- Estamos llegando - Escuché que decía Sylvia
Me quedé con los ojos cerrados unos minutos más fingiendo que dormía, pero el trayecto no había sido tan largo y es cierto que tampoco me habrían dejado dormir, de ser cierto que hubiera querido hacerlo.
Me he pasado la mayor parte del trayecto en tren mirando por la ventana, no estoy cómoda con la situación, se cuál es el motivo pero si se lo cuento a ellas, tendré que asumir muchas cosas, y dar más explicaciones de las que ahora mismo me atrevo. Temo el momento de encontrarme con él.
Estamos sentadas en unos de esos asientos del tren que parecen la mesa de un restaurante, 2 pares de asientos uno frente al otro, con una pequeña mesa entre los cuatro. Son esos asientos que usa el típico trabajador de oficina para aprovechar el trayecto si es muy largo y acabar de redactar algún documento, que aunque no sea muy urgente, no le deja hacer el viaje en armonía. Este tipo de trenes de dos pisos, que cuentan con estos asientos, no son los habituales para este recorrido, será por la época del año que es y la alta demanda que tienen con la cantidad de turistas que hacen este trayecto, que se han visto obligados a poner más convoyes y de este tipo para ampliar el servicio.
Yo estoy ausente, tengo una mezcla de sentimientos en mi interior que no consigo ordenar, ni entender ¿porque siempre me cuesta tanto enfrentarme a la realidad?
Es cierto, estamos llegando, y empiezo a ponerme nerviosa, el momento de verle se precipita cada segundo que pasa, y aunque en el fondo quiero que suceda ya, me siento confundida por no poder controlar la situación.
No recordaba la última vez que había hecho este mismo trayecto y en tren, desde que me había sacado el carnet siempre procuraba ir en coche, solo eran poco más de 60 kilómetros, pero el motivo del viaje nos hizo escoger ese medio de transporte, porque la vuelta para todas sería muy diferente, no volveríamos juntas, ni tampoco solas, aunque no todas sabíamos cómo se iban a producir esos acontecimientos.
Apoyo la cabeza en el respaldo del asiento, vuelvo a cerrar los ojos, y veo como todo pasa muy deprisa ante mí, lo veo a él, veo sus manos en mi cuerpo, veo su mirada y sin darme cuenta dejo escapar un suspiro, todo el aire que hay en mi interior sale, tengo la sensación de llevar mucho tiempo aguantando la respiración, necesito una respuesta a todas mis preguntas, aunque la respuesta que me den, no sea la que yo quiero escuchar.
El motivo de nuestra visita a ese lugar es muy diferente a todas las veces anteriores... esta vez es mucho más emocionante, giro la cabeza y la miro, miro a Sylvia, sentada a mi lado y emocionadísima, la piel le brilla e irradia felicidad, está muy morena para ser primeros de junio, tiene el pelo color chocolate, desde que la conozco ha cambiado de corte de pelo, pero nunca de color, le favorece muchísimo, sus ojos oscuros me miran ilusionados, no se ha sentado ni diez minutos seguidos durante todo el viaje, no ha dejado de hablar, de explicarnos cómo, cuándo y dónde lo haremos todo, como si nosotras no lo supiéramos ya, repasando todos y cada uno de los detalles, y poniéndonos más y más nerviosas de lo que ya estamos. Ese fin de semana va a ser su gran día y nosotras, sus amigas vamos a estar con ella, pero temo el momento de verle a él, lo que va a provocar en mí ese día, el millón de recuerdos que aparecerán en mi cabeza cuando me mire y todas las explicaciones que me pedirá y que no sé, si seré capaz de contestar.
Enfrente de Sylvia está sentada Alicia, colocando su media melena rubia casi sin darse cuenta, mira muy concentrada su teléfono móvil, en sus ojos azules se refleja la pantalla, las redes sociales la tienen como en otra dimensión, y su nueva conquista, el poco tiempo que le quedaba, junto con Sylvia, se han pasado todo el viaje haciendo vídeos, fotos y directos para redes sociales, explicando a todos sus seguidores, lo bien organizada que está la boda y lo bonita que va a ser.
