--Por favor, muéstreme esa --Señaló con su dedo índice--, no, la de color azul brilloso.
Ktegan asintió, extrayendo la armadura solicitada y, similar a la escena anterior, esperaron a que la dama de cabello rojo se terminara de equipar la armadura.
--Gracias. --Dijo Gustavo al recibir el vaso de agua.
Erin asintió, haciendo una sutil reverencia, pero al final de ella frunció el ceño, aunque era algo torpe, no estaba bien que reverenciara a alguien sin el conocimiento de su título, pero al notar que su acto no fue percibido por el joven, la sensación de molestia disminuyó.
--Su trabajo es estupendo. --Admiró Gustavo, no dejando de observar lo bien que le quedaba la armadura a su seguidora.
--La dama es muy bella y, desprende una sensación de nobleza pocas veces vista. Mi armadura solo potencia lo que siempre ha estado allí. --Dijo con humildad.
Meriel modeló su nueva adquisición, era una armadura ligera, pero con un protector de pecho grueso y, guanteletes de cuero. Las hombreras no poseían ningún símbolo distintivo, pero su dureza y durabilidad eran de admirarse. Aunque el conjunto parecía sencillo, lo más destacado del mismo eran los hechizos protectores, la razón principal por lo que la dama pelirroja la había escogido.
--Su armadura --Se acercó a Gustavo, casi susurrando-- estará lista el día de nuestra partida, por lo que no puedo entregársela ahora. --El joven le miró, asintiendo.
Las damas se observaron por un breve momento, proyectando al mundo una espectacular y bella sonrisa.
--Para usted --Le acercó a Xinia una bolsa de cuero--, escogí mis mejores escudos, por el momento no poseo espadas encantadas poderosas, pero puedo ofrecerle una lanza o alabarda de enorme calidad.
--Gracias --Aceptó la bolsa de cuero, aunque aún poseía un escudo, no era de alta calidad como el que había portado en su expedición al santuario, sintiendo que era una buena idea al menos escoger uno. Abrió la bolsa y analizó cada uno de ellos, algunos eran muy bellos, otros toscos pero poderosos, al paso de unos segundos, se decidió por un escudo circular, grande y ligeramente grueso, de madera negra, con un dibujo en su centro, el cual se asemajaba demasiado al rostro de un lobo del Norte--. ¿Qué esto? --Se preguntó al sacar una bella hacha de mano, de hoja de media luna, azul, con extraños símbolos en el contorno del filo. El mango era blanco, con algunas siluetas rojas, que se asemajaban a las gotas de sangre que resbalaban por las heridas.
--¿Qué extraño? No recuerdo haber colocado esa hacha en la bolsa. --Dijo Ktegan, acercándose con una mirada indecisa.
--Maestro --Dijo Erin repentinamente, deteniéndose justo enfrente de Xinia y, admirando el hermoso metal que componía el filo del hacha--. ¿No encuentra familiaridad con el arma de la
--Lo que dices es cierto --Admiró más de cerca el hacha--. Es demasiado similar a lo que describe aquel libro, pero... ¿Por qué estaba en la bolsa?
--¿Qué sucede? --Preguntó Gustavo, había escuchado el intercambio entre maestro y discípulo, sintiéndose algo confundido.
--No sé como explicarlo --Dijo, mirándole a los ojos--, pues no sé lo que ha pasado.
Xinia apretó por instinto el mango del hacha y, como si todo lo vivido no hubiera sido suficientemente irreal, los símbolos brillaron con un hermoso azul cielo, muy similar al color del interior de un cubo grande de hielo.
--¿Qué fue eso? --Preguntó Meriel, desconcertada por el extraño suceso.
--No puedo decirlo con certeza, pero creo que el arma te ha aceptado. --Dijo Gustavo al recibir la explicación del pequeño lobo.
--Eso --Se mostró dudoso--... Eso puede ser cierto, he escuchado leyendas sobre armas que poseen cierta inteligencia y son ellas las que deben aceptar a sus portadores, pero hasta ahora no había visto ninguna, si es que está hacha pertenece a esa categoría. --Como herrero mágico, Ktegan estaba bien versado en cualquier información sobre armas, armaduras, materiales y, herramientas que podrían utilizarse para la fabricación de las mismas, siendo un individuo con más respuestas que preguntas, sin embargo, la confianza que poseía, se desmoronó al no poder comprobar lo recientemente visto.
