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Chapter 119 - El tonto y el plebeyo

Gustavo y compañía salieron de la tienda caminando sin rumbo, el joven, quién lideraba el camino, estaba inmerso en sus pensamientos, aún procesando la historia fantástica que le habían contado, mientras que las damas a sus espaldas, transitaban de manera tranquila, pero imponente, entregando el mensaje de que cualquiera que se metiera en su camino, sería apaleado sin piedad.

--(Sé que te lo he dicho muchas veces, compañero --Miró al pequeño lobo--, pero este mundo es demasiado increíble --Wityer lo observó, asintiendo, aunque no había comprendido por completo su frase--. Monstruos, Dioses, armas, bestias, tantas cosas que en mi vida anterior nunca podría haber imaginado)

Un grupo de cinco individuos se acercó, sumidos en una plática llena de maldiciones e historias ficticias, que solo un ingenuo creería, mientras que, detrás de los tres sujetos que lideraban el camino y platicaban plácidamente, se encontraban sus dos guardianes, hombres grandes y de rostros duros, vestidos con finas armaduras ligeras. Gustavo, al haberse perdido por completo, no midió bien sus pasos, golpeando con su hombro el del sujeto que pasaba al lado suyo.

--Una disculpa. --Dijo al recuperar sus sentidos.

El hombre afectado frunció el ceño, su expresión se llenó de un asco increíble, mientras saltaban las venas de su sien.

--¿Una disculpa? --Lo miró a los ojos-- ¡Tú me tocaste! ¡¿Qué te has creído plebeyo?! --Le regresó la pregunta de forma hostil.

Las damas inmediatamente se colocaron en guardia, mostrando sus expresiones frías, con sus manos sujetando las empuñaduras de sus armas. Los dos hombres de aspecto duro sonrieron de manera arrogante, mirando con desden a ambas guerreras.

--No entiendo tu pregunta. --Respondió Gustavo sin perder la calma.

La dama al lado del joven afectado, también expresó asco al ver a Gustavo, mostrando un rostro orgulloso y arrogante.

--Eres una mierdecilla sorda --Escupió al suelo en un acto de menosprecio--. Gellius, Wigan, enseñénle modales a ese plebeyo apestoso --Ordenó, mientras su mirada era atrapada por los rostros agraciados de las dos guerreras--. Yo --Sonrió de manera lujuriosa--, me divertiré un poco con esas soldaditas.

--Sí, señor Algrag. --Dijeron al unísono, mostrando sonrisas siniestras, acercándose de manera calmada para infundir más temor.

Los dos individuos aún en silencio, esperaron el desenlace de todo con una sonrisa juguetona, amaban ver cómo su gran amigo impartía un poco de orden en la ciudad, en especial cuando iba dirigido hacia aquellos sucios y maleducados plebeyos.

--Un paso más y no tendrás extremidad para limpiarte el culo. --Advirtió Meriel.

Los hombres comenzaron a reír, de verdad apreciaban los buenos chistes y, parecía que aquella mujer, era la mejor bufón del mundo.

--No es necesario --Dijo, aún con su habitual calma. No deseaba causar un alboroto en una ciudad desconocida y, menos cuando todavía no había encontrado lo que buscaba--. Me he disculpado contigo --Lo observó con seriedad--, desees o no aceptarla, será tu problema --Miró a sus compañeras--. Vámonos. --Las damas asintieron.

--No irás a ningún lado mierdecilla, todavía no --El joven se acercó con rapidez ante Meriel, apareciendo en su rostro de hombre puberto, una sonrisa poco educada--. Sin embargo, soy alguien de buena enseñanza y, como dice mi padre, nunca es malo mostrar misericordia --Acercó su mano lentamente al pecho de la dama-- y, yo te la concederé, si me dejas probar a tu...

--Solo la mano. --Dijo Gustavo en un tono frío, interrumpiendo la última frase del joven.

Meriel sonrió con malicia y, en el movimiento siguiente sujetó con fuerza la mano del muchacho, rompiéndosela con crueldad.

--¡AAAAAHH! --Gritó con extremo dolor, arrodillándose con lágrimas en los ojos.

Los dos guardianes fruncieron el ceño, dirigiéndose rápidamente a atacar a la dama, sin embargo, antes de siquiera dar dos pasos, fueron interceptados por Gustavo, quién los suprimió con su pura energía, sumiendolos en el caos y miedo. Ambos acompañantes del joven afectado, se mostraron indecisos sobre que hacer, no sabían si escapar, o esperar y conocer si serían las siguientes víctimas.

--Ni se les ocurra ponerse de pie. --Aconsejó Xinia, con una mirada siniestra, caminando a pasos lentos hacia los dos jóvenes arrodillados y temerosos.