Las dos van en vaqueros y camiseta, van informales pero elegantes, tienen mucho gusto para la ropa, aunque de eso tiene la culpa Edith, ella tiene una tienda de ropa y nos mima mucho a todas, tiene muy buen gusto y es buena estilista con sus clientas y nosotras nos dejamos aconsejar por ella. En cuanto al tema de maquillaje la más diva es Alicia, con esos ojazos azules, sabe como resaltarlos aún más y está pendiente en todo momento de que nosotras usamos todas las últimas tendencias en cosmética y belleza que ella aconseja a todos sus seguidores.
Sylvia no será tan famosa en redes sociales como Alicia, pero si después de la boda no se hace "influencer" no será por no haberlo intentado, la verdad es que ha organizado la boda tan bien que no me extrañaría nada que cambiara su trabajo como directora de compras a wedding planner, creo que ha disfrutado más la preparación que lo que pueda llegar a disfrutar de su día.
Mientras graban un último vídeo, enseñándoles a sus seguidores los maravillosos colores que tiene la estación donde vamos a bajarnos, yo no puedo evitar recordar el día que Sylvia nos dijo que se casaba, había sido un año antes pero ahora me parecía una eternidad. Lo mejor no fue la noticia sino la forma en la que nos lo dijo. Ella siempre tan creativa y original, y con los ojos abiertos puedo volver a vivir ese recuerdo.
Desde que nos conocemos solemos ir al mismo restaurante los viernes, cuando quedamos para comer, incluso ahora que ya somos "habituales", siempre escogemos la misma mesa, una mesa redonda, en un rincón del restaurante, una mesa que ha escuchado locuras, emociones y penas que ni nosotras mismas somos capaces de recordar y revivir.
Sylvia había llegado al restaurante antes que nosotras, siempre es la más puntual, pero está vez era algo intencionado, y nos esperó sentada en la mesa. A nosotras nos había pedido por el grupo de whatsapp, que tenemos en común, que la esperásemos en la puerta.
Cuando llegó Alicia, suele ser la última casi siempre, es la más presumida, y seguro que había llegado tarde, porque se estaba planchando el pelo, recibimos un whatsapp de Sylvia, había llegado pronto y estaba dentro, eso era algo extraño en ella, y nos miramos preocupadas. Siempre quedábamos en la puerta, aunque alguna de nosotras llegara con mucho retraso. Sin decirnos nada más entramos al restaurante, un poco asustadas y expectantes, la vimos de espaldas a nosotras, sentada en el mismo sitio de siempre, nos acercamos a la mesa, y algo llamó nuestra atención, la mesa estaba extrañamente colorida, en cada plato había una flor, todas diferentes y de cuatro colores, junto a ellas, encima de los platos, unas bolsitas doradas.
- Y esto? - dije emocionada - Que bonito!
- Sentaros chicas, y os explico lo de las flores.
Las bolsitas doradas estaban atadas a los tallos de las flores, cada una de nosotras tenía su flor favorita, una margarita rosa para Alicia, un girasol amarillo para Edith, un tulipán azul para mi y en el plato de Sylvia, había una rosa blanca. Abrir las bolsitas fue desatar la locura, no pudimos contener el grito, incluso en mi caso no pude contener las lágrimas, de emoción y felicidad.
Dentro de cada bolsita, había una pulsera de tela y plata, cada una de un color, rosa, amarillo, azul y blanco, Sylvia ya la llevaba puesta, pero ninguna había reparado en ese detalle, al dar la vuelta a la pulsera había una inscripción "Amigas de la Novia 9 junio 2019".
¡Sylvia se casa!, fue lo primero que vino a mi mente, como si me lo estuvieran gritando al oído, y eso me paralizó a la vez que me llenó de satisfacción. Sabía que siempre lo había deseado, pero llevaba tanto tiempo con Viktor que ya todas habíamos asumido que si lo hacían, no le darían la mayor importancia, que sería una ceremonia por lo civil, y como mucho una cena íntima con amigos, pero todos esos detalles significaba que organizaba una boda, y conociéndola no sería nada discreta.
La miré, cruzamos esas miradas nuestras que no necesitan palabras, Alicia y Edith ya la tenían retenida en un abrazo, y me uní a ellas, la emoción pudo con nosotras y casi no pudimos dejar de llorar, de felicidad, hasta que el camarero nos vino a tomar nota.
