Elitiar se encontraba recostado en la cima de la montaña más alta del mundo mientras esperaba su muerte. Tenía todos los huesos rotos y un ojo cubierto de sangre que le impedía la vista del lado izquierdo, de todas formas, no había mucho que ver, pues todo había sido destruido al mismo tiempo que el enemigo avanzaba. Ni siquiera pudieron detenerlo un solo segundo. Eran más poderosos de lo que se temían.
Quería apretar los puños con ira, pero ni siquiera los sentía; sin embargo, aquello no era lo más doloroso. Lo que de verdad pesaba en el corazón de Elitiar era la herida de su alma. Que se había visto aplastada y humillada con tanta facilidad que le daba pena. Al menos se iría al lado de sus mejores amigos, todos ellos se encontraban en un estado peor que el suyo.
Por lo menos él no había sido marcado por el enemigo, pensó cobardemente, no podía decir lo mismo de los demás. Ni siquiera tenía el valor de voltear a ver a Aethiar de nuevo, quien había desaparecido de las piernas a la cintura, quedando solo su torso.
Aquellas criaturas ni siquiera les habían dado la honra de dejar cuerpos que reconocer, o héroes a los que recordar. Habían desaparecido todo, y luego se habían marchado. Era como si nunca hubiera habido nadie allí. Aquello les obligó a tomar la medida más desesperada de todas las que habían planeado en los meses anteriores.
La vista ya le comenzaba a fallar y empezaba a marearse...
Entonces oyó un susurro a su derecha.
—¿Y ahora qué? —pronunció una voz apenas audible.
Era Faricié, le habían dejado su marca desde su ojo izquierdo hasta el inicio de su mejilla, ahora esa parte de su rostro estaba negro, vacío, como si hubiesen borrado su existencia. Aquello debía sentirse horrible, no entendía cómo a pesar de ser la más joven de los cinco se miraba tan calmada.
Elitiar se le quedó viendo por un rato, y aunque solo podía ver la mitad de su rostro, era clara su expresión de angustia. No pudo evitar que las lágrimas se derramaran por sus mejillas al verla así.
"Nada", pensó Elitiar, pues no podía hablar a causa del dolor, "Solo nos queda esperar y desaparecer"
Faricié dirigió su mirada a él, como si hubiera escuchado sus pensamientos. Y al verlo allí tirado, pendiendo del delgado hilo de la muerte, pareció comprender lo que ya sabía desde el principio. Su rostro de frustración se calmó, reprimió las lágrimas que empezaban a emanar, y suspiró. Luego regresó su vista al cielo.
En ese punto, la vista de Elitiar se había ido, ya no le quedaba mucho tiempo de vida.
—Vaya dioses que somos, ¿verdad? —la escuchó decir.
Entonces, Elitiar murió.