Gustavo, embelesado por las maravillosas paredes incrustadas con piedras preciosas, que brillaban al ser reflejadas por el brillo de una luz artificial, meditaba, su corazón palpitaba con tranquilidad, la nueva aventura había comenzado de una manera abrupta, talvez hasta salvaje, pues ni en sus sueños más locos podría haber pensado que estaría entrado en la cueva de una terrible bestia, que por advertencias de su fiel compañero, su estadía en la montaña debería de ser lo más breve posible.
--Hermano rojo, los sellos están rotos. --Dijo repentinamente, mirando con sorpresa una parte de la pared.
--Eso es imposible... --Respondió el hombrecito de piel rojiza, mirando con la misma expresión aquella extraña pared.
Gustavo se detuvo, no podía escuchar con claridad los susurros de los hermanos y, aunque quisiera, la acústica del lugar era realmente mala.
--Hermano rojo ¿Desea que me ocupe? --Preguntó, colocando una mirada determinada, dispuesta a actuar en el momento de la orden
--No --Negó con la cabeza--, señor está hambriento, además --Volteó su cuello y, con una expresión que no se logró apreciar, miró a Gustavo--... tenemos a un invitado.
--Bueno. --Asintió y, como si hubiera olvidado su preocupación, comenzó a caminar con su misma expresión infantil y juguetona.
--¿Qué sucede? --Preguntó Gustavo, su mirada quedó atrapada momentáneamente por una ligera rotura mágica en la pared, llena de un complicado procedimiento para dibujar sellos.
--Nada. --Respondió el hombrecito rojo.
Gustavo se detuvo, acercándose justo enfrente de la dañada pared, estudiando la cuarteadura, pero al notar que los dos hermanos se alejaban, optó por dejar su curiosidad a un lado y continuar con su trayecto.
Entre más se adentraban, la energía se hacía menos respirable, la sensación de opresión incrementaba, al igual que los sucesos extraños. Pequeñas bolas de fuego bailaban en la lejanía, al compás de un vals silencioso, Gustavo se quedó ligeramente maravillado por aquella escena, tan solo fueron dos segundos, pero fue suficiente para sentir el poder mental de aquellos seres de aspecto intangible, por lo que rápidamente retiró la mirada, tragando saliva por la sorpresa y, no era para menos, pues él se conocía muy bien, al igual que conocía el poder de su mente, por lo que al sentir un poder mental que rivalizaba con el suyo, lo hizo sentir algo extraño, no fue un sentimiento malo, pero tampoco lo era bueno, por lo que asintió y dejó de distraerse con cosas insignificantes, a dónde se estaba dirigiendo posiblemente era el lugar más peligroso de la montaña, por lo que debía actuar con responsabilidad.
--(Los elementos de fuego y tierra son más densos aquí) --Pensó, mientras observaba sus alrededores.
Pequeñas esporas de luz roja comenzaron a acercarse a su cuerpo, acariciando su piel con dulzura y calma, levantó su mano derecha, por alguna extraña razón, sentía que aquellas esporas habían sido llamadas por la energía de muerte, pero al notar su acto, aquella idea se desvaneció, no solo parecían ser repelidas por aquella oscura energía, ellas mismas la enfrentaban, intentando calmar la energía pura del joven.
--(Les agradezco, pero no podrán ayudarme) --Pensó con una ligera sonrisa, mientras quitaba las esporas con su mano izquierda en un acto cortés y lento, no había sentido hostilidad de aquellas entidades, por lo que él no tenía intenciones de mostrarse violento.
Las esporas parecieron entender sus acciones, alejándose un par de centímetros del cuerpo del joven y, bailando en un vaivén, muy parecido al sutil movimiento de las medusas en el mar. Poco a poco comenzaron distanciarse, llamando al humano con actos casi imperceptibles para el ojo común. Gustavo sonrió de vuelta, negando con la cabeza.
--Talvez en otra ocasión. --Volvió a sonreír.
El hombrecito rojo frunció el ceño al escuchar las palabras del joven, pero al no tomarle importancia, optó por continuar con su trayecto.
La tenue iluminación, creada por un artefacto mágico, iluminaba el camino, el sendero se fue haciendo cada vez más ancho y espacioso, el leve sonido de una gota tocar el suelo era lo único que se lograba escuchar, acompañado por las respiraciones de los dos hermanos.
--Déjenme ayudarlos. --Dijo Gustavo, acercándose con calma al lado del hombrecito rojo.
--No, humano, esto es nuestro trabajo. --Respondió el hombrecito verde. El joven sonrió y negó con la cabeza.
--Eso es algo cierto, pero no creo que pase nada si los ayudo, así que déjenme un espacio para cargar al felino.
--Hermano rojo... --Su expresión se complicó, mirando a su consanguíneo al no saber que hacer.
--Sí quiere ayudar, hay que dejarlo ayudar. --Dijo el hombrecito rojo con calma, mirándolo desde abajo con una expresión solemne. Gustavo lo observó y sintió que el pequeño hombre que había conocido fuera de la montaña, no se encontraba presente.