El recuerdo se queda en mi mente como una hoja enganchada en un cristal un día de lluvia, vuelvo al tren, ya estoy en el andén, acabamos de bajarnos y vuelvo al aquí y al ahora... y ahora quedan menos de 24 horas para que ese gran día se haga realidad, todavía no ha empezado pero yo, por alguna razón que todavía no consigo entender, no quiero que se acabe.
Llegamos al hotel casi a mediodía del día anterior a la boda, Sylvia quería acabar de organizar con los músicos y el jefe de sala los detalles de las mesas y los vídeos que quería proyectar durante el banquete, así que para no arruinar "las sorpresas", que no quería contarnos, las tres nos fuimos a pasear por el hotel, en realidad sólo queríamos cotillear el paraíso que nuestra amiga había elegido para un día tan especial.
El hotel que habían elegido los novios, era precioso, sacado de una postal, un hotel a las afueras de un pueblo de la costa brava, por encima del mar, al borde de la montaña, la entrada no era demasiado ostentosa, pero por dentro era increíble, se accedía al edificio principal por el parking, que estaba al lado de la carretera, una vez pasado el edificio central donde estaban la recepción y el salón de comidas y desayunos, el resto parecía como un jardín botánico, mucha vegetación y varios edificios algo más pequeños y de diferentes tamaños alrededor, como si fuera una pequeña urbanización.
Hay dos edificios principales dónde están las habitaciones, no hay demasiadas, es un lugar íntimo y especializado en eventos, más alejados de la entrada y algo más pequeños, pero unidos por un sendero de piedras están los salones para bodas o reuniones. Todos los salones están acristalados, tienen mesas enormes, todo con un blanco perfecto que denota limpieza y paz, los cristales ofrecen unas panorámicas del mar mediterráneo que te hacen quedarte hipnotizado y en silencio, parece que floten sobre las olas, en algunos de aquellos salones sería al día siguiente el banquete.
Seguimos bordeando un muro de piedra que hacía las veces de barandilla para evitar caídas al acantilado, vamos en silencio, escuchando las olas que rompen unos metros más abajo nuestro, sin pensar que nos ocultan un secreto, y entonces encontramos unas indicaciones que nos dirigen al parking, es un hotel con playa privada así que continuamos por el lateral del edificio principal, rodeando por completo el hotel y volvemos a aparecer en el parking, en un lateral de la carretera hay un pequeño sendero que te lleva a unas escaleras que acaban en la arena de una cala pequeñita pero preciosa, y en ese preciso momento decidimos que sí o sí, que bajaremos a ver el próximo amanecer todas juntas.
Yo ya he estado en esa cala con él, y todos mis sentimientos se remueven, no quiero contarles a las chicas porque ese hotel, porque esa cala me trae tantos recuerdos y menos con quién, pero mi piel se eriza ante su recuerdos, puedo sentir las notas de la canción rozando mi piel. Fue el verano pasado, simplemente iba a ser un día de playa, yo se lo propuse y él me dijo que tenía la playa perfecta, cuando llegamos, aparcamos en el parking de empleados para no llamar mucho la atención, y bajamos las escaleras a la cala, estábamos solos, era septiembre y ya no había demasiados huéspedes en el hotel.
Me sorprendió que conociera ese lugar y él disipó mis dudas diciendo que había trabajado en el hotel, no acabé de creérmelo pero el momento y el lugar no dieron pie a más preguntas sobre el tema, ahora entiendo que probablemente no fuera la primera, ni quizás la última a la que había llevado allí, quizás incluso él había convencido a Sylvia para que lo eligiera para el día de su boda.
Después de cenar y comprobar que todo, en particular nuestros vestidos, estaba preparado para el día siguiente, nos sentamos en la salita de la habitación, esa noche habíamos reservado la buhardilla del hotel, una habitación de la última planta, era una suite, tenía un recibidor pequeño donde estaba la puerta del baño, una salita con sillones y cojines, donde nos sentamos con 4 copas y una botella de cava, tenía un ventanal enorme, lo dejamos abierto de par en par para que entrara la brisa del mar, el lugar era perfecto y la compañía más todavía.