--¿Qué sientes cuando la portas? --Le preguntó con un tono calmado y empático.
--Es complicado --Respondió, mirando a los ojos al joven y, luego al hacha, que brillaba tenuemente con ese hermoso azul--. Hay cierta familiaridad, pero... hay algo que no me hace sentir muy a gusto.
--¿Qué es?
--No lo sé, soy mala para detectar energías --Frunció el ceño-- y, siento que está libera ese tipo de sensación cuando los magos conjuran.
--¿Energía mágica? Que extraño --Pensó por un momento, observando a su fiel compañero en busca de una respuesta, pero al verlo negar con la cabeza, la duda creció aún más--. No creo que sea un arma encantada. --Dijo.
--Ni yo. --Dijo Ktegan.
--Yo tampoco. --Añadió Erin, negando con la cabeza.
--Esperen un momento --Gustavo desfundó su sable--. ¿Pueden sentir la energía que desprende mi arma? --Preguntó, maestro y discípulo negó con la cabeza, al igual que las dos damas. Gustavo sonrió de inmediato--. Compañera mía, creo que has encontrado un tesoro.
--¿Qué quiere decir? --Preguntaron Xinia y Ktegan al unísono, sintiéndose más que confundidos.
--Déjeme mostrarles --Abrazó con ambas manos la empuñadura de su sable, el cual brillo de un rojo azul intenso, al igual que los extraños símbolos tallados en su hoja y, aunque había sido por un instante, los presentes pudieron sentir una extraña presencia majestuosa tocar sus cuerpos--. Mi sable no es un arma cualquiera, como pueden notar --Los presentes asintieron. Xinia recordaba que en el momento en que conoció al valiente muchacho, a su arma la había desprestigiado, al igual que sus compañeros, categorizándola como un objeto sin valor, pero después de haberlo visto en batalla, sus pensamientos cambiaron y, aunque no sabía a qué grado pertenecía, podía asegurar que era de los tres primeros. Ktegan admiró la fina hoja, sus acabados y la extrañeza de su fabricación. No podía asegurarlo, pero tenía la ligera sospecha que no pertenecía a su Era. Erin, por su parte, se quedó maravillada al igual que su maestro por su fabricación, sin embargo, lo que en verdad la dejó embelesada, tanto que estuvo tentada a tocarla, fueron los diminutos símbolos tallados en su hoja, sintiendo una ligera inspiración de querer replicarlos--. Y aunque su historia es desconocida para mí, se que es un objeto sin comparación en este mundo, compañera mía --Observó a la dama del escudo--, el hacha que portas es igual que mi sable, pero solo cuando lo pruebes en una batalla real, entenderás mis palabras. --Dijo con una sonrisa.
Xinia asintió, al igual que el dúo maestro y discípulo, mientras Meriel, observó a su compañera de viaje con una sonrisa alegre y empática, tocando por instinto la espada en su vaina, una reliquia de su antiguo clan y, ahora protectora de su viaje, en sus pensamientos, un arma poderosa en las manos hábiles de Xinia representaba más seguridad por su señor, por lo que estaba encantada por lo sucedido.
--Gracias. --Fue lo único que pudo expresar.
--Maestro --Se acercó al oído del hombre de trenzas, hablándole lo más silencioso posible--, esa hacha es muy valiosa, no podemos permitir que...
--Erin --Abrió sus fosas nasales, dejando salir un bufido como lo haría una bestia y, observó a su hermosa discípula, aunque sus ojos no demostraban calidez, era todo lo contrario--, no termines tu frase, recuerda lo que te dije cuando te acepte ¿Lo recuerdas? --La aprendiz de herrero asintió--. Dime.
--El arte de golpear metal --Repitió como lo haría una niña pequeña-- no es para cualquiera, representa sacrificio, amor, lucha, salvajismo... Los objetos que nuestras mentes crean y nuestras manos reproducen, sirven para ayudar a las personas a sobrevivir... Un herrero no le pone precio a las vidas, sino a su trabajo...
--¿Ahora entiendes? --Preguntó con una mirada más tranquila.
--No --Negó con la cabeza--, maestro, no lo he entendido.
Ktegan sonrió con brevedad, suspirando al segundo siguiente.
