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Chapter 13 - EL MÁS FRÍO INVIERNO

Una mano cálida me sacude el hombro.

—Sol, despierta.

Es la voz de mamá.

Abro los ojos confundida. Necesito unos minutos para ubicarme en donde estoy, para entender que permanezco en mi cama.

—Te quedaste dormida vestida—me dice mientras camina hacia la ventana notando que está apenas entornada—. ¿Por qué está abierta…?

De golpe, la veo desviar su mirada a mi mochila.

Se agacha y la abre despacio. Lo primero que ve son los papeles de la autorización con la firma falsificada y luego mi uniforme del equipo.

Levanta su mirada y las lágrimas inundan sus ojos verdes.

—¿Qué significa todo esto?—pregunta, aunque en su mente ya armó todo el rompe cabeza—. ¿En serio, Sol? ¿Pensabas huir?

«Soy la peor hija del mundo».

Mamá me mira y hay tanta decepción en su rostro que no resisto.

—¿Falsificaste mi firma? ¿Qué más, Sol? ¿Qué más debo esperar?

Papá entra a la pieza casi corriendo, se nota alterado.

—¡Tienen que bajar a ver esto!—dice sin notar lo que está pasando—. Ocurrió un accidente…

Mamá y yo cruzamos miradas, pero permanecemos quietas en nuestros lugares.

—Lo están mostrando en las noticias justo ahora… es el colectivo que llevaba al equipo… chocaron…

Mi mente demora unos segundos en procesar lo que acaba de decir.

Mamá aún permanece inmóvil con los papeles en la mano.

—¡Por favor, vengan!, es importante. —Insiste papá, y juntos bajamos al comedor donde el noticiero muestra las imágenes terribles de un choque.

Hay ambulancias y bomberos.

El periodista relata que esta madrugada, cerca de las seis de la mañana, el colectivo mordió la banquina y se cruzó de carril, chocando de frente con un camión.

«Esto es una pesadilla, no puede estar ocurriendo».

Las imágenes están tomadas de lejos. No puedo distinguir a mis compañeras, no puedo saber si están bien.

Busco en mis bolsillos el celular, pero no lo encuentro.

Necesito hablar con Gael, o con alguna de las chicas.

Estoy por subir las escaleras cuando escucho al periodista decir.

—Hasta ahora podemos confirmar a cinco personas fallecidas, uno es el chofer, la otra es la entrenadora del equipo de fútbol femenino y tres menores de los cuales no podemos dar nombres, y varios heridos de gravedad.

Me quedo paralizada.

«Valeria está muerta».

Mamá comienza a llorar.

—¡Es terrible!—agrega papá—. Gracias a Dios que Sol no estaba allí.

Mamá levanta la vista y veo las lágrimas cayendo por sus mejillas, se apoya en la mesa, como si estuviera por derrumbarse.

—Mariel, ¿qué pasa?—pregunta mi padre y de inmediato comienza a llorar.

—Cris… es que… ella podría haber muerto… y de solo pensarlo…

Papá la abraza y ella suelta un sollozo.

No soporto su mirada de decepción y tristeza.

Corro a la pieza en busca de mi celular. Lo tomo con mis manos temblorosas. Hay cientos de mensajes sin leer.

Busco los mensajes de Gael.

*Lamento que no puedas venir. Tenía muchas ganas de compartir este viaje contigo, voy a extrañarte.

Ese era el último. A las 5:30 de la madrugada.

Busco su número en los contactos y lo llamo.

La llamada me tira al buzón de voz.

Llamo nuevamente. Y sucede lo mismo.

Comienzo a desesperarme.

Cuelgo y marco a Jazmín.

Llama y llama.

Siento que mi corazón está a punto de detenerse, cuando una voz desconocida me responde del otro lado de la línea.

—¿Sí?

—¿Jazmín?

—No, soy el oficial Navarro, este celular fue encontrado en la escena de un accidente, por el momento no podemos darle información.

—¿La dueña del teléfono está bien?

—Si es usted pariente puede dirigirse al hospital de Nuestra Señora del Carmen, en el centro de San Antonio de Areco, donde están siendo trasladados todos los todos los heridos… no puedo darle más detalles… Disculpe.

Llevo una de mis manos a mi boca, ahogando un grito de dolor al escuchar aquellas palabras. Las lágrimas siguen cayendo de mis ojos.

Mamá entra en mi cuarto y se sienta a mi lado en la cama.