La cama doble dos por dos, completaba el resto de la habitación y nosotras habíamos pedido dos supletorias más, queríamos dormir las 4 juntas esa noche, bueno, en realidad todas éramos muy conscientes de que no íbamos a dormir, y así fue, pasamos la noche en vela, imaginando el día siguiente, disfrutando de recuerdos y anécdotas que tan rápido nos hacían reír, como llorar, teníamos los sentimientos a flor de piel y todavía no había empezado, madre mía, ahí fue donde me dí cuenta de lo intenso que iba a ser el día siguiente. Disfrutamos de esas horas las cuatro juntas, un momento muy deseado por todas que por cuestiones de trabajo y familia, no siempre teníamos todo el tiempo que queríamos para vernos.
Hacía varios años que nos conocíamos, cuando conocí a Sylvia, ella ya era directora de compras y para entonces ya salía con Viktor, su futuro marido, cogimos mucha amistad desde el primer momento, yo era comercial en ese momento, y nos veíamos dos o tres veces por semana por motivos laborales, además empezamos a ir al mismo gimnasio, para pasar más tiempo juntas. Yo entonces no tenía pareja y Sylvia, me animó a que me apuntara a las salidas sociales que hacía el gimnasio, para conocer gente y ponerte en forma, yo acepté pero con la condición de que ella tenía que venir conmigo a algunas, al final, resultó que conocí a Christian, un chico interesante pero no duró demasiado, y nos hicimos muy amigas de las organizadoras, Edith y Alicia, ellas tienen un par de años menos que nosotras y son tan extrovertidas y charlatanas que no me extraña que tengan tanta vida social, fueron ellas las que propusieron al gimnasio hacer esas salidas sociales para crear un mejor ambiente y lo consiguieron, y así es como empezamos a vernos las cuatro los viernes quedábamos a comer y el domingo por la mañana, salíamos a correr, a jugar al pádel o nos tomábamos algo juntas.
- Entonces, ¿porque no ha venido? - le preguntó Sylvia a Alicia, la conversación se iba animando, Alicia llevaba unos meses muy ilusionada saliendo con un chico y no lo había invitado a la boda.
- Porque llevamos muy poco tiempo Sylvia - le dijo mientras le contestaba otro Whatsapp a él. La verdad es que Alicia había tenido otros novios pero con este estaba especialmente ilusionada, lo habíamos visto en un par de ocasiones pero tampoco podíamos opinar demasiado. Era un chico alto y moreno, con el pelo corto y ojos azules, se le veía amable y atento y parecía estar muy enamorado.
- Alicia, 4 meses es poco tiempo, estoy de acuerdo, pero... es que se os ve.. taaan.. bien... - contestó Sylvia con cara de enamorada
- Que rabia dais!, en serio - solté yo, con un poco de envidia.
Nunca he tenido mucha suerte en el amor, me considero una mujer guapa, pero es cierto que no son tan femenina como Alicia, ni tengo tanto estilo como Edith, ni tanta seguridad como Sylvia. Me considero una mujer un poco loca y me gusta probarlo todo, quiero decir que me gusta subir una montaña, tanto como leer un buen libro, o mancharme de barro como cualquier niño, y esos cambios no suelen encajar, en una relación, seria y estable, mis últimas parejas, han sido o niños con los que no se podían ir a ninguna actividad un poco sería, o adultos que no sabían lo que era una broma.
Era cierto que dan mucha rabia, quizás un poco de envidia también.
Sylvia por la boda, por esa ilusión que contagia a todas y cada una de las personas con quien habla, por la relación que tiene con Viktor, que es perfecta, la relación que todas hemos soñado de niñas, tienen ese cariño de las relaciones largas, esa comprensión el uno con el otro porque se conocen y se respetan mutuamente y no han perdido la pasión de los primeros meses y años, o eso nos cuenta Sylvia, cuando surgen conversaciones subidas de tono.
Alicia lleva poco tiempo con Mario, pero es cierto que se les ve muy enamorados, tan dulces, tan cariñosos, con esos momentos de pasión desenfrenada, normalmente en público, parecen dos adolescentes. Alicia es de las que no se conforma demasiado y a veces su carácter de hacer siempre lo que ella quiere, no la deja estar mucho tiempo con la misma persona, pero con Mario, se empieza a comportar de forma distinta, es más comprensiva, más tolerante ante el mundo en general, cosa que antes no sucedía, era bastante egocéntrica y además sabemos que Mario, le provoca muchos otros sentimientos entre las piernas y eso para Alicia es también muy importante.