--Bien. --Asintió de manera obediente.
Con una sonrisa en su cara levantó los brazos y arrojó el cuerpo del felino al cuerpo de Gustavo, quién abrió los ojos por la sorpresa, pues no había esperado semejante acto. El pesado cuerpo cayó, el joven lo recibió con dificultad, ya que no se encontraba preparado, pero no flaqueó, se acomodó el pesado cuerpo la bestia mágica en su hombro y comenzó a caminar.
--(Es más pesado de lo que imaginé) --Pensó, mientras sonreía con alegría. No había nada mejor para el corazón, que ayudar al prójimo, palabras de su madre.
El paisaje volvió a cambiar al terminar el tranquilo sendero, pareciéndose demasiado a una selva, repleta de árboles gigantes y una flora completamente distinta a la que se encontraba en el mundo exterior. Habían pequeños animales, la mayoría con una esencia poderosa y, energía mágica bien desarrollada. Su brazo derecho tembló al verlos, deseoso de sangre fresca, suspiró, mordiéndose su labio inferior con fuerza, el líquido rojo apareció, derramándose lentamente de su boca, por el momento era lo único que podía hacer para mantener su mente clara y, su cordura intacta. Ahora que lo pensaba, su decisión de haber querido entrar a la montaña, era muy egoísta, hasta tiránica si se le veía de un punto de vista más alejado, pues el simple hecho de querer entrar al hábitat de un individuo o cosa para arrebatarle la vida, por un deseo propio, no era algo que definiera su personalidad, ni era algo que hiciera alguien con las cualidades que se suponen lo calificaban como persona. Analizó la situación, su determinación comenzó a flaquear y, su mente lo atacó con pensamientos negativos.
--¿Su señor es malo? --Preguntó, tratando de encontrar una excusa noble para poder terminar con la vida de la bestia y, así poder dormir por la noche.
--Muy malo --El hombrecito rojo asintió--, nos golpea y se burla de nosotros. --Hizo una ligera expresión de dolor.
Gustavo intento girar el cuello para mirar su expresión, pero por más que intento, no pudo apreciarla. Frunció el ceño, por alguna extraña razón, aquellas palabras tocaron su corazón.
--¿Y por qué continúan a su lado?
--No más preguntas. --Su rostro se tornó nuevamente calmo, hablando con una ligera autoridad.
Gustavo dejó de hablar por un momento, no era la primera vez que había rechazado responder sus preguntas, por lo que lo hizo sentir incómodo, sintiendo que algo no estaba bien.
--¿Por qué no pueden responder?
--No más preguntas. --Gustavo frunció el ceño.
--Pero...
--No más preguntas.
El silencio invadió por un momento al joven, no sabiendo que hacer, estaba claro que algo ocultaban los hermanos, pero no podía forzarlos para que le respondieran, por lo que solo se quedó callado, esperando la oportunidad para saber que era lo que estaba ocurriendo.
--Hemos llegado. --Dijo el hombrecito verde con una gran sonrisa.
Gustavo se quedó de pie, mirando el horizonte, buscando al señor del que poco habían hablado, pero no encontró a nadie.
--Abre la puerta. --Ordenó el hombrecito rojo. El joven frunció el ceño.
--(Puerta ¿Cuál puerta? --Pensó.
--Lo que diga, hermano rojo.
El hombrecito de piel verdosa dio un paso adelante, aplaudiendo con la energía elemental de la tierra. Un sonido hueco y estruendoso llenó la zona, como el desprendimiento de una gran parte de una montaña. Cuando el poderoso sonido se desvaneció, se presentó de la nada, una puerta gigante, con un tallado exquisito y antiguo. Gustavo abrió la boca por la sorpresa, debía admitir que la escena que acababa de presenciar, era digna de elogio. Con un sonido pesado, la puerta comenzó a abrirse, dejando vislumbrar una hermosa y extensa sala, similar a los mejores salones del trono del continente, o posiblemente, más majestuosa.
--Pequeñas ratas, tardaron demasiado. --Una voz profunda, antigua y llena de una intensa furia, sonó dentro de la sala. Gustavo tragó saliva, con la pura voz había logrado colocarlo en guardia, por lo que ya podía intuir lo que se acercaba.
--Señor está de mal humor. --Dijo el hombrecito verde con una expresión de miedo.
--Siempre lo está. --Respondió su hermano.
--Era mejor cuando estaba dormido. --Su expresión se volvió más infantil, colocando un puchero en su cara de adulto.
--¿Qué esperan? Tráiganme mi comida.
--Entremos hermano verde.
--Sí, hermano rojo. --Asintió el hombrecito de piel verdosa.
Gustavo caminó detrás de los pequeños hermanos, aún cargando el enorme cuerpo del felino.
--Hicieron un gran trabajo. --Dijo la voz dentro de la sala y, con la misma, la puerta se cerró.
Gustavo tragó saliva y miró en la lejanía, donde una sombra gigante se encontraba de pie.
--Creo que me equivoqué en venir. --Se dijo a si mismo en voz baja.