Al escuchar las palabras del joven, Meriel rápidamente desenvainó su espada, no entendía como su señor podía saberlo, pero aún así actuó acorde a la situación, no estaba dispuesta a bajar la guardia. Gustavo miró a ambos lados, pero solo en un lugar estaba concentrada aquella energía mágica y de vida que lo llamaba: en el interior de la ciudad.
--Detrás de mí. --Dijo, mientras desenvainaba su sable. Meriel asintió, protegiendo la espalda de su señor.
Wityer despertó de su sueño, mirando con una actitud relajada sus alrededores, al sentir la caótica energía del brazo de su compañero, su primera acción fue lamer la mejilla del humano. El joven sonrió sutilmente.
Entre más se acercaban, más apreciaban los detalles de la entrada de la ciudad, sus gruesas puertas de madera estaban rotas, acostadas en el suelo, con marcas de quemaduras en varias partes de su superficie. Gustavo continuó caminando, no bajando ni un solo instante la guardia. El interior de la ciudad no era diferente a la devastación de afuera, las casas y edificios sufrían de la perdida de pedazos, así como de grandes cuarteaduras. En el suelo, acostados, o recargados sobre las paredes, descansaban los cuerpos inertes de algunos soldados de armaduras negras, así como de los ciudadanos de Tanhel.
--Hubo un enfrentamiento. --Dijo Meriel con un tono serio. Gustavo asintió, las armaduras negras de algunos de los soldados caídos, no correspondían a los soldados muertos afuera de los muros, por lo que estaba
claro que eran dos ejercitos distintos.
El joven hizo un movimiento imperceptible con sus dedos de su brazo derecho, limpiando la energía de muerte de la zona y, entregándole el descanso a las almas que habitaban en los alrededores, la atmósfera se volvió más respirable, lo que provocó que Meriel se sintiera curiosa sobre lo que había pasado. Gustavo respiró profundo, aquel acto había consumido una tercera parte de su energía pura, algo que en realidad no le molestaba, ya que la energía de muerte lo ayudaba a mantenerse cuerdo, pero sabía que no podía depender de ello para siempre, porque cuando no encontrara cadáveres frescos, tendría que crearlos el mismo y, eso era algo que no podía permitir.
Mientras los cuerpos inertes seguían llenando las calles, el rostro de la dama se fue haciendo más serio y oscuro, había visto las consecuencias de las batallas innumerables veces, pero nunca una escena tan lamentable como la que apreciaban sus ojos y, Gustavo tampoco estaba muy a gusto con la vista, pues ver a niños inocentes, o mujeres con heridas profundas por haber protegido con sus cuerpos a sus crías, era algo que no deseaba ver, ni en su mundo ni en este, lamentablemente ya era muy tarde y, aquello que trataba de esconder, poco a poco resurgía en el interior de su corazón: ansias de matar, pero no ejerciendo aquella acción solo por placer, no, él quería vengar a todas las almas caídas en la ciudad, quería mostrarles el mismo destino que aquellos individuos les habían entregado a los ciudadanos de Tanhel, el único obstáculo que poseía, era que debía encontrarlos.
--Haré algo que romperá con tu cordura, así que espero que te prepares. --Dijo el joven con un tono serio. Meriel miró a su señor y asintió, sin entender por completo sus palabras.
Gustavo estiró su mano izquierda, tensando sus dedos y, con la ayuda de la energía de muerte, convocó a su fiel subordinado: Guardián, quién hizo una reverencia al instante de aparecer.
--Su excelencia. --Mencionó con su habitual voz lúgubre y sin emoción. Gustavo asintió.
--Necesito tu habilidad. --Dijo Gustavo con un tono serio.
--Lo que usted pida, Su excelencia, pero si debo preguntar ¿Qué habilidad desea que active? --Preguntó con un tono respetuoso.
Mientras el joven y el esqueleto mantenían una conversación amena, la dama se encontraba de pie, desconcertada con la boca abierta, sabía que el joven que tenía por señor era alguien enigmático, alguna vez hasta había llegado a pensar que era un emisario de la muerte, como los de las leyendas de las historias antiguas, sin embargo, rechazó aquella idea al parecerle demasiada fantasiosa, pero ahora que estaba en presencia de un verdadero verdugo oscuro, la identidad del joven se hacía más confusa, no queriendo ni siquiera imaginar lo que en verdad era.
--¿Me entendiste? --Preguntó Gustavo. Guardián asintió.
--Cumpliré con su orden. --Dijo con respeto, acompañada de una reverencia y, como si nunca hubiera existido, desapareció de los alrededores.
--Sin misericordia, como decía mi general. --Sonrió de una manera cruel.
--Señor... --Dijo Meriel con un tono bajo, todavía estaba un poco confundida por lo que acababa de presenciar.
--Tranquila, es mi invocación, no te hará daño. --Cambió rápidamente su expresión a una más empática y cálida. La dama lo observó, mientras asentía con la cabeza.
--Eso lo sé, pero lo que no entiendo es ¿Qué idioma estaban hablando? --Preguntó con un tono respetuoso. Gustavo sonrió al recibir semejante pregunta, pues ni el mismo lo sabía.
--Por el momento no puedo contarte más. --Dijo, intentando no mentirle a su subordinada, pero tampoco dejándole más dudas. Meriel asintió, entendiendo que aquello eran los secretos de su señor, por lo que había cometido un error en preguntar.
--Mi señor...
--Espera. --Interrumpió, mientras levantaba su mano derecha para callar a la dama, quién guardó silencio al instante.
--¿Qué sucede, señor Gus? --Preguntó.
--Sígueme. --Dijo y, en el mismo movimiento comenzó a correr.
Gustavo aumentó su velocidad, dejando una clara ventaja entre él y su subordinada, no deseaba perder el rastro de lo que sus sentidos habían percibido, por lo que no le importó por el momento la seguridad de la dama, después de todo tenía a Wityer de su lado, quién era más rápido que él y, podría salvarla si algo salía mal. A los pocos minutos de haber comenzado a correr, llegó a una extensa plaza circular, de dimensiones grandes y simétricas, pero con una atmósfera de destrucción y olor a sangre en ella. Gustavo se detuvo, cubriendo su presencia con la ayuda de su energía y, su cuerpo con un pequeño edificio que rodeaba la plaza. Respiró profundo, mientras su mirada se volvía fría, pues aquellos que estaba buscando, se encontraban justo enfrente de él, a unos cientos de pasos de su posición.