—¿Alguna novedad de las chicas? ¿Pudiste hablar con alguna de ellas?

Niego con mi cabeza y ella me abraza.

—Un policía me atendió… todos están siendo llevados a un hospital cercano…

Mamá también llora.

Sé lo que está pensando, casi como si pudiera leer su mente.

«Yo podría estar en ese colectivo, quizás hasta podría estar muerta».

—Lo siento, mamá…—es lo único que se me ocurre decir en este momento—. No sé en qué estaba pensando…

Se aparta del abrazo para mirarme a los ojos.

—No dejo de dar gracias a Dios que no cometiste una locura… ¿Te das cuenta que…?—el llanto no le permite seguir hablando.

—No llores, mamá, lo siento, lo siento…

Las horas parecen detenidas durante la mañana. Todo trascurre como en cámara lenta, creando una ansiedad y temor que no puedo controlar.

Es medio día y sigo esperando información sobre el accidente.

No he podido comer nada. Tengo un nudo en la boca del estómago.

Mis ojos están rojos de tanto llorar.

El noticiero comienza, nunca antes me había interesado ver el programa, ni prestar atención a lo que los periodistas informaban, nunca antes, hasta hoy.

Mi pecho se siente apretado y me cuesta respirar cuando las imágenes del accidente comienzan a aparecer en la pantalla.

—Nos encontramos en el kilómetro 25 de la Ruta Provincial 41, camino a San Miguel del Monte—escucho decir al periodista—, donde esta madrugada, se produjo un fatal accidente entre un camión de carga y un micro que trasladaba unos 40 alumnos de Colegio Técnico Superior de Rosario.

»Los mismos se dirigían a un campeonato deportivo. Según los testigos, el colectivo mordió la banquina y perdió el control, cruzando hacia la mano contraria y colisionando de frente con el vehículo con acoplado que se dirigía hacia Zárate.

»Los conductores de ambos coches, Mario Domínguez y Raúl Sánchez fallecieron de inmediato, al igual que Valeria Núñez, la entrenadora del equipo de fútbol femenino.

»También hay tres menores fallecidos, alumnos del colegio Superior de Rosario, son Gabriel Brito, Dana Ocaña y Gael Serrano.

»Han trasladado a varios heridos de gravedad…

«¿Gael…? ¿Gael está muerto…? ¡¡No, no, no, Dios, no puedes hacerme esto!! ¡No puedes quitarme a Gael!»..

No puedo respirar.

El aire no entra a mis pulmones.

Mi pulso se acelera y la mente se paraliza.

Estoy mareada.

Siento que caigo por un precipicio sin fondo.

Quiero aferrarme de algún lado, porque todo da vueltas a mí alrededor.

Papá sujeta mis hombros y me mira comprendiendo la situación.

—¡Sol! Hija, ¡respira!—exclama sacudiendo mi cuerpo—. Tiene un ataque de pánico—le explica a mamá.

Ella se acerca y con una revista sacude el aire frente a mí.

—¿Conoces a esos chicos? ¿Son tus amigos?

Asiento con mi cabeza, pero no puedo pronunciar palabra.

«¿Por qué, Dios? ¿Por qué Dana��� Gabriel… Gael están muertos…?».

Cierro los ojos con fuerza y respiro con dificultad.

Un sentimiento de enojo hacia Dios me inunda. No entiendo cómo un Dios de amor y misericordia puede permitir que algo así le suceda a mis amigos.

«¿Acaso Dios me odia? ¿Por qué todo lo malo tiene que pasarme a mí? ¿Qué hice para merecer todo esto?».

¡¡Gael!! No, no puede ser cierto. Mi pecho arde de dolor.

Siento que me arrancan el corazón del pecho y lo estrellan contra el suelo sin clemencia.

Mi mente comprende que es invierno, un frío y duro invierno, algo que jamás había experimentado, tanto dolor, tanto frío en el alma, que voy a morir, quiero morir.

El día transcurre a mí alrededor, pero yo estoy detenida, helada, sin reacción.

Cierro los ojos e imagino el rostro de Gael, su sonrisa, sus ojos celestes chispeantes. Imagino su boca, sus labios que se acercan para besarme… hasta puedo oír su voz llamándome… y entonces los abro y me doy cuenta que no volveré a verlo. Que nunca más me regalará una de sus sonrisas, ni uno de sus besos, que su voz jamás dirá mi nombre nuevamente... y duele… duele demasiado.