La multitud se comenzó a reunir, mirando desde lejos el espectáculo, la mayoría de ellos expresaron enojo, mientras que otros confusión, conocían el estatus del joven en el reino, por lo que se les hacía casi absurdo lo que le estaba pasando.

--¡Mi mano, mi mano, mi mano! --Dijo, casi llorando.

--Sino fuera por la misericordia de mi señor, te hubiera roto algo más que tú asquerosa mano. --Expresó encolerizada.

--¡Ustedes, alto! --Gritó un hombre de armadura ligera, acompañado por otros dos individuos con el mismo emblema en sus ropas. Había reconocido inmediatamente al joven que lloraba tendido en el suelo, por lo que sabía que debía actuar con rapidez, o podría perder más que su cargo.

La pareja frente a Xinia sonrió, aliviados al ver llegar a los soldados de Atguila, conocían el estatus de su gran amigo y, sabían que el castigo que le esperaba al atrevido joven de aspecto tranquilo, no era para nada bueno, al igual que a sus dos acompañantes.

--Va en contra de las reglas de la ciudad pelearse en un lugar público --Dijo el líder de los soldados con una actitud imponente y autoritaria--, por lo tanto, ustedes tres están arrestados, por los cargos de violencia y agresión, además de alterar el orden de la ciudad. --Rápidamente le dio la señal a sus hombres para que fueran a por los implicados, quienes asintieron, acercándose con la misma actitud que su líder.

--Esto es un malentendido --Dijo Gustavo de inmediato, mirando con una actitud calmada al soldado--. Nosotros solo nos defendimos de sus ataques, si deben arrestar a alguien, arrestelos a ellos.

El líder de los soldados suspiró y negó con la cabeza, podía intuir que lo que decía el joven era verdad y, más conociendo la reputación del puberto aún tendido en el suelo, sin embargo, al ver la multitud mirándolo, entendía que no podía actuar bajo sus principios, por lo que rápidamente desechó su indecisión.

--¿De verdad? --Sonrió, como si lo anteriormente mencionado no hubiera afectado su decisión--. Yo puedo ver claramente que ustedes son los agresores. Muchachos, a por ellos.

Los soldados sujetaron a Meriel, pero por más que hicieron fuerza, no lograron moverla ni un solo centímetro, la dama sonrió al mirarlos.

--Sabía que algo así iba suceder --Suspiró, encogiéndose de hombros--, por lo que tendré que ocupar algo que no deseaba. --Extendió su mano hacia el frente, mostrando ante todos, el blasón de la familia real de Atguila.

El líder de los soldados y, los que pudieron observar lo que el joven tenía en sus manos, rápidamente abrieron los ojos por la extrema sorpresa y, como si su rey en persona se hubiera presentado, bajaron la cabeza, pues todos ellos sabían lo que representaba aquel símbolo real y, los que no, lo intuían.

--Su excelencia --Tragó saliva, hablando con nerviosismo, no podía creer semejante desenlace de las cosas--... Pido mil disculpas por no haber reconocido su majestuosidad. --De verdad no lo conocía, pero al portar el símbolo real, sabía que pertenecía a la realeza del reino, por lo que debía tratarlo con el mejor de los tratos. Levantó la mirada, obsevando al joven y, al ver qué su acto no lo había convencido, rápidamente se colocó de rodillas--. Milo, Lonny, dejen inmediatamente a la dama, no ven que es conocida de Su excelencia. --Ordenó con rapidez. Los soldados rápidamente soltaron a Meriel, bajando la cabeza en acto seguido en sinónimo de disculpa.

--Que no vuelva a pasar. --Dijo, dándose media vuelta en el segundo siguiente. El soldado asintió varias veces, no dejando mostrar ni un solo indicio de duda--. Vamos. --Ordenó y, con la misma guardó aquel brillante y reluciente objeto. Las damas asintieron, siguiendo la silueta de su señor.

La multitud comenzó a susurrar, preguntándose sobre la identidad del extraño joven. La mayoría de ellos eran pertenecientes a la nobleza, o eran allegados a uno, por lo que había la posibilidad que lo conocieran, sin embargo, solo hubo negativas por parte de aquellos escogidos y "virtuosos" hombres y mujeres.

--Por cierto --Volteó Gustavo, mirando al aún arrodillado soldado--. ¿Sabe dónde se encuentra el gremio de aventureros? --Preguntó, hasta ahora se había percatado que no conocía la ciudad, por lo que llegar al lugar donde se suponía era su destino, le iba a ser imposible si no pedía instrucciones.

El líder de los soldados asintió, no sabía porque el posiblemente príncipe del reino no conocía la localidad de aquel reconocido edificio, sin embargo, rápidamente desechó sus pensamientos inútiles, colocándose de pie y acercándose con respeto ante el joven.

--Por favor, déjeme guiarlo. --Dijo con humildad.

--Sé lo agradecería. --Respondió Gustavo, recuperando su habitual personalidad.