Mis ojos pesan demasiado como para poder abrirlos a la primera. Y tengo que hacer acopio de toda mi voluntad para mantenerlos abiertos. Miro distraído hacía el techo el cual apenas es capaz de retener los rayos del sol de la mañana. La música externa llega finalmente a mis oídos «cuando el sol brille brillaremos juntos» "Umbrella" pero en ese momento hubiera querido no escucharla, debí cubrir mis oídos o buscar rápidamente los audífonos. Sin embargo, me quedé ahí apenas moviendo mis párpados al tiempo que la canción seguía su curso.
Quizás era melancolía lo que sentía en aquel momento o tal vez solo un poco de nostalgia, porque cada vez que el sol brillaba yo estaba solo. Y la letra de la canción describió todo lo que yo quería, lo que necesitaba, un paraguas que me protega de mi mismo, que me dé refugio lejos de mis propios pensamientos.
Una lágrima nació en mi ojo izquierdo y rodó en solitaria por mi mejilla, para finalmente morir entre mis labios.
—Éste es el sabor del dolor —murmuré al sentir el salado en mi boca. Traté de ponerme en pie pero apenas logré sentarme sobre la cama, hacía demasiado calor dado que el tejado no proporcionaba protección térmica. Un bebé lloró a lo lejos, pero de un momento a otro paró de chillar. Y no pude evitar extrañar a mi madre, la que me dio la vida, la mujer que pasó 18 años protegiéndome y aún en la distancia sigue haciéndolo. Sentí un nudo en la garganta y oculté las lágrimas con mi antebrazo.
«Cuando tengo miedo al día tu haces que la luna salga y cuando la noche es fría le pides al sol que arda» recordé aquella canción «no leí mejor poesía que las lineas de tus manos porque nací llorando esperándolas temprano»
—Mamá —clamé como un niño que solo quiere a su madre—, no recuerdo cual fue la última vez que te dije "te amo" lo siento, no puedo recordarlo. —Estiré mis músculos y logré ponerme en pié, mi cuerpo me pesa demasiado, tal vez porque la noche anterior me había masturbado para calmar la ansiedad, pero yo sabía bien que la razón de mi mal estado físico no podía ser otra que el deterioro de mi salud mental.
Llegué al espejo del baño y miré fijamente mi reflejo.
—Te vez cansado —me dijo.
—Lo estoy.
—Que ojos más feos, tristes y ojerosos.
—lo sé.
—Estás flaco y pálido.
—Si
—Deberías hacer lo que hablamos con anterioridad -mi reflejo sonrió y la mueca macabra ensombrecía el rostro.
—Hoy no.
Cuando finalmente me aseo y vuelvo la vista en dirección de mis guayos. Y no pude evitar sentir dolor, pues mi sueño de ser un jugador se había extinto, pude haber culpado a la pandemia o a las circunstancias que opacaron mi talento, no obstante, comprendí que la culpa era solo mía, ni el universo, ni algún dios soberbio. Solo yo, el único responsable de mi fracaso.
Me senté en medio de la sala, estaba absolutamente solo... Escuchando la respiración de la casa, parecía que las paredes tenían vida propia.
Y como cada día tomé bolígrafo y papel para escribirme una carta, una carta que dejaría bajo mi almohada para que quizás así mi yo del pasado logre recibir mi mensaje. Lo sé, es un experimento absurdo pero de alguna manera tenía un simbolismo mágico que me daba esperanza. Y me propuse a escribir.
«Te dirán que necesitas ayuda, te harán ver a un psicólogo. Y tratará de venderte sus medicamentos. Te harán sentir dependiente de ellos... dándote una miseria de dopamina, pero a la larga... no mejorarás, tu mente se desconectará de tu cuerpo. Sentirás que las personas son distantes a tus sentimientos y que jamás podrían entenderlo. Vivirás absorto en tu propio mundo, en un ciclo donde eres víctima y victimario... y te juro que dolerá hasta el alma, querrás dejarte ir. Pero cariño... No puedes rendirte. Esa cosa no puede ganar. La resiliensia es la capacidad de avanzar aun cuando no tienes ganas, cuando tu cuerpo quiere morir, cuando tu mente desea apagarse. Sigue caminado. Porque eres fuerte, más de lo que alguien podría imaginar. Por favor... No hagas llorar a tu corazón»