Quiero salir corriendo hasta la puerta de la escuela y saber si hay más novedades, quiero saber qué pasó con el resto del equipo...Nadie contesta los teléfonos. No hay manera de averiguar nada.

Mamá llega a mi cuarto con una bandeja.

—Sol, tienes que comer algo. Vas a enfermarte…

Se sienta a mi lado en la cama. Me acerca el plato con unas empanadas, pero no puedo, no tengo apetito, no tengo ánimo de nada.

—No quiero, mamá…

—Come aunque sea una sola… estás tan pálida… me preocupa.

—Comeré después —respondo para dejarla conforme.

—Hablé con la directora—agrega, y la miro sorprendida—. Ella pensaba que estabas el colectivo con todo el equipo—dice con voz suave—, se alegró de que estuvieran bien…—bajo mi mirada avergonzada—. Me contó que está en contacto con varios padres… hay dos chicas que están muy graves, creo que son del equipo de hockey… a una le amputaron un pie… y otra está en coma.

Me abrazo a mí misma sintiendo un escalofrío que recorre mi espalda. No puedo soportar otra mala noticia, ya no tengo fuerzas.

«¿Quiénes son? ¿Qué habrá pasado con Leila, Cristal y Nair? ¿Por qué Dios no las castigó a ellas? ¿Por qué tuvieron que morir buenas personas que yo quería? Dios es injusto, Dios se equivocó».

—Me comentó que el lunes serán los velatorios… anoté las direcciones, por si quieres ir…—agrega poniendo su mano sobre mi hombro—. Te llevaré si quieres…

Asiento con mi cabeza. Pero no digo nada. Ya no me quedan lágrimas. Por alguna razón hace unas horas dejé de llorar.

Me siento extraña, una mezcla de furia, enojo, dolor. Hay un vacío tan grande en mi pecho. Una sensación horrible que nunca antes había experimentado y que tengo miedo que se haya instalado para siempre allí.

—La escuela permanecerá cerrada tres días por duelo…ha sido un impacto terrible la muerte de esos chicos…—explica con pesar—.Sol… ¿quieres hablar?... tienes que desahogarte… esta angustia no te hace bien…

«Nada me hace bien. No merezco estar bien».

Les he fallado a todos, hasta al equipo, por no haber estado con ellas en este momento. Quizás merecía sufrir ese accidente, quizás debería estar internada… o muerta. Este vacío sigue creciendo en mi pecho y duele… duele demasiado.

«¿Por qué Dios no me dejó subir a ese colectivo y morir allí? ¿Por qué no estaba junto a Gael…? ¿Por qué, Dios? ¿Por qué?»

No dejaba de cuestionar a Dios, aunque en mi enojo hasta había llegado a negar su existencia, pensando que quizás todo lo que había creído hasta ahora era una simple ilusión, una engañosa mentira. Sin Dios en mi vida, sin Dios en ningún lado, quizás sería menos doloroso afrontar todo.

Estaba hecha trizas, mi relación con Gael era lo más valioso que tenía, su amor, su cuidado, ser su novia fue lo mejor que me había sucedido desde que había llegado a Rosario… ahora estaba sola, realmente vacía y sola.

El domingo una llamada interrumpe mis pensamientos. Es Noah.

Debato en mi interior si atender o no.

«Necesito hablar con alguien, pero no puedo… las palabras están como atragantadas en mi garganta».

Miro nuevamente la pantalla… acerco mi mano para atender… pero en vez de contestar, bloqueo la llamada.

Siento que las palabras de Noah serán de reproche. Dirá que me advirtió que todo terminaría mal. Que estaba tomando malas decisiones, y ahora tengo que pagar las consecuencias.

«No quiero escuchar lo que ya sé, no quiero que me hable de Dios y su perdón, de Dios y su amor… ya no quiero, no quiero escuchar a nadie».

La soledad parece ser la mejor alternativa. Allí donde solo mis pensamientos ya son la suficiente tortura.

Minutos después llega un mensaje.

>>Lamento lo de Gael. Acabo de escuchar la noticia. Quería saber cómo te sientes, aunque sé que debes estar destruida y sufriendo… Llámame. Te quiero y te extraño, tu amigo Noah.

El lunes me levanto temprano. No he dormido bien. Mis ojos están marcados por grandes ojeras. Cuando me pongo los jeans, noto que me quedaban demasiado sueltos.

Seguramente por los nervios y angustia he bajado algunos kilos. Tengo que ponerme un cinto para sujetarlos.

Bajo las escaleras despacio, porque hasta me siento un poco mareada.

