
El rey asintió, pero no optó por voltear para observarlo. La dama al lado del consejero real continuó masticando mientras observaba más allá del umbral de la puerta.
--Su Majestad. --Dijo un hombre de aspecto duro, mirada firme y porte militar. Su saludo fue respetuoso, pero sin aquella ostentación de la nobleza.
--Tome asiento, general Ufa --Dijo el consejero real--. En unos momentos, Su Majestad hablará.
Ufa asintió, tomando asiento en una silla lejana de Su Majestad. Poco a poco otros hombres y mujeres llegaron a la sala de reuniones, saludaron al rey y, al igual que el general, fueron enviados a sentarse. El ambiente era pesado, la mayoría de ellos habían ocupado pergaminos de transporte para llegar cuanto antes al palacio, no teniendo el tiempo para vestirse apropiadamente, sintiendo que cada segundo era importante, sin embargo, al presenciar el largo silencio y el suspenso de la situación, la curiosidad por la que habían sido llamados se volvió imposible de aguantar.
A los pocos minutos, se escuchó un estruendoso ruido, acompañado de una luz azul, que no logró ser apreciada por los sujetos al interior de la sala. La mayoría se alarmó, pero al notar el tranquilo rostro de su monarca, optaron por calmar sus impulsos.
Fuera de la sala de reuniones, dos hombres se preparaban para entrar, pero sus planes cambiaron al escuchar la fuerte detonación. El general desenvainó, mientras que el joven hombre observó a la lejanía con un poco de curiosidad.
--Espera Geryon, creo que sé de que se trata esto.
El alto hombre observó a su amo, asintiendo al confiar en su palabra. No tardaron ni un minuto en descubrir quién había provocado aquel poderoso ruido. A lo lejos, acompañada de un aura oscura, una dama de túnica morada, párpados pintados de negro, largas pestañas y, labios carmesí, caminaba con tranquilidad, acercándose a los dos hombres con una sonrisa astuta.
--Meira. --Dijo el segundo príncipe con una expresión complicada.
--Sabia Meira --Corrigió--, aunque le cueste trabajo pronunciarlo, segundo príncipe. --Sus ojos no poseían ni la más mínima pizca de respeto por el individuo de sangre real frente a ella, era como si estuviera en presencia de un infante, de alguien que solo había vivido durante un par de días.
Geryon apretó los dientes, mirando con despreció a la maga, no odiaba a los lanzadores de hechizos, en realidad los respetaba, sin embargo, era todo lo contrario cuando el nombre de Meira aparecía, no solo insultaba a su señor en cada oportunidad que tenía, sino que también estaba aliada con el villano de Katran y, eso para él, era el mayor insulto del mundo.
--Me gusta más tu otro título. --Sonrió.
La dama endureció el semblante tan solo por un segundo, siendo forzada por la situación a guardar su enojo y, con una sonrisa que no representaba para nada la belleza de la expresión, observó al joven hombre.
--Tu padre espera. --Dijo y, con una completa indiferencia se dirigió a la entrada de la sala de reuniones.
Herz y Geryon observaron como la silueta de la dama desaparecía, respirando y expulsando su enojo al no poder hacer más.
--Ven, entremos.
Justo cuando la dama de túnica morada entró a la sala, el individuo con más poder en el reino frunció el ceño y, con un apretón de manos expresó su enojo.
--¿Dónde está tu maestro? --Alzó la voz, pero no tanto como para ser considerado un tono hostil-- ¿Dónde se encuentra el Gran Sabio Mertenz?
Meira se detuvo, sintiéndose un poco sofocada por la repentina energía de guerrero, que estaba enfocada solamente en atacar su cuerpo.
--D-D-Disculpas --Tartamudeó, tragando saliva con un poco de nerviosismo, conocía el trato tiránico del rey Brickjan y, sabía que debía actuar con inteligencia para evitar un mal desenlace--, Su Majestad, maestro no se encuentra ahora mismo en el reino y --Su mirada se posó en cada uno de los presentes y, aunque sentía que no era indicado divulgar la información de la academia con los extraños, la mirada seria del rey la hacia replantearse esa duda--... el decano Distro desapareció hace un par de meses, mientras que la decana Alerya se encuentra profundizando una de sus teorías mágicas y, me es imposible hablarle, o entrar en su laboratorio. Por favor, Su Majestad, comprenda que soy la mejor calificada para asesorarlo. --Trató de recuperar su compostura, pero le fue imposible con la fuerte presión de la energía de guerrero sobre su cuerpo.
--¿Qué opinas? --Preguntó en voz baja.
--Tiene menos de una década como maga del octavo círculo --Dijo la dama detrás del rey--, pero Mertenz la quiere casi como a su propia hija y, por lo mismo debió invertir mucho en su conocimiento. Mi opinión, con todo respeto, Su Majestad, es que debe permitirle estar presente, hay una pequeña posibilidad de que sea de ayuda. --Al terminar alzó la mirada, observando a Meira y, como si observara una dulce fruta, sonrió.
Brickjan asintió, mientras que la Sabia Meira volvió a tragar saliva, conocía a la maga de la corte, así como sus métodos poco ortodoxos y, por palabras de su maestro, sabía que no era una buena idea convertirse en su enemigo.
Justo cuando el rey abrió su boca para hablar, el príncipe y el general divino Geryon hicieron su aparición en la sala.