Edith por lo contrario es más tradicional, con Pablo lleva ya dos años, es de esas personas elegantes y estilosas, sus facciones son muy sensuales, tiene los labios carnosos, los ojos oscuros y la piel morena, y cuando está con Pablo combinan hasta sus sonrisas, todavía no han hablado de boda, aunque no creen demasiado en la pomposidad de esos eventos, quizás más adelante, pero sí han hablado de ser papás, es algo que les hace mucha ilusión a los dos, y seguramente primero tengan un niño, antes de pensar en casarse.
Es tan bonito ver cómo dos personas se quieren, sí, dan mucha envidia, pero me siento muy feliz de ver a mis amigas tan enamoradas, y las entiendo, me pongo en el lugar de Alicia, llevan poco tiempo y la boda de su amiga es algo serio para ella, no puede presentarse con cualquiera y luego arrepentirse, por haber roto la relación y darse cuenta de que todos los recuerdos de la boda son con él, y también me pongo en el lugar de Sylvia, y sabiendo que Alicia está tan feliz con Mario, se siente mal porque sabe que ella no va a poder disfrutar del día al máximo sin él a su lado.
- Quien sabe si tu mañana encuentras novio en la boda, Jess- Me dijo Edith en ese momento.
- Pues como no sea con un camarero...- contesté, en cierta manera ser la única que no tenía pareja en la boda para mí no es un problema, conozco a Viktor y a Pablo desde hace mucho, y es como si todos fuéramos familia, pero en ocasiones si me siento un poco excluida en algunos planes de futuro, como si me sintiera un escalón por detrás de ellas, por no ser capaz de crear una relación sentimental que valga la pena.
- A ver Sylvia, saca la lista de solteros de la boda... - dije con ironía, con la mente puesta en una única persona, y todas nos echamos a reír, porque invitados que fueran solteros venían bien pocos.
Todas nos sabemos la lista de invitados de memoria, hemos ayudado en todo lo referente a la boda, el lugar donde va sentado cada uno, el color de las mesas, de las flores, el de nuestros vestidos, es como si la boda fuera de las cuatro, excepto en lo más concreto que Sylvia ha insistido en que todos tendremos sorpresas, y en eso tenía razón, porque ella no se espera la que nosotras le hemos preparado a ella.
Después de varias botellas de Cava, un montón de recuerdos, algunas lágrimas y varias horas de risa, el alcohol hacía bastante rato que nos estaba pasando factura, de hecho, hay momentos de esa noche que no recuerdo demasiado bien, pero de esos mejor nos olvidamos..., la cuestión es que queríamos cumplir lo prometido y bajar a ver amanecer en la cala.
Faltaban muy pocos minutos para que amaneciera pero hacía mucha calor, y nos vendría genial un baño, salimos de la habitación cuando todavía era de noche y como pudimos, porque buscar el kit de playa en nuestra habitación fue imposible, así que decidimos bajar en ropa interior, total a esas horas era poco probable que nos viera nadie.
Cogimos nuestras copas, y la última botella, nuestras emociones nos guiaban y en el silencio de la noche solo se oían las olas y nuestros movimientos bajando a la calita privada del hotel, ese sería nuestro primer recuerdo de ese día. Un día, que aunque sabíamos que sería precioso, emocionante y que nunca olvidaríamos, nos iba a dejar algún que otro disgusto.
El camino era de tierra, hasta casi llegar al parking de los empleados, allí empezaban los escalones, bajamos despacio, nos costó bastante rato e intentamos ir todo lo silenciosamente que pudimos pero la emoción, el alcohol y la situación hicieron todo lo contrario y solo se nos oía a nosotras, no se escuchaba ningún ruido en todo el recinto del hotel, y por esa carretera a esas horas no pasaba ningún coche tampoco, estábamos formando un escándalo pero era nuestro día y nos daba un poco igual.
Cuando llegamos a la playa, dejamos a unos metros de la orilla los zapatos, la botella y las copas y nos metimos en el agua, nos sorprendió su calidez, es cierto que nuestro estado de embriaguez ayudaba a aumentar la temperatura del agua.
Nos divertimos un rato con chapuzones y cotilleos bastante eróticos para amenizar la espera, ese baño nos sirvió para relajarnos y confesarnos algún que otro secreto.