Mamá me lleva al velorio de Dana.

Bajamos juntas, y ella se queda cerca de la entrada, mientras yo entro a saludar a su familia. Hay mucha gente.

A la mayoría no los conozco.

Saludo a dos profesores, también alumnos de quinto año, compañeros de Dana… a todos tengo que explicarles que no iba en el colectivo y que no viajaba al campeonato.

No hay chicas del equipo de fútbol. Esperaba verlas y poder abrazarlas, pero nadie llegó. Supe que varias están lastimadas y otras muy impactadas por lo sucedido.

La madre de Dana comienza a llorar y gritar desesperada. Siento un dolor terrible al ver como sufre. El padre y los hermanos de Dana se acercan a abrazarla y consolarla.

Una punzada en el pecho me sacude.

«Podría ser yo… esa podría ser mi escena, mi madre llorando y sufriendo, mi papá y mi hermano consolándola…estuvo tan cerca de ser así».

Permanezco unos minutos más y después salgo. Siento que mis piernas se aflojan y temo caer al suelo sin poder evitarlo.

—¿Podemos irnos? —le digo a mamá. Ella asiente y las dos nos subimos al auto.

—Sol, estás muy pálida… ¿quieres que volvamos a casa?

—Quiero ir al velorio de Gael…—susurro con dolor.

—Bien…

Mamá maneja en silencio. Mientras, me preparo para lo más doloroso que he enfrentado alguna vez.

El auto se detiene frente a una pequeña sala velatoria. En la puerta distingo a dos o tres chicos del equipo de fútbol. También hay profesores y supongo que el resto son familiares.

Al bajar, Víctor se acerca y me abraza.

—Pulga… ¿cómo estás? —dice preocupado.

—Yo… aún no lo puedo creer…—suelto en un susurro, mamá se acerca y lo saluda amablemente.

—Fue terrible el accidente… gracias a Dios no estabas allí…—afirma, y mamá pone su mano en mi hombro, sin verla sé que sus ojos están llenos de lágrimas.

—¿Estás bien? ¿No te golpeaste? —le pregunto.

—Con Nacho y Pepe íbamos en el último asiento… nada nos pasó, solo unos moretones… pero los que iban adelante… fue una masacre…

«Adelante… ese era mi lugar, adelante al lado de Gael».

—¿Qué sabes de Jaz y Vicky? ¿Cómo están ellas?—pregunto preocupada por mis amigas.

—Vicky bien, solo unos golpes… y Jaz…—corta su comentario y baja la mirada,

—¿Qué pasó con Jaz?

—Ella está muy mal… sigue internada… está en coma…

«Oh Dios mío, por favor, salva a Jaz, no dejes que ella muera, si de verdad existes… sálvala».

—Otra que está grave es Cristal…

«¿Cristal?».

—¿Qué pasó con ella? —Víctor me mira como dudando si contarme.

—Le tuvieron que amputar el pie… y está muy lastimada… todavía no está fuera de peligro…

—¡Oh no! —exclamo sintiendo un frío recorrer mi cuerpo.

«Yo desee su mal, quise que muriera… ¿Qué me pasa?».

—Quiso sentarse adelante con Gael… lo siento…—agrega al ver mi expresión.

«Esa hubiera sido yo…esos eran mis golpes…».

El aire se hace escaso y me cuesta respirar. Me siento mareada. Respiro profundo por la nariz.

«Vamos, Sol, tienes que ser fuerte», me digo.

—¿Y Gabriel, que pasó con él? —pregunto cambiando de tema antes de que mi mente colapse y caiga desmayada aquí mismo.

—Augusto estaba conversando en el fondo con nosotros, y Gabi se sentó a charlar con Gael al lado de Valeria… en ese momento fue el choque… todo fue un caos…—el rostro de Víctor cambia de golpe, como si estuviera recordando lo sucedido, hace una pausa, aclara su garganta y continua—; los que estábamos menos golpeados ayudamos a salir a los otros… pero cuando quisimos sacar a los de adelante… no pudimos hacer nada… ya estaban muertos…

—Hiciste todo lo posible…—dice mamá al ver su angustia—, fuiste muy valiente.

—Será difícil continuar en el equipo sin Gael—agrega.

«Será difícil continuar la vida sin Gael».

Sigo su mirada hacia la sala, y mi corazón se parte al ver el ataúd en medio, allí está el cuerpo de Gael.