--Herz, tarde como siempre --Su tono fue más frío de lo usual--. Toma asiento y cállate. General divino Geryon y, Sabia Meira, hagan lo mismo, el tema que ha de tratarse está noche es más delicado de lo que me gustaría.
Los presentes guardaron silencio, estaban acostumbrados al trato frío y directo de su monarca, por tanto, al notar sus casi imperceptibles movimientos de preocupación, entendieron que nada bueno le esperaba al reino.
--Entiendo que lo que voy a decir podría escucharse a una completa locura, pero quiero que escuchen antes de actuar. Soy alguien tolerante --Herz sonrió en sus interiores por la broma de su padre--, pero no toleraré un acto irrespetuoso hacia mi persona. Están advertidos.
Los presentes asintieron, tragando saliva al no soportar la espera.
--La bestia de la Cueva Roja ha despertado. --Dijo con una mirada seria, pero con un tono envuelto de innumerables emociones.
La sala se quedó en un completo silencio, hasta el aleteo de un búho podría escucharse ahora mismo y, no era por respeto al rey que no desearan hablar, la realidad era que no tenían palabras para describir la semejante noticia que habían recibido. Tal vez no todos habían crecido con cuentos de héroes y monstruos, o de lugares exóticos, sin embargo, había una leyenda en particular que cada ciudadano de Atguila conocía y, esa era: la historia del cazador y la bestia de la Cueva Roja. Una leyenda que se contaba más que por advertencia, que por entretenimiento.
--Han pasado más de cien años desde su último ataque --Una dama de vestido color hueso se levantó para hablar, su tono era firme, aunque con ligeras perturbaciones por dirigirse directamente a su monarca--. Su Majestad, por favor no malinterpreté mi pregunta, pero ¿Está seguro de lo que está diciendo? --Sus piernas temblaron con nerviosismo justo cuando la mirada pesada del rey se posó sobre su cuerpo, sintiendo un terrible arrepentimiento por su repentina opinión.
--Tan seguro como puedo estarlo de la posición de su familia, señora Cleyson. --Respondió sin hostilidad, pero con una gran frialdad.
La dama tragó saliva, asintiendo con nerviosismo.
--Gracias Su Majestad, perdón Su Majestad. --Se sentó nuevamente y, guardó silencio, no estando dispuesta de volver a hablar.
--Entiendo que algunos de ustedes tengan cierta renuencia a aceptar mis palabras, yo también la tendría, así que --Alzó la mirada, observando a su maga de la corte--, Mirna, por favor.
La maga de la corte afirmó con la cabeza, dando un paso al frente.
--Antes de empezar, sostengan sus artefactos mágicos de protección cerca de sus corazones, dudo que los ocupen, pero no seré culpada por no advertirles.
Al ver las complicadas reacciones de los presentes entendió que todo estaba listo. Sus ojos perdieron enfoque, levantó su mano derecha, dibujando con rapidez sellos en el aire con su energía mágica, mientras que con sus dedos de su extremidad izquierda hacia sellos de mano. El tono de su voz se volvió inaudible para los débiles de mente, liberando una poderosa y asfixiante energía antigua.
--(Hechizo de noveno círculo) --Pensó Meira con una expresión de absoluta admiración y respeto.
El suelo vibró, las paredes retumbaron, mientras que frente a los hombres y mujeres, un agujero ilusorio comenzó a crearse encima de la gran mesa. El agujero fue incrementando su tamaño hasta llegar a medir, a lo que Gustavo llamaría, dos por tres metros. Con un contorno curvo. Mirna comenzó a respirar con rapidez, sintiéndose agitada y con falta de aliento.
--Sus barreras eran más poderosas de lo que esperaba. --Dijo y, al momento se limpió las gotas de sudor que resbalaban por su frente.
El agujero mostraba un paisaje boscoso, lúgubre y solitario y, aunque no se podía escuchar el sonido del lugar, podían intuir que también era silencioso. Poco a poco fue barriendo el bosque, mostrando el lugar con lujo de detalles, sin embargo, antes de siquiera mostrar algo, dos fieros ojos azules aparecieron, observando a los presentes como la propia muerte lo haría y, sin mostrar ni un centímetro de su piel, rompió el hechizo de la maga de la corte, el cual explotó en la sala de reuniones por la inestabilidad de la energía.
--¡Maga Mirna! --Gritó el rey al ver caer desmayada a su lanzadora de hechizos y, con su mismo gritó despertó a los presentes de su pesadilla. Muchos de ellos aún temblaban por el excesivo miedo y, eso era decir mucho, pues eran personas que habían enfrentado al menos una vez a la muerte de frente.
--¡Sabia Meira, haga algo! --Gritó el consejero real.
La maga, quién también apenas había despertado de su trance asintió, acercándose para revisar el estado de la dama. Justo cuando sus dedos tocaron su piel, los quitó, sintiendo la frialdad de la muerta en ella.
--No puedo hacer nada por ella --Sus ojos brillaron con un poco de locura, ni ella misma era capaz de creer lo que acababa de experimentar--, en realidad nadie puede hacerlo.
--¿Qué quiere decir? --Preguntó el rey.
Meira hizo una mueca antes de responder, jugando con sus dedos por el nerviosismo.
--La maga de la corte, la señora Mirna, ha sido marcada, está maldita con algo que supera los hechizos del noveno círculo.