--El hacha que la dama tiene en su mano no fue creada por mi, ni por ti. No poseemos ningún poder o influencia en su destino, además de que ya la ha aceptado como su portadora, nosotros solo debemos aceptar y sentirnos felices. --Explicó.
--Pero --Frunció el ceño, por mucho que hubiera aprendido el arte de golpear metal y sus enseñanzas, pertenecía a una de las familias más prósperas del reino y, como tal, conocía el potencial de un arma así, hasta podía servir como objeto de cambio por un favor con la realeza, o para a amenazar a un noble con ella, dificultándole comprender la profundidad de las palabras de su maestro--, se encontraba en su bolsa.
--Erin --Ya no pudo enfadarse, prefirió ir por otro camino, sobándole la cabeza de forma paterna--, aquellos individuos son compañeros de viaje de tu maestro ¿No crees que es bueno que estén bien equipados para mí supervivencia? --La dama asintió enseguida, mirándole y, bajando la cabeza al entender su error--. Por eso mismo es bueno que ella posea el hacha, así que no te preocupes más por este tema y, Erin --La miró, con un poco de severidad--, que nadie se entere por tu boca sobre aquella arma ¿Entiendes? --La aprendiz de herrero volvió asentir, podía ser algo lenta, pero aquello lo comprendía a la perfección.
--Señor Ktegan ¿Puede decirme el costo de los conjuntos, el arma y el escudo? --Preguntó, preparado para una suma cuantiosa.
El hombre comenzó a reír con ligereza, su panza subió y bajó, al igual que sus manos que se apoyaban en ella.
--¿Cuánto tienes? --Preguntó al acabar de reír.
--Nada. --Dijo con honestidad.
Todos comenzaron a reír, a excepción de Erin, quién no comprendía lo gracioso de aquellas palabras.
--Entonces eso será el costo: nada.
--Por supuesto que no --Lo rechazó de inmediato, adelantándose a las palabras similares que iban a salir de la mujer con el monóculo--, aunque no poseo riqueza, tengo una cantidad considerable de orbes y, por lo que tengo entendido, en una tienda de armas y armaduras como está, los orbes son necesarios.
--Lo que dices es verdad, son necesarios --Pensó por un momento, se había percatado que sus anteriores palabras hirieron el orgullo de su próximo compañero, por lo que al menos debía aceptar su propuesta, para no empezar con un mal pie la nueva relación--... Bien, enséñame tus orbes y, yo te diré cuántos son necesarios para pagarme. --Dijo al no encontrar otra solución.
--Claro. --Asintió, con una sonrisa victoriosa y, con la guía del hombre, se acercó al mostrador, rápidamente extrajo la bolsa de cuero del cinturón de su vaina y, sacó otras dos bolsas de cuero.
--Que estupenda idea --Dijo con una sonrisa sorprendida--, jamás lo hubiera pensado, mira que guardar contenedores mágicos, dentro de otros para hacer ilimitado la carga que uno puedo llevar, amigo mío, eres un genio.
--Amm --Gustavo no sabía que decir, creyó que eso era algo común en el mundo, después de todo, casi lo sentía como sentido común, pero aunque el hombre decía que podía convertirse en un contenedor ilimitado y, aunque era relativamente cierto, también ahí radicaba el problema, ya que le sería imposible diferenciar a todas, aún cuando las marcara--. Por supuesto --Habló después de un minuto de silencio--, pero bueno, aquí están los orbes. --Comenzó a sacar los objetos esféricos, comenzando por los encontrados en el bosque en el que pasó todo un año, después los del bosque al que fue mandando por la fuerza a causa del pequeño hombrecito y, por último, todos los que consiguió dentro del santuario.
Al principio, las expresiones de los presentes eran normales, al ver qué la cantidad incrementó en cincuenta, continuaron con su habitual actitud, al sobrepasar el cien, se mostraron ligeramente sorprendidos, había orbes de calidad baja y aceptables en su mayoría, pocos eran media, pero cuando incrementó la cantidad a quinientos, se mostraron los primeros dos de calidad alta y, el desconcierto ya era palpable, sin embargo, el joven no había detenido su acto y, habían tenido que ocupar dos mesas más para evitar que cayeran. La cuenta subió hasta setecientos, la mayor parte del último lote siendo del elemento oscuridad y de calidad aceptables, media y pocos de alta. Wityer quiso saltar a devorar aquellos deliciosos objetos esféricos, pero fue detenido por un absoluto "No" de su compañero, quién le prohibió que se atreviera a consumir siquiera uno, ya que, en su travesía, al menos se había devorado alrededor de quinientos, por lo que ya no podía seguir alimentando al glotón de su compañero. El pequeño lobo hizo un ligero acto infantil, enroscándose en el hombro de Gustavo y mirándolo con tristeza.