Mi Gael. No volveré a verlo nunca más y duele pensarlo. Duele saber que lo mejor que tenía en la vida, está allí dentro de una fría caja de madera. No pude decirle adiós, ni darle un último beso, ni sostener su mano en ese último segundo.

Nora está de pie frente al féretro.

Esta sola, pasando su mano por la tapa sellada.

—Voy a saludar a la mamá de Gael—digo mientras me alejo de mamá y Víctor.

Entro caminando insegura, mi cuerpo amenaza con fallarme.

Al verme, Nora camina a mi encuentro y me abraza. La siento llorar en mi hombro. Está desconsolada. Era su hijo, su único hijo.

—Gracias por venir—susurra entre sollozos.

No puedo decir nada. Ni siquiera puedo llorar. Estoy fría, vacía.

—Gael te quería mucho—dice cuando nos separamos—, era muy feliz a tu lado… me alegra que te conociera… gracias Sol.

Permanezco allí en silencio unos minutos parada frente al ataúd. Sintiendo cómo el vacío aumenta en mi pecho, sintiendo que lo único bueno que tenía en este tiempo, está dentro de esta caja de madera.

Busco con la mirada al padre de Gael, pero Nora está sola, con sus padres y un hermano que la acompaña. Eso me da mucha pena.

—¿Vamos?—dice mamá acercándose a mi lado—. Creo que necesitas descansar un poco. Estás muy pálida.

—Sí, vamos.

El viaje de regreso siento que debo decir algo… que mamá merece saber que Gael era mi novio, que su muerte me afecta más de lo que pensaba y que estoy sintiendo que mi cuerpo se debilita incontrolablemente.

«Vamos, habla, vamos, Sol», me digo en mi interior.

Los minutos pasan y no puedo pronunciar palabra. No quiero preocupar más a mamá, ya son demasiadas las angustias que ha pasado en estos días por mi culpa. Demasiadas decepciones para agregar una más a la lista.

Llegamos a casa y apenas si puedo bajar del auto. Me tiemblas las piernas, todo el cuerpo en realidad. Camino lentamente y solo quiero llegar a mi cama y dormir, dormir mucho tiempo.

—¿Estás bien? —pregunta mamá al ver mi rostro demacrado.

—Subiré a acostarme—digo dando unos lentos pasos por los primeros escalones, las fuerzas se me agotan y lo último que siento es el impacto de mi cuerpo en el duro suelo. Todo se pone oscuro.

—¡¡Sol!!—grita mamá y siento sus manos sobre mi rostro—. ¡¡Cris!! ¡Bruno!!—llama con desesperación—. ¡¡Sol se desmayó!! ¡¡Hija, despierta!!

Los fuertes pasos en la escalera me indican que ambos bajan corriendo.

—¿Qué pasó?

—No lo sé, está inconsciente, cayó desde unos pocos escalones… creo que golpeó su cabeza contra el suelo—les explica.

—Sol, hija—escuché la voz de papá como lejana… a la distancia. De golpe unos brazos me levantan del suelo. —Vamos a llevarla a la clínica, busca las llaves del auto—exclama papá.

Cierro mis ojos nuevamente y cuando logro reaccionar estamos camino al hospital.

Mamá conduce, Bruno va sentado a su lado, está llorando. Papá me lleva en sus brazos.

—Sol, ¡¡por favor, hija, despierta!! —susurra papá a mi oído.

—Esto del accidente le ha afectado demasiado… no debí llevarla a esos velorios… pensé que sería bueno… todo es mi culpa…

—No, mamá… es mi culpa—afirma Bruno—. Debí decirles antes…

—¿Decirnos qué? —pregunta mamá alterada.

Bruno solloza.

—Ella me pidió que no les dijera… pero sé por qué está tan mal…

—¡Bruno! ¿Qué pasa?

—Gael… era el novio de Sol.

—¿Qué? ¡¿Sol estaba de novia…?! ¿Cómo puede ser? ¿Desde cuándo?

—No lo sé… unos meses…—responde Bruno.

—¿Meses? ¿Lo sabías y no dijiste nada?No puedo creer que esto esté pasando—exclama mamá llorando���. ¿Cuántas mentiras más…? ¿Qué está pasando en nuestra familia? ¡Dios mío!

—Todo es mi culpa—susurra a papá llorando—, nunca debimos venir a Rosario…

Es lo último que logro escuchar.

Luego todo se pone oscuro y frío.

El invierno inunda todo mi ser.

Tengo miedo… temo que nunca más despertaré.