Yo no dejaba de recordar cómo había sido el contacto con él, en esa misma playa, en esas mismas aguas que ahora recorrían mi cuerpo como si de sus manos se trataran.
Me relajé y me dejé llevar por los recuerdos, sus manos por mi espalda, repartiendo la crema, rozando mis muslos, el pliegue de mis nalgas, y subiendo por mi espalda, hasta acabar con sus labios en mi cuello. Recuerdo como me cogió de la mano, me ayudó a levantarme y me llevó al agua, allí me fue mojando muy suavemente, poco a poco dedicando toda su atención a cada rincón de mi piel y luego me hizo el amor, con delicadeza y pasión, para que no quisiera olvidar ese momento nunca más.
Ese baño juntas nos relajó, nos unió si cabe un poco más, durante nuestra amistad, no era ni sería la última vez que disfrutábamos de un día de playa juntas pero, ese momento era solo nuestro, una gran complicidad entre las cuatro, marcó un antes y un después para todas nosotras, se acercaba la salida del sol y salimos a brindar por ese día tan especial.
Con una copa en la mano y una toalla alrededor del cuerpo, nos colocamos una al lado de la otra, con los pies en la marca mojada que dejan las olas cuando desaparecen para volver al mar. El agua nos mojaba los pies suavemente y sin poder decir ni una palabra, solo observando la puesta de sol, todas sabíamos que en ese instante, ese día, como otro cualquiera, ya había empezado a cambiar nuestra vida.
Me desperté alterada, nerviosa y confundida ¿Había sucedido de verdad? ¿En qué momento pasé de estar con las chicas en la arena de la playa a estar entre sus brazos? Podía sentir su olor en mi cuerpo, sus labios en mi piel... mi cabeza seguía visualizando todo tal y como había sucedido ¡No! ¿Ha sido un sueño? Ya no sabía lo que era verdad y lo que no, todo este tema, me estaba volviendo loca.
Tenía que ser un sueño. Cerré los ojos un par de veces, miré a mi alrededor, él no estaba. Una gran sensación de alivio me invadió, quizás su presencia sólo seguía en mi mente, solo era un recuerdo antiguo, respiré hondo tumbada todavía entre las sábanas. Ya era de día, la habitación estaba muy revuelta, había cojines y ropa por el suelo, pero yo no recordaba nada.
¿Qué había pasado? Me senté en la cama, intentando recordar, cuándo, cómo y con quién había llegado a la habitación, pero no lo conseguía, no recordaba nada. Y el pánico empezó a invadirme, empecé a recordar las respiraciones que hacíamos en clase de yoga.
Después de dos minutos sentada en la cama sin recordar nada, me levanté, sentía muchas ganas de vomitar, de hecho, recordaba haberlo hecho ya anteriormente esa misma noche, ¿o había sido por la mañana? en mi recuerdo no estaba sola... ¿quién había estado conmigo mientra vomitaba? ¡Qué vergüenza!
La imagen aparece en mi mente, yo, sentada en el suelo del baño de esa misma habitación del hotel, y ¡Sylvia!, diciéndome que no pasaba nada, que lo entendía, que si sentía tantas cosas por él, debía intentar que lo nuestro funcionara.
¿En qué momento le hablé de él? no lo recordaba, no podía ser, ¿se lo había explicado?, justo la noche antes de su boda, ¡no podía haberle hecho eso! ¿como había sido capaz, de joderle así su gran día?
Pero no recordaba a Sylvia, enfadada ni triste, ni sorprendida.. quizás no se lo había dicho y todo era una pesadilla y seguía soñando.
Miré el móvil, desde hacía un rato no paraba de vibrar, pero en ese momento, no era una de mis prioridades, quien fuera tendría que esperar. Me levanté y fui al lavabo, me refresqué la cara, el cuello y el pecho, empezaba poco a poco a sentirme mejor y las ganas de vomitar iban pasando. Me acerqué a mirar el móvil. Era él otra vez, había llamado unos diez veces esa noche, ¿qué quería?, sabía que pronto tendría que verlo, que me pediría más explicaciones de las que yo era capaz de darle por no haberle cogido el teléfono durante los últimos días, pero necesitaba tiempo, necesitaba retrasar ese momento lo máximo posible, y todavía tenía que pensar cómo iba a explicárselo a Sylvia, ¡si no lo había hecho ya!.