--(Te daré todos los que encuentre en nuestro próximo viaje, pero hasta que eso llegue, estos serán para pagar las armaduras de nuestras compañeras).
El pequeño lobo asintió con felicidad y, al recibir su afirmación, el muchacho se sintió algo más tranquilo.
--Son todos. --Dijo al sacar el último, levantó la mirada, percatándose que algo iba mal, no se había esperado semejante expresión de los presentes.
Cada uno de ellos expresaba desconcierto, incredulidad, sorpresa, todo combinado, no teniendo la oportunidad de siquiera hablar.
--¿Cuando recolectó tantos? --Preguntó Meriel, sin poder creer lo que sus ojos observaban.
--Mis senderos han sido violentos. --Fue todo lo que pudo decir.
--Joven Gus --Interrumpió el silencio--, usted en verdad que es enigmático. --Dijo Xinia, aún sin comprender la situación. Estaba consciente de la gran cantidad que tenía en su posesión, pero eso solo se limitaban a los cientos de orbes de elemento oscuridad, por lo que era claro que le parecía inconcebible, que aquel joven, que presumía una tranquilidad casi enloquecedora, pudiera cargar un cementerio de bestias en su bolsa de cuero.
--¿Es suficiente? --Preguntó al no poder descifrar la compleja mirada del herrero.
Erin casi quiso abofetearlo, pero se detuvo al notar que en su mirada no se expresaba arrogancia o superioridad, sintiéndose aún más impactada al percatarse de su sinceridad. Quería gritarle si alguna vez le habían dicho si poseía sentido común, ya que, por lo que estaba presenciado, parecía que no.
--Sí --Dijo después de un momento de silencio--, pero, en estos momentos no tengo suficiente riqueza para hacer el intercambio, por lo que será mejor que guardes al menos cien. --Explicó, sin quitar su perdida mirada de los orbes.
--¿A qué se refiere con intercambio? --Preguntó.
--No soy un experto tasador, pero al menos hay aquí ochocientas a mil monedas doradas --Lo miró--, el conjunto que escogieron tus compañeras, no sobrepasan los cuatrocientos, por lo que hay una diferencia sobrante muy grande. --Gustavo asintió, ahora si lo comprendía.
--Bueno, le seré sincero, si puede darme algunas monedas se lo agradeceré, ya que aún hay cosas por comprar para nuestro viaje. --El hombre asintió, no sabía si el joven era humilde o tonto, pero fuera como fuera, no se atrevía a estafarlo, algo demostraban los orbes regados sobre las mesas y, eso era que su habilidad para el combate iba más allá de lo humanamente posible.
--Claro --Asintió--. Erin, dale la bolsa de cuero con monedas, guardadas en el armario rojo. --Dijo.
La dama asintió, retirándose para ir en busca de lo solicitado. Al volver, inmediatamente le entregó la bolsa de cuero al muchacho de mirada tranquila.
--Hay un total de ochenta monedas doradas, es todo lo que poseo en este momento. --Comentó.
--Gracias. --Aceptó la bolsa con una ligera sorpresa, llevándola al cinto de su cinturón.
--Partiremos a la mañana siguiente del festival de las flores, ese día tendré las monedas faltantes. --Su rostro era serio, de verdad no deseaba deberle nada al joven, pero al notar la enorme cantidad de orbes regados en las mesas, sabía que era imposible, solo la tesorería de los grandes bancos del reino, o el salón del tesoro de la realeza podría pagar de una sola vez la cuantiosa cantidad.
--Lo veré ese día aquí, en su tienda. --Dijo Gustavo y, sin ninguna duda, se dirigió ante la entrada.
Las damas lo siguieron, portando sus nuevas adquisiciones.
--Guarda los orbes en los cofres y, no reveles ante nadie que poseemos uno de calidad excepcional. --Su mirada fue severa, no permitiendo una desobediencia por parte de su discípula.
Erin afirmó con la cabeza y, sin esperar un solo segundo, cumplió con la orden anteriormente dada de su maestro.